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26. Soñar y despertar para las respuestas encontrar (Josephine)

26. Soñar y despertar para las respuestas encontrar (Josephine)

—Repita conmigo: no soy una inútil.

—¿Puedo omitir el "no" de la oración? —pregunté, a lo que Marco se llevó los dedos al puente de la nariz, exasperado—. Perdone, es que no anhelo mentir.

Me encontraba frustrada, decepcionada conmigo misma. Se suponía que había nacido para cierto cometido, pero ni eso podía hacer. Denbora y Espazio, digo... Wes y Layla, habían acudido a mí con la esperanza de que les abriera un portal y les había fallado; había sido incapaz de cumplir con mi parte de la historia, con el rol asignado para mí en la obra de la vida.

Una palabra me definía: desastre.

—¿En serio, princesita? —aparté la cabeza de mis rodillas al escuchar ese timbre femenino—. ¿Crees que autocompadecerte es la manera de mejorar? El apodo no va por lo de "princesa en apuros", ¿sabes?

—¿Quién anda ahí? —los ojos de mi antepasado inspeccionaban la sala circular, en busca del origen de la voz. No obstante, yo la había reconocido ya (a la tercera palabra como muy tarde).

—¡Ups! —exclamó la voz de Selene—. Lo siento, no sabía que estabas acompañada. ¿Me presentas a tu vida anterior, por favor?

Marco me miró un segundo, antes de caer en lo que le había comentado hace meses. Sí, había hablado de ella, ¿problema? Tenía que desahogar las desconcertantes sensaciones que su rareza me provocaba, y esa una verdad que no podría conversar sobre el tema con mis conocidos.

—¿Es la medio amesti de la que me habló, Joshy? —comprobó; no quería meter la pata.

—La misma que viste y calza... Ah, no, que solo estoy aquí en forma de voz incorpórea; las prendas se quedaron en mi saco de dormir. ¿Qué se le va a hacer? Gajes de ser mestiza —hizo una pausa antes de añadir—. Buen mote, lo usaré.

Mientras mi antecesor le daba un educado agradecimiento y debatía interiormente sobre qué otros poderes habría dejado de heredar junto con la capacidad de manifestarse en forma física, yo luchaba por mantener la compostura; aunque fuera un espacio privado, ser la residente de mi mente me obligaba a ser buena anfitriona.

—¿Podría interrogarle sobre la causa de su visita? —al menos no me había salido un "¿Qué hace usted aquí?"; punto para mí.

—Pues... —vaciló un instante, sosteniendo la "e"—. Solo quería comprobar que estuvieras bien, nada más; es tu primera noche a la intemperie. Me pareció menos arriesgado aparecer en tu cabeza que pasarme por ahí a saludar; menos explicaciones y situaciones incómodas.

Noté como el aire del templo se calentaba. Eso, según una clase de Marco, significaba que alguien en mi mundo onírico se había sonrojado (o tenía fiebre, pero esa opción era harto improbable). Palpé mi rostro para comprobar que no era yo, pero fallé.

—¡Venga ya! ¡Ahora se te colorean las mejillas con esto también! Chica, tu pudor va de mal en peor —rió la híbrida. El tintineo de sus carcajadas era contagioso; tanto, que hasta logró que una sonrisita aflorara en mis labios—. Al final conseguí arrancarte una sonrisa, ¿eh? ¿Cuántas de esas logró tu "prometido"? De las sinceras, que me conozco tus protocolos.

Me quedé en blanco. ¿Acaso debería haberlas contado? ¿O enumerarlas también hubiese sido mala señal? Lo peor es que no me venía a la cabeza ningún instante de esos; parecían haberse esfumado.

—Típico —resopló Selene—; echar a alguien cuando no sabes qué contestar. Eso es grosero hasta para mí, ¿sabes?

No supe a qué se refería hasta que reparé en los pilares que se deshacían en mi entorno.

Lo último que escuché antes de despertarme fue un "es broma" tintineante.

Mis párpados se abrieron en la oscuridad de la noche. No, esperen, había una luz, procedente de la manta bajo la que dormía Layla.

Me acerqué con cuidado, poniendo todo mi empeño en no despertar al único de los tres que seguía dormido (y roncaba más que un hartz). Al llegar, di un golpecito a la almohada, pidiendo permiso para entrar.

—¿Se puede? —susurré, al percatarme de que aquel sonido amortiguado no había llegado a sus oídos.

—Pasa —recibí como respuesta.

Creía que iba a encontrarme con un espacio mucho más reducido que aquel, teniendo en cuenta el tamaño de la manta que le servía de cobertura. No obstante, prefería que fuera así de enorme; me sentiría mucho más incómoda si tuviera que apretujarme dentro.

—Mola, ¿verdad? —preguntó Layla mientras ojeaba un cuaderno azul. Su camisón hasta el muslo me resultó del todo inapropiado para recibir visitas; sin embargo, como era yo la que se había presentado sin invitación previa, evité mencionarlo—. Si no fuera por este truquillo, no sé cómo habríamos dormido en Sustrai. No te ofendas, pero era imposible encontrar un albergue, mucho menos un hotel.

—Es lo que ocurre en una ciudad que no acepta visitantes, supongo —las palabras usadas me sonaban de algún libro leído, pero no lograba localizarlas; no me venía sus significados a la cabeza. Y que mis ojos se desviaran no me ayudaba a centrarme; el rubor volvía a invadir cada una de mis pecas. Cambié de tema—. ¿Qué está leyendo?

—¿Esto? —señaló al cuaderno. Yo asentí—. Es la libreta de Aura. La giltz que está presa, a la que queremos liberar. Le daría algo si supiera que estoy hojeando lo más parecido que tiene a un diario. Deberías echarle un vistazo; hay un porrón de palabros técnicos y me cansa mirar el diccionario. Además, podrías encontrar algo referente al temita de los portales.

Pasé de su ofrecimiento con un gesto; era algo privado, y la teoría no era mi flaqueza en esa cuestión.

—¿Cómo es ella? —inquirí, en cambio—. Aura, quiero decir.

—¿Que cómo es? —pareció hacer memoria; un mero teatro, puesto que un discurso así no podía idearse en dos segundos—. Pues es algo mandona y susceptible al enfado, pero es buena gente; nos ha sacado de muchas, y eso que hace apenas un mes no sabíamos que existía. Es rubia, le brillan los ojos cuando se enoja... bueno, después de lo de su templo, están refulgiendo todo el rato. ¿O sería sólo un estado pasajero? Ni idea. También tiene orejas puntiagudas, pero pocos han sobrevivido a llamarla elfo.

—¿Por qué íbamos a hacerlo? —dudé, sin comprenderla; sus ojos almendrados centelleaban de extrañeza ante mi pregunta—. Después de sufrir todo esa opresión por parte de los ezezagunak, las razas que los gizakis todavía no han descubierto, muchos limaron sus cartílagos hasta redondear sus orejas. Pietro, sin ir más lejos, posee orejas corrientes y molientes.

—A ver, rebobina... ¿Cómo que he conocido a un elfo sin saberlo?

—De cuarta o quinta generación —le corregí—; no tiene mucha sangre élfica, pero algún que otro antecesor sí.

—Alucinante... —murmuró, dejándose caer de espaldas sobre un mullido cojín. Tres segundos después, volvió a incorporarse de golpe—. ¿Y entonces cómo se sabe? La televisión me ha mentido tanto que no sé a qué atenerme con respecto a la magia.

—Él tiene las pupilas marrones, pero su ascendencia podría haberse manifestado en uñas con grabados o canas prematuras —listé, ante la mirada asombrada de mi interlocutora. No pude evitar pensar en que los híbridos amesti también poseían distintivos oculares; relaciones extrañas que mi mente hace.

—Me fijaré cuando nos volvamos a ver —sentenció con un cómico gesto, golpeando el puño contra su palma abierta.

Aquella conversación derivó a muchas otras cuestiones, desde las diferencias entre nuestros dos mundos al asunto de las parejas, pasando por nuestros puntos de vista sobre la magia.

—¿Estás de cachondeo? —se rió ella en mi cara cuando me obligó a confesar detalles íntimos a base de cosquillas—. No me lo puedo creer... toda la vida juntos y aún con los besos en la mejilla. ¿Estás segura de que es tu pareja de verdad y no tu amigo de la infancia jugando a los novios?

Otra pregunta que no supe contestar. ¿Por qué se me complicaba tanto hablar de mi relación con Trevor? Esa respuesta me la sabía, por desgracia; porque aquello no era una relación. Aún así, nunca había tenido problema en otorgarle esa nomenclatura. Y, sin embargo, cada vez se me atascaba más la mentira, como si ese puesto le correspondiera a otra persona. Qué loco, ¿no?

A punto de comenzar un nuevo día, me lancé a preguntar sobre una duda que me rondaba la cabeza.

—¿Por qué no me odia? Si yo fuera usted, detestaría a la persona cuya torpeza se ha interpuesto en mi camino. ¿Por qué no me manda a donde gira el viento y se libra de un lastre decepcionante como yo?

Layla se lo pensó un largo rato, sin nada de dramatismo en su mueca; según me confesó en algún otro momento, quería elegir las palabras correctas.

Cuando por fin se le iluminó la "bombilla" (ella soltó esa expresión una vez; al parecer, se refería a tener una idea decente), adoptó un aire filosófico y recitó.

—Parafraseando a Aura: "Somos los primeros que queremos que todo esto funcione. ¿Por qué no echarte una mano?". Si no hay camino, pavimentaremos nosotros; las llaves tienen que forjarse para encajar en la cerradura. Nos beneficia a todos ayudarte, y nadie te va a aborrecer por no saber hacer algo; eso sí, si no pones de tu parte me lo replanteo —vaciló un poco antes de concluir; su voz tembló, apenas perceptible—, ¿ulertu?

Parte de mi neblina mental se disipó con su respuesta. Sentí que no era tan inútil como creía. O quizá era por añadir un hechizo de comprensión al final del monólogo, a saber.

¿Quién iba a decir que un muerto y una viajera onírica tendrían razón?

¡Hola, aztierdis! Aquí está el capítulo de la semana. El alba se acerca... ya sabemos qué significa eso.

¡Os leo en los comentarios!

Mireia

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