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El centro de salud de Texas

Íbamos por Eastex Fwy, e iba mirando por todas partes. A los pájaros que pasaban volando sobre nosotros. A las decenas de coches que estaban circulando con nosotras. A las pocas personas que encontraba caminando por las calles. Veía todo lo que mis ojos aún pudieran percibir.

A veces envidiaba la vida de las demás personas, aunque no supiera nada de ellas. Pues, de todas esas miles de personas, podía encontrar alguna que estuviera mejor o peor que yo. Así que, era algo tentador y a la vez espeluznante que pudiera cambiar mi vida con la de cualquiera que me encontraba.

Continúe pensando en eso, hasta que finalmente habíamos llegado. El JL Peterson Health Center.

Era un lugar de casi 1340 m². El primer edificio, que también es el edificio principal es uno en forma de luna a cuarto menguante. A pesar de ser totalmente inapropiado, el Sr. Jonas Limbert Peterson (fundador del centro de ayuda) tuvo la idea de darle un aspecto absurdo y gracioso pues, los pacientes esperados en su instalación eran niños con deficiencias y pesares los cuales sus familias no podían mantener todas las atenciones que aquellos niños necesitaran.

Atrás del edificio principal, había un patio arenoso con varios juegos de parque. Resbala dillas. Columpios. Pasa manos. Sube y bajas. Y una variedad de juegos. Pero, más allá, había otros edificios. En uno se encuentran habitaciones para los pacientes que requieran mantenerse alojados durante su tratamiento. Otro, es para los familiares de los atendidos que no tengan hospedaje o requieran acompañar a los pacientes. También, hay uno el cual, solamente son consultorios, quirófanos, y todas las salas que necesiten un nombre específico para tratar cierta complicación.

Si no mal recuerdo, fue el tercer lugar en el que me atendieron sobre mi leucemia, y el único en el que continúe con un tratamiento. Ahí, me realicé casi todas mis quimioterapias, una radioterapia, y todos mis chequeos.

Luego de haber llegado al estacionamiento, que está en frente del edificio principal, mi madre y yo bajamos para hacer uno de mis chequeos mensuales.

Íbamos caminando por el camino de cemento, que iba entre un suelo verde adornado con algunas figuras hechas de violetas margaritas. Y mientras nos acercábamos a la entrada, mis ojos podían sentir el reflejo del sol que golpeaba con los cristales del segundo y tercer piso.

Cuando cruzamos, encontré a mi enfermera favorita en el vestíbulo, la Srta. Jean. Estaba detrás del escritorio con su cabello castaño oscuro rizado recogido en una coleta hacia atrás (seguramente jugando solitario en la computadora principal), esperando a que algo interesante entrara por la puerta. Y cuando me vio entrar por la puerta automática del edificio, levantó su cabeza y puso una sonrisa casi de oreja a oreja. 

Cuando llegué al mostrador, me recargué y le respondí con una sonrisa igual de gigantesca. A pesar de que me porto muy apática con la gente, me es imposible comportarme como alguien indiferente y deprimida con la persona más agradable y comprensiva que he conocido.

—Hola, ¿como estás hermana? —dijo la enfermera Jean, acercando su mano hacia mí, para poder estrecharla.    

Yo, con mucho gusto, le estreché la mano.

—Bien, en lo que cabe —le respondí.

—Pues en ese cuerpecito, no ha de ser mucho, ¿verdad? —respondió, soltando una risa muy grande en el fondo.

—Ja —dije, sarcásticamente—. Y el tuyo, debe estar hasta desbordar de tanta bondad que te cargas —dije, ahora con intención de burlarme.

Nuestra forma se llevarnos era única (o tal vez no tanto), pues nos burlábamos una de la otra sin verlo en el sentido literal. Las dos nos comprendíamos, pues ella ya había estado en mi zapatos. No realmente, claro.

Antes de que yo la conociera, a ella le habían diagnosticado cáncer de mama. Pasaron los meses, la trataron en el Centro de Cáncer de la universidad de Texas MD Anderson. Me lo contó al poco tiempo que la conocí.

Luego de habernos saludado, mi mamá le encargó a la Srta. Jean (Penny, le dijo mi mamá; ya que ese es su nombre), que me cuidara, pues ya mi mamá le tenía confianza a ella.

Mi mamá se fue alejando lentamente del vestíbulo y se fue perdiendo entre los corredores.

Yo, como apenas y llegaba a reposar mis brazos sobre el mostrador decidí quedarme ahí; y mientras, me senté en el suelo y veía todas las caras conocidas del lugar.

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