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Epílogo

Siete años después.

Esperanza está corriendo en la playa y mi mamá no puede más del cansancio. Esta chica es un petardo, no se queda quieta ni por un minuto.

La entiendo, vaya que sí. Como también entiendo que quiera jugar a toda hora con alguien.

Nos ha estado pidiendo un hermanito cada día de su vida desde que se enteró que su amiga Lupe iba a tener uno hace como cuatro años atrás.

Desde entonces, hemos tratado de quedar embarazados.

Dado que Rafe conocía sobre mi historial de intentos de fertilización asistida mientras estaba casada con Federico, se negó de plano a que me sometiera al mismo procedimiento.

"Estamos muy bien con Esperanza", afirmó varias veces ante mi frustración por no poder concebir naturalmente.

Sin embargo, como la vida no es lineal y siempre se ha encargado de sorprendernos, hace dos años y durante la visita mensual que Rafe hace al hospital de niños de Río, conoció a Rafe.

Sí, a otro Rafe.

A un niño moreno de grandes ojos color café y rizos pequeñitos que acababa de ser abandonado con un cartelito que decía "Me llamo Rafe y mi madre no puede cuidarme. Ayúdenme. Dios te bendecirá por siempre".

El bebé, rápidamente puesto a disposición de la justicia, estaba solo en el mundo y nosotros, estábamos buscando un bebé para darle mucho amor.

El match perfecto.

Fue entonces que Rafe – mi Rafe – no descansó hasta reunir los papeles necesarios para adoptarlo. Nos casamos en una boda nada ostentosa en la playa, con Esperanza trayéndonos los anillos y nuestras madres llorando hasta la deshidratación.

Cumplimos con los requisitos para postularnos y listo.

Tema legal solucionado; aunque él confesó que le hubiera gustado una boda más grande en la cual presumir de la suerte de que yo estuviera a su lado.

Sus palabras, no las mías.

Teníamos amor de sobra y cada vez que visitábamos a Rafe al hogar de acogida en Río donde lo cuidaban, me partía el alma no poder llevármelo a casa y llenarlo de besos. Terminaba mis noches llorando, rogando porque la justicia se expidiera con velocidad y nos permitiera tenerlo con nosotros de inmediato.

Inspiro profundo recordando las visitas de la asistentes sociales, las preguntas incómodas, la decepción por el tiempo perdido y la insistencia de Esperanza por darle el hermanito que tanto pedía.

Hace cinco minutos llegamos del juzgado porque firmamos los documentos que aseguran que Rafe Paulo Vilanova Barreto, es nuestro hijo legítimo.

Sí, es nuestro para apretujarle los cachetes, hacerle cosquillas y darle afecto incondicional para siempre.

―¡Esperanza!¡Ya estamos en casa! ―Advierto a mi hija. Rafe está en la cocina hablando por teléfono con Grazia María, poniéndola al tanto de las novedades, para cuando mi madre y la niña ingresan a las corridas a la casa de Río.

Nuestra nueva casa.

Cuando supimos que faltaba poco para que se concretara la tenencia de Rafe, decidimos mudarnos de la fastuosa propiedad en Jardín Botánico a una próxima a la casa de mi suegra, de tal modo que pudiera darnos una mano cuando viniéramos de visita a Brasil.

Es una casa en un terreno más plano y sin escaleras, dado que se desarrolla en una sola planta, con protección alrededor de la piscina y un gran parque verde para que los chicos corran y corran hasta caer rendidos, muy parecida a la vivienda que compramos en Buenos Aires a principios del embarazo de nuestra niña. Además, tiene una salida hacia la playa que protegemos con rigor.

―¿Dónde está Rafinha? ―Esperanza pregunta por su futuro hermano. No quisimos ilusionarla hasta que el proyecto de adopción fuera casi un hecho.

―Mañana vamos a buscarlo. Hoy fuimos al juzgado para terminar con los trámites. ―le digo mientras la subo a la banqueta de la cocina.

―Ufa, la abuela Leti y yo preparamos galletitas para darle la bienvenida ―hace puchero. Sus enormes ojos color caramelo son expresivos y sumamente compradores. Le rehago la trenza desarmada, le acomodo un par de bucles rebeldes detrás de la oreja y le explico que debe tener un poco más de paciencia―. ¡Papá! ―se arroja de la silla sin reparar en el peligro de ser tan impulsiva y se arroja a los brazos de su padre, quien siente adoración por ella.

Los veo abrazarse sin darse tregua y se me llena el pecho de amor; agradezco al cielo haberme reencontrado con él después de tanto tiempo y estar construyendo esta familia tan hermosa.

Una familia que, pensamos, estaría completa con Rafe Jr.

Toco mi panza, con una sorpresa en ella.

Por la mañana, antes de marcharnos al juzgado, hice una pasada veloz por el baño; hacía más de una semana que los pechos me dolían horrorosamente y mi menstruación no llegaba.

Estaba tan acostumbrada a las desilusiones, a los períodos que venían sin más, que ni siquiera me preocupé porque pudiera ser un embarazo...hasta que el palito bendito arrojó un positivo enorme como una casa y no pude más de amor.

Merendamos, decimos a Esperanza que mañana estaremos con Rafe en casa y regresa a la playa con su abuela mientras que mi marido y yo continuamos con nuestros labores: él, organizando un evento como embajador de Unicef en Brasil y siendo la cara visible de una fundación de futbol para niños sin recursos y yo, supervisando a la distancia un caso que me ha enviado mi jefe por correo electrónico.

Continúo siendo cirujana en el Hospital de Clínicas, aunque he convenido que mi jornada fuera reducida a partir de la llegada del pequeño Rafe; quiero trabajar menos y disfrutar más tiempo de los chicos, sobre todo teniendo en cuenta que podemos darnos el lujo de no pensar en el dinero.

Este nuevo embarazo también pone la balanza a favor de quedarme más tiempo en casa y trabajar solo como consultora.

Por la noche, con nuestra hija durmiendo en su habitación y mi madre en la de huéspedes, aprovechamos la intimidad de nuestra última noche antes de la llegada de Rafe, o Rafinha, como lo llama Esperanza desde que comenzó a estudiar portugués con su abuela Grazia.

―¿Te gusta así? ―Rafe está sobre mí, besándome, acariciándome y penetrándome dulcemente. Me cuida mucho, incluso por sobre sus propias restricciones físicas. Si bien los controles de rutina siguen arrojando resultados positivos, no quiero que se sobre exija.

―Mmm...cada día se siente un poco mejor...―Innovando, descubriendo poses y siendo discretos, encontramos el punto justo entre el goce, la diversión y el disimulo.

―Y tú cada día estás más linda. Te amo tanto, minha beleza ―Jala mi labio inferior, amasa mis pechos hipersensibles y patina dentro de mí con el conocimiento pleno de cada uno de mis rincones íntimos.

Con el ruido de nuestros gemidos displicentes y jadeos medidos, explotamos a dúo.

―Ahhh ¡qué rico fue! ―confieso. El embarazo está movilizando mis hormonas, al borde del descontrol.

Rafe se ubica a mi lado, apoyando el codo en el colchón y sin perder de vista el disfrute en mi rostro. Arropándome bajo la sábana, disfrutando de los últimos espasmos del orgasmo, me siento satisfecha.

―¿Ahora estás mejor? ―pregunta y abro los ojos con duda.

―¿Mejor?¿A qué te referís?

―Has estado tensa toda la mañana, extrañamente silenciosa. ―dice y que conozca hasta la última fibra de mi ser, me emociona.

Malditas hormonas.

Comienzo a sollozar.

―Hey, cariño, ¿eso es por Rafinha? ―me abraza y me cobija con su musculoso cuerpo.

―Entre otras cosas...―Resumo.

―¿Qué más está pasando por esa cabecita? Dímelo, mi ángel―me arrulla como a un niño y es para entonces cuando no vacilo: tomo su mano y la apoyo en mi vientre.

Rafe me mira sin comprender, hasta que le sonrío y asiento con la cabeza.

―¿Qué?¡No! ―Su sonrisa es nerviosa.

―Me hice un test esta mañana antes de irnos y dio positivo; no quise decírtelo hasta no terminar con lo de Rafinha en el juzgado. Después vinimos y Esperanza ocupó nuestra tarde.

Su abrazo se intensifica, sus besos se dispersan por toda mi cara y la felicidad nos colma.

No sé si es el destino, el hilo rojo, vidas pasadas o qué...pero lo único que sé, es que Rafe y yo debíamos encontrarnos y ser felices.

Para y por siempre.

EL FIN

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