
8 - Te llevo en mi piel
Allegra y yo comenzamos a salir formalmente y los flashes no dudaron en perseguirnos por doquier: a la salida del entrenamiento, a la salida de un evento, en un bar...
Los periodistas no nos dejaron ni a sol y los rumores constantes de separación siempre se cernieron sobre nuestras cabezas; inicialmente, los mensajes que me enviaba estaban cargados de erotismo, fotos sorpresa de sus nuevos conjuntos de ropa interior o propuestas inquietantes que subían la temperatura de un témpano.
A medida que el tiempo pasó y mi desinterés por seguir adelante con nuestra relación fue evidente, tomó una postura más que incómoda: posesiva, celosa, me perseguía en su propio automóvil, montaba escenas frente a mi casa o a la salida de algún bar en el que me reunía con los chicos del equipo.
A diferencia de lo que hacía en mis inicios como profesional, no fui infiel. Tuve ofertas de toda clase, tuve la oportunidad de irme a casa con cualquiera y no lo hice.
Rafe Vilanova estaba madurando.
Ya no encontraba atractivo el hecho de follar por follar; esa vieja charla con mi terapeuta fue trascendental y me sentí realmente orgulloso cuando salí de la consulta.
Tras dos años de idas y vueltas, discusiones y pocos puntos en común con ella, decidí poner punto final a mi vínculo con Allegra; lamentablemente, su padre y todavía técnico del equipo en el que yo militaba consideró que era un buen momento para "invitarme" a dar un paso al costado de su plantel.
Los directivos no estuvieron de acuerdo, pero prefirieron preservar al técnico más ganador del último tiempo y sacrificar a uno de los jugadores con el contrato más alto, en pos de evitar el escándalo.
Un tanto deprimido, angustiado por el giro dramático de las cosas, confié en que Levi tendría una buena propuesta.
Y así fue: con el pase en mi poder, gestionó mi incorporación al Flamengo.
Se sentía bien volver a casa.
Mamá estalló de felicidad; con su minúsculo cuerpo y su fuerza de leona, se enfrentó a los paparazis que me esperaron en el aeropuerto y me envolvió ferozmente en un abrazo.
No me di cuenta hasta ese instante cuánto lo necesitaba.
La bienvenida en el Maracaná fue emocionante: la geste rompiendo sus manos, venerándome con sus aplausos. Banderas con mi nombre y mi rostro, voces que reproducían mi nombre una y otra vez...
Me sentía un rey...sin reina.
Una vez que me establecí en mi viejo apartamento, los - también viejos - vicios atentaron con regresar. Levi insistió con que vendiera el lugar y así lo hice; al cabo de un par de semanas en Río me encontré en un nuevo vecindario, establecido en una casa emplazada sobre una colina con vistas al lago y con un vacío enorme en el corazón.
Tocando los 29 años, me sentía solo en mi propia piel.
Había algo que me faltaba y no era solamente un cuerpo femenino del cual aferrarme por las noches. Era algo más.
Pasión, energía...
Esperanza.
Es mediodía y decido ir a la fiesta de cumpleaños de la pequeña hija de uno de mis compañeros; la mayoría de ellos están con sus familias, disfrutando y riendo de las travesuras de sus niños, contando anécdotas de colegio y planificando comidas saludables e innovadoras.
Yo, en cambio, sonrío por compromiso.
Y pienso en ella.
En mi ángel guardián, en minha beleza.
Por la tarde abandono el evento y llamo a Levi con prisa desde el interior de mi vehículo.
―¿En qué lío te has metido ahora? ―pregunta con pleno conocimiento de mi persona.
―En ninguno, pero necesito un favor.
―¿Un favor?¿Ahora?¿Un domingo las cinco de la tarde?
―Prometo recompensártelo.
Levi chasquea la lengua y sé que no me dirá que no.
―Necesito que, en una hora, ese tatuador famosos de Río se presente en mi casa con sus equipos. ¿Sabes de quién te hablo?
―¿Qué?¿Estás borracho?
―No, idiota. Quiero hacerme un tatuaje.
―¿Y no podías esperar hasta mañana? ―antes de responderle, me gana de mano ―. Ya, ya...dirás que no.
Agradezco su gestión y su lealtad, no sé qué haría sin él.
Llego a mi casa extasiado, me ducho rápidamente para quitarme el sudor del día y espero por el artista que perpetrará el diseño que tengo guardado en mi mente. Abro la puerta del taller de arte que he montado en una de las habitaciones y miro con los brazos en jarra.
Sí, pinto.
En mis ratos libres, cuando necesito aclarar mi mente, cuando estoy recuperándome de alguna lesión.
Los lienzos en blanco están apilados sobre la mesa de trabajo que he improvisado; aún no he terminado de desempacar todos los objetos, por lo que el dibujo que tengo en mente será la primera de mis creaciones.
Tomo varias hojas, los lápices de grafito y me siento frente a la extensa tabla que uso como mesa.
Descalzo, solo con mis vaqueros, me siento en el piso de mosaicos y echo a volar mi imaginación.
Los trazos fluyen sin límites, las luces y sombras son geniales y aunque tomará más que una sesión, estoy dispuesto a soportar el dolor de las agujas en mi piel.
Puntualmente, Joao Sandro aparece en mi casa y Levi junto a él.
―Quiero ver con qué locura te saldrás ahora ―Mi amigo palmea mi espalda y ruedo los ojos. Acto seguido, Joao acomoda sus pertenencias, le ofrezco una bebida y la charla en torno a mi carrera y a la suya aligera la atmósfera.
Desde pequeño he odiado las agujas y espero no desmayarme.
―Waw, no sabías que dibujabas tan bien ―Joao silba aceptando mi propuesta ―¡se verá estupendo! ―con sus guantes desechables cubriendo sus manos, toca mi hombro, mi escápula y mi pectoral, el sitio exacto donde estampará la base del diseño.
―No soy profesional, pero he encontrado en la pintura un buen medio para volcar mis emociones ―Guilherme tiene una buena parte de mis creaciones decorando los muros de su casa de la playa, muchas de las cuales fueron hechas en períodos oscuros y caóticos de mi vida, contrastando con sus paredes impecables y prístinas.
Levi también tiene un par; menos conocedor del tema que mi primo lejano por parte de madre y socio comercial de varios proyectos, ha destacado que soy un buen artista.
Grazia María, mi gran fan, ha conservado desde mis inocentes dibujos de Mickey Mouse, cuando yo apenas tenía 6 años, hasta los atardeceres de Río.
Para cuando llega la acción, inspiro profundo y me preparo para lo que viene: un ángel con rostro de mujer apenas cubierto por su cabello largo, con las alas extendidas y los brazos protegiendo un corazón, el cual estará perfectamente ubicado sobre el que se encuentra bajo mi carne.
Ese será mi primer tatuaje, algo grande, hermoso e inspirador.
Ambicioso, dramático...y doloroso.
Tras varias horas de trabajo y mis dientes apretados, Joao se ve satisfecho. Coordinamos una próxima sesión y repasamos los cuidados que debo tener.
―Supongo que sigues lidiando con lo que te ocurrió esa noche. ―Susurra Levi mientras el tatuador se alista para marcharse.
―Aun lidio con los sentimientos que se despertaron esa noche. ―enfatizo. No fue un incidente aislado ni una conversación perdida. Se trata de la magia que envolvió ese suceso y la persona que lo protagonizó.
―No has podido olvidarla.
―Tampoco quiero.
―¿No has hablado esto con Diego? ―menciona a mi terapeuta italiano, con quien continúo el análisis mediante videollamada.
―Sí.
Levi no sigue preguntando, por el contrario, muerde su labio y se retira con las manos en sus bolsillos. Cuando él y Joao se van, me ubico frente al gran espejo de mi baño principal recreando con la vista la imagen que está cobrando vida en mi piel: sin terminarse, ya luce fabuloso.
***
El primer semestre en el Flamengo es un éxito. No he salido goleador del Brasileirão, pero mantuve un buen nivel, el cual se tradujo en jugosos cheques y la representación por parte de firmas exclusivas.
En tanto mi cuenta bancaria sumaba números, también se sumaban días de abstinencia. En todo aspecto.
Las fiestas bulliciosas en las cuales las drogas corrían como agua ya no eran lo mío; tampoco sentarse en bares y esperar por bailes privados.
No, no me he vuelto un mojigato ni me he puesto sotana, pero he entendido que mi salud es lo primero.
Me despido de uno de mis compañero y avanzo varias calles rumbo al estacionamiento del club.
―Por favor, no me ignores ―una voz dulce me arranca de mis tristes pensamientos y volteo la cabeza. Para entonces, descubro a una bella mujer, con una hermosa sonrisa y un rostro muy bonito. Lo mismo puedo decir su cuerpo cuando corretea insistentemente detrás de mí ―. Necesito hacerte una nota o me despedirán del periódico para el que trabajo ―se muerde el labio y no sé si lo hace adrede o realmente es porque su futuro está en juego ―. Oh, perdona, soy una maleducada: Miranda Cox, reportera del Boletim do futebol. ―Extiende su delicada mano y sonrío. Aparentemente, no soy tan inmune a los encantos femeninos como creí.
Vamos hacia mi coche y finalmente accedo.
Después de tres horas de entrevista dentro de mi automóvil y miradas que fueron y vinieron, invité a Miranda a salir. Pasé a buscarla por su apartamento, en el lado oeste de la ciudad, y fuimos a cenar.
La discreción signó nuestros primeros encuentros; a nadie parecía importarle que mi cita fuera una reportera de un periódico deportivo de poco renombre. Con el paso del tiempo, Miranda escaló posiciones y consiguió – con una pequeña ayuda de mi parte – un puesto importante dentro de la cadena informativa, O Globo.
Comenzó a hablarse de mi bajo perfil en materia afectiva y de lo bien que Miranda le había hecho a mi vida. Era cierto, ella era una muchacha dulce, encantadora, con una familia que me adoraba y hacia la que comencé a sentir cosas importantes.
Conformepasaron los meses, asentamos nuestra relación. Nos mudamos juntos a mi casa enlos alrededores de Jardim Botânico y ella se hizo de un nombre dentro de laindustria de la comunicación; una noche, vino con la noticia de que conduciríaun segmento deportivo en la emisión nocturna del noticiero más importante delpaís, lo cual implicaba tener que viajar mucho para entrevistar a toda clase deestrellas.
Considerando que hasta entonces era yo quien se trasladaba para cumplir con los encuentros del Flamengo, se sintió un tanto extraño cuando comenzamos a vernos a cuentagotas, a conversar cada vez menos y a hacer de nuestros encuentros citas netamente sexuales.
Miranda tuvo un nombre propio, comenzó a asistir a fiestas importantes, en muchas de las cuales ni siquiera fui invitado por ella.
Celebré este rápido ascenso en su vida, que estuviera cumpliendo su sueño, que ganara mucho dinero y consiguiera una buena posición. Sin embargo, todo eso fue a expensas de nuestra relación.
Rechazó mi pedido de casamiento, rechazó una escapada romántica a Venecia y se negó a que viajara con ella durante un fin de semana que tuve de descanso entre fechas de competencia.
Las discusiones fueron moneda corriente: ella sostenía que yo solo quería someterla a un puesto de "mujer de futbolista", cuando en realidad yo respetaba su libertad y su crecimiento, pero ansiaba "algo más" que un noviazgo frío y distante.
Era de esperar: Miranda estaba transitando su mejor momento profesional y yo ya no le era una ficha indispensable en su vida.
Una tarde y tras una excusa tonta, juntó algunas pertenencias dentro de una maleta y se marchó repentinamente, sin arrepentimientos ni lágrimas.
No pasó mucho tiempo hasta que los rumores de una nueva relación con otro futbolista salieran a la luz, convirtiéndose en el escándalo preferido de los medios de comunicación. Los paparazis comenzaron a perseguirme buscando respuestas que ni yo mismo tenía; Miranda se había ido sin mirar atrás y sin siquiera pensar en cómo me sentiría ante su abandono.
Paradójicamente, lo que me produjo fue un gran alivio.
Los últimos meses de los casi dos años de noviazgo habían resultado ser un infierno, una pequeña muestra de lo que podía ser nuestra relación de continuar como pareja.
Miranda había escogido su carrera por sobre la posibilidad de formar una familia.
De ningún modo la juzgué. Por el contrario, opté por felicitar su valentía por asumirlo dentro de una sociedad en la que generalmente miraba de reojo a las mujeres que no consideraban un plan de vida con niños.
Cuando la noticia sobre mi fallido compromiso y mi "novia fugitiva" dejó de ocupar la primera plana de los diarios más sensacionalistas del país, todo pareció encauzarse.
Sin embargo, no fue así.
Ahora mismo estoy sentado junto a Levi, cuándo no, y frente a Sandro Palé, una eminencia en medicina del deporte. También, junto al entrenador del equipo y al médico del plantel.
Un sostenido dolor en el pecho durante el entrenamiento de la semana pasada ha hecho sonar las alarmas de todos, incluso, las mías.
Palé extiende su pecosa mano y la tomo, su tacto es fuerte, determinado, y su gesto, además, es de preocupación. Sé leer a la gente y puedo decir, sin temor a equivocarme, que no tiene buenas noticias para mí. Estos últimos días me he sometido a toda clase de estudios y análisis para determinar qué es lo que ha estado sucediendo con mi sistema coronario.
El doctor inicia su plática hablando de los factores de riesgo, la importancia de una dieta sana y el ejercicio periódico. Son palabras que conozco de memoria y mi paciencia no es precisamente mucha en este mismo instante.
Es por eso por lo que lo interrumpo con toda la educación posible y expongo mi intranquilidad.
―Doctor, agradezco la introducción, pero prefiero su honestidad ―el hombre abre sus ojos como platos, parpadea varias veces y sonríe de lado. Acaba de entender el punto.
―¿Están todos de acuerdo con eso? ―pregunta entrecruzando sus manos sobre el amplio escritorio de su consultorio y soy testigo del modo en que todos asienten.
La preocupación va en alza y nadie oculta el nerviosismo.
―Pues bien. Rafe posee una deficiencia cardíaca, poco habitual, y que puede no haber sido detectada en estudios previos.
―¿Me voy a morir? ―me apresuro, pero mi corazón está poniéndomela complicada al latir desaforadamente. La incertidumbre no es mi aliada.
―Técnicamente, sí. Como todos nosotros ―bromea y a pesar de querer reír, no lo hago ―. Rafe, quiero explicarles la situación: tal como he dicho, tienes una cardiopatía congénita llamada estenosis valvular aórtica. Esta válvula regula el flujo de sangre de la cavidad inferior izquierda del corazón a la aorta; cuando los sedimentos de la sangre se depositan sobre las valvas, estas alteran su forma e impiden que el flujo sanguíneo circule con normalidad. No obstante, cuentas con la ventaja de ser un hombre sano, deportista y joven. El pronóstico en estos casos, con el debido tratamiento, es favorable.
―¿Tendré que operarme?
―Dependerá de la evolución del cuadro. Las anomalías cardíacas congénitas relativamente menores suelen requerir de exámenes médicos ocasionales para asegurarse de que la afección no empeore. Pero dado que válvula está considerablemente obstruida, quizás sea lo mejor en tu caso.
―¿Podré seguir jugando al fútbol? ―La pregunta se atasca en mi garganta e intuyo la mirada de todos en mi nuca.
El médico traga, no quiere aventurarse a una respuesta irreversible.
―Los estudios han arrojado resultados satisfactorios a pesar de este descubrimiento Rafe. Con los cuidados adecuados y el seguimiento periódico, no tendrías que presentar dificultades.
El alma me vuelve al cuerpo y sé que la de mis acompañantes también.
El médico de mi equipo, Salvador Uribe, se involucra en el caso y comienza a hablar con términos técnicos que mi cerebro opta por ignorar. Las respuestas más importantes para mí se han disipado, aunque lejos estoy de sentirme tranquilo.
Cuando terminamos la consulta, el equipo se despide y camino hacia el automóvil de Levi. He venido hasta aquí con él, pero decido un cambio de planes de último momento.
―No vayas a cometer ninguna locura ―mi amigo me palmea la espalda y comprende mi necesidad por alejarme y tomar aire.
―No te lo diría de todos modos ―le guiño el ojo y nos fundimos en un gran abrazo que significa mucho más de lo que realmente es. Tengo miedo. Mucho.
―Ya has escuchado al doctor Palé ―intentan mostrarse compuesto y tose para que su voz no suene debilitada ―, debes continuar con tu vida.
―Una vida condicionada a una patología que no sé de dónde ha salido y dado que no sé quién es mi padre, ni siquiera puedo averiguarlo.
―¿Importa eso acaso? ―Suena irritado.
―¿Cómo le diré a mi madre que puedo morir en una cancha de fútbol?
―Rafe, por favor, no. No lo hagas. No dejes que esos fantasmas se metan en tu cabeza. El doctor ha sido claro: con cuidados, controles y vida sana, todo estará bien.
Asiento con la cabeza gacha. Aunque el panorama sea alentador, no puedo evitar pensar en que todo puede complicarse en el momento menos pensado.
Brasileirão: Liga brasileña de fútbol.
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