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17. Decisiones malditas (Josephine)

17. Decisiones malditas (Josephine)

¡Maldición! ¡Maldición! ¡Maldición!

Perdonen las groserías, no se merecen escuchar tales palabras; es solo que estoy furiosa conmigo misma y no lo he podido evitar.

Verán, en la fiesta de mi dieciséis cumpleaños ha aparecido el condesito Abernathy y... ¿Cómo que ya lo saben? ¿Quién les ha contado? ¿El propio condesito? Lo que hay que oír, se enteran de todo.

El caso es que, al ver que él había abandonado el tomo en la mesa de los regalos (de forma intencionada, claro está), mis dos fuerzas primordiales (la segura decencia y el instinto lector) han peleado en mi interior de nuevo. Podría haberlo dejado sobre la mesa, que los criados lo vieran y desecharan, sin llegar a comprender como había llegado allí, o podría cogerlo y seguir descubriendo la historia tras las letras.

El libro se burlaba de mí en aquel momento, colocado como estaba en mi mesilla. Me arrepentía y no a la vez. ¡Odiaba que mi cabeza y mi corazón se llevaran la contraria de esa manera!

Lo peor, sin duda alguna, era la nota inicial. ¿En serio estaba ese chico chantajeándome? Seguro que si no aparecía en la hora citada mandaría un batallón a encerrarme o, en el peor de los casos, decapitarme. No conseguiría reunir el valor suficiente como para deshacerme de las pruebas antes de que llegaran.

¿Quién me mandaba a mí a leer? ¿A descubrir un peligro tan placentero? ¿A saltarme las reglas por una bendita recopilación de letras? A pesar de todo, no me arrepentía. ¡No me arrepentía! Estoy hecha una contradicción andante.

Me lancé al colchón, indecisa. ¿Debería ir? Podría ser una trampa, pero ¿y si era honesto al decir que necesitaba hablar conmigo? ¿Arriesgaría mi seguridad de nuevo por mi sed de conocimiento?

¡Maldición! ¿Por qué no era capaz de tomar una decisión propia? ¿Tan difícil era responder a alguna de mis preguntas con un sencillo "sí" o "no"? Si tan solo tuviera una fracción de la determinación de los personajes de aquellas novelas que leía, sería todo mucho más sencillo; ellos son capaces de tomar decisiones vitales en segundos, mientras que yo no era capaz de seleccionar nada relevante sin pasarme horas carcomiéndome la cabeza (y ni así).

Unos nudillos retumbaron contra la puerta de mi habitación, haciéndome pegar un saltito en el colchón. Por instinto, metí el libro bajo la almohada.

—¿Está presentable, duquesita? —dijo la voz al otro lado. Reconocí en ella a Pietro, uno de mis sirvientes personales.

—Puede pasar —respondí con un ademán que el rubio no llegó a ver.

El chico en cuestión entró con la cabeza gacha, como es usual, y con una cinta enredada entre los dedos. Sin mediar palabra, dejó la tira de tela a mi lado y se quedó observando, como si esperara algo.

La cinta era de color amarillo, decorada con curvas verdes y puntos negros y naranjas, simulando flores. Cada detalle estaba bien cuidado y tenía el tamaño justo para... Oh, no.

—¿Por qué cree que este es un regalo apropiado? —pregunté, señalando el recién interpretado marca páginas. Llevaba dos insinuaciones a la lectura seguidas, he de estar haciendo algo mal. ¿Seré tan mala mentirosa?

—Soy el que apaga las velas cuando usted se queda dormida mientras aún arden, duquesita —señaló sin inmutarse—; si el sueño la caza de improviso, se olvida de borrar las pistas —me iba a poner a llorar, a pesar de que debía mantener la compostura; había sido tan obvia que me extrañaba que nadie más que él se hubiera dado cuenta. Aunque eso daba igual. Si antes me había salvado por los pelos, ahora estaba muerta; no tenía escapatoria posible—. Su secreto está a salvo conmigo, duquesita.

—¿Qué? —salió de mis labios sin mi permiso, fruto de la sorpresa—. No estoy entendiendo nada.

—¿Qué hay que comprender? —resopló él. De repente, parecía haber cobrado confianza (hasta había despegado los ojos del suelo); supongo que compartir una confidencia tiene ese efecto en las personas. Como muestra de ello, se sentó a mi lado—. Simplemente, no quiero que se marche ni que la maten; estar a solas, sirviendo a la duquesa Corlan por la eternidad, sería peor castigo que un asesinato. Además, algún secreto ilegal tenemos todos; nadie es la pureza personificada.

—Gracias —susurré. Tras un segundo de silencio, me atreví a preguntar—. ¿Le puedo pedir un consejo? —Pietro asintió—. Verá, usted no es el único que se ha dado cuenta de mi "afición". Esa persona me ha citado esta noche en Ipar. ¿Debería asistir?

Él me miró con seriedad y, después de pensarlo, asintió.

—Yo no podría vivir con la duda del "¿qué hubiese pasado si...?". Además, puede que el libro solo fuera una manera de comunicarse con usted y su intención no tiene nada que ver —tras meditarlo un poco más, añadió—. Podría acompañarla, si gusta.

En quince minutos ya llevaba mi capa, tenía una bikoitz en la cama, el ispilu empañado y un acompañante moviéndose entre las sombras del callejón Ipar.

—¿Hola? —pregunté. No había nadie y, al contrario de con Selene, no sabía por dónde iba a aparecer el condesito.

—¡Llegamos tarde, chicos! ¡Daos vara! —escuché a alguien exclamar a mis espaldas.

Acto seguido, tres muchachos de ropajes estrafalarios aparecieron en la bocacalle. Parecían exhaustos, pero a mí por lo menos me parecieron peligrosos.

—¡Os dije que íbamos tarde! —les recriminó la del cabello miel a los dos morenos. Aunque estaba muy cambiado, fui capaz de reconocer al condesito Abernathy en el único chico del trío; visto así, quizá debería de dejar de atribuirle un título que no ostenta.

—Lo pasado, pasado está, Shauna —habló él. Al escuchar ese nombre, una incomprensible chispa de reconocimiento recorrió los ojos de Pietro—. ¿Podemos discutir más tarde? —la susodicha se cruzó de brazos, pero aceptó.

La chica del vestido exageradamente corto (hasta la rodilla o así), que no había hablado, tomó la palabra.

—¿Josephine Corlan? —preguntó. Por inercia, asentí—. Bien, puede que no estés entendiendo nada de lo que ocurre, créeme que a mí me cuesta, pero necesitamos que nos hagas un portal a Sombra de la Verdad. ¿Vale?

—¿A qué se refiere? —cuestioné. Tenía razón, no estaba comprendiendo nada de nada. La chica se llevó la mano a la frente.

—A ver, sabemos quién eres y necesitamos tu ayuda, giltz —aclaró. Un escalofrío recorrió mi columna vertebral al percatarme de lo que quería decir.

—Se equivocan de persona —tartamudeé.

—No empecemos otra vez —bufó el falso condesito, condescendiente—. Ya pasamos por esto con el tema del libro y, ¡mira por donde! estás aquí. Sabemos quién eres, nosotros también somos como tú... más o menos, pero el caso es que puedes confiar en nosotros.

No voy a mentir, estaba aterrorizada. Todo estaba pasando demasiado rápido. Solo quería salir de allí ipso facto. Mis piernas realizaron mi deseo tan pronto como mis ojos vieron la oportunidad.

"Huir es de cobardes", dirán. "¿Para qué ha ido si se iba a marchar?" preguntarán. "¡Nunca aclarará sus dudas con esa actitud!", me recriminarán. ¿Saben qué? ¡Qué tienen ustedes razón! ¡Cobarde y a mucha honra! Prefiero ser gallina viva a gallito muerto.

Casi choco con alguien (otra vez); no obstante, logré frenar a tiempo.

—Perdón —me disculpé.

—¡Sí, mil perdones tienes que pedir por largarte así! —se quejó una voz de mujer. ¿Cómo había llegado hasta aquí la chica del vestido corto?—. Uf, estoy abusando del tartejale últimamente. ¿Te suena el nombre de Espazio? Pues aquí me tienes —después de un silencio sin respuesta, añadió—. Oye, ¿te encuentras bien? Se te ve pálida.

No, no estaba bien. La callejuela daba vueltas cuál rueda de carreta y veía todo borroso. Posé la mano en la pared, en un vano intento de estabilizarme; la bilis subía por mi garganta.

Demasiada intensidad por un día, no pude soportarlo más. Mi cuerpo colapsó y mi mente se dejó llevar por la inconsciencia.

¡Buenas noches, aztierdis! ¡Logré terminar el capítulo! Lo de ser "buena anfitriona" ocupa más tiempo del que pensaba... En fin.

¿Impresiones sobre el capítulo?

Por cierto, una buena noticia: ¡El perfil oficial de fantasía, FantasiaES, añadió LCI a una lista de lectura! No os voy a mentir, cuando me enteré me puse a gritar. Es que, ¿quién no lo haría al recibir esta notificación?

¡Muchísimas gracias! Estoy pensando en hacer un maratón cuando terminen los finales para celebrarlo (y, de paso, celebrar que por fin tendré tiempo libre... como lo hecho de menos).

¡Nos leemos en los comentarios, aztierdis!

Mireia

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