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1 | so long, japan

CAPÍTULO 1
❝ HASTA LUEGO, JAPÓN ❞

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el capítulo 2

Hajime Iwaizumi deseaba golpear a Tooru Oikawa como era de costumbre, y apenas eran las siete de la mañana ese día. El primer día tras lo sucedido era entendible que estuviera llorando, el segundo día también; el tercero pensó que ya había un aura de exageración por parte del niño y, cuando ya se había cumplido un mes entero solo pensó que lo perfecto que sería lanzar un balón a la cara del castaño llorón. Y lo hizo. Lanzado en un buen ángulo, directo a la nariz la cual empezó a dejar un pequeño hilo de sangre.

—¡Eso duele, Iwa! —se quejó Tooru, llevando sus manos a la nariz para tratar la sangre que comenzaba a asomarse fuera de los orificios. Su voz sonaba como si el dolor por el golpe hubiera interrumpido por un segundo su llanto, pero que simplemente lo intensificó, ahora con una segunda razón.

—Pues qué bueno —respondió Hajime con mucha firmeza, aunque con un tono levemente suave, sentándose en el borde de la cama, con la mirada fija en el suelo—. Deberías dejar de llorar, idiota. Si ella te ve así, la pondrás más triste de lo que ya está.

Oikawa lo miró, abrazó su muñeco de alíen con fuerza a medida que Iwaizumi hablaba. Sus ojitos todavía seguían hinchados y húmedos por las lágrimas que no lograba contener. Miró que su amigo tomaba la pelota que regresaba hacía él, como si eso le fuera a distraer por unos segundos. Intentó limpiarse las mejillas con la manga de su pijama con éxito, recordando el día que su corazón empezó a doler de una forma que su infante cabeza todavía no lograba entender.

Empezó cinco meses atrás, cuando Seiren empezó a caminar hasta la puerta de su casa nerviosa por las peleas de sus papás, buscando refugio en el acogedor hogar de los Oikawa. Después, una mañana, Tooru despertó con las bocinas de un auto y vio a la mamá de su amiga, con ayuda de la tía de Seiren, subir varias maletas con una expresión seria; Seiren se adentró al vehículo en lágrimas. Fue un sábado, Tooru todavía lo recordaba. El lunes había entendido que la niña fue forzada a mudarse con su madre a casa de su tía, hermana de la madre, porque sus padres ya no querían estar juntos.

Desde entonces, nada fue igual a cómo era antes. Todavía la veía en la escuela en los descansos y después de clases estaba en la casa donde antes vivía y que ahora solo residía el padre de ella. Solo en las noches y algunos fines de semana no la veía, pero al menos intentaba conformarse con ello. Pero, ese día no resultaba fácil de sobrellevar.

Era viernes, un viernes de vacaciones y Miyazaki les había dicho que la dinámica sería una semana entera con su papá y otra con su mamá. Pero ese viernes..., no estaba en casa de su padre y él tampoco. Al parecer, había un juicio para definir bien la dinámica de la familia que iban a tener de ahora en adelante. Seiren no les había comentado nada de eso, ni de qué trataba el juicio de ese día.

—Sese siempre nos dice sobre lo que pasa ahí y por qué tiene que ir... —murmuró Tooru— ¿Por qué esta vez no nos dijo algo?

Hajime lo miró de reojo, sin saber muy bien cuál era la respuesta. Aunque no era indiferente a lo que sucedía, también le causaba inquietud saber qué ocurría y por qué Seiren se tuvo que ir temprano sin avisarles a nadie. Ni siquiera sabían que había un juicio hasta que el papá de Seiren les dijo a los dos niños, cuidando sus palabras para no exponerlos a algo que seguían sin saber. La niña siempre les contaba de todo, hasta sus secretos más inofensivos. Pero esta vez, algo extraño sucedía.

—Quizás van a decidir con quién vivirá y no nos dijo hasta que vuelva —dijo Hajime, tratando de encontrar las palabras correctas—. Probablemente se quede con su madre. Mi mamá me dijo que en casos como los de Sese, los niños se quedan con las mamás.

Tooru frunció el ceño.

—Si es así de fácil, ¿por qué la hacen pasar por esos juicios?

Tooru miraba el exterior a través de la ventana de la sala, esperando pacientemente el auto de Haruto Miyazaki que sería la señal de que Seiren volvía. Su madre lanzaba algunas miradas discretas hacía él, notando que sujetaba con nervios su peluche de alien. Era evidente que su pequeño estaba inquieto por la ausencia de la niña, y no era para menos; sabía que la impaciencia por ver a su amiga era intensa por el misterio que había alrededor del juicio de ese día.

Como toda madre, a la mujer le dolía verlo así, esperando por una niña que lo recibía con ojitos tristes pero que luego se transformaban en paz y alegría al tenerlo cerca. Tal vez debía decirle lo que realmente sucedía aparte del divorcio. Sabía mucho más de lo que su hijo conocía a través de la niña, el problema era que no sabía qué palabras utilizar para explicarle qué ocurriría con Seiren si el juez decidía esa opción. La mujer suspiró, deseaba con todas sus fuerzas abrazar a su pequeño para que llorara justo en ese momento, antes de que le dieran la noticia de golpe y su inocente mente fuera incapaz de comprender.

—No llegan, mamá —dijo Tooru.

—Probablemente Seiren está comiendo con su mamá o su papá en algún restaurante —dijo su madre, acercándose al niño para acariciar su cabello—. No te preocupes. Vamos a jugar voleibol un rato en lo que la esperas.

—Quiero verla...

—Lo sé, mi niño enamorado, pero hay que esperar.

—No me llames así —se quejó Tooru, aunque sin sonar irrespetuoso.

La mujer sonrió.

—No te pongas así. Solo fue un comentario —le respondió su madre dándole un apretón en el hombro, tratando de aliviar la preocupación del menor—. Vamos al patio a jugar y así prácticas tu saque, ¿te parece? Así cuando Seiren llegue, la sorprenderás con lo mucho que has mejorado en tu saque.

Tooru asintió, pero todavía seguía decaído por el deseo de verla en ese momento. Lanzó una última mirada a la ventana antes de seguir a su mamá al jardín, no sin antes dejar su peluche en el sitio donde estaba sentado y ordenarle con inocencia el esperar por la llegada de la niña. Pero aunque intentara imaginar las posiciones y los movimientos que debía hacer para anotar algunos puntos contra su progenitora, su mente seguía disipada en la imagen de la pequeña de cabellos rubios y unos hermosos ojos color marrón.

Conocía a Seiren Miyazaki desde que eran aún más jóvenes. Estaba seguro que ambos habían vivido en las mismas casas desde sus nacimientos por la relación tan cordial entre sus padres, por lo que facilitaba para los dos la confianza y las horas de juegos que ambos establecían hasta que sus cuerpos se cansaran. Fue también la misma época que los dos empezaron a juntarse con Hajime Iwaizumi, lo que hizo que el trío fuera muy unido. Incluso seguían integrando a Seiren cuando los dos niños mostraron gusto por el voleibol, aún cuando ella parecía mostrar gustos por las artes o algo que le hiciera sacar menos adrenalina.

Saber que algo le sucedía a su amiga era una horrible sensación. Pero no tenía opción más que seguir esperando, incluso cuando ya se estaba volviendo loco por saber algo nuevo de ella.
La tarde ya comenzaba a caer, y cada vez que se escuchaba un auto pasar, Tooru salía corriendo a la entrada con la esperanza de verla, pero terminaba soltando un suspiro cargado de frustración. Siguió tratando de distraer su mente hasta que las manos le ardían por tantos saques que realizó para mejorar su técnica, imaginando a los jugadores que salían en los partidos televisados realizando sus saques con el objetivo de anotar ahí mismo un punto a favor de su equipo.

En ese instante, cuando el castaño estaba listo para anotar un punto y ganarle nuevamente a su mamá, se escuchó el sonido de un auto acercándose a la entrada de los Miyazaki. Tooru Oikawa miró rápidamente y, con la esperanza nuevamente recargada, salió corriendo a confirmar de quién se trataba.

Para su alegría, se trataba del auto de Haruto Miyazaki. Apenas el auto se detuvo, del asiento de atrás se bajó una pequeña niña de cabellos rubios. Era Seiren. La sonrisa de Tooru se agrandó, era una lástima que Iwaizumi se tuviera que ir después del almuerzo, pero al menos él tenía la oportunidad de verla. Soltó el balón y corrió hacia la puerta con el corazón latiendo fuerte. Su madre se quedó en el jardín mirando con preocupación la escena, sin saber cómo se tomaría la noticia su hijo; era claro para ella que el juicio había finalizado con una decisión, y sabía cómo deducirlo por los ojos del señor Miyazaki.

—¡Sese! —Oikawa gritó eufórico antes de envolver sus brazos en el cuerpo de Seiren— ¿Por qué no me contaste que hoy debías ir allá? —Luego notó algo en los ojos de ella—. Seiren, ¿por qué lloras?

Seiren se quedó callada por un momento y luego comenzó a sollozar mientras lo abrazaba con fuerza. Tooru no entendía, su mirada reflejaba confusión y tristeza por ella. La idea de que algo malo le había pasado era horrible, pero tenía que saber qué pasaba para ayudarla.

Pronto se dio cuenta que debió desear jamás haber deseado eso...

Tooru se quedó mirando el nombre que el dedo de Seiren señalaba en el mapa de Inglaterra: Manchester. Parecía ser un lugar importante dentro de aquel país para que los mapas tuvieran que destacar su ubicación, al noroeste de la capital de Londres, por lo que comprendía que no se trataba de un lugar casual. Pero, aún así, el simple hecho de ver su nombre plasmado le causaba un malestar en su barriga.

Y entonces miró con más atención, la larga distancia que había entre Inglaterra y Japón. Dos continentes, numerosos países y miles de kilómetros que marcaban la distancia entre ambos países.

—Mamá recibió una oferta laboral en una empresa británica de arquitectura —dijo Seiren—. La quieren como directora en uno de sus departamentos de diseño.

Claro, tenía sentido dentro de la cabeza de Oikawa. La madre de su amiga era una profesional con el lápiz y los planos, con una gran pasión por crear nuevas infraestructuras en cualquier espacio que le pidieran. Había rechazado algunas ofertas en empresas de Tokio por mantenerse en la prefectura de Miyagi, así su ahora ex esposo no tendría complicaciones con su trabajo y su hija podría estar en la escuela. Todo cobraba sentido. El divorcio sentó bien hasta cierto punto a Ema Miyazaki, porque no se sentiría obligada a quedarse en la ciudad japonesa por el trabajo de su ex marido sacrificando grandes ofertas, pero eso no significaba que no habría otros sacrificios de por medio.

—¿Cómo es Manchester? ¿Conoces ese lugar? —preguntó él, intentando desviar sus pensamientos a unos curiosos y que pudieran ser positivos. Aunque su expresión reflejaba más ganas de llorar de las que tenía aquella mañana.

Seiren suspiró, mirando al suelo antes de voltear a mirarlo. Indagaba en los recuerdos de las fotografías que su madre le mostró en las postales que tenía, traídas desde ese país europeo.

—Es muy diferente aquí —respondió, cerrando el libro de mapas de cada país antes de guardarlo en la librería de su papá. La tristeza en sus ojos era clara—. Hay muchas ciudades y un montón de gente, mamá dice que algunos lugares son tan viejos que sentiré que viaje en el tiempo. También dice que hay edificios que se parecen un poco a como hemos imaginado el castillo de Hogwarts. Es muy bonito, pero no tiene nada que se parezca a Miyagi. Eso y que allá es muy frío.

Oikawa intentaba imaginar cada sitio a cómo lo describía la niña. Manchester no parecía tener esos paisajes rurales que tenia Miyagi, además de que lo primero que le venía su cabeza al pensar en Inglaterra además de una reina eran esos climas constantemente nublados, algo que tampoco concordaba con los días soleados de verano que había en Miyagi. Y no quería imaginar la gran diferencia entre Inglaterra y Japón, era mucho para su pequeña cabeza que solo pensaba en mejorar sus lanzamientos y en ver programas de avistamientos de ovnis.

Se inclinó un poco más, mirando mejor los rasgos preciosos que tenía la niña.

—Pero, vendrás siempre en las vacaciones a Japón, ¿verdad? —preguntó—. Porque tienes que ver a tu papá.

En realidad, no preguntaba por eso, sino porque un miedo comenzó a crearse en su interior. El no volver a verla.

Seiren negó con la cabeza.

—Mamá me explicó que no podremos volver e irnos por un tiempo hasta que haya una no sé qué autorizada —respondió. Eso hirió más a Oikawa—. Papá me irá a visitar en las vacaciones. Pero... yo quiero quedarme aquí.

La voz de la rubia se quebró mientras dejaba pasar un silencio incómodo en la habitación, uno el cual nunca pensaron en compartir. Era como si los dos niños estuvieran cargando con un peso que no les correspondía y tampoco entendían que era.

Al final, Tooru agarró un poco de valor y envolvió el cuerpo de Seiren en sus brazos, escondiendo su carita en el cuello de ella para esconder sus lágrimas.

—Haré lo posible para volverte a ver..., no sé cómo, pero lo prometo —dijo llorando—. Tal vez mamá y papá me permitan ir en las próximas vacaciones, me mostrarás la ciudad y te traeré cosas de aquí para que no me olvides.

—Toto...

—Y... cuando me vuelva el mejor jugador de voleibol, iré a buscarte... —sollozó, apretando con más fuerza—. Lo haré, lo prometo.

Sonaba tan fácil en la boca de un niño, porque las infancias no dimensionan el peso que puede tener una promesa como aquella. Pero algo bueno Tooru Oikawa le pudo sacar de eso. Al menos Seiren dejó de sentir miedo en ese momento de olvidar todo lo que tenía en Japón.

Manchester. Diez años después.

—¿Crees que se vea inapropiado? —preguntaba Seiren a su amiga, mostrando los mechones rosados que tenía en su propio cabello.

Abigail miró fijamente su cabello. Era largo y rubio, resaltaba mucho sus expresiones faciales. La primera vez que se conocieron, Abigail pensó que Seiren tenía el cabello pintado ya que creía que todos en Japón tenían cabellos azabaches. Ambas lo recordaban con risas, pero ahora llenaba la habitación de mucha nostalgia.

—Se ve lindo, ¿por qué sería inapropiado? —Abigail abrazó el peluche de pingüino tenía Seiren en la cama. No era muy conocedora del país de origen de la chica, por lo que estaban acostumbradas a que, en medio de sus conversaciones, hubiera una que otra pregunta del país oriental— ¿Allá es mal visto teñirse el cabello?

—No..., más o menos..., tal vez si eres un artista famoso del J-Pop —contestó con duda en su voz—. Depende mucho de los lugares, hay prefecturas donde valoran lo tradicional y consideran el pintarse el cabello como muy... extravagante.

No se apeteció decir que la palabra correcta era "inmadura" o "poco respetable".

Abigail ladeó la cabeza, curiosa por el tono de voz que usó Seiren.

» Miyagi, o al menos lo que recuerdo, es un sitio rural y lleno de paisajes. Sí, tiene su ciudad, pero lo llamativo son sus lugares verdes y la sensación de paz que te da. Ahí se valoran muchas cosas tradicionales, así que creo que mi tinte puede ser algo que llame más la atención de una persona en la preparatoria o que me vea pasar. Por lo menos, si me llegan a pedir que me quite el tinto, puedo pedir un corte de cabello... Aunque no sé si ha cambiado, papá dice que sí ha cambiado un poco, pero nada de lo que me deba preocupar...

—¿Cuándo fue la última vez que estuviste en Japón? —preguntó Abigail.

Seiren suspiró acostándose en su cama, a un lado de su amiga pelirroja de cabello crespo.

—Hace diez años... —dijo a la ligera, tratando de recordar su infancia—. Se suponía que podía viajar una vez estuviera nacionalizada, pero creo que solo me acostumbré a llamadas a distancia con mi familia y a las visitas que papá hacía acá.

—¡Pero si eso es prácticamente una vida entera, Seiren! ¿Ni para las vacaciones? —preguntó Abigail con incredulidad.

—No, por eso te digo que volver a Asia, a Japón, será... ni sé qué pensar —se limitó a decir.

En verdad no sabía qué pensar respecto a la noticia que le dio su madre. Cuando llegó a Inglaterra, estaba completamente asustada por lo diferente que eran los paisajes de Japón, pero no tenía otra opción más que aceptar. Aunque le costó al inicio, incluso se sintió como una terrible hija por pensar que su madre era egoísta al no pensar en ella, pero Ema tenía el derecho de avanzar con su lado profesional, uno que sacrificó en algunas ocasiones por su familia; finalmente se había adaptado a la sociedad inglesa y a sus costumbres, solo que sin dejar atrás algunas cosas de su vida como japonesa.

Después de la escuela o las salidas al centro comercial, Seiren solo hablaba en japonés con su mamá y ella le ayudaba a su hija con su gramática de dicho idioma, sin dejar a un lado el deber de aprender el inglés para adaptarse bien a esa nueva vida. Fueron complicados los primeros dos años, o eso era lo que recordaba, el resto fue sencillo.

Y se había acostumbrado a esa dinámica, hasta que regresó de la secundaria a la casa y escuchaba a Ema hablar en japonés. Pensó que simplemente estaba hablando con su tía, hasta que recordó la diferencia de nueve horas y que eran ya la medianoche en Miyagi. Después escuchó las palabras volver y trabajo, familia y preparatoria, vuelo y mudanza.

Lo comprendió. Volverían a Miyagi.

—Al menos no me tendré que preocupar por traducirle bien a papá las cosas que diga...

—Y tal vez te encuentres a tus amigos de la infancia.

Seiren dudaba de ello. No recordaba si tan siquiera les llegó a mandar una postal apenas tocó suelo británico. En su memoria, la imagen de Iwaizumi y Oikawa abrazándola mientras lloraban seguía fresca, pero esa fue la última vez que los vió antes de subir al avión. ¿Tan siquiera ellos dos seguían siendo amigos? Ni siquiera estaba segura si ellos se acordaban de la pequeña niña con quien jugaban en las tardes. Las posibilidades de que ni siquiera se encontraba viviendo en la misma vecindad eran altas, y no creía que fuera posible volver a verlos y reconocerlos al instante.

Ella se acordaba de ellos a la perfección. Hajime Iwaizumi siempre había sido un chico de apariencia ruda, pero que sabía mantener los pies en la tierra. Tooru Oikawa era un caso distinto, era muy cariñoso con ella y siempre le prometía cosas que parecían sacadas de la imaginación de un niño, aunque en defensa del chico, ellos se encontraban en esas edades soñadoras.

—Oikawa e Iwaizumi..., qué nombres tan... asiáticos.

—No son sus nombres, tonta, son sus apellidos —Seiren se rió, ya no recordaba cuantas veces le tuvo que explicar a Abigail sobre las costumbres de su país natal.

—Me da igual —protestó la chica—. Sería lindo que los volvieras a ver. Así no estarías sola o dependiendo de tu primo cuando te inscriban a su preparatoria.

Seiren permaneció en silencio, su mirada estaba pérdida en algún punto del techo, pensando en las palabras de la chica y cómo era un asunto que no se atrevía a pensar. Era cierto, la razón por la que iba a ser matriculada a esa preparatoria sería por Shouta, para que no estuviera del todo sola y sufriera un estrés por acostumbrarse nuevamente a Japón. Al menos, dentro del Aoba Johsai, cómo se llamaba su futura preparatoria, tendría a Shouta para cualquier ayuda que ella llegara a necesitar. Aún así, la presencia de su primo no garantizaba una completa despreocupación por encajar.

Tal vez los separarían en las clases, además que el chico probablemente se inscribiría al club de fútbol, lo que implicaba menos tiempo a su lado.

—Creo que voy a tener que hacer amigos nuevos.

—Probablemente, pero no será tarea difícil —dijo Abigail, abrazándola—. Te adaptarás, Seiren, ya verás.

Lo dudaba. Genuinamente, lo dudaba.

continuará...

holiwis, me alegra traerles el primer capítulo, capaz y me pegan porque técnicamente es triste porque los nenes fueron separados, pero veAN EL LADO BUENO, SEIREN IRÁ AL AOBA JOHSAI Y NO SABE QUE OIKAWA TAMBIÉN LSKNDSSLS

me estrese haciendo este capítulo, no es broma, no salía como deseaba hasta ahorita. que difícil es hacer un ff de felicidad (el primer capítulo y hay todo menos felicidad lol). en fin, ¡disfruten!

no olviden comentar y votar, así desbloquearán el siguiente capítulo. los quiero mucho, les mando un oikawa de peluche a todos los qué comenten qué les pareció el capítulo. los quiero mucho. 🤍

con cariño, nicky🪼

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