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33. ¿Ahora o nunca? (Josephine)

33. ¿Ahora o nunca? (Josephine)

A ver, quiero aclarar un punto antes de seguir: aquello NO era una serpiente. En serio, cuando Layla me pasó el fragmento para la corrección estuve a esto de rectificar su error. Es que aquel ser tenía patas, ¿qué clase de serpiente tiene patas? ¡Venga ya!

Mis disculpas, son detalles que me alteran. Sigamos con el relato.

Aquella no-serpiente, que alcanzaría lo que quince Laylas subidas unas encima de otras, nos observaba con sus orbes ambarinos, solo interrumpidos por una fina línea negra; los colmillos, que sobresalían de su boca, rezumaban una substancia marronácea. Las garras delanteras (si poseía traseras, se encontraban fuera de mi campo de visión) estaban en tensión; temí por nuestras cabezas.

Lo admito, me asusté. ¿Quién no lo haría? La expresión de aquella criatura de escamas doradas y verdosas no auguraba nada bueno. Retrocedí un paso; no, dos. Igual fueron más; contar no era mi prioridad, ese puesto lo ocupaba la palabra "HUIR" en mayúsculas.

Mi talón golpeó un borde curvado, a lo que me volteé, extrañada. Y no fue para menos. ¿Una taza? ¿Casi tropiezo con el platillo inferior de la misma? ¿De dónde había salido tal incoherencia? Fijándome con más detenimiento, noté que aquella no era la única pieza de la vajilla. De hecho, Layla había caído sobre un plato de pastas. ¿Acaso aquella criatura quería devorarnos con leche y galletas? ¡La mesa entera estaba dispuesta para aquello!

—Genial —un timbre femenino habló—. Llega al templo antes de tiempo y sin preparación apenas para, como guinda del pastel, casi destrozar mi porcelana. Simplemente, genial.

Tardé un rato en identificar al monstruo como el propietario (¿o sería más correcto decir "la propietaria"?) de dicha voz. Aquello ya no podía confundirme más.

—Perdone... —increpé, jugando con la pulsera de mi muñeca—, ¿quién es usted?

La sierpe con extremidades acercó su rostro al mío, desafiante. Pude percibir el olor del té con limón en su aliento. Al menos parecía que no éramos parte de su merienda.

—Dígamelo usted, señorita Corlan —se burló, a lo que me sorprendí. ¿Cómo conocía mi apellido? Bueno, técnicamente ya no tenía derecho a usarlo. Sin embargo, si sabía ese dato, ¿de qué más estaba enterada?—. Está en mi casa, la cual lleva mi nombre. ¿Sabe usted como me llamo o las mujeres de esta época siguen siendo idiotizadas por la sociedad? —arrastraba las palabras al hablar y le noté un minúsculo seseo; no obstante, nada de ello impidió la comunicación.

Es más, la indignación surgió más rápido de lo habitual en mí. ¿Qué tenían que ver las dos opciones de la pregunta? Desconocer una información concreta no implicaba la ignorancia masificada, ni saberla significaba lo contrario. Además, yo no era la representante de la población femenina como para demostrar la media de conocimientos de esta (perdón si sueno creída, pero gran parte de mi educación no había sido accesible a mis conciudadanas).

Con disimulo, pellizqué mi muñeca para calmarme. Lo solía hacer de niña, cuando no sabía cómo reprimir lo que se veía con desdén en la sociedad. ¿Quién iba a decir que me sería de utilidad? Desde luego, entablar una discusión con un monstruo no se me hacía acertado para la conservación de nuestras vidas; a pesar de no ser originalmente parte de su menú, podía cambiar de idea en cualquier momento.

Mientras tanto, Layla rumiaba una contestación.

—Lo tengo en la punta de la lengua... —murmuró de forma casi inteligible, a la vez que palpaba el aire a su alrededor—. El nombre del templo era Lind-algo, creo... ¿Dónde narices está la barrera?

Gracias por el recordatorio, Layla; le debo mil (aun sin saber de qué barrera habla).

—¡Lindorm! —exclamé, mirando con fijeza a los ojos de ámbar de mi guardiana. Bueno, de la guardiana de los giltz enraizados, pero esa denominación me incluye.

—¡Cáspita! ¡Una respuesta correcta! —el tono sarcástico que poseía lo percibiría hasta el más lento—. Debe de sentirse muy orgullosa de esta nimia victoria, ¿no?

Se veía a la legua que quería sulfurarme, hacer que gritara, pero no le iba a dar ese gusto. Volví a pellizcarme.

—Hemos venido hasta aquí para que me muestre la manera de hacer portales, no ha montar un numerito infantiloide —insté. Juro por Zuhaitz que, si Layla no me hubiera infundido coraje minutos antes, no hubiese sido capaz de mostrarme tan segura de mí misma.

No preví que rompiera a reír ante mi petición. Un golpe duro en una autoestima que recién despuntaba del abismo.

—¿Qué tiene tanta gracia? —una lágrima de impotencia solitaria iniciaba una travesía entre mis pecas. Layla dejó a un lado su tarea de búsqueda y apoyó su mano en mi hombro; ahora, en vez de alterarme su contacto, me aportaba serenidad, justo lo que necesitaba.

—Usted —profirió en una carcajada seseante—, usted me divierte. ¿Es acaso tan inútil que no puede invocar un portal? A ver, era evidente que incluso su compañera, con mucho menos tiempo de su vida conociendo la magia, era más poderosa que usted y que no le otorgaría la condición de kondair ni de broma, ¡pero esto es desternillante! ¡Una giltz sin portales propios! ¡Al menos sus antecesores practicaban a escondidas! ¡Usted simplemente lo dejó de lado! ¡Y ahora que lo necesita se hunde en la compasión para consigo misma! ¡Hay que ser pat...!

Un bofetón, propinado por una mano multicolor, obligó a callar a Lindorm. Al ver el diccionario fuera de su bolso, supe quién había invocado el "Jo".

—Déjalo, ¿vale? —pidió Layla, la autora del golpe—. Ya sabemos que va retrasada con respecto a sus estudios. ¡No fue culpa suya que su madre dé un miedo atroz! La tuvo intimidada durante demasiado tiempo, no le dejó hacer uso de sus talentos; tampoco hubo nadie a su alrededor que le insistiera en desarrollar sus habilidades. Si solo una persona se hubiese interesado por su don, la historia sería diferente; el secretismo obligado fue el culpable, no ella. Josephine solo actuó como cualquiera criado de esa manera.

—¿Y por qué no habla usted? —contraatacó, todavía dirigiéndose a mi persona; la había ignorado como quien ignora el zumbido de una mosca—. ¿Acaso la Espazio generacional tiene que defenderla siempre?

Ahí no podía llevarle la contraria; Layla saltaba a protegerme en diversas ocasiones y me sacaba de las situaciones incómodas. Al final sí que iba a ser una damisela en apuros, tal y como aquellas de las novelas de caballerías; resultaba deprimente.

—Perdón —me disculpé, apenas de forma audible—, perdón por no ser la persona que esperaba. Debería haber venido un diamante, no un pedazo de carbón. Siento las molestias, de veras, pero eso no significa que vaya a renunciar a que me enseñe. Reconozco que el momento idóneo ya transcurrió; sin embargo, eso no frenara mis ganas de aprendizaje. Como se suele decir, mejor tarde que nunca, ¿no le parece?

Era la única opción que me quedaba: suplicar, conseguir un poco de piedad por parte de un reptil de sangre fría. Por Zuhaitz, qué ingenuidad la mía.

—¿Ha terminado? —cuestionó, recalcando la falta de efecto que mi discurso había provocado—. Porque tengo un portal abierto al exterior y se me está enfriando el té.

Un vórtice de luz amarilla granulada se abrió a nuestros pies y nos engulló, sin darnos ni una mísera oportunidad de negarnos. Aparecimos en el pasto, fuera de la linde, sin posibilidad de volver.

Los sacerdotes se habían marchado; hacía un rato que la oscuridad se había adueñado del claro, de acuerdo con mi estado de ánimo. Sin embargo, había una luz, una llama anaranjada que evaporó mis lágrimas al acercarse.

Miré por encima del resplandor; Trevor hacía levitar la flama, reflejando en el chocolate de sus ojos el color de ésta. Había continuado a la espera, en el frío de la noche, aguardando a mi salida. Él me quería, no cabía duda; ojalá fuera capaz de corresponderle. ¿Por qué no me deja ser feliz, corazón caprichoso?

—¿Y bien? —inquirió él, condensando todas sus dudas en dos simples palabras. Era listo, sabía que no había ido bien, pero quería darnos pie para desahogarnos.

Como ya era usual, Layla tomó la palabra.

—¡Nos ha echado! ¡Viajamos días y días para reunirnos con ella y no pone de patitas en la calle a la primera de cambio! ¡Será rastrera! ¡Pensaba que los guardianes eran amables!

"Ya... algo malo debo tener yo para ser a la única a la que tratan mal", pensé. No me atreví a decirlo en voz alta; Trevor ya me miraba con demasiada lástima para mi gusto. Desvié los ojos; no quería ver esa expresión más.

Loretxo... —llamó mi atención; para bien o para mal, la consiguió— ¿podemos hablar un segundo a solas?

Miré a Layla, la que a su vez hizo un ademán de aprobación. No supe si me alegré o me entristecí por lo rápido que aceptó. ¿Ahora no quería estar con él a solas? ¿No que quería aprender a corresponder sus sentimientos?

—Total, será mejor que descanse un rato —añadió ella para justificarse—. Vía libre, tortolitos.

Admito que me preocupé; su aspecto no era el de alguien en plena forma. No obstante, para cuando recordé el uso de las cuerdas vocales, Trevor ya tiraba de mí, lejos de nuestra posición inicial.

¡Buenas, aztierdis! ¡No sabéis lo que me reí con las teorías sobre quién era la serpiente! Ejem, os la sabíais (el nombre del templo lo dejaba clarito; chequead el prólogo si no me creéis).

Bueno, os dejo, que tengo que empezar a prepararme. ¡Por primera vez en un año, voy a reunirme con callmebri_! Además de que tengo que seguir escribiendo el especial de mi cumpleaños y terminar el esquema de AI. Lo dicho, muchos quehaceres.

¡Os leo en los comentarios!

Mireia

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