1. Mi cabeza exige vacaciones (Layla)
1. Mi cabeza exige vacaciones (Layla)
Y yo pensando que este viaje, más corto y con menos integrantes, sería más tranquilo... Lo lógico, vamos.
Veamos, ¿quién me había asegurado a mí que la lógica allí era la misma que la terrestre? Exacto: nadie.
En el anterior, aunque había trifulcas constantes, podía desentenderme de ellas. Sin embargo, ahora, con Wes y Shauna inmersos en su peleíta de enamorados, yo era la que tenía que ejercer de mediadora. Bueno, mejor dicho, de "conversación salvavidas", porque eso es, básicamente, lo que hacía.
Veréis, Shauna no discutía con Wes a voz de grito como con Gabriel, sino que ambos se ignoraban en una guerra de silencios incómodos. Por lo tanto, yo era su opción de comunicación. Y, por si no os habéis percatado, no me agradaba la situación; es más, me producía un dolor de cabeza terrible.
—Layla, ¿te apetece charlar?— ahí estaba de nuevo la cantinela diaria; ellos intentando entablar conversación conmigo porque no tenían nada mejor que hacer y mis neuronas peleándose por alejarse de sus voces, que empezaban a odiar con todo su núcleo.
La situación se había repetido durante varios días (no sabía el número exacto, y tampoco es que fuera a preguntar al calendario; sería darle pie para seguir torturándome e ignorar a Shauna al mismo tiempo) y ya estaba harta. Mi mecha se había consumido; era hora de la explosión.
Me giré sobre mis talones y, con una furia propia de Aura, les grité:
— ¡Hablad entre vosotros, maldita sea! ¡Esta guerra de vacios se os está yendo de las manos y lo estoy pagando yo! ¡Habéis conseguido que yo no quiera cotillear, ni abrir la boca en general! ¡Eso sí que es un drama! ¡Ahora dejadme concentrarme, que Inorenlur se nos va a escapar de nuevo!
Ellos me miraron sorprendidos por mi arranque de ira; después, sus ojos se encontraron para volver a apartarse. Quise darme de cabezazos contra la pared por su estupidez, pero no parecía haber ningún muro en kilómetros a la redonda (creedme, sé lo que digo; localizar es parte de mi magia particular).
—Cuando me comunico con una persona quiero hablar de cosas tangibles, no de teorías conspiratorias; gracias, pero no pienso dirigirle la palabra— murmuró Wes.
—Total, me trataría de loca solo por no poder mostrarle las pruebas que he ido recogiendo durante años aquí y ahora...— susurró Shauna en ese mismo instante.
Yo suspiré, rendida; no estaba de humor para arreglarles la vida. Con suerte, se darían cuenta de que estaban siendo imbéciles, como lo hicimos Seth y yo...
"No, Layla, céntrate", me recriminé al percatarme de lo que estaba a punto de aparecer en mi mente, "piensa en el mapa, no en tu novio muerto". ¡Cómo si fuera tan sencillo! Ese nombre era la Roma de los intrincados caminos de mi cerebro, no cabía duda.
Sin embargo, mi subconsciente tenía razón; el mapa era la prioridad. Después de todo, Inorenlur podía decidir moverse en cualquier momento (porque, al ser tierra de nadie, no pertenece a ningún territorio y vaga de una dimensión para otra); la última vez tuvimos una suerte del copón y se nos acercó, pero algo me decía que eso no se repetiría.
Por eso mismo, estaba intentando usar el tartejale versión grupal para avanzar a más velocidad. Una buena idea, lo sé, pero tenía un grandísimo inconveniente: requería que mi mente estuviera puesta en ello al cien por cien, lo que, como habéis podido comprobar, no me han facilitado.
Volvamos al hilo, que me pierdo: estábamos de camino al hogar de la adivina esa de la que Wes me habló con un silencio incómodo de por medio. Con sinceridad, antes me quejaba de esta clase de silencios; no obstante, en ese momento daba la bienvenida a cualquier descanso auditivo, así que empezaba a caerme bien y todo (sé que volveré a odiarlo en cuando la situación cambie; da igual, que disfrute del presente).
El cuarto día (creo... vale, no tengo ni idea; interrogad a Míster Cronómetro sobre el tema, que es su dominio) avistamos una masa de agua en el horizonte. La primera en percatarse fue Shauna.
— ¡Allí está!— exclamó, eufórica (no tengo claro si fue por llegar, por tener algo con lo que ocupar su cabeza o ambas cosas).
— ¿El qué?— preguntó Wes, en un tono que destilaba de todo menos confianza en ella—. ¿Otro producto de tu imaginación? ¿O esa carpeta de evidencias que tanto clamas poseer?
Con aquello se ganó una colleja, por idiota. En serio, si no fuera porque me he criado con él y tengo constancia de todos sus golpes en el cráneo, le preguntaría si de bebé se cayó de la cuna; hay veces que parece que no le funcionan las conexiones cerebrales.
Tras propinarle su merecido a mi gemelo, me fijé en lo que Shauna señalaba.
En el punto fijado, un lago color turquesa (que dañaba a la vista si lo mirabas con fijeza) se extendía. En el centro, como marcado con un compás, un pequeño islote ejercía de base a un templo de plata y mármol blanco.
Todo pulcro, brillante hasta decir basta, con un aura atemporal que atraía mi ser como un imán: así era Inorenlur.
Claro que eso solo lo pensé yo, porque cuando Wes levantó la vista tras mi golpe solo pudo musitar una palabra (que no era, ni por asomo, la reacción que esperaba):
—Maldición.
Estaba entre preguntarle o no (porque mi curiosidad y mi dolor de cabeza estaban en tablas en ese preciso instante). Sin embargo, no pude decidirme antes de que el chapuzón impidiera cualquier tipo de interrogatorio.
¿Recordáis que he mencionado que el lugar producía cierta atracción en mí? Pues, entre ese magnetismo extraño y mis poderes sobre el espacio, habíamos acabado dentro del agua por error. Lo admito, fue culpa mía.
Como era de esperar, me lo echaron en cara justo al sacar la cabeza para respirar.
— ¿A qué demonios ha venido eso? ¡Si querías darte un baño, haberlo hecho sola!— soltó mi gemelo. Si Júpiter hubiera estado en esta dimensión, hubiese afirmado que se vería su nerviosismo desde allí; el chico parecía al borde de un paro cardíaco.
—Relájate un poco, ¿quieres?— traté de calmarle (lo que no es mi mejor cualidad) —. Lo peor que nos puede pasar es coger un catarro.
¿Es qué no había aprendido nada de las películas de terror? Cuando se afirma que algo es lo peor que podía suceder, comienza una situación que te rompe todos los esquemas. Siempre, sin excepción.
Y eso es lo que sucedió. En el momento en el que pisamos la orilla, Wes se desplomó; unas extrañas marcas plateadas, similares a huellas dactilares, aparecieron a lo largo de su cuello.
Tardé unos segundos en procesar lo que ocurría (culpad a mi cerebro dañado). En ese escaso tiempo, Shauna se había arrodillado y le había hecho un chequeo médico improvisado.
—Tiene pulso, pero no respira— informó, con el terror tintando la miel de sus ojos—. Juzgando estos símbolos, diría que es magia, pero no es un hechizo que conozca.
Esas palabras me hicieron reaccionar.
— ¿Cómo que no lo sabes?— inquirí, presa del pánico—. ¡Sí aquí la nativa eres tú!
— ¡Eso no significa que lo sepa todo sobre todo!— replicó ella (no sabría distinguir si enojada o preocupada; quizá las dos) —. ¡Tengo fallos, como cualquier ser vivo!
—Seguir así es inútil— repuse, volviendo a mis casillas, sin gana alguna de discutir—. Al final, se va a morir por comportarnos como niñas pequeñas bajo presión. ¿No podrías hacerle el boca a boca, o algo?
Ella me miró con duda ante mi descabellada sugerencia (porque, bueno, hasta yo sabía que eso no iba a solucionar nada de índole mágica); aún así, pareció asumir que era mejor intentarlo y fracasar que quedarse de brazos cruzados.
Shauna se inclinó sobre el rostro de mi hermano, hinchando sus mofletes y tapando su nariz, a punto de rozar sus labios por primera vez (que yo supiera; no tenía ni la más remota idea de si se habían besado antes).
Sin embargo, justo antes de que el beso de la vida (primero o no) ocurriese, otra cosa sucedió. La espalda de Wes se arqueó y él empezó a inhalar oxígeno a la desesperada (lo que, a su vez, provocó que Shauna se apartara, luciendo un fingido gesto de asco; más cría y la mando a la guardería, ¿tan difícil les resulta pasar página? Aunque no soy quien para hablar).
—Esto ha sido un aviso, Denbora— rugió una voz femenina a nuestras espaldas—. Márchate si no quieres morir en este instante.
Mirando hacia atrás, descubrí su procedencia. Justo a mitad de camino entre el templo y la orilla, una joven de cabello rosa y pies de pato nos observaba; el odio inundaba su mirada de plata.
Un odio que, para nuestro asombro (es decir, ¿de qué diantres se conocían?), mi hermano también portaba.
¡Hola! Aquí está el siguiente capítulo, volviendo a la línea principal.
¿Alguna teoría sobre la chica de pelo rosa? Lo he dejado fácil.
¡Os leo en los comentarios!
Mireia
P.D.: ¡He aprendido a hacer croissants!
Los tres deformes de la derecha son los que yo he moldeado.
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