6. Yo solo quería una foto (Layla)
6. Yo solo quería una foto (Layla)
¿Será posible? ¿Volvía a estar en aquel bizarro sueño de paisaje cambiante? ¿Por qué? Que yo supiera, solo había metido la mano en mi bolso para sacar el móvil. ¿Era el querer plasmar la reconciliación de Shauna y Wes en una imagen lo que me había traído allí? ¡Venga ya!
Llevaba así, metida en mi mundo de dudas, un buen rato. Tanto que no me percaté de que Alberto estaba hablándome. Entonces, al darse cuenta de que lo estaba ignorando, no se le ocurrió mejor idea que tirarme del pelo para hacerme reaccionar.
—¡Auch! —solté con todos los sentidos de nuevo en funcionamiento, apartando su mano y sobándome la zona adolorida—. ¿A que ha venido eso?
—Llevabas un rato mirando a la nada —contestó, neutral, lo que me molestó bastante (¿no habíamos pasado ya de la seriedad impersonal?)—. Si me hubiera quedado de brazos cruzados, se nos habría acabado el sueño sin poder hablar del porqué.
—Ya, ya —vocalicé en un suspiro. Aun así, seguí insistiendo—. ¿Y no había otra manera de hacerlo? ¿De verdad era necesario meterse con mi cabello? Que yo sepa, los rizos no tienen la culpa de la abstracción de su dueña.
Esperaba escuchar un "lo siento" o alguna otra fórmula de disculpa; lo normal si te hacen daño sin motivo, vamos. Sin embargo, no parecía ser esa su intención; no dijo nada similar. En serio, lo único que me impedía pegarle en ese instante era la seguridad de que yo también sentiría el golpe (aunque, pensando en frío, el también debió sentir el tirón que me dio; estábamos en tablas, después de todo).
—¿Para qué me has traído a Mareolandia de nuevo? —cambié de tema, rendida ante el hecho de que no iba a pedir perdón; si seguía erre que erre, lo único que iba a lograr era enojarme con mi predecesor—. Creía que ya habíamos terminado con las alucinaciones y los desmayos.
—Ni mucho menos, Layla —respondió, como ya había supuesto. Como no, habría sido demasiado fácil tener un solo sueño decisivo como el resto de mis conocidos; era obvio que el destino me complicaría la vida (como cuando hace coincidir cumpleaños con exámenes, usando ejemplos que mi antigua yo usaría). Me obligué a no pensar en mi nefasta suerte y prestar atención a lo que explicaba—. Los Denborazioa son neutros, por lo que pasan por esto una vez por cada dimensión, al recibir el catalizador correspondiente; solo así pueden conseguir su poder absoluto, la forma kondair. Aunque, viendo tu cuello, digo yo que conocías parte de esta información.
Un segundo, ¿de qué demonios hablaba? Mis manos volaron a mi cuello a toda velocidad. Allí, siguiendo la línea de un cordel, se encontraron con una joya cuyo único adorno era una talla en forma de árbol.
La palabra "confusión" se le quedaba pequeña a la expresión de mi rostro. ¿Cómo narices había llegado ese collar hasta allí? No me sonaba de nada; por más que lo intentara, mi mente no lograba ubicarlo entre mis recuerdos. Si antes mi mente era un remolino de interrogaciones, ahora se merecía el nombre de tornado F5.
Al parecer, Alberto se percató de mi carencia de conocimientos sobre ese objeto, puesto que dijo lo siguiente:
—Esa no es la cara de alguien que lo sabe, supongo.
Y se rió en mi cara. Sí, hablo en serio; creo que no pudo evitar estallar a carcajadas con mi gesto. La verdad, me agradaba verlo así, despreocupado, alejado de esa seriedad que me sacaba de mis casillas; su máscara también se caía, después de todo. Al final, como la risa es conocida por ser contagiosa (y más entre dos vidas del mismo ente), acabé uniéndome yo también a la orquesta de carcajadas.
Continuamos un rato así, deshaciendo la trascendencia que toda esta locura tendría para mí y mi hermano.
No sé cuánto tiempo pasó hasta que Alberto se detuvo en seco. Tampoco conozco la razón, pero mi teoría fue que debió sentir que mi estancia allí tocaba a su fin.
—Está bien, repaso rápido. —Las sílabas salían apresuradas de sus labios, atropelladas por el discurso, lo cual confirmaba mi conjetura anterior—. Tú y el Denbora tenéis que conseguir los catalizadores para lograr vuestro máximo poder. Tú ya tienes dos de tres, por lo que solo necesitas la marca de fuego de los sombríos; el otro, del que no recuerdo el nombre, precisa también un colgante como el que llevas. ¿Todo claro?
Asentí en señal de comprensión.
Pude apreciar que el paisaje se desvanecía por momentos. Ahora estaba claro; me estaba despertando.
Antes de disolverse de nuevo entre las brumas de mi subconsciente, mi vida pasada añadió una última petición.
—No tengo ni idea de quién será, pero asegúrate de que la persona que te puso eso sepa que es un genio.
Abrí los ojos de golpe, como si finalizara una pesadilla (no era así, pero esa era la impresión que daba al exterior).
Me encontraba en una habitación extraña. Tubos, probetas y demás material científico, todo en pésimo estado, a la derecha. Una especie de jardinito descuidado a la izquierda. En medio, una cama; y en la cama, una servidora.
Además, yo tampoco estaba muy normal que digamos. Desde luego, la última vez que me miré en un espejo no llevaba un pijama de franela. Sin embargo, eso no era lo más raro (porque bien podían haberme cambiado durante mi "siesta"); lo más extraño era el fino hilo verde luminoso que unía mi mano derecha con mi cuello. ¿Cómo que no la veis? ¡Está ahí, os lo juro! Da igual, seguro que solo lo puedo ver yo; no es posible que os haya dado la ceguera colectiva de repente.
No tenía ni la más remota idea de qué lugar era ese, ni sabía cómo demonios había llegado hasta allí, menos aún de que iba el tema del hilo. No obstante, a esas alturas, mis niveles de sorpresa diaria estaban en su límite; no podría asombrarme más aquel día.
Escuché voces tras la puerta del fondo, lo que me puso alerta.
—He oído los muelles crujir —era el timbre de Wes, sin duda alguna—. ¿Se habrá despertado?
—¡Más le vale! —contestó Shauna—. ¡Lleva dos días sin comer nada!
¿Cómo? ¿Dos días? Eso era nuevo; la última vez tardé un par de horas en despertarme, creo. Espero que no sea progresivo, o terminaría durmiendo un mes al conseguir el objeto de Sombra de la Verdad.
Aunque, hablando con sinceridad, no fue el tiempo en lo primero que pensé. ¿La razón? Al llegar a mis oídos la palabra comida, mi estómago rugió cual león en ayunas; nunca en mi vida había sentido tantísima hambre y, como era de esperar, mi mente se ofuscó en obtener un bocado.
Ni que decir que, cuando ellos entraron a la estancia con un plato de comida (¡no recuerdo que había allí! ¡Con que fuera comestible me bastaba!), me abalancé sobre el alimento a la desesperada. Ante los perplejos ojos de la parejita, mastiqué el contenido del plato a bocados.
—Cuidado... —empezó a advertir Shauna, aunque mi estómago se le adelantó. Desacostumbrado como estaba a digerir alimentos, envió arcadas por mi garganta; no tardé en echar todo lo que había ingerido segundos antes—. A eso iba; no puedes comer a esa velocidad tras tener los intestinos vacios tanto tiempo, tu cuerpo no reacciona bien.
—Entendido, lección aprendida. ¿Podrías pasarme agua? —pedí, con la intención de quitarme el sabor a bilis.
Wes, entendiéndolo, me alcanzó una cantimplora metálica. De pronto, mientras el líquido bajaba con moderación por mi garganta después de tanto sin probarlo, recordé el mensaje de Alberto
—Emmm, por curiosidad —comencé, tratando de que pareciera una pregunta casual—, ¿quién me puso el collar?
Sin vacilar ni un segundo, Wes señaló a Shauna.
—Fui yo, ¿vale? —admitió la aludida, jugando con sus dedos; supongo que creía que la iba a regañar—. Tenía una teoría estúpida, que resultó no serlo tanto, e hice que perdieras el conocimiento por poner el collar de Seth en tu bolso sin explicarte antes lo que pretendía. Lo siento muchísimo, en serio, no creía que fuera a salir de esa manera...
—Shauna Collins... —la interrumpí. Ella me lanzó una mirada que gritaba "¡Piedad, por favor!"; estaba realmente preocupada. Su expresión mutó a asombro cuando se percató de la sonrisa que portaba— Alberto dice que eres una auténtica genio.
Me dispuse a abrazarla, pero me lo pensé mejor; nadie querría pringarse de lo que fue mi última cena, por lo que buen agradecimiento no sería.
Ellos dos se marcharon a por otro plato para saciar a mis entrañas, puesto que seguía hambrienta; yo, mientras tanto, me cambié de ropa. Mi vista volvió sobre el cordel; ni Wes ni Shauna habían preguntado, así que sería invisible (menos mal).
Cuando estuvieron de vuelta, cenamos una especie de puré espeso; aunque sabía de perlas (en mi opinión de chica en ayunas), había aprendido la lección, así que me moderé.
Esa cena fue uno de esos instantes irrepetibles. Uno de esos momentos en los que el tiempo parece no transcurrir, en los que los problemas dejan un rato de existir; una pizquita de felicidad en medio de un entorno que es de todo menos feliz.
Por supuesto, todo lo bueno tiene un final. En nuestro caso, ese desenlace vino en forma de señora cincuentona, borracha como una cuba (de lo que yo sabía un tanto), gritando:
—¿Qué hacéis vosotros en mi casa, panda de maleantes?
Desde luego, entre las revelaciones de Alberto, despertar en ese lugar y aquella señora de rasgos familiares, mi asombro había alcanzado records insospechados; hacía rato que había superado el límite del infinito. Sin embargo, Shauna parecía de lo más tranquila con la situación; se notaba que no era la primera vez que ocurría.
—Buenas, Dalia —saludó—. ¿Has vuelto a olvidar que Seth me dio las llaves?
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