32. Hermana mayor (Layla)
32. Hermana mayor (Layla)
Creo que jamás había visto a Josephine tan enfurruñada como cuando bajamos las escaleras de caracol. Avergonzada, atemorizada, ilusionada... esas expresiones sí habían sido plasmadas en su rostro con anterioridad; sin embargo, la molestia era algo nuevo en ella.
Evitaba mirarme (en parte para no caer; un paso en falso la haría bajar rodando hasta el templo o el ombligo del multiverso, lo que llegara antes), fruncía los labios y apretaba los puños con tal fuerza que sus nudillos azuleaban.
No tenía ni idea del porqué de su reacción. ¡Si hace nada estaba en éxtasis por descifrar rúnico! A ver... cambió de cara cuando me miró tras hacer el hechizo de apertura, así que ha debido ser por ese instante; hasta ahí llego. La pregunta es: ¿qué diablos le molestó? Tampoco es que tuviera una expresión particular. ¿Igual era por eso, por no compartir su ilusión? ¡Pero si le hubiera sentado peor que fingiera! Aunque, conociéndola, tal vez no se hubiese dado cuenta del paripé...
¡Maldito sea mi diálogo interno! Entre que no estaba atenta y esa flaqueza persistente que no hacía más que acrecentarse, había acabado resbalando con un escalón de pirita. A pesar de estar cerca del final, mi trasero sufrió cada peldaño.
Los buenos modales ganaron terreno a su enfado, por lo que Joshy me tendió la mano enguantada para poder incorporarme. La acepté con gusto; no estaba en condiciones para rechazar una ayuda.
Eché un vistazo a mi alrededor. La verdad sea dicha, la descripción que Josephine me aportó fue mucho más precisa que la mía; si supiera algo de dibujo, podría haberlo ilustrado con todo lujo de detalles y no hubiera errado ni una filigrana. Un bosque pétreo de tonos amarillentos, cuyas hojas de metal cubrían nuestras cabezas, rodeaban un claro formado por anillos, como si de un tronco talado se tratara. Cada objeto, fuera gigante o diminuto, estaba cubierto de runas. En uno de los laterales de los anillos había un hueco por el que deslizarse a una planta inferior. Un notable como lugar; sobresaliente, visto por daltónicos (qué deciros, el amarillo se me hace demasiado chillón a esas cantidades).
—Supongo que habrá que descender por ese hueco, ¿verdad? —Josephine no dijo nada; marchó hacia el agujero y entró. Mutismo furioso, al parecer. Sin nada que objetar (tampoco es que pudiese, dada la situación), la seguí.
Sinceridad ante todo: esperaba encontrarme con una burbuja protectora y un monstruo guardián nada más bajar. Ya sabéis, a lo Aura. ¿Qué? Tampoco es que la experiencia hasta el momento se difiriera mucho de la vivida en el templo del Leviatán. Escudo, acertijo, piedra rellenable... Si obviábamos a los curas y el no poder usar el diccionario para comprenderlos, todo hasta el momento había sido igual.
Por lo dicho, me pilló por sorpresa encontrarme con otra estancia circular, casi idéntica a la previa. Las únicas diferencias visibles eran las columnas, que simulaban ser raíces, y el número de hendiduras gigantes del suelo. Tres entradas y, si las películas con pasadizos de esta clase no se equivocaban, solo una correcta.
—Genial —ironicé, permitiendo que mi cabeza cayera unas décimas de segundo—, ¿por dónde?
Joshy pasó de responder. Seleccionó el hueco central del triángulo y bajó por él. Vale que esté molesta (que sigo sin saber con exactitud la razón), pero ¿no deberíamos consultarlo? ¡Éramos un equipo! Rencillas personales no debían estropearlo.
Suspiré; sería mejor seguirla, no vaya a ser que nos perdamos. A punto estaba de sumergirme en el agujero cuando alguien cayó detrás de mí. Me sobresalté, claro, ¿quién podría haber podido entrar? Igual mi hermano, en el que sería el mejor escenario, pero de igual forma podía ser el giltz desconocido de Sombra de la Verdad; ahí sí que estaría en un lío.
Con el corazón en un puño, giré sobre mis talones y me dispuse a identificar al ODNI (Objeto Descendiente No Identificado).
Ni el uno ni el otro; era Josephine. Si, como lo leéis: el túnel la había devuelto a esta sala. Tenía raspones por todo el cuerpo y su vestido estaba hecho una pena, así que había atravesado una trampa. Vamos, que se notaba a la legua que su decisión había sido una prueba de suerte y le había salido rana.
—¿Estás bien? —pregunté, ayudándola a levantarse. Ella desvió la mirada—. A ver, sea lo que sea por lo que estás de morros, ¿podrías dejarlo de lado un segundo? Bueno, un segundo no, lo que tardemos en llegar hasta el Lind... lo que sea —creo que el mini seísmo que sentí fue por olvidarme de su nombre. ¡Lo siento, guardián, solo escuché tu nombre un par de veces! (ahora es cuando lo empeoro por tutearlo, ¿no? Menos mal que es mi diálogo mental)—. ¿Podrías hacernos ese favor?
Ella mordió su labio, sopesándolo. El tiempo transcurrido se me antojó una eternidad.
—Está bien —aunque sus palabras fueran de rendición, su tono poseía un toque de amargor que no me pasó desapercibido—; después de todo, para eso me ha traído, para serle de ayuda.
Rodé los ojos. ¡Pero habla de tus problemas, chica! ¡Ni que tuviera algún confidente para difundir tus secretos!
—Lo que sea —suspiré; ahora que estaba dispuesta a colaborar, no lo echaría a perder—. A ver, son tres agujeros. ¿Hay alguna trinidad o algo similar en vuestra religión?
Ella observó las columnas enraizadas; no tuve claro si pensaba en ello o leía las runas (igual las dos opciones eran correctas), pero dudaba que hubiese escuchado mi pregunta. Bien, bien, no me afecta; no pienso armar jaleo.
Joshy ladeó la cabeza, manteniendo su vista en un punto fijo. De repente, cambió su expresión a una sonrisa de oreja a oreja, idéntica a la que esbozó al terminar el hechizo de apertura. Acto seguido, me miró y retornó a su gesto neutro.
—Es historia reciente —afirmó en un tono de voz controlado; más de lo habitual, que conste—, la separación de las dos dimensiones para precisar. La Cadena Infinita se migró hacia el sur, mientras que Raíces Eternas se mantuvo en el norte del mapa dimensional —mientras hablaba, andaba de un lado a otro, atravesando las anillas—. Tomando como referencia el único punto ajeno al conflicto, Sombra de la Verdad, se supone que nos encontramos —señaló el hueco derecho— ahí. Si lo escrito en las paredes tiene algo que ver con el misterio que envuelve esta estancia, esa debe ser la salida correcta.
Ahora sí que estaba anonadada. ¿De dónde se había sacado esa lección de historia? Estaba segura que, si la instaba a ello, me listaría las fechas de todas las batallas y nombraría a todos los líderes militares de la época; se le veía en la cara, tenía la mirada de quien se sabe el temario antes de un examen (sobra decir que pocas veces la había reflejado el espejo de mi cuarto, ¿verdad?).
Me frené de vender la piel del zorro antes de cazarlo; no quería gafar la situación. Atravesamos el pasadizo derecho. Funcionó; aunque fuera otra sala del laberinto circular, ninguna trampa nos había dado la bienvenida.
—Eso. Ha. Sido. Flipante —la halagué. Me salió del alma.
Josephine se sonrojó y desvió la mirada.
—Es mi trabajo abrirle el camino, Layla —susurró a la vez que jugaba con el oxígeno que sus mejillas contenían—. Después de todo, es la razón de que esté aquí; aprender a serle útil en mi cometido.
Entonces, el puzle se completó; mi cerebro encontró la última pieza en sus palabras y corrió a colocarla en su lugar. Joshy se sentía menospreciada, un simple instrumento para un fin mayor; la llave oxidada de una puerta que jamás volveríamos a cruzar.
A ver, no voy a negar que, al principio, esa fuera la intención. Sin embargo, al final le hemos cogido cariño (yo al menos): fue la primera en comprender una descripción mía, sus cohibiciones sin fundamento me han sacado más de una sonrisa... Ya os lo dije en otra ocasión, la considero una amiga, nada menos que eso.
Me acerqué con lentitud y la abracé. Medio minuto, creo; la verdad es que fue un momento atemporal. Nos separamos; no obstante, mi mano permaneció en su hombro. Sus ojos verdes estaban clavados en la pared a su derecha; los rubíes envidiarían el tono rojo que sus mejillas alcanzaron.
—Ya has descifrado la pared, mírame a los ojos —ordené, usando mi mano libre para redirigir su mirada. Soy consciente de que lo más probable era que el texto plasmado no tuviera nada que ver con el anterior, pero no era el momento de ponerse quisquillosos con esas nimiedades—. No vuelvas a decir eso ni en broma. Eres una persona, no un medio que nos allane la ruta.
—Claro que lo soy —rebatió ella con un hilo de voz; de no ser por el espeluznante silencio de la sala, no lo habría captado—; para eso me contactaron, para eso me trajeron. Si yo no hubiera nacido quien soy, jamás me hubiesen dirigido la palabra.
—No te voy a mentir, que te va a sentar peor, era la idea inicial; sin embargo, ahora ese primer objetivo está muy bajo en mi lista de prioridades a la hora de hablar contigo. A veces, el destino junta a la gente por razones que, echando la vista atrás, suenan deprimentes para el comienzo de una amistad. Que me lo digan a mí; el origen de toda esta historia podría considerarse un secuestro, pero no por eso reniego de las amistades que ese evento ha creado —sentí que me estaba yendo del tema, así que busqué un nexo para retomarlo; lo encontré—. Ahí te incluyo a ti. Joshy, eres una amiga. ¿Te entra en la cabeza?
Una perlita acuosa rozó mi mano; Josephine había comenzado a llorar. Trató de apartar la vista de nuevo, pero se lo impedí.
—He sido una estúpida —murmuró. Bueno, vocalizó; la voz no traspasó sus labios.
—Exacto —me encogí de hombros—, pero al menos lo admites; no te martirices por ello. ¿Vamos a seguir bajando o vas a continuar pareciendo una estatua?
La próxima media hora la pasamos resolviendo acertijos sobre historia cada vez más lejana, desde el número de condecoraciones de un general cuyo apellido no recuerdo a la cantidad de días que duró la creación dimensional según sus mitos, pasando por la posición de los asentamientos rebeldes con respecto a la capital. Con sinceridad, no absorbí nada de ello; tenía la cabeza en otra parte.
Por fin Josephine se había abierto. Aunque fuera un pelín, había dado el paso. Y estaba orgullosa de ello. ¿Por qué? A saber, era algo nuevo para mí. ¿Podría ser ese instinto de "hermano mayor" del que Wes me había hablado alguna que otra vez? Quizá, tengo que consultarlo. Por ahora, dejémoslo en orgullo, ya veremos después.
El hilo de mis pensamientos se interrumpió por... ¿cómo decirlo sin que suene terrorífico? Encontrarme frente a frente con una serpiente con cara de pocos amigos.
¡Buenas, aztierdis! ¡Saludos de una bostezante Mireia desde "La Parada"! Gajes de quedarse viendo perseidas hasta tarde jeje. ¿Alguna duda? ¿Creéis que está solucionado? ¿La serpiente sabrá que cierta narradora no recuerda su nombre? ¿Estoy haciendo preguntas al azar? ¿Debería callarme y publicar esto de una vez? Lo último ya lo respondo solita: sí.
¡Os leo en los comentarios!
Mireia
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