El corredor
El Dr. Sánchez (un cardiólogo del lugar). La Sra. Wolowitz (no la de la serie The Big Bang Theory, sino otra que tiene el mismo apellido por una gran casualidad), que es la madre de uno de los niños enfermos que son atendidos ahí. Toda la familia Palmer, que venían a recoger a su recién dada de alta niña de 10 años, Molly, que había estado un grave accidente de auto del cual se salvó (gracias a Dios, nada más). Y así, iban pasando, entrando y saliendo varias personas por el corredor.
Penny, se asomó por debajo del mostrador y pasó su palma por el lado que tiene todas las rayas (y la que forma una «M» en la mayoría de los casos) frente a mis ojos. Me preguntó si necesitaba algo, y yo le dije no con la cabeza.
Luego de que me hablara, empecé a ladear la cabeza hacia los corredores. Y solamente pasaban doctores con sus batas blancas, algunos con estetoscopios colgados en sus cuellos. Otros usaban lentes por algún problema visual, pero eso les daba más la apariencia de doctores.
Las cosas se estaban volviendo algo tediosas. Pero de repente, entraron por la puerta principal un grupo de adolescentes (de 16 y 17 años, seguramente). Eran 3 chicos y 2 chicas.
Nunca los había visto antes; y era muy poco usual ver rostros nuevos en aquel lugar, a menos que fuera un nuevo paciente. Pero, usualmente vienen en camilla implorando por su vida, o entraban inconscientes mientras alguien los cargaba con los brazos. Pero con ellos... Tenía un extraño presentimiento. No sabía sus intenciones en este lugar, y eso me llenaba de intriga.
Me levanté del frío suelo para ver mejor a los forasteros. Me incliné hacia Penny, para preguntarle si sabía algo sobre ellos.
—No —respondió, mientras empezaba a enredar un rizo de su cabello en su dedo índice—. Pero, ¿por qué te interesa tanto?
Solté un sonido con la boca, intentando que Penny creyera que no me interesaba. Pero ella no se equivocaba. En serio quería saber a qué se debía la presencia de esos chicos.
Luego de que me preguntara, se me empezaron a ruborizar ligeramente mis mejillas. Así que, me cubrí la cara con la gorra, y me fui hacia el lado opuesto del corredor en el que estaban los chicos.
Y sin pensarlo, uno de los chicos se separó del grupo. Se acercaba lentamente al mostrador de Penny, y yo, inmediatamente entré en pánico.
Empecé a volver la mirada hacia cualquier parte, pero sin despejar la atención del chico que se aproximaba.
El chico llegó hasta el mostrador, y le preguntó algo a Penny. No escuché qué le dijo, pero luego de que se fueran, le iba a preguntar qué le había dicho.
Por un momento breve, encontré su mirada con la mía. Cuando lo noté, me cubrí todo el rostro con la visera. Quisiera pensar que no lo notó, pero estoy muy segura de que si lo hizo.
Intenté estar calmada lo más que podía, pero tenía el deseo de saber por qué estaba ahí. Y no me refiero al hecho de que estuviera en el mostrador nada más, sino en el saber por qué estaba en el centro de salud.
Pero no iba a tardar mucho en saberlo, y eso no lo supe hasta unos momentos después. Cuando sucedió eso.
Mientras el seguía ahí, en el mostrador; yo continuaba escondiéndome tras mi gorra. Y en un descuido, bajé tanto la gorra para que cubriera mi rostro, e hice que la gorra resbalara por mi cabeza y se me cayera. Intenté atraparla con las manos pero, solamente la alejé un poco más.
No me quedó de otra mas que ir por ella. Así que, me alejé de la pared en la que estaba recostada y fui por mi gorra.
Cuando me puse de rodillas para tomarla, alguien más se puso de rodillas delante de mí. Pero esa persona, solamente puso una en el suelo, y con la otra, me golpeó la frente.
Cubrí mi rostro con una mano, y con la otra, cogí la gorra por la que me había puesto de rodillas. Pero, no mantuve mucho tiempo el equilibrio y caí sobre mis posaderas.
El chico (porque la persona que me habló, tenía una voz masculina), se me acercó y me hizo la típica pregunta inútil e ilógica que todos hacen: es decir «¿Te encuentras bien?».
«—Acabé de ser golpeada con tu pierna, ¿cómo crees que estoy? —pensé en mi cabeza, cosa que luego le respondí al chico».
—Lo siento, no era mi intención —respondió el chico.
—Claro, todos dicen eso —dije hacia mis adentros.
Fui alejando mi mano del rostro lentamente, esperando ver al chico que estaba en el mostrador. Y para mi sorpresa, no era ese chico. En cambio, tenía frente a mí a un chico (casi de 16 17, no lo sabía) de cara blanca y delgada, unos ojos verdes que; parecían ser un par de lagos azules verdosos puestos sobre su nariz y debajo de su frente, una nariz chata y una gorra azul que cubría su cabello oscuro.
Volví inmediatamente hacia el mostrador, y el chico aún seguía ahí. Pero ahora, estaba acompañado con el otro chico que conformaba el grupo que había entrado.
Me sentí confundida, y algo apenada, he de admitir. Pero, en un instante, mis pena se fue despejando cuando el chico me tendió su mamo para levantarme, la cual acepté sin siquiera haberlo pensado.
Luego de eso, respondí con un gracias que, parecía haber salido de alguien que no hubiera sido yo.
El chico arrimó algo de cabello que estaba cubriendo mi cara, para ver si me había hecho un moretón por el golpe.
—Parece que no tienes marcas. Y de nuevo, perdón por haber chocado mi pierna contigo. Solamente me había agachado por una pluma que se me había caído —Me enseñó la pluma.
Luego de eso, había vuelto a ser yo.
—Ah, está bien. Oye... perdón por cómo te respondí —le dije. Y de la nada, empecé a acariciar mi peluca con mi mano izquierda, hasta que sujeté el mechón naranja y lo sostuve por un buen tiempo.
—No sé si debería sorprenderme. He visto suficientes películas para saber que en lugares como éste, personas pueden comportarse así.
—No, necesariamente. Cualquiera pudo haber reaccionado así.
—Eso es verdad —dijo, dándome la razón—. No pensé que tú...
Se hizo un gran silencio. Fue un silencio muy inquietante, a decir verdad. Fue uno de los momentos más incómodos que he vivido.
—De pura casualidad, tú... —prosiguió, con algo de inquietud en la forma en la que ahora me hablaba.
—Sí. Leucemia Mielomonocítica Juvenil, haré pronto dos años —le dije, aclarándolo de cualquier sospecha.
—Lo siento —dijo, golpeando su frente con una mano. Su gorra se hizo un poco hacia atrás—. No era mi intención ofenderte.
—No me ofendiste, en serio. Pero descuida, aquí no hay muchos como yo. Lo digo por la actitud, no vayas a confundirte.
—Pues... más me vale irme acostumbrando a los demás.
Eso que me dijo, me dejó algo desconcertada. ¿Cómo era eso de «irse acostumbrando»?. Iba a preguntarle sobre eso que había añadido, pero sin avisar, sus amigos lo rodearon y se lo llevaron del vestíbulo.
Quería seguirlo, pero algo me indicó que no debía, o más bien, no podía. Así que, solamente me quedé viéndolo a él, siendo arrastrado por sus amigos.
Pero antes de irse, sacó un papel de la chaqueta negra que llevaba y la dejó sobre el mostrador, detrás de la computadora que Penny operaba.
Sin dudarlo un momento más, me lancé al mostrador y tomé el papel antes de que alguien lo tirara o lo mostrara.
Cuando lo tomé, Penny, levantó su mirada del teléfono que usaba, ahora que el chico al que atendió ya se había ido. Me vio con el papel, y me preguntó «¿Qué es eso? ¿Es para mí?».
Era un número de teléfono, junto con una nota que decía «llámame». Uno al cual no podía llamar, a menos que fuera por el teléfono fijo de mi casa.
Penny, me tomó del hombro y volvió a preguntarme lo mismo.
—Es para mí, sin duda.
De repente, mi madre apareció en el vestíbulo. Cuando me tocó el brazo, me asusté.
Ella me tomó de la mano, como a una niña pequeña. Y lentamente, nos fuimos acercando al consultorio del Dr. Prescott.
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