Estoy de vuelta
Me costó un ojo de la cara establecer un acuerdo con mi mamá para que pudiera ir las veces que quisiera al centro de salud con el capricho de estar con esos chicos, ya que al parecer me había ganado su confianza y aprecio.
Mi idea original era asistir cinco días de la semana (de lunes a viernes), pues eran los únicos días a los que iban allá). Por desgracia, mi mamá no estaba dispuesta a dejarme sin algunas cosas que hacer; por lo que me dijo que podía asistir tres días, a cambio de que hiciera algunos labores en la casa, pues me la pasaba sola todas las mañanas pensando en una nueva forma de procrastinar durante el día.
Mi padre no sabía aún lo que mi madre y yo hacíamos, no lo iba a comprender, al menos no como lo hace mamá.
A la mañana siguiente, mi mamá y yo esperamos a que mi papá se fuera en el auto para poder irnos con una gran tranquilidad. Al poco tiempo que se fue, preparé una mochila con cosas que yo necesito para sentirme a gusto: un libro, una libreta en blanco, una caja de lápices de colores oscuros, una goma, sacapuntas, y muchas otras cosas con el fin de entretenerme.
La tomé, bajé las escaleras tan rápido como mis piernas me lo permitían y me adentré en la camioneta con un brinco.
Iba a volver al centro de salud, iba a volver con ellos.
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