35. El significado de un anillo (Josephine)
35. El significado de un anillo (Josephine)
Ya nos habíamos alejado suficiente. Lo sabía; sabía que aquella distancia era suficiente para tener la intimidad verbal que Trevor deseaba. Y, aún así, él seguía andando, más y más lejos.
Planté los talones en el suelo, haciéndole trastabillar; por poco no se cae de bruces. No fue gracioso (por más que una vocecilla en mi interior quisiese reírse), y así lo expresó.
—¿Por qué ha hecho eso? —inquirió, apretando los puños. Como es un hábito en mí, desvié la mirada.
—No podemos alejarnos tanto —murmuré, con el volumen justo para que me oyera—; Layla se va a preocupar si nos ausentamos demasiado tiempo.
Trevor rodó los ojos. Fue casi imperceptible; no lo noté hasta que repasé la escena una millonada de veces como mínimo.
—Ya, claro... volver —en su momento, no noté nada extraño en su tono de voz; ahora, tras los repasos, no estoy tan segura—. ¿Nos sentamos aquí? —preguntó, señalando unas piedras lisas.
Asentí, conforme con su decisión; de manera indirecta, me había dado la razón. Nos acomodamos sobre las rocas.
Trevor comenzó a mirar de un lado a otro, nervioso. Golpeteaba la superficie pétrea al ritmo de la percusión y parecía buscar las palabras entre las hojas de los árboles. O puede que creyera que estábamos siendo vigilados; a estas alturas, solo sé que no sé nada.
—Está distante —sentenció, dando comienzo a la plática por la que me había traído—. No entiendo la razón, quizá es hasta impresión mía, pero la noto más lejos desde la partida —no dije ni mu; tal vez, sin darme cuenta de ello, lo había hecho. Mi mente me recriminó por ello; sin embargo, mi corazón se negó a corearle. Él prosiguió—. Aunque, pensándolo bien, nunca hemos estado tan unidos; demasiados secretos que ejercían de muralla sentimental —en pos del efecto enfático, asió mis manos y fijó la vista en mis pupilas—. ¿Por qué he tenido que enterarme de esta forma, Josephine? ¿Por qué han tenido que venir unos extranjeros para que dejara de esconderse tras mentiras? De veras quería conocerla a fondo, Josephine, lo he querido desde niño.
Desconocía si su intención inicial era echarme todos mis trapos sucios a la cara; no obstante, así lo había sentido. Una gota de agua marcó lisa piedra en la que nos encontrábamos.
—Lo siento mucho —murmuré, cuidando que ninguna otra lágrima traspasara mis pestañas. Bajando la voz, añadí—, tenía miedo.
—Lo sé — Trevor me abrazó y me consoló—, yo también lo he tenido cada vez que la duquesa Corlan se cruzaba en mi camino. No obstante, sabía que yo jamás la delataría. ¿Por qué no se atrevió a contarme tal confidencia? Podría haberse desahogado, como ahora hace, y nos hubiera acercado más todavía.
Tenía razón, como siempre. Y me hizo pensar en ello. ¿Por qué no se me pasó por la cabeza aliviar el peso sobre mis hombros junto a él? ¿Cuán diferente hubiese sido mi vida con esa minúscula alteración? Lo más probable era que Trevor me hubiese animado a practicar; ese pequeño cambio habría evitado mi evolución a la inutilidad.
—Perdón —me volví a disculpar. Él le quitó importancia al asunto von un gesto manual.
—No quiero perderla, Josephine —prosiguió—. Necesito que vuelva a mi lado, porque yo quiero retornar al suyo; ambos al lado del otro, trabajando codo con codo, como un pequeño equipo. Sé que un objeto no va a hacer que nuestros corazones se sincronicen; sin embargo, nada pierdo por intentarlo —rebuscó en su bolsillo, hasta dar con un pequeño estuche coriáceo. Al abrirlo, la joya de un anillo brilló—. Mi padre se lo entregó a mi madre; mi abuelo, a mi abuela. Aunque desconozca cuantas generaciones atrás se forjó, siempre ha sido signo de unión. Incluso en los peores momentos para mi familia, cuando la partición nos hizo perder tanto, los mantuvo juntos. ¿Aceptaría esa clase de lazo?
Me miró, esperando que extendiera la mano. Esperando que aceptara ese símbolo.
Examiné el anillo, sin atreverme a mirarle a los ojos; sin permitir que leyera mis dudas. El alhaja era simple: una circunferencia dorada con tres piedritas naranjas coronándola, formando un trébol. No se podía ignorar su belleza, pero tampoco su significado.
Sí, ya estábamos prometidos y nuestros destinos se encontraban enlazados bajo un sello. No obstante, ustedes conocen las verdades que se ocultan bajo esa fachada; el hecho de que no lograba sentir por aquel con quien compartiría mi vida algo más allá de la amistad. ¿No les parece frustrante?
Igual Trevor no lo había notado con más antelación porque en el pasado no poseía "amistades" como tales: puros saludos de cortesía y charlas banales. Siendo así, parecía que el aprecio que le tenía era algo más. Sin embargo, al ampliarse mis círculos, la farsa había caído. Él no quería verlo, quería convencerse de que no era así, que su mente le estaba jugando una mala pasada.
De igual forma, era lo mismo que intentaba hacer yo desde que las páginas de los libros me revelaron el verdadero concepto del amor, aquel sentimiento que jamás había rozado mi alma.
¿Qué mejor forma de reforzar ese engaño mutuo que con la aceptación de ese anillo? Pero, por otra parte, ¿valía la pena continuar? Ya no existía esa presión, nadie nos forzaba a estar juntos. ¿Nos obligábamos nosotros mismos? No, me exigía yo misma, él estaba a gusto con el tema.
Trevor alzó mi barbilla, para después mirarme con comprensión.
—Si hay algo que le detiene, puede admitirlo; le escucharé —prometió.
—No pasa nada... —vacilé; la incertidumbre volvía a intentar adueñarse de mis palabras—, y ese es justo el problema. ¿No debería sentir mariposas en el estómago? ¿Soltar chispas por los ojos? Nada es como me lo contaron. Quizá porque no es el mismo sentimiento, no lo sé seguro.
Ya está, el nudo en la garganta se había deshecho, lo había soltado; tanto las verdades como las lágrimas. Trevor me abrazó, acariciando mi mejilla con su pulgar, con la intención de enjugarlas.
—Desahóguese —me pidió; no obstante, mis instintos me instaron a lo contrario. Los ríos se secaron y él expuso su opinión—. La gente tiene tendencia a exagerarlo todo. Hablan de mariposas taradas cuando sienten un pequeño cosquilleo; añaden luz artificial sobre una mirada tierna. Al final, parece que hablamos de temas distintos a la hora de comparar las verdades y los mitos del amor. ¿No le parece?
Asentí; me parecía factible. Una parte de mí gritaba un "NO" rotundo, pero le hice caso omiso.
Él me señaló mediante gestos que extendiera la mano. Tras un instante de dubitación, lo hice. Después de todo, mi duda había sido resuelta de una manera que no permitía objeciones, ¿no era así?
Todo pasó muy rápido. En menos de lo que canta un gallo, el anillo había sido atravesado por una flecha con cuerdecitas luminosas y la hoja de un cuchillo se cernía sobre la yugular de Trevor.
La atacante me miró, seria por primera vez en su vida. Lucía exhausta, pero el pulso no le temblaba, así como tampoco lo hacía su voz.
—¡Cómo vuelvas a acercarle esa cosa no lo cuentas! —gritó en su oreja. La cara de Trevor era de confusión total.
Porque, claro, ¿cómo iba él a reconocer a Selene?
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