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UNO

UNO
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Existimos en la inmensidad de un universo infinito.

Infinidad de instantes y universos paralelos donde las decisiones que se tomaron fueron distintas. Diferente a lo que conocemos como nuestra única verdad; todas las posibilidades son posibles.

Puedes imaginarte viviendo en cualquiera de estas realidades paralelas. Un lugar donde tomaste otras decisiones. Donde personas que se fueron aun continúan aquí. Donde mi hermano es el rey de Sussex y todos estamos ahí para verlo.

Curioso, si más no, que no hubiese orado jamás pero eligiese aquel instante para rezarle al Dios que ve y escucha esperando que se pusiera de mi lado. Todo mientras bajaba del árbol en el que estaba agazapada y miraba la espalda encorvada del Rey Maldito. Podría haberlo matado en aquel mismísimo momento, pero sentí que marchitaba mi alma si le asesinaba mientras estaba rezando.

Solo sudé y temblé y me recompuse, escondiendo mis dientes y mis ganas de hacerle daño.

⎯Tu honor te precede, Godric ⎯dije.

Él se giró en un movimiento rápido, con la espada entre nosotros y agarrada con ambas manos.

⎯De honor hablas tu, la que escapa de su destino y deja a merced de mi espada a su padre y a su hermano.

⎯No son niños indefensos, matarles a ellos supone ponerte en guerra con Sussex. ¿Así de necio eres?

⎯Me perteneces ⎯sus ojos brillaron, dio un paso mas cerca.

⎯No te equivoques ⎯contesté ⎯, has hecho un trato que no has saldado. No te pertenezco.

Otro paso más.

⎯Por supuesto que lo haces.

Y no tuvo que decir más, puesto que como una sutil y tímida advertencia, Ahriman apareció tras de mi. Godric retrocedió aquellos pasos mal dados, claramente asustado del diablo. La curiosidad me ganó y me volteé a verle, con su aspecto lúgubre y sus largos dedos muertos. Sin rostro, sin rastro de mi imagen tampoco.

⎯Lo que no esperaba es que fueras capaz de jugar con la vida de un niño para atraparme ⎯dije.

Ahriman se acercó tanto a mi que sentí el frío vacío emanando de él, congelando mi costado.

⎯No culpes a un rey por usar las debilidades de sus enemigos para atraparles, princesa.

⎯Ni eres rey ⎯sonreí ⎯ni soy tu enemiga. Debes desposarme, me necesitas. Comienza a hacer alianzas que te ayuden y deja de perder tu valioso tiempo. O, ¿a caso vas sobrado de él?

Godric levantó la espada, dejándola a la altura de mis ojos.

⎯¿Que vas a saber tu, inútil mujer?⎯espetó.

⎯¿No viene Offa a por ti?

⎯Viene a por ti ⎯rio él.

⎯Yo solo soy una inútil mujer ⎯. Un silencio después terminé: ⎯Tu eres el monarca que con nuestra unión se queda con dos de los sietes reinos.
Un silencio tenso creció entre nosotros. Escuché sus dientes rechinar.

⎯Te vienes conmigo, Eda.

Silbó, pisadas brutas se movieron por todas las partes del claro.

⎯Rey Maldito, salda tu deuda ⎯advirtió Ahriman antes de desvanecerse.

⎯Hiedras y espinas

⎯¡No murmures! ⎯gritó Godric.

¡No! Hilda en mi cabeza. No dejes que vean que posees dones.

Miré a mi alrededor un instante. Luego corrí directa hacia Godric, quien se apartó de mi camino de un salto, con gesto sorprendido. Esquivé su espada en el aire y a uno de sus hombres que salía en ese mismo instante de detrás del árbol en el que su rey se apoyaba.

Sigue corriendo, no te detengas hasta que te pierdan de vista.

Dejé atrás arboles y raíces salientes del suelo, mientras mis pies chocaban contra el firme lodo y en el bosque reinaba silencio y paz. Esa paz previa a la guerra.

⎯Acabaría antes si me dejaras invocar el espejo.

No les des motivos para quemarte en la hoguera.

Las torpes corredizas de los guardias de Godric me seguían de cerca y aunque el bajo de mi falda se quedaba pegado en algunas ramas, como si el propio bosque estuviera vivo y de mi parte, esas mismas ramas se apartaban del camino liberándome con mimo, sin rasgar mis ropas o mi piel.

Palo corrió a mi lado, varios metros lejos de mí, pero con sus ojos brillantes recordándome su audacia. "Sígueme" parecía decirme.

⎯¡No puedes escapar! ⎯graznaba el Rey Maldito.

El zorro rompió a su derecha, perdiéndose de mi vista y yo, aunque intuía que había más hombres en aquella dirección, seguí las indicaciones.

Corría, enfocada en mi camino, con la oída aguda en los persecutores pero sin desviar la vista de lo que había ante mí. Palo volvió a estar en mi punto de visión un segundo y luego saltó. Entró en un agujero negro cavado en el suelo.

Salta

⎯¿A donde me lleva?⎯le pregunté a Hilda, en voz alta.

No creo que estés en posición de hacer muchas preguntas ahora mismo.

Caí de pie, con un golpe seco pero sin perder un ápice de gracia ni dignidad y observé las decenas de ojos de las mujeres del burdel mirándome.

Cyra, con sus brazos cruzados y su expresión aburrida estaba plantada a un metro de mí, como si todo este tiempo hubiese estado allí, sencillamente esperando a que se me pasara la verraquera y volviera a casa.

⎯¿Eres una princesa o un animal salvaje?

⎯Realmente no sé que responderte a eso.

Palo se sentó entre mis piernas. Busqué el agujero en el techo de la Guarida del Leon, al tiempo que veía el círculo de nube negra desvanecerse. Las mujeres obligándose a dejar de observarme.

⎯Corres sin pensar, turbada y guiada por tus instintos ⎯miró mis pies, miró mi zorro ⎯sin estrategia ni templanza ⎯. Una pausa después dijo: ⎯Eres un animal salvaje.

⎯Y eso no es bueno ⎯murmuré.

⎯Eso no te llevará a tomar decisiones adecuadas, Eda. Se va a librar una batalla y tu, querida ⎯sus ojos se suavizaron al encontrarse con los míos⎯vas a tener que emprender un arduo viaje. Necesitas aprender cuales son tus fortalezas y tus des-virtudes.

Palo se levantó, llegó hasta Cyra, se sentó entre sus piernas. Elevé una de mis cejas.

⎯Bien ⎯asentí.

⎯No respondas más llamadas que la mía ⎯. Fruncí el ceño, pero ella siguió:⎯Se nos acaba el tiempo. Necesito que toda tu atención esté conmigo.

Yo saldré en busca de los niños indefensos de ahora en adelante ⎯dijo Hilda en mi cabeza.

Cyra me llevó hasta la que sería mi habitación: una recamara llena de estructuras de madera negra que sostenían dos lechos en dos pisos distintos. Debía haber un total de diez. Cuando dejé mi capa en uno de los futones ella atravesó la estancia hasta dar con una puerta escondida tras un tapiz.

En el tapiz una mujer con larga cabellera pelirroja apuntaba con su arco la cabeza de un majestuoso carnero negro subido en lo alto de una colina. El viento mecía el pelo de ella y la luna menguaba en lo alto del cielo. Los ojos de cientos de animales brillaban entre los arboles del bosque que rodeaba la escena. Cyra lo apartó de un manotazo, dejando la puerta de madera maciza pintada con hiedras verdes. Un diseño que ya había visto tantas veces.

Dentro de la nueva estancia había una mesa redonda con una bola de cristal translucido apoyada con gracia justo en el medio. Al dirigirme a ella, la bruja dijo:

⎯No la necesitas, tienes el espejo.

⎯¿Es una cosa u otra? ¿No puedo aprender de las dos?

⎯Son objetos sin más, Eda. La bola o el espejo, son simples superficies lisas que no alteran tus sentidos y permiten que puedas concentrarte en lo que tienes dentro.

⎯Creí que serían como una especie de puerta a otro lugar.

⎯Sí y no ⎯se sentó en la silla detrás de la bola ⎯, el portal lo proyectas tu en la superficie del objeto.

⎯¿Quieres decir que podría ver cosas mirando una pared lisa?

⎯Eso mismo quiero decir.

⎯Oh ⎯fue todo lo que salió de mi boca.

⎯Estamos demasiado acostumbradas a mirar paredes lisas y se nos olvida prestar atención a lo demás. Por eso un objeto inusual y liso nos ayuda más rápido cuando no tenemos experiencia.

⎯¿Es esto uno de mis fuertes o una des-virtud?

⎯ "Esto" es simplemente una capacidad que todas tenemos, pero pocas recordamos como usar.

⎯¿Todas? ⎯me senté delante de ella, apoyé las manos en la mesa.

⎯Todas y todos ⎯asintió. ⎯Hombres y mujeres, niños y niñas, brujas, no brujas, creyentes de cualquier deidad. Seguidores del mal. Todos.

Sonreí, una sonrisa torcida y ladina. Ella rodó sus ojos al leer mi mente.

⎯Sí, tu padre y Cen también.

⎯Quiero una lista de mis des-virtudes y de como vencerlas.

Si eso era lo que me iba a ayudar a librar esta batalla y salvar a mi hermano, necesitaba ponerme con ello lo antes posible.

⎯No es mi trabajo enumerar tus des-vritudes ⎯.

Matar, mentir, moverse por impulsos meramente egoístas. Las nebulosas nieblas de la bola se movieron. Luego vi mi rostro reflejado en el cristal y pensé en el diablo, mostrándose ante mi con mi propio rostro.

—Salvando a Cen y a padre, potencio mis des-vritudes ⎯susurré ⎯, corrompo mi alma.

Cyra me miró, sentada ya al otro lado de la mesa redonda.

—Todo trato pide un sacrificio. Un pago. —dijo ella. Asentí. —No te atormenta.

—Son mi padre y mi hermano —dije —, no me importa nada más que salvar sus vidas.

—Esa afirmación no deja mucho margen de maniobra.

Se quedó en silencio. El interior de la bola volvió a moverse.

—¿Había otro modo de salir? —. La miré un instante, luego regresé mi vista al cristal.

—No lo había —sentenció. —Es del diablo de quien escapas. No creas que no tenía planeado el devenir de las cosas.

La observé, con su pelo blanco precioso y brillante cayendo por su hombro en una coleta apretada. Las arrugas de su frente demostrando que aquella mujer, que para mi era como una madre arisca y gruñona, había vivido y visto más de lo que cualquiera quisiera haber vivido y visto.

Pensé en mi madre. En su pelo negro, en sus ojos perdidos, en sus finos labios curvados en una sonrisa quebrada.

⎯¿La reina Ebba...⎯comencé. No seguí, no pude preguntarle y ella no respondió.

Tal vez no tuviera sentido preguntar por ella, tal vez Cyra no pudiera hablar de ella. Tal vez tampoco tenía nada bueno que decir de ella, al fin y al cabo.

⎯Mucha fragilidad ⎯dijo la bruja, mirándome.

— ¿Crees que las almas que el diablo va a pedirme son de malas personas? —solté.

Sus ojos brillaron, luego curvó sus labios en una efímera sonrisa.

—Eso es lo que quieres que diga ⎯sonrió con pesar ⎯, ¿no?

⎯Si.

⎯Al diablo no le corresponde llevarse las almas buenas, princesa.

—Pero es astuto.

—¿A qué le tienes miedo? —preguntó Cyra con firmeza.

Pensé en mi hermano muerto en el suelo con Hilda sollozando en su pecho.

—A nada. Solo quiero saber contra qué juego.

Cyra se levantó de la silla, arrastrándola lejos con las piernas pero sin hacer ruido alguno.

—Hay algo que debes ver.

Cubrió sus hombros con la capa burdeos y su pelo con la capucha, yo la imité. La observé descalzarse e hice lo mismo. Reconfortada.

⎯Tu mano.

Tendí la mano, la acunó con una de las suyas y dejó el dedo índice de la otra reposar en el centro de mi palma.

⎯No puedes intervenir en lo que te muestre ⎯dijo mirándome a los ojos. Yo fruncí el ceño: ⎯No te corresponde ⎯. Comprobó mi gesto, cuando lamí mis labios para decir algo, ella me interrumpió diciendo: ⎯O no te llevo.

⎯No intervendré ⎯sentencié.

⎯¿Eres consciente del poder que poseen tus palabras? ⎯susurró.

⎯Sí.

⎯¿Eres consciente del poder que lo otorgas a tus pensamientos? ⎯dijo ahora.

⎯No intervendré ⎯solo pude repetir.

⎯¿Te comprometes a vivir en paz con los tiempos del destino? ⎯siguió Cyra.

⎯No intervendré ⎯solté una vez más.

⎯Dilo.

⎯Sí. Me comprometo.

Cerró mi mano, me soltó.

⎯Poderes y responsabilidades. Honra tu palabra, princesa.

Luego abrió otra puerta oculta, una que hubiese jurado que no estaba allí hasta que ella puso la mano en la superficie.

La empujó, la seguí. Recorrimos un pasillo que nos llevó a la calle por la parte trasera de la posada.

—Subo protecciones —murmuró y la imité. —Lidera el camino.

Fruncí el ceño.

—No sé a donde vas.

—Pide que te muestren mi camino —dijo Cyra cerrando su capa aun más.

—Hiedras y espinas —

—Mostradme el camino de Cyra —me cortó la bruja.

—Mostradme el camino de Cyra —dije.

Y mis pies se pusieron a andar.

Pasamos calles a oscuras, calles vacías y silenciosas que bordeaban el pueblo. Nos plantamos a los pies del castillo. La miré, ante aquella pequeña puerta escondida por, como no, hiedras con espinas. Ella me adelantó y con un gesto circular de su muñeca se escuchó un chasquido. La puerta se abrió.

—Las puertas que son para ti, se abren con facilidad.

Otro pasillo oscuro, este con mucho eco. El ronroneo de nuestras capas contra el suelo era escandaloso en aquella absoluta nada. La bruja se detuvo cuando comenzamos a oír voces. Me miró por encima del hombro antes de apartarse e indicarme el camino con su brazo.

La adelanté y llegué a un pequeño agujero cavado con alguna herramienta que atravesaba el no tan grueso muro empedrado.

Cubrí mi boca con mis manos. Estaba frente la antesala donde el destino se revelaría entre el cielo y el infierno. Estaba a punto de descubrir el rumbo de mi vida. Estaba a punto de entender los susurros de las brujas, las decisiones de mi padre, el sacrificio de mi madre.

La sala estaba iluminada por las antorchas que colgaban de las forjas de las paredes. Y de las paredes también salían gruesas cadenas donde tres mujeres encadenadas permanecían desnudas y de rodillas. Quietas, sin mover ni un poco sus cabezas colgando hacia delante.

En el centro había una cuarta chica, de pie con ambas muñecas atadas a una cadena del techo. Estaba inconsciente y su cabeza caía hacia atrás mientras todo el peso de su cuerpo se apoyaba en su lado derecho. Tenia ese mimo hombro dislocado y todo el cuerpo lleno de moretones.

Una puerta se abrió con un estallido. Ninguna se movió. Godric entró acompañado de dos de los hombres viejos que se sentaban en su consejo.

⎯Bruja de Barlow ⎯el tono de Godric era desdeñosamente cordial ⎯, ¿será hoy el día en el que me digas donde está la Bruja Reina?

Pero la bruja de Barlow estaba inconsciente. Una de las mujeres arrodilladas movió ligeramente su cabeza.

⎯Soy tu rey, debes contestar ⎯añadió con total aburrimiento.

Uno de sus consejeros llegó al tablero que usaban de mesa, agarró un hierro, largo como mi pierna, se colocó detrás de ella, lo agarró con dos manos y aguardó.

⎯¿Un golpe seco la despertará? ⎯preguntó Godric mirando al otro hombre.

⎯En el trasero, sí ⎯dijo el viejo con los ojos brillantes. ⎯En la cabeza, no.

Hubo un silencio, mientras el futuro rey de Kent pasaba su peso de un lado al otro y miraba al chica ladeando el rostro. Luego se dirigió él mismo a la mesa, cogió una especie de guante grueso, le quitó el hierro a su consejero y lo puso directamente encima del fuego de la antorcha colocada cerca de las demás mujeres.

Di un paso atrás, miré a Cyra, con su rostro impasible. Apretó sus dientes y con un golpe de mentón me indicó que siguiera mirando.

En ese mismo instante Godric apoyó el hierro brillante encima de la piel de la mujer colgada. La Bruja de Barlow. Se despertó, gritando desesperada, sacudiendo su cuerpo para alejarse del hierro que Godric cada vez apretaba más contra su piel desnuda y magullada. Tiraba de sus muñecas, quebrando su piel, tirando más y más del hombro dislocado. Su sufrimiento fue demasiado largo, demasiado intenso, demasiado inhumano. Cuando él decidió apartar el hierro, la chica siguió agonizando por lo que me pareció una eternidad. La eternidad que el calor tardó en dejar de abrasar cada capa de su piel hasta llegar al hueso.

Tenía un peso tremendo en el pecho, los latidos de mi propio corazón me ensordecían.

⎯Ah, hola querida ⎯le sonrió y la sonrisa del maldito Godric fue arrebatadora y atractiva ⎯, quería saber donde puedo encontrar a la Bruja Reina.

La mujer, levantó la mirada, al fin.

⎯Créeme, a mi también me encantaría saber donde está.

⎯¿Debo creer que no sabes donde encontrarla? ⎯se rió él.

⎯¿Tengo la pinta de alguien que sabe donde está su único salvoconducto? ⎯espetó.

Godric dio un paso atrás, ofendido, con una arruga entre las cejas. Como si no fuese él quien estaba torturándola. Como si todo aquello fuese solo culpa de la mujer.

⎯Tienes pinta de proteger a lo que más quieres ⎯, sentenció él⎯igual que yo.

⎯Cásate ya con la princesa de Sussex y muere, monstruo ⎯le escupió en los pies.

Godric no perdió los nervios, pero tampoco se dignó a decir mucho más, puesto que movió el hierro en sus manos, se acercó a ella y abriendo las piernas alzó el arma a la altura de la cara de la mujer.

⎯En el rostro no, su alteza ⎯intervino uno de sus dos acompañantes. ⎯Si la deja inconsciente, no avanzaremos.

El Rey Maldito suspiró con frustración, bajó el hierro y descargó el golpe sobre las caderas de ella. Quien soltó un bramido desgarrador. Cuando volvió a levantar el hierro, ella gritó:

⎯¿Crees que si supiera donde está la Bruja Reina hubiese caído en tus trampas?

⎯¿No? ⎯preguntó él con un brillo en los ojos.

⎯Nadie sabe donde está. Lo único que se sabe es que hay una maldición y ella se encargará de que se cumpla. Lo único certero es que vas a morir.

El hierro cayó al suelo. Godric peinó algún mechón de pelo que se le había descolocado de lo alto de la cabeza.

⎯Elige a dos de las niñas ⎯dijo, a la nada.

La mujer se sacudió un poco. Luego desistió.

Uno de sus hombres llegó más cerca del agujero por el que yo miraba, acercándose a las muchachas encadenadas y dejándome ver su rostro a la luz del fuego. Era Sige, no un viejo consejero. Era Sige Borton. Desencadenó a dos de ellas. Las incorporó de un tirón y al ver sus cuerpos enteros entendí que no superaban los doce años.

⎯Elige a la que vas a salvar ⎯le dijo Godric mirando a la Bruja de Barlow, pero dirigiéndose a Sige.

Él las repasó de arriba abajo, miró sus rostros, sus manos, sus dientes. Eligió a una de las dos. La más menuda.

⎯Ésta.

Godric se acercó a ella y le dijo:

⎯Tu, mi niña, has tenido una gran suerte.

Ella, pobrecita mía, se hecho a llorar en silencio.

⎯Y tu ⎯los ojos de Godric se clavaron en la otra ⎯, vas a ser mi ayudante esta noche.

Sige salió de la cueva con la niña en brazos, envuelta en su capa.

La puerta se cerró de un golpe y Godric le dio una pequeña cuchara de hierro a la chica restante.

⎯La Bruja de Barlow no va a necesitar sus ojos.

La niña miró la cuchara que sostenía el Rey Maldito ante sus ojos y se tiró de rodillas, llorando desesperada.

⎯¿Hasta cuando más voy a tener que seguir mirando esto? ⎯murmuré mirando a Cyra.

⎯Eres consciente del poder que poseen tus palabras. Te comprometes a creer en los tiempos perfectos del destino. Honra tu palabra, princesa.

Respiré profundamente.

⎯¿No sabes como hacerlo? ⎯dijo él con fingida dulzura ⎯. Mira.

Y todo pasó demasiado rápido.

Godric se abalanzó sobre la mujer atada, agarrando su cabeza en un puño de cabello y clavó la cuchara en su ojo, arrancándoselo de la cuenca en un movimiento seco. El rostro perfecto del Rey Maldito quedó manchado de oscura sangre y su sonrisa creciendo al tiempo que la puerta de la cueva volvía a abrirse de un portazo ensordecedor.

Un viento entró, congelándome los huesos, unos ojos amarillos a ras de suelo aparecieron un instante en la oscuridad de la entrada. Palo parpadeó una vez, luego se marchó.

⎯Cazador ⎯susurró Cyra a mi lado justo antes que Athelstan entrase desesperado a la estancia.

Pecho desorbitado, cabello alborotado y rostro desencajado.

⎯¿Qué estas haciendo? ⎯gritó. Miró su entorno, se quedó congelado. ⎯Eres un asqueroso monstruo, Godric ⎯susurró. ⎯¿Qué estas haciendo?

Godric tiró la cuchara al suelo, sacudió sus manos, se acercó a él.

⎯Hermano, cálmate ⎯dijo ⎯, te dije que no podía esperar más.

⎯Era mi trabajo encontrar a la Bruja Reina. ¿Qué haces? ⎯le gritó de nuevo.

⎯Y nunca lo hiciste.

⎯¿Te estas viendo? ⎯miró de nuevo a la mujer colgada, inconsciente ⎯¿Como puedes hacer esto?

⎯El fin justifica los medios ⎯Godric se encogió de hombros, de espaldas a mí. Yo estaba apoyada en el muro de piedra, con mi cara aplastada en el agujero, mis uñas rompiéndose contra la pared. ⎯Debo desposar a Eda y debo vivir.

⎯Nada justifica esta maldad ⎯los ojos del cazador se clavaron en su hermano mayor ⎯. Nada hace que debas desposarla, nada justifica ya que vivas.

Y esas palabras sonaron como una amenaza escalofriante. Una amenaza que resonó por todas las piedras del castillo, corrió por las calles, entró en los pasillos de la catedral y juró promesa ante los pies de todos aquellos reyes que vendrían después.

Godirc estaba muerto. Había escrito su propio destino. Y a lo mejor en eso consistía la maldición que su propia madre le había echado encima. El niño que crecería para matar y maltratar a todos aquellos que podían salvarle, con el fin de no morir, para, inevitablemente obligar a quienes le amaban a matarlo.

⎯Prendedle ⎯murmuró el Rey Maldito.

Hombres aparecieron de puertas escondidas en las sombras, agarrando a Athel de brazos y piernas. Godric levantó el maldito hierro una vez más y le asestó un tremendo golpe en la cabeza al cazador.


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Bien, aquí comienza una nueva etapa de la historia y de sus personajes.
Hay muchos hilos de los que tirar y muchos enredos que solucionar, así que probablemente esta segunda parte no vaya a dejaros indiferentes.

Hagamos un trato: Yo os regalo esta historia entera y gratis y vosotras comentáis, votáis y compartís mi novela para que llegue a gente. Esa es la mejor manera de agradecérmelo (y como nos conocemos y os adoro, sé que siempre queréis agradecérmelo!).

💬 Va: ¿Quien está por aquí hoy? Presentaros. Mostraros.

Os mando amor!

M.R.Marttin

Ps: Recuerda buscarme en mis redes sociales 🩷

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