RECAP
Al meter la cabeza en el espejo del tiempo, vi primero oscuridad, luego el cuerpo de mi hermano muerto ya abandonado en medio de una calle. El estómago se me revolvió.
Hilda llegó a la escena. Se dejó caer de rodillas al lado del cuerpo de mi hermano, cerró ambos puños en su pecho y lo golpeó un par de veces, con incredulidad en su mirada, tratando de despertarle. Él no se movió. Ella volvió a golpearle, jadeó. Al fondo y de entre las sombras salieron dos hombres con capas rojas. Traté de avisarla, pero ella no pudo oírme y mientras sollozaba con su cara escondida en el pecho sin vida de Cen, la agarraron de los brazos y apoyaron una daga en su garganta, cortando en un movimiento limpio.
-Maldición -gruñí.
Salí de la visión, llegué hasta la cama, cogí el arco sin flechas y lo colgué en mi espalda, atravesado. El algiz blanco y rojo, lo metí en la cinturilla de mi vestido. Trencé mi pelo y materialicé un lazo blanco que até en la punta de esta. Agarré el pergamino, la pluma y entonces le llamé.
Ahriman apareció con sus aires de azufre y podredumbre. No dijo nada, nada en absoluto. Solo tendió su mano en el aire, con lo que pareció un humor liviano y aguardó.
-Ya no quiero comida o agua -dije.
-Bien -contestó. Movió los dedos huesudos, para que se los estrechase.
-Te traeré a las cinco almas y a cambio me dejarás salir de aquí y moverme por el mundo físico a mis anchas. Quiero ser vista y quiero ver e interactuar con los demás, como si no tuviese un lazo contigo. Quiero mi vida de vuelta.
-Tú misma ejecutarás a esas almas -me recordó. -Sin hacer preguntas.
-Bien -dije. Asintió.
-Yo, Ahriman, rey de las sombras, prometo dejarte salir al mundo físico y moverte por él a tus anchas, ser vista y ver, interactuar con los demás como si pertenecieses a ese mundo y no tuvieses un lazo conmigo, volver a tu vida, a cambio de que seas la mano ejecutora que me entregue a las cinco almas que elija deben pasar al otro plano.
-Yo, Eda, ejecutaré a esas cinco almas sin preguntar.
-Si no lo haces, -siguió -me entregarás las vidas de tu padre y de tu hermano.
El cuerpo de Cenwalth en el suelo me nubló los ojos. El cuello sangriento de Hilda, también. No les dejaría morir. A ninguno. Mataría a esas cinco almas y salvaría a aquellos que amo.
Creo que escuché a Hilda quejándose en mi cabeza, gritaba palabras que bloqueé fuera de mi mente. Sabía que estaba vendiendo mi alma, que matar no era tan fácil, sabía que podía hasta ser una trampa, pero también sabía que no podía seguir encerrada en aquellas paredes sabiendo todo lo que sabía ahora. No seguiría aguardando pacientemente mientras allí afuera se desarrollaba una catástrofe épica. No mientras me quedasen fuerzas para hacer algo.
-Y el espejo, se viene conmigo -dije, por último. Ahriman rio.
-El espejo es tuyo -se limitó a contestar. - ¿Firmas mi contrato?
Al estrechar su mano, sus dedos crujieron bajo los míos y la figura del diablo se transformó en una sombra creciendo ante mí. La capa cayó a sus pies y él creció por todo lo alto y ancho de la habitación, inundándolo el espacio, sin soltarme. Haciéndome sentir diminuta.
Antes de desaparecer vi su cara transformándose en la mía. Una versión más solemne y madura de mí misma con unos gruesos cuernos enroscándose por detrás de mis orejas y sus ojos ámbar convirtiéndose en rojo sangre.
Luego; libertad, y en la mano con la que acababa de sellar mi contrato, la daga de mi hermano.
La puerta de la habitación se abrió, mi corazón repiqueteó entusiasmado. Palo tiró sus orejas hacia atrás y afinó su morro.
Salí tan rápido de allí que creí podría volar por las escaleras. Cuando llegué abajo y abrí la segunda puerta de la torre, me encontré con el pasillo largo y ancho del castillo, con el frescor de sus paredes gruesas de piedra y la luz rojiza de las antorchas moviéndose con la brisa que entraba de esa puerta que yo acababa de abrir, sonreí con alivio.
Un montón de cosas pasaron mientras recorría, a gran velocidad como una niña entusiasmada, las estancias que me separaban de los míos. Voces en mis oídos, gritando, susurrando, cantando, murmurando palabras, quejas y hechizos. Mis emociones desbocadas, los sentimientos a flor de piel. Corazones repicando, el mío y el de otras.
Lo ignoré todo. Absolutamente todo.
Llegué al pasillo principal seguida por el zorro, empujé las puertas de mi habitación, que encontré completamente vacía, recorrí el espacio hasta mi cama, miré la puerta secreta detrás de lo que un día fue un tapiz de ciervos y tiré de ella. Recorrí el estrecho pasillo, bajando escaleras y pateé, literalmente, la puerta al final de éste.
Las voces que había en la habitación contigua cesaron. Hubo un silencio donde el tirón en mis entrañas, aquél tan primitivo y gutural, aquel que me reafirmaba que estaba en el camino adecuado y que aquella otra alma atada a mi era mi compañero perfecto, se intensificó.
Cuando escuché sus botas acercarse lentamente a la habitación, no pude aguantarlo más y corrí hasta la puerta, abriéndola y tirándome a sus brazos.
Me recibió justo como esperaba. Firme y dulce. Me abrazó con dureza, aplastándome contra su torso y escondiendo su rostro en mi cuello. Agarrada a él fui capaz de distinguir el momento exacto en el que el ritmo de nuestros corazones se acompasaba, uniéndose, reencontrándose de nuevo.
-Gracias al cielo -murmuró, -maldita sea.
Me retiré ligeramente, con nuestros brazos aun sosteniéndonos el uno al otro, para mirarle. Sus ojos azules estaban radiantes, su mentón apretado y la arruga entre sus cejas se relajaba lentamente mientras absorbía cada detalle de mí. Tan apuesto, tan letal.
-Hola, cazador -susurré. Una gran sonrisa decoró mi cara. Él la imitó.
-Hola, mi amor.
Athel apoyó su frente en la mía unos segundos, respirando grandes y profundas bocanadas de aire. Moví mi cuerpo de nuevo, tratando de ver su rostro, pero me retuvo un momento más.
-Espera -susurró. Sonreí, incliné mi cabeza, subiendo sobre las puntas de mis pies, para poder acariciar su nariz con la mía.
-Necesito hablar contigo -le dije, con cautela -. A solas.
-Y yo -murmuró.
Y fue en ese momento cuando, sus manos recorrieron mi espalda hasta enredarse en mi cabello, acariciando mi cuello y mirándome con deleite. Debajo de sus intensos ojos azules pude ver, por primera vez, los círculos de cansancio, como un recordatorio de la situación en la que nos encontrábamos.
-Me alegra que estés de vuelta -dijo -. Creí que me iba a volver loco.
Acorté la distancia entre nosotros y le besé. Fue un beso tierno y cargado de amor, un amor que explotó de mi pecho y me envolvió, liviana, como envuelve y transporta la brisa a un pétalo de margarita flotando en una tarde de verano.
-No estamos solos -dijo ahora en mis labios, los suyos curvados hacia arriba, disfrutando el momento tanto como yo.
Otras botas comenzaron a acercarse a la habitación. Nos soltamos con un suspiro y pusimos distancia entre nosotros, aguardando. Sus ojos nunca dejaron los míos y mordí mi labio para no sonreír. Toda la estancia estaba tan llena de su presencia, que podía olvidar hasta mi nombre.
Cen entró en la habitación en ese mismo momento, su boca cayó abierta cuando me vió allí clavada. Salvó el espacio y me agarró la cara entre las manos, buscando heridas. Luego besó mi frente. Le siguió mi padre y Hilda.
-Hija -dijo Edward, parando al lado del cazador. - ¿qué has hecho?
-Yo también me alegro de verte -le contesté. Cen me soltó en ese momento y se quedó a mi lado. Yo agarré sus dedos un momento, en un intento desesperado por sentir los latidos de su corazón, vivo, allí.
Cuando miré a Hilda, casi se me saltan las lágrimas. No me importó que ella me mirase con juicio, probablemente maldiciéndome. Luego bufó, un bufido tan alto que Cen pegó un brinco, y sorteó el espacio entre nosotras para darme el abrazo más cálido que aquella bruja me daría jamás.
-Animal salvaje -dijo. Luego miró a mi padre, para ver si se había sentido aludido por el modo en el que solía llamarme él.
Me separé, besé su mejilla pálida y toqué su pelo corto y negro.
- ¿Sobre qué conspiráis aquí escondidos? -pregunté cuando nos acomodamos en los sillones de la sala principal del príncipe.
Edward se sentó a mi lado, Cen en frente de mi con Hilda acomodada a su derecha y Athel quedó de pie, al lado de la chimenea. Nadie podía quitar sus ojos de mi.
-Tu padre y tu hermano -comenzó Hilda ignorando las miradas mortales que los hombres le dedicaron -trataban de convencer al cazador de que era una mala idea hacer un trato con el diablo para traerte de vuelta mientras tu -sonrió, todos me miraron -hacías tu propio trato para salir.
Cen saltó del sillón, Athel recorrió el espacio hasta quedar a pocos centímetros de mi asiento.
- ¿Cómo creíais que habría conseguido volver, sino? -se mofó ella. Yo sonreí lentamente.
-Sonrisa endiablada -anunció mi padre. -Significa que es cierto, has hecho un trato.
- ¿Pero qué te pasa? -voceó mi hermano. - ¡Estas demente!
-No te exaltes -Hilda estaba divertida. -No hay otro modo de salir de ahí, ya lo sabes.
Mientras se fulminaban el uno al otro con la mirada, yo miré a Athel, allí plantado, con las manos cerradas en puños y los dientes apretados, marcando su mentón cuadrado. Lucía torturado.
- ¿Ibas a hacer tú el trato con él? -le pregunté. Miré a mi padre y a mi hermano, tratando de averiguar qué les parecería a ellos aquél sacrificio del príncipe.
Athel no contestó. Sin embargo, miró a Hilda y dijo:
- ¿Hay manera de romperlo?
-No voy a romperlo -sentencié antes de que la bruja contestase, ganándome así las miradas de todos. -Voy a cumplirlo y ser libre. Se avecina una guerra, ¿sabéis eso ya?
-Offa está de camino a Canterbury para conocerte -explicó mi padre. -Godric no le ha dicho que has desaparecido.
-No va a conocer a nadie mientras siga siendo la princesa de Sussex -escupió mi hermano. -De todos modos, creo que debemos mantenernos como hasta ahora, -continuó -pretender que tu no estás aquí.
-Estoy de acuerdo -ese fue Athel -. Es lo más sensato.
-Offa maldecirá a Kent y Sussex si se entera que la princesa ha desaparecido -sentenció Edward -en manos del diablo, ni más ni menos.
-Nadie tiene porqué saber esa información, padre -dijo mi hermano -. Y dudo mucho que Godric sea tan necio como para contárselo, pondría su reinado en peligro.
- ¿Qué crees que dirá cuando llegue el rey de Marcia y la princesa Eda no esté por ninguna parte? -le retó Hilda.
-Eso es problema de mi hermano, no nuestro -gruñó Athel.
-Creo que anda buscando a una muchacha con el pelo en llamas y así pretender que es Eda -murmuró Edward. Encontré esa idea divertida. Fantaseé con Godric enamorándose de esa muchacha y dejándome en paz. Luego la compadecí.
- ¿Ha descubierto alguien el motivo por el que Godric me ha entregado a Ahriman? -pregunté. Todos me observaron un momento. Hilda sabiéndolo todo, Edward y Cen demostrando que no tenían ni idea, y Athel con aquella seriedad suya que me avisaba de que había algo más. No insistí, supe que no querrían desvelar demasiado unos delante de otros.
-Ni siquiera sabemos si ha sido Godric, hermana -dijo Cen al fin. -Está como un loco, buscándote por todas partes.
-Eso es por qué cree que ella es la pieza que necesita para romper su maldición -dijo Athel.
-Ahriman nunca te entregó a él -me recordó Hilda. -¿Sabes el motivo?
-Mencionó que no había cumplido su parte del trato aún -murmuré. -Me mantendré en las sombras, -dije -no le diremos a nadie que he salido de la torre y seguiré las ordenes que se me den.
Todas las cabezas se giraron a la vez, mirándome con sorpresa, como si no pudiesen creer las últimas palabras que había declarado. Yo, cumpliendo órdenes era otro nivel de mi misma.
-Al final resultará que una temporada en el infierno amansa a las fieras -bromeó Cen. Mi padre le fulminó con la mirada.
-No cantes victoria tan pronto -gruñó el rey, luego me miró. -Puedes esconderte en mi habitación.
-En tu habitación, -interrumpió Hilda sin modales -en la mía o en la de Cen, son los lugares que más controlados tiene el futuro rey de Kent.
La miré elevando una ceja, sus ojos brillaron con diversión.
-¿Estás diciendo que debo quedarme en la habitación del príncipe? -pregunté lentamente, en su cabeza-
-Princesa descarada -contestó.
-No soy yo quien lo ha insinuado -le contesté.
-En la del príncipe tampoco es una buena idea -dijeron mi padre y mi hermano a la vez.
-Que Athel duerma en la de Eda, entonces -sugirió la bruja.
-Puedo regresar a mi torre -dije. En realidad, esa también era una buena idea. No les gustó, sin embargo.
-Si Godric te sorprende en mis aposentos... -dijo Athel con seriedad. No hizo falta que terminase la frase.
Cuando le miré, vi en sus ojos la determinación. Asentí lentamente.
-En el pueblo encontraré un lugar en el que ocultarme -dije al fin.
-Esa es una estupidez -murmuró Edward.
-La mayor estupidez que has dicho hasta la fecha -añadió Cen.
-Dudo que esa replica sea remotamente cierta, Cenwalth I -le dijo Hilda con aburrimiento -te puedo hacer un repaso de estupideces que ha dicho tu hermana y te prometo que hay de más escandalosas.
Cen soltó una carcajada y Hilda le sonrió. Yo les miré, con aquella complicidad desenfadada y luego les recordé muertos en medio de una calle en ruinas.
-No es una buena idea -dijo mi hermano de nuevo.
-Solo das problemas, -la bruja se encogió de hombros -no soluciones.
-Deberías ir con ella -siguió después de un largo suspiro. Inconscientemente, volví a enredar mis dedos con los suyos. Él me miró confundido.
-Hilda ha estado alrededor del castillo desde que me fui -dije. Mi padre resopló, sabiendo qué más iba a decir. No pude evitar sonreír. -Si se marcha ahora, será sospechoso.
-Diremos que la he enviado a Sussex -rebatió.
-Tiene razón, -Hilda añadió, mirándome lentamente -no debo desaparecer. -Después de una pausa añadió: -Tampoco creo que quiera estar delante cuando comiences a saldar tu deuda.
☽☾
Athel y yo caminábamos por las calles quietas del pueblo a media tarde. Era un día inusualmente soleado y cálido y las gentes, habían dejado sus quehaceres para festejar el clima cerca del rio. Aprovechamos ese momento para dirigirnos a la posada más alejada del castillo, en la que yo viviría los próximos días.
-Necesito saber qué es lo que le has dado al diablo -murmuró, con su fría mirada al frente. El mentón tenso le daba aire de guerrero letal. Era, ciertamente, el hombre más atractivo que había visto en mi vida. Sonreí. Él me miró con el ceño fruncido. Lo relajó al ver mis labios. -Dime al menos que no va a alejarte de mi nuevamente.
-No lo va a hacer -le aseguré. -No temas.
-Me aterra pensarlo, de hecho -apretó los dientes. Acaricié su rostro y él se detuvo y me enfrentó.
En un momento tenía sus brazos alrededor de mi cintura y su frente apoyada en la mía.
-Pues no lo pienses más -susurré. Cuando asintió, acarició con su nariz la mía. Suspiró a modo de rendición y tocó mis labios en un casto beso.
-No olvides que estoy aquí para ayudarte, ¿de acuerdo? -dijo. Cuando sonreí, siguió: -He estado recibiendo misivas - Le observé curiosa. -No sé de quien son, pero contienen información importante.
-Soy todo oídos.
Athel entrelazó sus dedos en los míos, sosteniéndome con seguridad. Comenzamos a movernos de nuevo. La posada al final de la calle, rodeada de un patio verde y altos árboles. Llevó mi mano a sus labios y la besó. Tuve que morder mi labio inferior para no sonreír como una niña.
-Me han criado para ser la figura opuesta al futuro monarca de mi propio reino, Eda. He crecido sabiendo que mi destino sería derrotar a mi hermano en las sombras. Se me ha puesto la cruz de ser el traidor que libera a un reino por la ambición de una madre que solo busca el bien. – Le miré, apreté mis dedos en los de él. -Incontables noches me he preguntado si estaría siendo un necio títere siendo entrenado para cumplir con lo que la reina quería. ¿Sabes? -me miró de soslayo, asentí, queriendo que siguiera hablando -Me he preguntado tantas veces como puede ser que alguien al que amas te presione para cometer un acto tan atroz, aunque sea para un bien mayor. Y, -carraspeó -la noche en la que apareciste en el rio, con tu capa verde y tus ojos llenos de ignorancia brillando con hambre de aventuras -hice una mueca por la burla y Athel sonrió, una pequeña y hermosa sonrisa -había decidido separarme de mis hombres y desaparecer. Dejar al reino de Kent con sus problemas bien lejos de mi. ¿Me hace eso un cobarde? Tal vez. - Se encogió de hombros -A ojos de muchos. - Después de una pequeña mueca añadió: -Pero, bajo mi punto de vista, estaba siendo el hombre que elije su destino y no el niño ciego que sigue las normas que le imponen.
Los labios me temblaron al escuchar aquellas palabras. Aquel discurso que tantas veces me había dicho a mi misma, aquel motivo que tenía él para escapar de Kent era el mismo que me hizo a mi salir de Sussex a escondidas. Y él lo había sabido todo el tiempo, por eso me miró como si acabase de caer del cielo, la noche en la que le dije estar escapando de un padre y un prometido.
-Luego vi el modo en el que te brillan los ojos cuando un niño sufre -me miró, sostuve el aire en mis pulmones -, como no corre duda en tu rostro al dar un paso al frente por aquello en lo que crees y he entendido que, sí hay un bien mayor al que debo mi honor. Pero no lo haré por Sunniva, ni por Kent. Lo haré por todas esas chicas a las que no podemos salvar desde los muros de esta ciudad, por los niños en peligro y las buenas personas que no se merecen las cosas malas que les pasan -Suspiró. -Y entiendo que esas cosas malas, son mi hermano y sus alianzas malévolas. Y que si hay alguien que puede detenerle, ese soy yo.
Y mientras veía tantas cosas bonitas correr por los ojos de aquél hombre fuerte y valeroso, supe que sería yo la mano ejecutora de todo aquél desenlace, solo para quitarle el peso a él. Lo sentí en mis entrañas como una verdad escrita a fuego en las estrellas.
-No creo que haya nadie en ese castillo en el que debamos confiar.
Se detuvo delante de mi, ante la posada, y con sus manos ahuecó mis mejillas. En ellas habían lagrimas que no supe hasta ese momento que estaba derramando. Las atrapó con sus pulgares y inspiró lentamente, mirándome con detalle.
-Todos guardan secretos -asentí.
-Algunos los guardan para protegernos -dijo. -Otro para dañar. Y sin embargo, desde aquella primera mirada burlona que me diste en el rio, princesa, sé que tu eres, verdaderamente, la persona en la que debo confiar.
Sonreí lentamente y él atrapó mi labio inferior con su pulgar un momento, despertando mi cuerpo entero con el calor.
-¿Quién te manda misivas? -pregunté lentamente. Cuando él miró mis ojos, yo ya sabía la respuesta. -La Bruja Reina.
Sonrió, con brillo y triunfo y al inclinarse para atrapar sus labios en los míos, una tercera voz dijo:
-Entra, niña. Te estamos esperando.
Cyra nos miraba, con los brazos cruzados delante de su pecho, apoyada en el quicio de la puerta abierta de la pequeña y mullida posada que habíamos elegido para esconderme.
-Ni siquiera voy a sorprenderme por esto -mustié. Di un paso lejos de Athel, suspiré y me encaminé hacia ella.
Cuando él se acercó, Cyra dijo:
-Cazador, regresa mañana.
-Entonces, -gruñó -vas a tener que dejarnos terminar.
Y antes de que yo entendiese a qué se refería, atrapó mi muñeca, girándome ante él de nuevo y llevando su boca a la mía, en el beso más crudo que me habría dado hasta la fecha. Agarré su pelo largo y negro en mis manos, para colgarme de su cuerpo, mientras él me levantaba del suelo con sus brazos. Intensifiqué el beso, deteniéndome a saborearle, a disfrutar del gozo calentito recorriendo mi cuerpo entero y nublando mi mente.
-No voy a arriesgarme a que alguien nos separe de nuevo y no me haya despedido como dios manda -dijo al separarse y ver mi sonrisa socarrona. Arrugó su nariz en una mueca.
- ¿Significa que vas a besarme así cada vez? -dije. - ¿Incluso delante de los demás?
Él soltó una risotada honda y rodó sus ojos. Luego se puso serio de nuevo.
-Pronto, sí.
Besó una última vez mi nariz y señaló a la bruja con su mentón.
-Te veré esta noche, no mañana -murmuré con un guiño. Él sonrió como un niño travieso.
Cyra seguía mirándonos cuando atravesé el jardín delantero de la posada y llegué hasta ella.
-Que oportuna eres.
-Llevas llamándome una semana entera -resopló ella- ¿y ahora que me tienes delante no me das ni un abrazo?
- ¿Has acudido a alguna de mis llamadas? -le dediqué una sonrisa fría. -Tenemos que hablar y Athel debe escucharlo.
Le miré por encima del hombro, plantado en medio de la calle, con las fuertes piernas, enfundadas en unas botas altas de piel negra, ligeramente separadas y los brazos en sus caderas. El ceño fruncido, el pelo semirrecogido ahora más despeinado por mi culpa. Tan apuesto.
-Athelstan, -Cyra alzó la voz -no debería ser descubierto aquí, a solas contigo.
Unos cascos resonaron en el callejón, él se giró lentamente y Cyra batió sus manos en el aire, como si acariciase una burbuja invisible. Di un paso atrás al ver quien venía al trote sobre una montura negro azabache.
-Hermano -bramó Godirc. Llevaba muchos días sin verle, y aunque no esperaba sentir nada más que repulsión al volver a tenerle delante, hubo algo. Algo más hondo y profundo, como el reconocimiento de la bestia. Como si estuviese viendo un pedazo de Ahriman. Me estremecí. -No sabía que frecuentabas la vieja casa de prostitutas.
Athel le miró, poco impresionado, mientras dos hombres más aparecían detrás del rey maldito, flanqueando su espalda.
-Pues ya lo sabes -se limitó a contestarle. - ¿Qué buscas tú por aquí?
Godric miró en nuestra dirección, pero sus ojos no repararon en la bruja o en mí.
-Sigo buscando a mi amada -contestó con una arruga entre las cejas. -No en este cuchitril, claro -soltó una carcajada cruel señalando la posada -, pero hemos flanqueado el bosque una vez más.
- ¿Ha habido suerte? -preguntó el cazador.
-Me sorprende que no estés ayudándonos con eso -Godric torció el gesto, dándose golpecitos en su nariz un tanto aguileña. Con los ojos azules repasó a su hermano. -Ella salvó a Aaron, ¿no le debes al menos eso? Es tu futura reina.
-Creí que su prometido no tendría problemas en encontrarla -encogió Athel los hombros. Hubo un toque áspero en su voz. -Sigo buscando a la Bruja Reina, hermano. ¿No era eso era lo que querías?
-Por supuesto -murmuró después de una pausa.
-Nos retiramos -susurró Cyra, con sus manos aun en alto.
Yo retrocedí lentamente, adentrándome a la posada, pero sin quitar los ojos del cazador. Sintiéndole tan cerca pero rehuyendo de la idea de tener que separarme de él o perderle de vista otra vez. El lazo entre nosotros dio un tirón y él hizo el amago de girarse.
-No -susurró Cyra como si pudiese escucharla -, no nos mires o él nos verá también.
Cuando la puerta se cerró entre nosotros, me recorrió un calor.
La posada por dentro era acogedora. Había varias mujeres sentadas en algunas mesas dispuestas en el comedor central. Ni siquiera me sorprendí al ver a Tora Bonfire, entre ellas. Todas vistiendo sus capas burdeos.
-Bienvenida a la guarida del león, princesa -dijo ella con una cálida sonrisa. Su pelo rubio estaba suelto y ondeaba en su espalda. Lucía más delgada que la última vez que la vi, en Burford, al conocer a Hilda. Su mirada llena de calidez seguía allí.
-Cyra -dije tentativa -, necesito un momento a solas contigo.
Al asomarme a la pequeña ventana delantera, vi a Athel subir a una de las monturas y cabalgar lejos con su hermano. No me perdí el efímero instante en el que miró la posada por última vez.
Cuando la bruja se unió a mi, clavé mis ojos en ella.
-¿Seguimos estando a salvo aquí ahora que Godric ha visto a Athel merodeando cerca? -pregunté.
-Sí, -contestó tranquilamente -en el improbable caso de que el rey maldito se sintiera curioso por ésta vieja casa de prostitutas y viniese a hacernos una visita, se encontraría con lo que realmente es -forzó una sonrisa -una casa de prostitutas.
Miré un momento sus ojos helados. Luego a las mujeres alrededor de las mesas, cenando, riendo, cantando. Algunas, no todas. Esas otras que no sonreían vestían un intenso vacío, parecía que las sombras seguían cada uno de sus movimientos. Aquellas mujeres, también habían sido marcadas por el diablo.
-Marcadas por los hombres malvados -me corrigió ella. Fruncí el ceño. -Sin embargo, no vas a tener que matar a nadie por estos lares, princesa. Nosotras las protegemos. – Después de un silencio añadió: -Es un buen escondite, créeme.
-Es un escondite horrible -sentencié -. Es horrible que exista, que se vean forzadas a esto.
-Por eso mismo sus esperanzas están en tu próximo movimiento.
- ¿Por qué no huyen? -dije.
- ¿Por qué regresaste tu después de huir? -cuando no contesté, ella dijo: -Porqué ahí fuera, el mundo es igual de malo que entre los muros de una ciudad. El cambio debe hacerse desde dentro.
Hice una pequeña meca. Tenía razón. Como siempre.
De pronto, me atreví a decir:
-Sé que hay un hechizo de silencio sobre tus labios.
Cyra me miró, con un instante de sorpresa y otro de orgullo.
-Perfecto -dijo al fin. Me dedicó una sonrisa felina, abierta, enseñando todos los dientes.
-Sospecho que la historia de mi madre maldiciendo a Godric para que no me despose, es mentira -seguí. Ella solo me miró. -Es lo único que podías decir que se parezca remotamente a la verdad, imagino.
-Imaginas bien -asintió. -Aunque sí está maldito.
-Sé que hay algo más grande aquí, algo que no sé y que pronto averiguaré -seguí. -Algo que comenzó mucho antes de nacer yo.
- ¿Quién te ha ayudado a despertar, al fin? -dijo ella. -Si es que quieres compartir eso conmigo.
Chasqueé mis dedos, como si fuese una reina arrogante y poderosa y supiera que con ese movimiento tendría el mundo a mis pies. Todas las mujeres, brujas y prostitutas, me miraron a la vez cuando el espejo apareció a mi lado, apoyado en la pared.
El brillo en los ojos de Cyra fue tal que creí que me iba a derretir de lo orgullosa que estaba de mí misma en aquel instante. La había impresionado.
-Puedes echar un vistazo -lo señalé con el pulgar. Ella lo miró, curiosa, pero no se acercó.
Como si estuviese esperando aquella precisa señal, Palo salió del espejo, tranquilísimo, le dedicó una larga mirada a la bruja, y se sentó entre mis piernas.
-Podemos mirar juntas -sugirió ante un comedor sumido en el silencio.
-No creo que quiera ver de nuevo lo que hay ahí dentro, -encogí un hombro -no ahora mismo, al menos.
-No siempre verás lo mismo -reflexionó - ¿o si?
-He visto lo mismo dos de cada tres veces -soné como si me hubiese asomado a aquella ventana de mundos extraños infinidad de veces.
-Algo habrá en lo que se te muestra que requiera de tu acción -sugirió. La miré en silencio, ella echó un penetrante vistazo a las demás mujeres y éstas siguieron hablando y metiéndose en sus asuntos. Luego apretó los dientes: -Es Offa, ¿cierto? Ves lo mismo que yo.
-¿Crees que puede ser -susurré -que la Bruja Reina me hable a través de un pergamino?
Cyra abrió mucho los ojos un instante, luego cerró la boca con fuerza y sonrió, tratando de no carcajearse. Elevé una ceja, descontenta con su mofa reprimida. ¿Tan ingenua sonaba?
Para mi sorpresa, cuando se recompuso dijo:
-Tiene todo el sentido del mundo, sí. Puede ser ella. – Luego agarró mi muñeca y nos dirigió a una mesa un poco más apartada. Palo nos siguió y una mujer joven dejó dos jarras de vino caliente en medio. -Puede ser cualquier otro, también.
- ¿Qué otro? -quise saber.
-Cualquiera que esté al acecho y haya visto que comienzas a usar tus poderes.
-Estoy bastante segura, -le di un trago al vino -que estos no son mis poderes. -Ella enderezó la espalda y me miró, curiosa, esperando a ver con qué teoría salía, supe. -Puedo traer espejos desde que he estado en el inframundo. Todo esto es obra de Ahriman y las fuerzas y reglas que rigen en su mundo. Es parte del trato.
-Si tu yo de hace tres meses estuviese aquí escuchando el modo en el que hablas a día de hoy, creo que se desmayaría -apuntó. Suspiré.
-Probablemente no -rebatí. -No suelo desmayarme.
-Tampoco sueles entrar y salir del infierno, -sonrió burlona -siempre hay una primera vez para todo.
-Creí que éste sería una cueva con fuego y demonios, como en los viejos cuentos de noche que contaba la institutriz en el castillo para que no escapara a buscarte.
-Y gracias a que ella te contaba esas historias, tu nunca las has creído o temido -. Alzó las cejas - Es por eso que no has ido a parar a esa versión del infierno.
-Explícate -demandé.
-El infierno se presenta ante cada uno con la versión de aquello que más tememos. Es la verdadera materialización de nuestra sombra.
-Mi mayor miedo es una habitación vacía -mustié poco convencida. -Que original que soy.
-Tu mayor miedo es ser prisionera de una injusta ley que te limita y oprime, princesa. De eso se ha tratado todo el tiempo. De eso has escapado toda tu vida. Tu infierno personal es una jaula de oro. Y has sabido salir de ella luchando esa batalla tu sola. Así que te felicito. Has derrotado tu sombra.
Precedió un silencio espeso, donde ella esperó paciente mis siguientes palabras.
-He salido bajo un coste muy alto -murmuré.
-Que estás dispuesta a pagar con creces y sin queja -me recordó -por salvar a los que amas.
-Yo no lo romantizaría tanto, Cyra -dije con sorna-. Salvar a los que amo, me costará vivir por siempre en las garras de la bestia.
-Las garras de la bestia quedarán vacías de aquellos que obren por amor incondicional, querida e inexperta princesa. Tus motivos no son egoístas, no serás juzgada como se juzga a los que no tienen corazón.
- ¿Qué insinúas? -mustié.
-Pagarás por tus delitos, claro, como debemos pagar todos -levantó un dedo y me apuntó con severidad -pero no irás al infierno. – Luego soltó una risotada y añadió: -O al menos no al infierno del que acabas de escapar o al de la cueva en llamas con demonios. Solo volverás aquí, a hacer de nuevo todo esto pero de una mejor manera.
La miré a los ojos, por primera vez en mucho tiempo, y en su gesto y sus arrugas vi a la versión joven de ella misma que me había arropado frente al fuego. No estaba entendiendo ni la mitad de las cosas que me contaba, como era de esperar, pero confiaba que tarde o temprano todo aquello cobrase algún sentido para mí. Si algo había aprendido era que aquella mujer no hablaba palabras vacías y que todo lo que salía de su boca, tarde o temprano encajaba entre las piezas inconexas de mis realidades incoherentes.
- ¿Por qué no te escucharon las reinas cuando trataste de protegernos? -luego susurré: -A Athel y a mí.
-Polaridades, querida princesa -dijo. Como había dicho Ahriman. -Eligieron la polaridad opuesta a la mía y no nos pudimos llegar a entender.
-Entiendo que Godric no debe subir al trono, entiendo que yo soy quien le impide hacerlo -asintió ante mis palabras - ¿estoy maldita? ¿Ese hechizo que Ebba hizo, me maldijo a mi también?
Cyra apretó los dientes, retuvo el aire. No podía hablar de eso.
-No puedo -susurró.
- ¿Por qué me quieres tanto? -pregunté entonces. Ella enderezó la espalda de un latigazo, no esperándose mi salida. -Me cuidabas, te preocupabas por mi más que mi propia madre. Siempre has estado a mi lado, y aunque entiendo que una parte de lo que has hecho ha sido por deber, siempre te has mostrado amable conmigo, siempre me has aguantado las impertinencias y las ocurrencias.
-Es difícil no quererte -dijo sin más. Luego sonrió. - ¿Cómo vas a hacerle frente a la guerra, niña?
-No pensaba hacerle frente a la guerra -dije -. Pensaba, sencillamente, mantener a los míos con vida.
Y entonces, como siempre solía pasar, sin aviso ni sentido, los frenéticos latidos del corazón de alguien pequeño, comenzaron a repiquetear en mis oídos. Me levanté de un salto, provocando que todo el mundo dejase de hablar o moverse. Cyra me observó con el ceño fruncido.
- ¿Qué es? -dijo, más para ella que para mí, pero sin dejar de estudiarme.
Toqué mi espalda, donde colgaba el arco con el emblema de los cinco pájaros de Sussex. No tenía carcaj ni flechas y había un niño cerca al que alguien estaba secuestrando.
-Hiedras y espinas, -dije alto y claro -mostradme el camino.
El carcaj lleno de flechas se materializó encima de la mesa, entre las dos jarras de vino caliente. La bruja soltó un bufido y yo sonreí gloriosa.
-Tengo en la garganta una revolución -le dije, retándola. Ella soltó ahora una carcajada.
-Esa sí es nuestra reina -dijo Tora desde algún lugar de la sala.
Sin más demora, subí la capucha de mi capa y salí por la puerta, mis pasos apresurados no resonaron en las calles vacías e iluminadas por la bonita tarde. Palo saltaba a mi lado con una bella gracia. A mi gusto, esa gracia estaba un poco fuera de lugar, teniendo en cuenta que íbamos a rescatar a alguien de ser comido vivo. Parecía casi feliz por ello.
Atravesé el pueblo entero, siguiendo los frenéticos retumbares del pecho del chico, mis instintos despertando y exigiéndome que le rescatase, mientras era arrastrado por manos crueles a los confines del bosque este de Canterbury.
Llegamos antes de lo esperado. Para ser sincera, desde que le había visto la cara al diablo, y era ni más ni menos que la mía propia, ya no le tenía miedo alguno. A lo mejor le estaba subestimando. Bien, me corrijo. Seguro que le estaba subestimando al no tenerle miedo, pero no pude evitar sentir que iba a encontrarme de nuevo con un viejo y tedioso amigo. Estaba casi expectante.
El pobre chico estaba siendo arrastrado por sus bracitos, mientras pataleaba sin éxito y gritaba el nombre de su madre. Descalcé mis pies, lancé las botas a algún rincón que ni siquiera comprobé y saqué una flecha del carcaj apuntando a una de las brujas. Ellas, sin percatarse de mi presencia, siguieron corriendo hacia el claro del bosque.
- ¡Brujas! -grité.
Se detuvieron. Se miraron. Giraron sobre sus talones lentamente y soltaron al niño en el suelo, dejando que se golpease con violencia. Me estremecí al ver las lágrimas correr silenciosas por su pequeña cara. Tendría cinco años.
-Princesa -siseó una, contenta. Sí, contenta. Como quien saluda a una hermana. -Aquí estás.
-Os exijo que le soltéis -rugí llegando más cerca. Mi flecha apuntándolas alternamente.
Inmediatamente volvieron a agarrarle. El corazón del niño se disparó. Y entonces vi la escena entera. La vi, pero no con mis ojos físicos, no con la ceguera que me causaba el instinto de supervivencia.
Esas dos mujeres no iban en camisón, ni descalzas, ni despeinadas. Tampoco cubiertas de barro y sangre. No era de noche, no estaban cantando. Allí no olía a azufre. El niño tenía miedo, sí, y esa llamada había sido suficiente para mí. Pero no era un aquelarre. No eran brujas.
Cuando se pusieron de nuevo en marcha, disparé. Primero a una, luego a la otra. Ambas cayeron al suelo con una herida en su pierna, solo una herida que les limitase los movimientos. No las maté.
Cuando llegué al niño, se cubrió los ojos con las manos mientras le llevaba en brazos lejos de allí, hacia un borde del bosque. Destapé sus ojitos con cuidado y le observé con atención.
-Está bien, -le dije -no voy a hacerte daño.
Él asintió, luego se retorció de mi agarre y comenzó a correr, lejos, rápido y diestro, sin zapatos y con sus solo cinco años. Resoplé confundida. Busqué a Palo. No estaba.
- ¡Eda! -bramó una honda voz a mi espalda.
Me apreté contra uno de los pinos, buscando un hueco donde meterme para no ser vista. Sabía muy bien quien era, maldita sea.
-Sé que estás aquí -dijo Godric, ahora más cerca.
Materialicé un pequeño agujero en el tronco del árbol, lo miré un momento antes de meter mis dedos en él, luego otro más arriba, y otro más. Mano tras mano, pie tras pie, trepé con sigilo mientras las pisadas ostentosas del rey maldito llegaban hasta mi con arrogancia.
Cuando estuve arriba, pude ver su cabeza al pie del árbol, con su inútil corona de oro brillando bajo los rayos de la tarde. El maldito desgraciado me había tendido una trampa. No tuve que divagar mucho preguntándome como sabría que yo acudiría a salvar a un niño en apuros, puesto que junto a su guardia real apareció Sige, el hombre que acompañó a Albert, Medford y Athel en su búsqueda varios meses atrás. El mismo que ya me había traicionado una vez antes.
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Querida lectora, bienvenida a la segunda y tan esperada parte de Hiedras y espinas.
Raíces y espinas la titulamos. Y espero, no solo que os guste, si no que os mantenga tan enganchadas y obsesionadas como la primera.
Gracias, como siempre por vuestro apoyo y amor.
Recuerda dejarme esos likes para que te vea aquí conmigo. De verdad que saber que estáis ahí me hace sentir acompañada (y que escribo con un fin).
¡Mil de amor!
Oye, si no lo haces ya, sígueme en la red social rosa como @ mrmarttinauthor
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