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40. El veneno de un adiós (Josephine)

40. El veneno de un adiós (Josephine)

—¿A qué viene usted ahora, señorita? —inquirió Lindorm cuando me vio caer. Aunque su rostro no era muy expresivo, la sorpresa coloreaba sus seseantes vocablos. Era coherente; es decir, ¿quién en su sano juicio volvería, a solas, tras haber sido expulsada de manera tan brusca la vez anterior?

—Vengo con una oferta —respondí, atusándome los volantes del vestido, que se habían levantado. Luché contra el impulso de retornar a la superficie; la sensación de que estaba haciendo una ridiculez me acechaba. Fue el escrutinio de la reptiliana criatura que se hacía llamar mi guardiana lo que me instó a seguir; había captado su interés, no valía achantarse ahora. Tragué la bilis que subía por mi garganta y continué—. Voy a irme muy lejos, a otra dimensión, en una misión que nos podría costar la vida. Aunque el peligro sea obvio, los beneficios también. Estar en constante amenaza me servirá para avanzar, no volver a estancarme, y me volveré poderosa —paré para recuperar aire antes de pronunciar mi petición, en pos de una dosis extra de resolución—. Por eso, quiero que usted me acompañe. No podré volver cuando sea merecedora del poder superior que usted me puede otorgar, y puede que no me sea permitido volver a pisar estas tierras tras el desacato que estoy cometiendo. Por eso, si hubiera algún modo, le ruego... no, le exijo que venga conmigo.

Esperé. "Inhale, exhale, inhale y vuelva a exhalar; no debe ponerse nerviosa o lo echará todo a perder", me repetí durante unos largos segundos. Aceptara o se negara, el intento no me lo quitaba nadie; el triunfo o fracaso de esta tentativa estaba en sus garras.

Si rechaza mi petición, al menos solo lo sabré yo; no por nada había aparecido antes del alba. Cuatro horas después, ya sería la hora de nuestra partida y este asunto lo debía zanjar a solas, de una manera o de otra.

No logré interpretar su carcajada en un comienzo. ¿Le parecía ridícula? ¿Se reía de mi ignorancia? Igual había pasado por alto una ley no escrita que prohibía a los guardianes salir de sus respectivos templos. ¿Y si era un chiste interno? A lo mejor mis palabras le habían evocado algo hilarante. ¿Qué podía ser?

—¡Mire por donde, la mosquita muerta tiene carácter bajo los volantes! —esa fue la explicación; encontró una comedia inusitada en mi determinación, rasgo que mi actitud no poseía con anterioridad. Sonreí de forma apenas perceptible; yo también hubiera reído si lo hubiese presenciado desde el exterior—. Me ha sorprendido, para bien. Sin embargo, no me es posible hacer lo que me pide —mi sonrisa decayó tan rápido como apareció—. No obstante, creo que sí había un instrumento para eso... ¿podría buscar en la taza desportillada?

Revisé con la mirada la mesa hasta encontrarla; una taza de mi altura, rota por el borde. No quise denotar temor, así que alcancé su posición lo más rápido que mis piernas me permitieron. Encaramándome al platillo, pude ver su interior.

El tazón estaba lleno de los objetos más variopintos: logré divisar desde un frasco sospechoso a una calavera de cíclope, pasando por lo que parecían ser unas alas disecadas. Me recorrió un escalofrío; el contenido era, cuanto menos, siniestro; la única cuenca vacía del ser me taladraba con la mirada. Dado que Lindorm no me había contado qué venía a buscar, tuve que girarme a preguntar (es de mala educación cuestionar de espaldas).

Al tiempo de apoyarme en busca de estabilidad, un dolor punzante se extendió por mi brazo; no pude ni articular palabra antes de que mi vista se volviera borrosa y cayera redonda contra la vajilla.

Desperté fuera de la linde, tal y como la última vez. ¡No podía ser! ¡Esa víbora me la había vuelto a jugar! ¡Por Zuhaitz, tras darme esperanzas y todo! Fui demasiado ingenua al confiar en...

¡Una serpiente! Eso fue lo que vi cuando acerqué mi mano al ojo para desperezarme; un pequeño reptil dorado con sus incisivos clavados en mi muñeca y su cuerpo rodeando mi antebrazo. Chillé a pleno pulmón.

—¡Fuera! ¡Fuera! ¡Quítese de ahí, culebra inmunda! —agité el brazo con todas mis fuerzas; nada, tenía los colmillos bien hincados en mi piel.

Así me encontraron Selene, los gemelos y Pietro (Shauna, como me contaron después, se había quedado vigilando a mi ex-prometido), en pleno ataque de desesperación. No tardaron en notar la sierpe.

—¿Cómo rayos has acabado con una serpiente en el brazo? —preguntó Layla, mientras Wes palidecía (según su hermana, tenía ofidiofobia; estaba haciendo un gran esfuerzo solo con no salir pitando). Selene fue más práctica; adelantó a Pietro e intentó desenganchar el reptil.

—Nada, no sale —proclamó. Después, lo miró detenidamente y añadió—. Aunque me da que debería quedarse —con esas palabras, se ganó una mirada dubitativa de parte de todos los presentes (y una de puro terror, pero no me hace falta especificar el sujeto). Ella me devolvió el gesto; solo a mí—. Venga. Ya. ¿Y se supone que eres la que sabe de runas? Anda, fíjate en la espalda.

Era cierto; una vez pasada la etapa de pánico, reuní el valor para mirar el lomo de la criatura. MEDIDOR DE MAGIA EN SANGRE: transporte inmediato al alcanzar los niveles deseados. Las palabras eran claras, aunque, por más contradictorio que suene, confusas.

—Dice que calcula la cantidad de poder en mi organismo y me traerá a cierto lugar cuando logre cierto porcentaje —parafraseé, con intención de comprenderlo mejor. De hecho, ayudó; caí de inmediato, arrepentimiento por maldecir aparte—. ¡Eso es lo que tenía que buscar!

Esa vez, las miradas de extrañeza fueron para mí. No puedo negar que eso me puso de los nervios; sin embargo, traté de serenarme y explicar lo ocurrido.

Al escucharme, los Runes compartieron una conversación sin palabras. Como era habitual en su dinámica personal, Layla fue la que habló.

—Tú no vas —negó, acompañando ese doloroso trío de vocablos con un gesto de la cabeza—. No es personal ni nada, pero esto es importante y no queremos que sigas arriesgando la vida por algo que es cosa nuestra. Bueno, y de Shauna, pero tuya no.

Me negaba a aceptar esa respuesta. No me iban a dejar tirada por mi bien. ¡No era una muñeca de porcelana! Bueno, igual antes sí que entraba en esa categoría, pero ya no.

En eso, una fugaz idea traspasó mi mente y me agarré a ella como un clavo ardiendo.

—Soy yo la que va a crear el portal; por ende, yo decido quién cruza y quién no —sentencié. Noté lo infantil que sonaba; no obstante, retractarme jamás cruzó mi mente—. Voy a ir; con ustedes o a solas, está en sus manos.

—Pero... —comenzó Wes, sin poder apartar la vista del reptil; sin embargo, Selene saltó a mi ayuda.

—No es por nada, pero os recuerdo que aquí no está mucho más segura que digamos —el tono despreocupado en el que lo dijo, como el que no quiere la cosa, no restaba fuerzas a sus palabras—, ¿o es que no sabíais que su madre amenazó con denunciarla? Conociéndola, la reconocen y acaba como María Antonieta.

Aunque no supe quién era la tal María Antonieta en ese instante, el nombre surtió el efecto deseando; así fue como terminamos de convencer a los gemelos Runes. Le di las gracias a Selene con la mirada.

Todavía restaba una hora para que lograra formar un portal de nuevo, mas decidí apartarme en pos de una mayor concentración; la acción indeterminada que realizaba Shauna con ese aparato y los dedos de Trevor me confundía y distraía a partes iguales. Cerré los ojos y respiré al compás, intentando calmar mi pulso y que mi nerviosismo no afectara al hechizo posterior; tentativa que, teniendo en cuenta lo que ocurrió después, fue en vano.

—Por lo visto, nuestros caminos se separan, ¿eh? —fue escuchar la voz de Selene y que mi ritmo cardíaco se volviera loco. Fue por la sorpresa, o de eso me quise convencer. Sin embargo, el mensaje de sus palabras sí era motivo de preocupación.

—¿Qué? —creí escuchar mal. Debí escuchar mal. Ella no podía irse así, sin más, ¿verdad?

—Ojalá no fuera así, pero ya llevo mucho trabajo atrasado y mis compañeros ya se habrán hartado de cubrirme —rió con tristeza—. Además, no puedo perderme el sexto cumpleaños de Héctor; conozco a mi hermano, y sé que no me lo perdonaría en la vida.

—Si es así... —no quería ser egoísta; no obstante, no podía evitar el peso que suponía ese anuncio en las comisuras de mis labios, que bajaban y subían como el horizonte montañoso.

—Tómatelo como un tiempo de reflexión, no de depresión —aconsejó—. Sé que tienes un lío en la cabeza de aquí te espero, con todo lo de "mi ex-prometido quería secuestrarme" y "no entiendo ese acelerón en el corazón cuando estoy contigo"; por eso mismo, tienes que usar este rato separadas para aclarar tu cabeza de una vez. Créeme, eso lo harás mejor si no estoy por los alrededores; en este tema, solo echo viento a tu remolino cerebral.

Sentí sal en mis labios, que se mezcló con el sabor amargo que se estaba formando desde el fondo de mi garganta. Solo una pregunta logró abandonar ese tapón desagradable que obstruía mis cuerdas vocales.

—¿Volverá? —cada vez más lagrimas surcaban mi rostro, imparables. No lo entendía muy bien, pero no conseguía que cesara aquel dolor que las provocaba.

—¿Por quién me tomas? ¡Claro que volveré! No hay portal del que no conozca ubicación ni vórtice que no esté dispuesta a cruzar por encontrarte de nuevo —acto seguido, me enjugó una de las muchas lágrimas. Por instinto, la abracé. Sí, esta vez fui yo la que tomó esa iniciativa y no me retracté; el apretón en el corazón y la sensación amarga se desvanecieron por un instante. Me sentí feliz.

Estuvimos así hasta que, dos minutos después, Wes anunció que era la hora de partir.

—Tengo que comenzar a invocar el hechizo —recordé—, quién sabe cuánto me llevará esta vez.

Tras unas palabras de ánimo que no llegué a escuchar, empecé a conjurar el portal. A mis espaldas, logré captar unas cuantas conversaciones.

—Entonces, ¿te ocuparás de que él tenga su merecido? —preguntó Shauna, supongo que señalando a Trevor.

—Tranquila, será un buen saco de boxeo para las prácticas de los más pequeños —respondió Selene con una risita; seguía manteniendo un tinte melancólico, pero procuré ignorarlo—. Si dice algo más, te lo mando por mensaje. ¿Me das tu número?

Cambiaron las voces, se intercambiaron los pasos.

—Pietro, ¿y tú que vas a hacer? ¿Vienes o...? —inquirió Layla.

—Donde vaya Josephine, allí estaré yo; estamos juntos en esto; la "ayudé" a escapar, ¿recuerda usted? Mi cabeza también tiene recompensa.

—S-sí, cierto —tartamudeó ella, aun si yo no sabía la causa.

—Señorita, ¿por qué se ha sonrojado? —Layla no contestó, y el silencio reinó unos segundos más.

La última charla que oí fue entre Shauna y Wes.

—Vale, he perdido, lo admito. ¿Puedes decirme cual es mi castigo ya? —cuestionó él.

—Estoy entre dos, pero no me decido —rió ella—. Eso sí, es "mi deseo", no "tu castigo"; no significa que vaya a ser desagradable para tu persona.

Por suerte para mi concentración, el resto de las pláticas fueron en un volumen mucho más bajo; alguien se percató de que debían dejarme tranquila para que funcionara. En unos doce minutos, el resplandor se filtró a través de mis pestañas.

Todos nos despedimos de Selene, que ya cargaba a mi ex-prometido maniatado como si de una mochila se tratase. La última fui yo; me dio dos besos en las mejillas y me susurró unas palabras que portaría en el corazón durante el resto del viaje: "no te digo adiós porque lo nuestro es un hasta luego". Una promesa que, estaba segura, cumpliría.

¡Hola, aztierdis! Aquí Mireia, apurando los últimos minutos de septiembre (en realidad me pasé el día entre integrales y fórmulas orgánicas, pero... como que pude haber publicado antes igual).

¿Es esto el final? ¿El adiós definitivo a Raíces Eternas? La verdad es que sí, pero no hay motivos para que cunda el pánico, ¡que "Sombra de la Verdad" ya está en camino!

¡Felices últimos segundos de septiembre, espero empezar octubre con vuestros comentarios!

Mireia

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