11. Heridas en mis brazos (Aura)
11. Heridas en mis brazos (Aura)
Mi espalda impactó contra la pared de la celda. Sí, otra vez; ya había perdido la cuenta de las veces en las que una batalla había concluido de esa forma. Si pensáis que no me dolía, estáis equivocados; nunca, jamás en mi corta vida, había sentido tanto dolor en la columna (y en el resto de mi anatomía, para que mentir).
—Tienes que mejorar los reflejos —puntualizó Nathan, tendiéndome la mano para que me levantase. Gruñí, apartándola.
—Reflejos, resistencia, velocidad, fuerza... ¿qué no tengo que mejorar, Nath? —espeté, harta de perder, harta de entrenar, harta de todo en general.
—No seas tan dura contigo misma; lo lograrás, estoy seguro —intentó animarme, en vano.
Descargué mi frustración sobre uno de los ladrillos de basalto; tuve que morderme el labio inferior para no soltar un quejido. ¿Cuándo me había vuelto tan debilucha? ¿Tan incapaz? La respuesta me la sabía, tenía nombre y apellido; estoy segura de que ya sabéis de quien hablo.
—Recuerda que yo, a los ocho años, pasé por lo mismo; conozco el sentimiento de impotencia. Si no hubiese sido por la insistencia de Bel en fortalecerme, estaría igual o peor que tú ahora mismo. O puede que ni estuviera, tal vez le deba la vida y todo —divagó.
—¡Hablar de nuestra infancia no va a hacer que te suelte, maldito traidor! —se escuchó al otro lado de la puerta. El aludido rió.
—Bueno, tenía que intentarlo, ¿no?
—¡Te has ganado un plus en la sala de torturas! ¡Voy a encargarme de que escriban "traidor" en tu piel con la navaja! ¿Me oyes, Nathan? ¡Voy a hablar con el verdugo! —sus pasos resonaron por el pasillo y, en menos de lo que canta un gallo, otro guardia la había sustituido. Desde luego, tienen repuestos para aburrir.
Volví la mirada a mi compañero de celda (la única razón por la que esto es posible es su creencia de que intentamos matarnos entre nosotros, por insertarnos un suero contra el que ambos estábamos vacunados; idiotas). Él se limitó a suspirar.
—Con amigos así, quien necesita enemigos, ¿no?
—Técnicamente, ella es tu enemiga ahora —señalé, un tanto divertida; su discusión había disipado mi mal humor por el momento.
—Cierto, una pena —murmuró—. Si no estuvieseis en bandos opuestos, creo que habríais congeniado; las dos tenéis esa tendencia a explotar.
Mi puño no adolorido impactó contra su estómago, haciéndole expulsar todo el aire de su interior.
—Yo no exploto —negué.
—¿En serio? —detecté cierto tono de burla—. Que sepas que mi estomago no dice lo mismo. Ni mis costillas.
—Y luego la floja soy yo —respondí, propinándole un codazo.
Nuestras carcajadas inundaron la estancia. Casi parecía que no estábamos encerrados, sino pasando un rato agradable en... cualquier otra parte. Bueno, supongo que la felicidad afloja nuestras cadenas.
Nos callamos de sopetón; escuchamos golpes en el portón metálico (como no; los arquitectos, y la gente en general, están obsesionados con el metal).
Tuvimos suerte; si nos pillaban riendo, se darían cuenta enseguida de que no nos odiábamos a muerte, como el suero debería haber provocado, y adiós muy buenas. Yo no quería que eso ocurriera; sin esos instantes de alegría, mi locura sería mayor que la que le había adjudicado a mi mejor amiga (a la que, por cierto, debo una disculpa). Necesitaba su compañía, su apoyo moral... Necesitaba a Nath (cuidado, que veo malpensados por ahí, no malinterpretéis mis palabras).
El guardia, ataviado con su uniforme de obsidiana hilada como los otros mil que habían pasado por aquí, se plantó entre la salida y nosotros, cruzado de brazos.
—Hora de tortura —sentenció.
—Te veo en dos horas —susurró Nath, levantándose. Sin embargo, el soldado sacudió la cabeza.
—Tú no; ella —me señaló, a lo que yo me extrañé; aunque mi noción del tiempo no era la mejor, creía que mi hora era más tardía—. Vas a tener el honor de que Itzal sea tu verdugo —aclaró.
¿Es en serio? ¿Por qué? ¿Acaso el querido sub-líder de Sombra de la Verdad no tiene nada mejor que hacer con su preciado tiempo? ¿Acaso no había jugado lo suficiente conmigo durante estos nueve años? ¡Pues no! Y, al parecer, ese hecho debería agradarme. Es la mayor idiotez que he escuchado en mucho tiempo (y mira que no hace tanto que hablé con Wes).
Se lo habría soltado a la cara a ese soldado de las narices, pero me lo callé; no deseaba doble ración de tortura, y menos si eso suponía pasar más tiempo cerca de Gabriel "Itzal" Stone. En silencio, lo seguí a través de los túneles.
Dentro de la habitación que ambientaba la mayoría de mis pesadillas recientes, Gabe afilaba una daga con su máscara puesta. Nath me había comentado su afán por la privacidad, heredado de su padre; solo Shauna, Nathan y yo conocíamos su verdadera identidad.
—¡Por fin llegaste! ¡Túmbate! ¡Siéntete en tu casa! ¡La masacre estará lista en un momento! —saludó con el modulador encendido; su tono irónico sonaba extraño robotizado.
Inhalé hondo, apretando los dientes; no debía perder el control, no iba a darle una excusa para prolongar mi sufrimiento. Ya lo intenté varias veces, en todas con el mismo resultado; yo castigada y él casi intacto (aunque de algunos moratones no se libró; a mí no me engaña). Me odiaba por permitir que memorizara mis mejores técnicas durante los entrenamientos, pero nada comparable a lo mucho que lo aborrecía a él.
Viendo que no hacía caso, el guardia me empujó hacia la camilla de acero y basalto.
—Vale, vale; lo pillo, me tiendo ahí —dije, alzando los brazos. Reaccionar de otra manera solo empeoraría la situación; lo único que podía hacer era no perder la paciencia y esperar algún cambio positivo. No obstante, ¿a quién engaño? Mi paciencia hacía tiempo que era un pozo seco del que trataba de sacar agua; mis esperanzas estaban bajo cero.
Intenté no gritar; aunque mis colmillos taladraran mi labio inferior, no iba a darle esa satisfacción a Gabriel. En algún punto del dolor, otra hoja se unió a la danza sangrienta, asida por el soldado que me había acompañado (el muy pelota suplicó por poder torturarme también). Allá por la media hora, quedé inconsciente.
Desperté en la mazmorra cubierta por mi propia sangre (sí, tan asqueroso como suena). Nath no se encontraba allí; era, probablemente, su turno allí dentro.
Palpé mis heridas, calculando cuanto tardarían en sanar. No obstante, cesé mi labor en el momento en el cual mis yemas se toparon con mi brazo derecho.
Mesa 8, comida, hablar. Un mensaje escrito en idaz, un idioma en clave que los encadenados utilizamos en caso de apuros, representado por cortes en la piel.
Eso solo podía significar una cosa: allí había un topo.
La celda nunca había quedado sumergida en tanto silencio; no se escuchaba ni mi respiración, de lo helada que estaba. ¿Un infiltrado de La Cadena Infinita? ¿Aquí, en Ziega Ilunak? ¿Cómo? Sin darme cuenta, golpeaba la cabeza contra la pared, cavilando sobre el tema.
Empecé a oír lloros procedentes de la habitación contigua. Intenté ignorarlos (puesto que me era imposible pararlos), sumergiéndome aún más en mis sospechas.
¿Sabéis qué? Creo que no era la primera vez que me dejaban en ese exacto punto de la mazmorra, reflexionando; hubiera sido imposible que ocurriera lo siguiente si no fuese así.
De un golpe seco, uno de los ladrillos se soltó (siempre hay un eslabón débil, incluso en un muro). Sentir el hueco contra mi cráneo, tres veces más pequeño que mi cabeza, hizo que me picara la curiosidad; me giré.
Abrazada a sus piernas, una niña de nueve años lloraba. Su cabello chocolate, recogido en dos coletas, se encontraba alborotado; sus ojos verdes me miraban, rebosantes de lágrimas.
—¿Aura? —sollozó nada más enfocar mi ojo en la hendidura.
Era Jazz, la pequeña Jazmín Runes.
¡Por fin! ¡Por fin! ¡No sabéis lo mucho que he estado esperando este capítulo! Añoraba narrar como Aura.
Ahora sabemos más de Aura, Nath, Bel, Gabe, Jazz... y el topo. Sí, conocemos al topo; es alguien que he mencionado. Os dejo con las teorías.
Una cosa más, el viernes de la semana que viene me marcho a Pontedera, Italia, así que no habrá capítulo el sábado. Intentaré subir capítulo el jueves, pero no prometo nada.
¡Os leo en los comentarios, aztierdis!
Mireia
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