31. Fotografías de realidad (Aura)
31. Fotografías de realidad (Aura)
Mis manos de deslizaban por la imagen revelada, buscando algo, cualquier indicio de edición digital o ilusión mágica. Nada. Ningún borde difuminado, ninguna articulación doblada de manera extraña, ningún rostro sospechosamente similar al anterior. Como las últimas cien veces, no había nada fuera de lugar en el caos que aquellas fotografías evocaban.
Claro, ¿cómo iban a ser falsas? Gabe las había recortado de un libro de historia (que luego había reconstruido con un hechizo), solo para demostrarme lo que la última vez me había argumentado con palabras. Y, sin embargo, yo seguía allí, empeñada en encontrar algo que lo desmintiera; desesperada por negar que hubiera estado defendiendo una mentira.
Gabriel me había pedido perdón un millón de veces; según él, una gran mayoría no me tenía por alguien razonable y de pensamiento frío. Igual había sido impulsiva en el pasado, pero ni de broma iba a tomarme a la ligera un conflicto de tal calibre. También se disculpó por la muerte de mis padres; no obstante, solo logré pensar en cuántas familias habíamos masacrado nosotros.
Una lágrima cayó en el retrato que analizaba, una niña de cabello cobrizo con un bebé en brazos, siendo alejada del cadáver de una mujer (lo más probable es que fuera su madre). Mi mirada voló desde las lágrimas que inundaban los ojos chocolate de la niña hasta el color de la sangre que rodeaba a la muerta, pasando por las explosiones de conjuros colisionando que se veían al fondo. Nada fuera de lo común; realidad pura y dura en una imagen.
Pasé a otra ilustración, en la que una ciudad era arrasada por la lava. Un escudo reventaba a su alrededor, ya no pudiendo contener a las fuerzas de la naturaleza. Comprobé que la cúpula poseyera el patrón típico de un encantamiento de sangre, ¡y lo tenía! Me estaba quedando sin hilos de los que tirar. ¿Será porque, en realidad, no había ninguno?
Enterré la cabeza entre las piernas. ¡Así, cualquiera se deprimía! Veía cada desastre, cada maquinaria extraña, cada familia rota y no era capaz de sacarle algo positivo, ni un mísero detalle que me permitiera creerme que todas mis victorias, aquellas que festejaba en la heladería/café, no eran una sarta de errores.
—¿Cómo narices me defendiste sabiendo todo esto? —pregunté a Nathan, mirándole desde una apertura entre mis rodillas. Él, que había estado sopa durante mis cavilaciones, abrió los ojos y me dedicó una mirada incrédula.
—Te está intentando comer el coco —bufó, desviando la mirada hacia el techo—. Ya lo ha hecho varias veces.
—¡¿Te crees que no lo sé?! ¡Por eso todo este maldito análisis! —grité, aguantando por poco el impulso de golpear el muro; ya llevaba unos mil puñetazos a la piedra volcánica que nos rodeaba y, en caso de continuar, mis nudillos nunca se recuperarían—. Una imagen vale más de mil palabras, y aquí hay como cincuenta; haz cálculos.
—¿Y cómo es que yo no había oído al respecto, eh? —rebatió, sin dar su brazo a torcer—. Por si no lo recuerdas, he vivido aquí.
—¡Vamos! —contesté, apoyando mi frente sobre los dedos índice y corazón. Me exasperaba su obstinación—. ¡Si tú mismo me has confesado que apenas sabías lo que pasaba fuera del orfanato! Tu nacionalidad no te sirve como contraargumento.
No me habló más aquel día, ni yo hice intento para restablecer la comunicación. Ambos estábamos dolidos, por la misma razón: no nos fiábamos de la intuición del otro. ¿Es que no entendía que esta vez yo tenía la poción de amor y buscaba con ahínco cualquier rastro de engaño? Parecía haberse olvidado de que no me encontraba hipnotizada, bebiéndome las palabras de Gabriel como si hubiera estado perdida en un desierto verbal. No tenía razones para desconfiar; rectificar es de sabios.
El tiempo pasaba con lentitud mientras planeaba mi siguiente paso. ¿Cuál narices era? En un principio quería ganarme su confianza, hacerle creer que estaba de su parte para que su plan explotara desde dentro, pero mi punto de vista no era el mismo que al trazarlo. ¿Y si trataba de convencer a los encadenados para que bajaran las armas? Eso sonaba a utopía irrealizable; ni siquiera era capaz de hacer que mi compañero de celda entrara en razón. ¿Podía dejarles realizar su plan y que se declarara la tregua? No sé si aquellos que supusieron que lanzar bombardeos era la mejor forma de mantener a su gente bajo control aceptarían. ¿Escapar y derrocar a mi propio gobierno? Dejad que me ría. No tengo ni la mayoría de edad; por más poderosa que sea, nadie me tomaría en serio y reinaría la anarquía. Tampoco es que sepa nada de política.
Tanto torbellino mental estaba haciendo mella en mis neuronas; más de una debía estar vomitando en mi cráneo. ¿Hacía cuánto que no dormía? Los días se contaban en visitas, y tampoco podía fiarme de que Gabe viniera a verme cada veinticuatro horas exactas.
Decidí echar una cabezadita; mi cerebro se merecía dejar de centrifugar.
Mis sueños se habían vuelto mucho más tranquilos desde que carecía de magia; es más, lo único que visualizaba al cerrar los ojos eran figuras abstractas sin sentido. En cierta forma, extrañaba las columnas turquesas y las cascadas intermitentes del templo. Echaba de menos a Kalea buscando temas de conversación (y, solo a veces, alertándome de peligros inminentes). Quería poder consultar mi siguiente paso con ella y, quizá, discutir sobre lo mal que se explica para liberar tensión. Sí; desearía volver a soñar, incluso si eso significara perder horas de descanso.
El golpe de la puerta me sacó de la inconsciencia voluntaria. En serio, ¿por qué no me dejan dormir más de tres horas seguidas? Echaba de menos mis auriculares aislantes.
Nathan no se encontraba en la estancia. Repito por si no ha quedado claro: no sé ni en qué día vivo. Sin embargo, mi instinto me decía que todavía no tocaba torturarle; cierta persona (supongo que veis hacía quién van los tiros) debía haber adelantado su sesión.
De hecho, los pasos saliendo del ascensor anunciaron su llegada. Por supuesto, ya había pulverizado el perfume antes de que alcanzara mi posición; "confundida" no es sinónimo de "idiota".
—¿Te has decidido ya o necesitas más pruebas? —se escuchó el pase de las páginas a toda velocidad—. Si es lo segundo, traigo otro tomo del libro de Historia Interdimensional.
Eché un suspiro y rodé los ojos. ¿Cuántos libros de esos tenía? Creía que los obsesionados con el pasado eran los enraizados.
—Mi cabeza tira para un lado y mi corazón para el otro —confesé, sin tener muy claro a dónde quería llegar con aquello—. ¡Me siento como una maldita goma elástica! Ojalá pudiera racionalizarlo todo, pero es que hablamos de mi familia. Una vida en común no se borra así como así.
En ese momento, pensé que Gabriel se iba a marchar de nuevo, a dejarme meditar en mi soledad. O, lo que es lo mismo, a dejar que mi culpabilidad continuara su ataque. Sin embargo, se quedó; no pude agradecérselo más.
—Te entiendo, más o menos —repuso Gabe—. No puedo prometerte que aquí encontrarás una nueva familia ni nada por el estilo, pero nos esforzaremos en que te sientas cómoda. No porque tu magia vaya a colaborar mejor si estás de acuerdo, sino porque acabas de salir de una mentira y queremos darte la oportunidad que no tuviste. Ya te habrás dado cuenta: valoramos la verdad. Por cierto, gracias por ser sincera; as dudas compartidas se ven con más claridad.
—Entiendo... ¿puedo preguntarte algo más? —No lo vi, pero apostaría diez dirus a que asintió—. ¿Qué quieres decir con "sentirme más cómoda"? ¿Me van a sacar de la celda?
Con aquella frase, un atisbo de lucidez se había abierto paso en mi mente. La posibilidad de una liberación había elevado mis opciones a la infinita potencia; solo faltaba una confirmación.
—Habría que hablarlo con mi pa... Nagusi, pero es lo más plausible —eso me bastaba. Por cierto, no supongáis que he pasado por alto esa vacilación a la hora de mencionar a su jefe; ya lo rumiaré después.
No sabía si me iba a arrepentir de mi decisión. ¿A quién engaño? Claro que lo sabía: cualquier respuesta que diera en ese instante me perseguiría hasta que las ranas criasen pelo. No obstante, debía decidirme y parecía que mi mente había encontrado la manera de no enloquecer dándole vueltas.
—Es lo más bonito que podrías haber hecho por mí —murmuré—; sería una necia si no aceptara una oferta tan generosa como esta. Eso sí, si no es pedir demasiado, desearía añadir una condición más; no más muertes. Jura que, a partir de este momento, nadie morirá en combate.
Hubo un momento de vacilación, un segundo que me hizo pensar que me había pasado de la raya. Igual había sido demasiado ambicioso pedir una tasa de asesinatos nula, pero no quería romper más familias, provocar más llantos y comprobar que los sueños de aquella persona cuya luz se apagaba nunca se cumplirían. No, no quería y punto; daba igual si la puerta recién abierta se cerraba por ello.
—No puedo habar en nombre de los encadenados —rompió el silencio— pero tienes mi palabra.
Acto seguido, la puerta se abrió; ya no había vuelta atrás.
¡Hola, aztierdis! Aquí Mireia, publicando desde "La Parada" ("La Mina" estaba cerrada; error de calculo). ¿Qué tiene en mente Aura? ¿De verdad se va a unir a SV o se está marcando un Pervinca? ¿Las fotos tienen alguna importancia aparte de mostrar la realidad? No lo pienso decir.
Ok, os dejo por ahora. ¡Os leo en los comentarios!
Mireia
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