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4. Lecturas en un mar dorado (Josephine)

4. Lecturas en un mar dorado (Josephine)

Escondida de la vista de mi madre o de cualquier otro conocido, sumergida en una plantación de garia (¿que qué es eso? A ver... como lo explico... es una hierba dorada, con bolitas distribuidas a partir de la mitad del tallo que se usan para hacer comida; tal vez tengan una palabra para eso, mi conocimiento en gizaki deja qué desear, pero la idea es comprensible, ¿no?), pasaba las páginas a toda velocidad.

Desde que Marco me había enseñado a interpretar las letras, esta estampa se repetía todas las tardes. Siempre oculta, había asimilado lo poco que quedaba de la biblioteca de mi padre. Después, dado que en ausencia de nuevas historias me sentía ansiosa y alterada, cualidades que debía disimular con mucho esfuerzo, me había arriesgado a robar de la escuela masculina (lo que Marco veía con buenos ojos, ya que detestaba que ese conocimiento fuera a parar solo a las mentes de un único sexo).

Sin embargo, el libro que tenía entre mis manos era distinto: los personajes se tuteaban, usaban palabras en gizaki, una conjugación extraña... En definitiva, no era de Sustrai ni de ninguna otra ciudad de Raíces Eternas. Lo que leía era un libro de contrabando.

Sí, de contrabando. No les voy a explicar ahora porque lo poseo, puesto que juré a los Ilargi mantenerlo en secreto, pero el caso es que venía de fuera de la dimensión.

A punto de pasar a la siguiente página, escuché pasos. A toda prisa, soplé las hojas hasta que sus letras se transformaron en un dibujo a lapicero de la garia (un truco que no poseían los tomos de la escuela y que me ha salvado de muchas); fue justo a tiempo, pues, unos segundos después, mis ojos fueron tapados por alguien a quien conocía.

—No es gracioso, Trevor —le reproché; me faltaban un par de páginas para finalizar la historia, así que me molestó que mi prometido me interrumpiera.

—Lo siento —se disculpó, aunque carente de sinceridad; desde su punto de vista, no había nada que necesitara ser perdonado. Yo me limité a suspirar.

—No hace falta —murmuré, sin pensarlo de verdad; las normas de la cortesía lo dictaban así (puede que las desafíe de vez en cuando, pero sigo viviendo bajo esas reglas).

Entonces, su rostro se ensombreció por la seriedad; me di cuenta de inmediato que alguien lo había enviado en mi busca. No tardó en admitirlo él también.

—La duquesa Margaret Corlan desea saber donde se encuentra —Trevor llamaba así a mi madre, por su título; aunque no pareciera dispuesto a decirlo en voz alta, era notorio que, más que respetarla, la temía. Lo comprendía; había días en los que infundía auténtico terror.

Justo por lo mencionado, una parte de mí se resistía a pedirle lo que había cruzado mi mente; no obstante, mi lectora interna se moría por leer aquellas últimas palabras. Al final, mi amor por las letras ganó a la decencia, como tantas veces sucedía antes de mis escabullidas.

—¿Podría, por favor, no comunicarle que estoy aquí? —supliqué, roja hasta las orejas. Él pareció no comprender, así que tuve que inventarme una excusa—. La plantación será segada durante el día de mañana; estará llena de baserritar todo el día, y después ya no quedará ni una brizna de garia. Hoy es mi última oportunidad para finalizar la ilustración. Sé que es un capricho irracional, pero no puedo dejar el dibujo sin acabar; no sería justo para el mundo de papel quedarse sin alimento. ¿Lo haría por mí?

Trevor pareció pensárselo, como si no estuviera convencido. ¿Por qué? ¿Acaso mi voz había temblado? ¿Algún gesto mío me había delatado? ¿Sabía él la verdadera fecha de la siega (puesto que yo carecía de esa información, que había tenido que inventar)? Dudas como aquella se agolpaban en mi mente, alterándome aún más si cabe; aunque llevaba con mi engaño varios años, mis capacidades como mentirosa eran cuestionadas por mi cerebro cada vez que decía una.

Abstraída como me encontraba por mi interrogatorio interno, un beso en mi mejilla me devolvió a la realidad; si mi rostro hubiera estado un poco más cerca de la garia, el campo entero se habría incendiado por el calor de mis mofletes. ¡Era del todo inapropiado que hiciera eso! ¡Aún no estábamos casados! Bueno, sí que estábamos prometidos desde pequeños, pero no era lo mismo.

Ante mi exagerada reacción, Trevor se limitó a reír; la seriedad había abandonado por completo su expresión.

—Yo le cubro, Loretxo maitea —respondió, para mi alivio, usando usando aquel apodo cariñoso que nos habíamos inventado cuando éramos pequeños—. Aunque debería darse prisa, o la duquesa sospechará.

—Gracias, Pinu ausarta —le contesté de vuelta, con una sonrisa, haciendo uso del sobrenombre que correspondía al utilizado por él. Trevor me lanzó una sonrisa y se marchó, reanudando su "búsqueda".

Lo observé alejarse un rato. Conocía a Trevor, lo apreciaba... Sin embargo, los libros me habían enseñado, entre otras muchas cosas, que no lo amaba. Su nombre no era mi primer pensamiento después de abrir los ojos, ni el último antes de cerrarlos; no soñaba con sus ojos, ni andaba embobada con su sonrisa; no sentía el impulso de memorizarme sus gestos, ni de dedicarle frases románticas de los libros que leía. En definitiva, si el amor del que hablaban las hojas entre mis manos existía en el multiverso, sin duda no era el sentimiento de definía mi relación con Trevor.

Aunque quizá esté divagando, como hago con frecuencia; sería mejor hacerle caso y terminar mi "dibujo".

Inhalando el aroma del papel, las letras volvieron a su posición, dispuestas a que yo desentrañase sus secretos.

Unos minutos después, me encontraba llorando; la carta que ocupaba esas últimas páginas me había llegado al corazón. Gracias a ella, sentía que comprendía la esencia de un villano no tan malvado y me otorgaba un pequeño atisbo de esperanza para aquello que me parecía imposible debido a la impactante revelación del capítulo anterior.

Cerré el libro, conmovida; sin duda, lo que describía un sentimiento precioso. Sin embargo, cada vez eran más las diferencias entre su amor y mi copia barata de él; mis sentimientos no les llegaban ni a los talones a los de ellos. Tal vez me estuviera comiendo la cabeza, quizá era todo una invención de los escritores... puede que el amor no exista, sin más, ciñéndose al dicho "demasiado bueno para ser cierto".

Me disponía a volver a casa, pasando de los campos a las estrechas calles de piedra, cuando sentí una hoja de haritz caer sobre mi cabeza. No me extrañó lo más mínimo, aun sabiendo que los ejemplares de ese árbol no crecían en los alrededores; tampoco me sorprendió el color de dicha hoja, de un ámbar brillante. No, porque conocía su significado. Ese color y esa forma solo decían un mensaje en mi mente:

"Esta noche a las once, en el callejón Ipar, intercambio de productos".

Tiré la hoja, haciendo trizas el diseño serpenteante que formaban sus nervios, y volví a caminar, sabiendo bien que las clases nocturnas de Marco tendrían que esperar aquella noche.

Después de todo, me moría por leer la continuación. Soy lectora, que se le va a hacer.

¡Hola! Tenía unas ganas de escribir este capítulo... ¡Por fin sabemos más de Joshy! Hemos visto, por ejemplo, que algunas palabras nuestras no están en su vocabulario, por lo que recurre a las arcaicas (ella intentando explicar que es el trigo me ha dado mucha gracia, no lo niego).

¿Qué pensáis? ¿Teorías sobre algo? ¿Alguien ha averiguado que libro estaba leyendo? No os pienso dar pistas; quien lo averigüe tendrá premio, por lo que no sería justo. ¿Qué premio? Una dedicatoria y la posibilidad de hacerme TRES preguntas de sí o no, que yo tendré que responder con veracidad; una oportunidad genial para aquellos teorizadores de los comentarios.

En otras noticias, comienza la semana de exámenes, así que... tengo que estudiar; entre eso y que wattpad no me notifica, puede que tarde mucho en responder a cualquier cosa, sean comentarios o mensajes privados. El capítulo está listo, así que el sábado que viene no os faltará (menos mal). Solo eso, para que no os preocupéis.

Hasta cuando pueda,

Mireia

P.D.: Me pintan el cuarto, así que...

No he podido resistirme (total, va a terminar cubierto de pintura). ¿A qué os preguntáis que es el símbolo de la izquierda? Ya lo sabréis... algún día.

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