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Café

Era el inicio de la segunda semana. Presentía que iba a ser mejor que la primera, por alguna razón. Tal vez se debió al hecho de que mis padres se empezaron a llevar bien con los de Ryan, y también por el hecho de que iba a poder salir con ellos durante la hora del almuerzo.

Sin duda, esa fue la hora que más separaba con ansias durante cada día que me presentaba en el centro de salud para verlos.

Habían pasado las horas. Ya iba a ser la hora del almuerzo. Y mientras me quitaba el mandil cubierto de pintura después de una sesión de arte improvisado con los niños, Ryan y los demás se estaban limpiando pintura fresca y algunas manchas de pintura seca de los brazos, la topa y las camisetas y los zapatos. La única que no se había manchado era Christie, pues no se acercó ni un centímetro a los niños. No lo había hecho durante la primera semana; y eso que había perdido en uno de los «Piedra, papel  tijeras».

Cuando ellos habían terminado de quitarse lo más de pintura que pudieron, empezaron a sonar sus alarmas de los móviles. Fue alarma por alarma. Algunas eran los tonos programados en su móviles, y otros eran canciones que jamás había escuchado. «Rocket Man», «Bohemian Rapsodhy», «Somebody To Love» (y esas que fueron las únicas que escuché aquél día)

Inmediatamente, todos cogieron sus billeteras y carteras. Tomaron sus cosas y empezaron a salir lentamente por la puerta. Ryan iba a ser el último en salir. Pensé que habría olvidado que mis padres ya me habían dado permiso para salir con ellos. Y cuando pensé que no lo iba a hacer, se asomó por la puerta y me dijo «¡Qué esperas, andando!» Me sentí tan feliz por dentro cuando volvió por mí. Cogí mi mochila y me lancé corriendo hasta alcanzarlos.

Caminamos unas cuantas cuadras hacia abajo. El café se llamaba «Dulce Aroma». Tenía un ligero toque de un Starbucks, pero igual poesía esa vibra de una típica cafetería que describirían en un libro o en una película. Tenía mesas pegadas a la pared. Al fondo había unos sillones en forma de bombones de color blanco y negro enfrente de mesas en forma de U de cabeza, hechas con tablas marrón de madera. Una barra blanca con una fila de banquillos negros.

En las paredes había figuras blancas de diferentes cosas. Granos de café. Bicicletas. Patines. Sombras de personas. Sombrillas. Había muchas figuras de infinidad de cosas en color negro.

Todos se fueron a sentar en la mesa del centro del local. En cambio, yo estaba observando cada detalle del lugar. Nunca había visto algo como eso. Y me encantó verlo. Admirar la simpleza y a la vez la complejidad del local me hacía recordar lo simple que me podía ser el volver a vivir mi bodas, pero con eso, el recordarme las consecuencias que podía traer el intentar querer regresar. El problema no era yo, de todas formas voy a morir. El problema serían todos los que conocería y a los que les podría dejar un vacío cuando me marchase.

Dejé de divagar en la inmensidad de mis pensamientos y volví al mundo real. Ryan me animó para que me apresurara a sentarme en la mesa.

Todos ya estaban sentados. Algunos —Max y Tristan— tenían una rebanada de bizcocho de chocolate tendida en un plato blanco con un borde de sirope de chocolate, y junto, había una taza de café negro y otra con un americano. Christie, tenía un pedazo de pay de limón con unas hojas de hierbabuena encima y un vaso de cartón con el logotipo del local con lo que —según decía la etiqueta en el vaso — era un descafeinado. Respecto a Blake y a Ryan, ellos tenían unos panqués de mora azul con crema batida y unas moras encima y unos capuchinos.

Cada uno ya estaba probando lo que habían ordenado. Yo, no sabía qué pedir. Cuando vi la carta, casi sentí el coma diabético que le hubiese dado a cualquier obeso hipertenso al ver la lista de postres que tenían.

Finalmente, me decidí por una rebanada de pastel de queso con zarzamora. En cuanto al café, pedí un frappé con chocolate. Nunca había probado uno, pero prefería probarlo a tener que tomar cualquier café; pues odio el café, excepto el que va con leche.

Me habían servido, y se veía exquisito. Y su sabor, no se queda corto. Quise comérmelo con un bocado después de haberle tomado un pequeño pedazo. Pero tuve que contener mis ganas para hacer tiempo con ellos.

Cada uno tomaba un sorbo de su bebida. Luego, un bocado de la repostería que ofrecían en ese café. Y así fuimos todos hasta acabar con todo lo que había en la mesa.

Quedaban diez minutos antes de tener que volver al centro de salud. Así que, empezaron a charlar sobre algunos asuntos que, no sé si serían «triviales», puesto que ellos les daban mucha importancia.

Hablaban sobre si estaban terminando algunos trabajos que les habían encargado durante las vacaciones de verano. También acordaban de cuándo sería la próxima salida en grupo y a quién le tocaría escoger el lugar —creo que fue Christie la escogida—. Hablaron de otros asuntos sobre la escuela, pero yo le daba la menor importancia. Lo único que si llegó a interesarme, fue algo que había dicho Blake, respecto a un evento artístico que habría en el Arena Theatre en el que ella participaría. Cuando escuché eso, ella me dijo que estudiaba ballet. Fue algo muy interesante sobre ella. Pero lo mas interesante de esa vez en el café, fue que finalmente estaba adentrándome en su grupo.

Luego de eso, cada uno fue levantándose, dejando sus platos, vasos y cucharas. El ir a ese café fue una experiencia diferente, e iba a ser la primera de muchas.

 

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