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9. Encuentros de medianoche (Josephine)

9. Encuentros de medianoche (Josephine)

Mis pasos resonaban en la calle vacía. No me extrañaba; nadie en su sano juicio se encontraba en el exterior a esas horas de la noche. Nadie excepto yo, claro; no estoy loca, pero estoy aquí.

Hice un repaso mental para asegurarme de que había atado todos los cabos sueltos y, por ende, estaba fuera de peligro inminente. En mi cama había una bikoitz, un ser exacto a mí en el físico, por lo que los mirones estaban controlados; el ispilu Roberto (un antiguo sirviente que, en su lecho de muerte, decidió destinar su alma a cuidar de nuestra familia y se transformó en una superficie reflectante) estaba empañado, así que no me habría visto marcharme y no tendría obligación de contárselo a la autoridad de la casa, mi madre; por último, mi capa estaba los suficientemente calada como para que ningún observador casual me reconociera.

Sentí el suelo embarrado del callejón bajo mi calzado. El lugar de la transacción no había cambiado ni una pizca desde la última vez que estuve aquí; seguía siendo el mismo hogar de sagus apestoso de la última vez. Por Zuhaitz, ojalá se apure; no deseo estar aquí más tiempo que el necesario.

Dicho y hecho; una joven de mi edad bajó saltando de el tejado más próximo. Afirmo, sin embargo, que yo no la califiqué de mujer el primer día que la vi. Es decir, ¿quién lo haría? Su cabello era más corto que el de la mayoría de los chicos que conocía, llevaba pantalones (como lo leen, PANTALONES) y una camiseta con una simbología que se me hacía desconocida. Como pueden apreciar, era complicado pensar en una chica por la primera impresión (al menos para mí, que me había criado entre vestidos y peinados enrevesados; quizá ustedes lo tengan más sencillo).

Selene, que así se llamaba, ojeó a su alrededor con sus grandes ojos amarillos (que ponían en evidencia su ascendencia híbrida) hasta que dio conmigo. En cuestión de segundos se acercó y me plantó dos besos en las mejillas, que se tornaron carmesíes por el contacto.

—¿Qué? —rió ella, divertida por mi reacción, como cada vez que lo hacía—. ¿La princesita sigue sin acostumbrarse a que la saluden de esa forma?

Si algo caracterizaba a Selene, miembro de la sección literaria de los Nómadas Lunares (o Ilargis, para abreviar), aparte de su estrafalario físico, era su total desprecio al protocolo y la titulación. Ella sabía a la perfección que los besos en la mejilla no son simples apretones de manos o que yo no pertenecía a la realeza, sino al ducado de Hosto. No obstante, continuaba besando como si fuera algo normal y llamándome "princesita".

—Lo que acaba de hacer es inadecuado y lo sabe —contesté a su previa pregunta.

—Ya, ya... —se burló ella, para acto seguido imitar mi tono de voz—. "Besar no es forma de saludar", "el título correcto es duquesita", "tengo prometido", "¡deje de intentar confundirme!"... Tenemos esa conversación cada vez que vengo. ¿No podrías simplemente agradecer que no haya sido en los labios?

—¿Qué deabrus ha querido decir con eso? —inquirí, curiosa por su última pregunta.

—Significa —suspiró— que yo anhelaba una cosa y, por respeto a tu persona, no la he hecho. ¿No es eso por lo que se rige tu querido protocolo? El mío no es tan estricto, pero a mí me vale.

—Lo que sea —le quité importancia, puesto que no acababa de comprenderlo—, ¿tiene mi libro?

Había venido por una sola razón, y esa no era charlar; me había citado mediante los nervios de aquella hoja porque poseía un ejemplar, y no me marcharía sin él.

—Sí, es verdad, el libro —recordó, buscando bajo su capa blanca—; es que el tiempo vuela hablando contigo. Aquí está.

Me tendió un tomo de tapas marrones, sin letras, como el anterior. No me sorprendió que la portada creada para la obra no estuviera allí, puesto que siempre era así; por seguridad de todos los implicados, no podía parecer una novela moderna desde fuera. Por eso mismo, yo tenía claro que en su interior me esperaban grandes aventuras, distintas a las anteriores.

Selene no soltó el libro a la primera. Al contrario, se me quedó mirando como si la lore dantza se celebrara entre mis facciones.

—¿Qué ocurre? —Sentía que aquel cruce de miradas se estaba prolongando demasiado, así que lo corté.

—Tienes problemas —respondió sin más, tensándome. Parecía en trance.

—No sé de qué habla.

—Familiares y amorosos —continuó, como si yo no hubiera dicho nada—. Tu madre no te acepta por algo que no puedes controlar, un don que te parece maldición. Quieres amar, pero no lo consigues, lo que te hace sufrir; no eres capaz de ver que buscas en el lugar incorrecto. —Sacudió la cabeza, volviendo a su tono de voz normal—. Lo siento, a veces mi habilidad de lectura corporal sale sin que la llame; me pasa por prestar tanta atención a tus gestos. Sin embargo, tengo razón, ¿verdad?

—No —negué con fuerza—: soy feliz, no tengo esos problemas de los que usted habla.

—Tú boca vocaliza "no", pero ya has oído lo que decía el resto de tu cuerpo. Sabes que puedes hablar conmigo, ¿no? No voy a contárselo a nadie, lo juro; tampoco es que tuviese a nadie a quien acudir con el chisme, así que dispara.

—No poseo nada que "disparar" —insistí, formando las comillas con el dedo corazón y el índice.

—No me vengas con esas, princesita —replicó—; sé que mientes, ¿recuerdas? Te puedo leer tan fácil como tú a esas páginas que tienes entre las manos. Además, alguien no contacta por primera vez con nosotros sin que alguien le haya hablado de los Ilargi; dado que no tienes amistades ni mucho menos familiares dentro, he asumido que fue una vida pasada. —me sorprendí al escuchar eso. ¿Había descubierto lo que ocultaba?— Tengo mis fuentes. Aprendí que distintas especies se mantienen en contacto con sus antecesores por razones diferentes. Te investigué un poco y descarté a los familiares que quieren vengarse a través de tu cuerpo y a las almas errantes que te ven capaz de conseguirles la paz eterna, por lo que solo me quedó una opción. Eres la giltz de Raíces Eternas, ¿me equivoco?

Era verdad, Marco me había enseñado a leer y escribir en xiflo (el arte de manipular los nervios de una hoja para transmitir un mensaje) y me había mostrado el mundo contrabandista de los Ilargi. Si no fuera por él, nunca jamás hubiese descubierto toda la red de artículos que se movían entre sus manos, como si las fronteras no existiesen.

—Impresionante, pero eso no implica que el resto sea igual de acertado —balbuceé, con el cerebro algo lento por la dificultad de asimilación. Evitaba mirar a esos ojos de katu; no quería que escarbara más en mi interior.

—Sigue engañándote si quieres, continuaré sin caer en tus mentiras. Soy capaz de ver lo que gritas más allá de tu controlada palabrería, y desmiente del todo lo que dices. No me voy a conformar con un "estoy bien" falso; si hablas conmigo, prepárate para escuchar tu propia realidad, la que pareces no querer oír. Si no te agrada, tal vez deberías pedir otro contacto.

Sin más dilación, giró su broche en forma de "medialuna" (no sabía con exactitud lo que era eso, así me contó que se llamaba) y desapareció en el viento.

Tras un periodo de inercia, agarré el libro y me marché.

"Mi vida está bien", me repetí, "No es perfecta, pero ninguna lo es; Selene no sabe de lo que habla". Ojalá me creyera lo que yo misma me decía, pero hasta para mí sonaba flojo y poco convincente.

Nunca debí haberme abstraído tanto; fue, sin lugar a dudas, mi mayor error de la noche. No me percaté de que había alguien en la calzada hasta que estuve en el suelo, con la capucha caída y mi libro a unos pasos de mí, ya que la fuerza del impacto lo había hecho volar.

Mi sangre dejó de fluir, como si el líquido rojo se hubiera convertido en piedra. Fue un segundo y es probable que me lo imaginara debido al susto, pero así fue.

Tomé una decisión rápida. Si iba a por el ejemplar, estaría perdida; podría ser desterrada, o ejecutada por mi conducta. Aunque me doliera (perder un libro recién comprado no es algo que le desee a nadie), me puse en pie y, como alma que lleva el deabru, huí.

En esos momentos, solo restaba rezarle a Zuhaitz para que la sombra no me reconociera ni relacionara el tomo conmigo. Crucemos los dedos.

¡Hola! Aquí tienen el capítulo de esta semana.

Todo lo que hago tiene un motivo, lo juro, hasta las más mínimas insinuaciones. Además, los que leyeron la entrevista que izenipe me hizo saben por donde va la cosa (aunque aun quede un largo trecho para llegar a ese punto; pasito a pasito, ¿ok?).

A ver, más cosas. ¿Sospecháis quién puede ser la sombra? Hay muy poca luz, puede ser cualquiera, conocido o no.

Otro asunto, que no tiene que ver con el capítulo: en clase de informática vamos a hacer presentaciones de temática libre, así que he decidido presentar Denborazioa ante la clase. El caso es que necesito material multimedia (estoy dibujando yo la mayoría, pero no sé si voy a llegar a dibujar a todos los personajes, todos los lugares, etc. que tengo en mente para este trabajo). Si alguien tiene algún fanart de esta historia (sé que izenipe tiene, me envió tres hace tiempo), me haría mucha ilusión recibirlo. Vale, sé que es muy improbable que nadie me envíe nada, pero había que probar.

¡Nos leemos en los comentarios, aztierdis!

Mireia

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