Prólogo (Josephine)
No logro comprender lo que está ocurriendo en este instante. ¿No me encontraba en clase de protocolo hace nada? Desde luego, lo único que tenía claro era que no estaba el estudio de Madame Beauchene.
Lo que veían mis ojos era un templo circular, de paredes amarillentas que degradaban al verde en sus espacios más oscuros. El suelo, apenas visible por la neblina, recordaba a un árbol talado visto desde las alturas.
Sin embargo, la arquitectura general no fue lo que encontré más interesante; aquel título se lo llevaban las runas que adornaban las paredes. Siempre, incluso a mi temprana edad de seis años, me habían fascinado los extraños símbolos usados para la escritura; una lástima no saber leer, me tenía que conformar admirándolos sin entender lo que querían narrarme.
Quise acercarme a ellos, visualizarlos desde la cercanía, pero algo me lo impidió. Horrorizada, mi vista se deslizó hacia abajo; donde mis piernas deberían estar, unas gruesas raíces me amarraban al suelo.
Sin poder evitarlo, comencé a llorar. ¿Qué había hecho para merecer esto? ¿Había ofendido al dios Zuhaitz de alguna forma y este era mi castigo? Yo no deseaba convertirme en árbol, no quería... Vale, admito que quizá exagerara, pero estaba muy asustada en aquel instante.
Sin aviso previo, una mano me tendió un pañuelo de seda.
—Seque esas lágrimas, pequeña— me pidió. La amabilidad tintaba aquella voz de timbre masculino—; una señorita no debe llorar, y menos por algo que no es real.
— ¿A qué se refiere, señor?— pregunté, usando la tela para detener el desbordamiento de mis ojos verdes.
—A que no está en el templo del Lindorm ni sus pies se han transformado en raíces; es solo un sueño, una proyección de un lugar muy lejano— explicó.
Al llegar a mis oídos esa información, mi cuerpo se relajó al instante; había temido por mi vida, por muy egoísta que suene.
Entonces me percaté de que no me había presentado aún. Negándome a mantener esa falta de respeto en mi historial, me atusé el vestido de volantes e intenté peinar mi cabello negro con los dedos, tratando de lucir lo más presentable posible. Después, el discurso de presentación tantas veces ensayado salió de mis labios:
—Buenas, señor. Mi nombre es Josephine Corlan, primogénita de los ilustres Edgar y Margaret Corlan, prometida con el joven Trevor Kellogg, duquesita de Hosto...— iba a continuar recitando lo que me habían inculcado, mencionando títulos de los que no conocía origen; no obstante, el hombre cerró mi boca usando sus dedos.
—Ya conozco todos esos detalles, pequeña Joshy; he estado observándola desde el día en el que vino al mundo— afirmó él, sonriendo. No veo necesario confirmar que su forma de referirse a mí, acortando mi nombre, me resultó cuanto menos extraña—. Yo soy Marco, y eso es lo único necesario de toda esa palabrería.
Yo asentí y, como niña bien educada que soy, me quedé callada, lo que pareció extrañar al señor Marco.
Por supuesto, estoy hablando de señor como tratamiento cortés pues, aunque su voz me recordara a alguien de elevada edad, su aspecto físico desmentía esa impresión. Lo que veían mis ojos era un hombre joven, no mayor de veinte años, peinado y vestido según las normas de la etiqueta; lo único que desentonaba era el color de su cabello, de un rubio que equipararía al brillo de mil velas.
Él parecía molesto con mi silencio, como si esperara algo más de mí. En un momento dado, saltó:
— ¿No va a preguntar nada? ¿No tiene usted curiosidad, Joshy?
Aquello me dejó perpleja como nada a mi corta edad. ¿Estaba aguardando a que yo, una mujer que aún no alcanzaba la edad adulta, tomara la iniciativa? Para mí, criada en donde me crié, resultaba una novedad difícil de encajar.
— ¿Debía interrogarle sobre el porqué de esta ensoñación? Discúlpeme, señor, no lo especificó— me excusé, cohibida.
— ¿Todavía continúa vigente esa política?— inquirió, enfadado aunque yo no conociera la causa. Sin saber qué hacer, volviendo a temer, asentí—. Increíble...— musitó—. Ahora me dirá que no sabe usted leer, ¿no?
¿Por qué iba a saber? Sí, no voy a negar que me atrajera, pero seguía siendo mujer y ellas no asisten al colegio de lectura y matemáticas; eso es, por lo menos, lo que me han inculcado hasta ahora.
Sin embargo, al señor Marco no parecía agradarle la situación; le exasperaban situaciones que a mí me parecían el día a día.
—Haremos una cosa, Joshy— decidió de repente—; cada noche, antes de que usted adentre en el mundo de los sueños, me llamará y yo le enseñaré sobre lo básico que todo ser debería conocer. Por supuesto, también profundizaré en lo que nosotros somos. ¿Alguna pregunta?
A la vista estaba, por la expresión de su rostro, que se burlaba de lo que había sucedido antes. No quería que continuara de esa manera. Anhelaba demostrarle que había aprendido esta pequeña lección (que con él podía dar rienda suelta a mi curiosidad), por lo que pregunté lo único que se me ocurrió:
— ¿Qué somos?
Noté que el lugar se disolvía, que el sueño acababa. Inaceptable; por una duda que me había decidido a manifestar, no concebía quedarme sin respuesta.
Conseguí quedarme en el mundo onírico lo suficiente como para escuchar una palabra; las cinco letras que cambiarían mi mundo.
—Giltz —después, todo desapareció, tragado por la neblina de la realidad.
Me desperté, agitada; había sido un sueño muy extravagante, sin lugar a dudas.
Sin embargo, lo extraño solo acababa de comenzar. ¿Cuándo había llegado a mi cuarto? Mis recuerdos anteriores a ese instante me llevaban a la academia de protocolo, aunque supuse que me habrían trasladado mientras dormía.
Lo que me ponía los pelos como escarpias no eran ni el repentino cambio de lugar, ni las ilustraciones sanadoras que habían colgado en las paredes; no, eso tenía explicación. La causa de mi malestar no era otra que la mirada seria de mi madre.
Estaba allí, de pie en mitad de la estancia, sin apartar los ojos de mí ni un solo segundo; dudaba de si había pestañeado en algún momento de mi ensoñación.
Seguí el claro camino que sus ojos marcaban hasta mi cuello. No tardé en darme cuenta de que un nuevo collar colgaba de él; en su centro, una gema con un árbol grabado resplandecía, amarilla como los soles ilustrados. Se asemejaba al alhaja que los adultos portaban, pero era imposible; yo solo tenía seis años, una edad demasiado temprana como para llevar el símbolo catalizador.
—Escóndalo bajo el vestido —me instó ella. Continuaba estática en el mismo sitio; solo su boca se movía—; nadie debe vérselo puesto.
Puesto que mis conocimientos de la materia dejaban mucho que desear, además de que lo sucedido me había despertado la vena curiosa, no pude evitar cuestionar:
—Si tanto le disgusta, ¿por qué no lo arrojamos lejos? Soy muy niña como para portarlo.
Una pregunta inocente, sin ánimo de ofensa, como pueden ver. No obstante, aquello no seguía ese rumbo para los ojos de mi madre.
—¿Está insinuando, pequeño carboncillo, que habría puesto en juego mi reputación si el asunto fuera trivial? —su elevado tono de voz hizo que me encogiera entre las mantas—. ¡Si no lo hubiera hecho, hubiera muerto! ¡No podía arriesgarme a esa clase de cuchicheos! La familia Corlan ya tiene suficiente; una deshonra como esta, como usted, sería la gota que colme el vaso.
No entendí mucho, pero sí lo esencial; la polémica que causó mi padre no podía volver a repetirse.
—Intentaré no manchar más nuestro nombre —prometí con un hilo de voz. No era algo que pensara de verdad, pero sentía que no me quedaba otra; incluso en esa etapa de la niñez conocía lo que agradaba a los oídos de mi madre.
Como supuse, ella sonrió con complacencia.
—Eso es lo que quería oír —musitó, marchándose de mi habitación.
En aquel momento aparentaba ser una simple promesa, hecha por una niña para que su madre fuera feliz; a decir verdad, ese fue el propósito de mi mente aniñada.
No obstante, desconocía las consecuencias tanto para mí misma como para el multiverso.
Esto solo comenzaba.
¡Hola! Aquí comienza nuestra nueva aventura, la segunda parte de la trilogía Denborazioa. Hay muchas más expectativas de las que imaginaba para esto; espero estar a la altura.
Etiquetaré a los lectores para que sepan que el prólogo está en la red: Dannas11 (la primera, como prometí), izenipe, LibeLibu, colourfulmechitas, Analerman1, Andrewiwi, mirerp27, ColibriH, Sofeels... Creo que ya está, pero como mi memoria para nombres de usuario es bastante mala, no pasa de suposición; si alguien recuerda otro user, que lo etiquete para que pueda continuar la aventura.
Ya lo ha dicho Joshy: esto solo comienza.
Mireia
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro