39 - Menina Veneno
Pasan cinco días sin una respuesta concreta o un diagnóstico médico preciso.
Los análisis y estudios de Paloma se ven perfectos, su actividad cerebral es normal, pero nadie entiende cuál es el motivo de su trance.
Algunos sostienen que su cabeza se ha desconectado por un rato.
Otros, que la anestesia ha sido mucho más fuerte de lo estimado; local y todo, no la soportó lo suficiente.
Camino por las paredes, mis nervios están tensos como cuerda de guitarra y creo estallar en cualquier momento.
Sin embargo, mi pequeña gran Esperanza es la única que me da calma.
En tanto que mi madre y mi suegra insisten en que vaya a casa a por una ducha reparadora y por un rato de descanso de calidad, me niego. Quiero estar para mi niña y para mi futura esposa en todo momento.
Esta mañana, Pablo me dijo que Marina no vendría. Ha pasado metódicamente cada tarde a ver a su mejor amiga y a dejarle mensajes de afecto. Le acaricia la mano, le susurra cosas de las que se ríe entre sollozos y le besa la frente al marcharse.
Paloma está en una habitación monitoreada por diversos aparatos y por un sinfín de doctores y enfermeros. Su obstetra no la ha abandonado ni a sol ni a sombra y me reconforta que así sea.
―Deberías rasurarte. La pobrecita no va a reconocerte cuando despierte.―En un intento por levantarme el ánimo, Levi me acerca un vaso con café. Paloma probablemente me regañaría porque la cafeína no es buena para una persona con antecedentes cardíacos como yo, pero ahora, haré la excepción.
Nuestras madres han sido bastante insistentes con que cuide mi salud y lo entiendo; hoy en día soy el pilar fundamental, el hombre en el que mis chicas deben apoyarse.
―¿Como está la niña?
―Ha ganado peso en estos días y creo que ya me reconoce. Cuando la tomo entre mis brazos, hace una mueca especial con la boquita ―se me llena el pecho de orgullo, increíblemente enamorado de Esperanza.
―Necesito que me disculpes, Rafe.
―¿De qué hablas?
―Sé que he sido un viejo gruñón desde que te reencontraste con Paloma; la he persuadido de que te deje, incluso te he llenado la cabeza en su contra. Ninguno me hizo caso, ¡enhorabuena! ―admite ―. Ustedes debían estar juntos. Han formado una familia perfecta. Me siento un tanto culpable.
―Has estado velando por mí desde que me conociste, no esperaba que fuera distinto.
―La doc es la mujer indicada para ti.
―Lo sé y me ha dado el mayor regalo del mundo.
Le doy una palmada en la rodilla, me pongo de pie y voy al baño del cuarto de Paloma.
Orino, miro mi rostro en el espejo y sí, parezco un vagabundo.
―Iré a la farmacia a comprar una máquina desechable.―Paso mi mano por mi barbilla, imitando a la técnica del rasurado.
―Ok, no tardes, no quiero tener que cubrirte con Paloma. ―Ruedo mis ojos y beso la frente de mi mujer antes de marcharme por unos minutos.
Camino, cansado, agobiado, pero con la ilusión de que mi mujer despierte pronto y dejemos atrás esta pesadilla.
Presiono el botón del elevador para cuando toco mis bolsillos y noto que he olvidado el dinero y mi móvil en la habitación. Bufo y giro sobre mis talones para cuando detecto las corridas de los enfermeros en dirección al cuarto de mi mujer.
Yergo mi espalda, con el temor haciéndose carne en mis huesos.
Corro lo más rápido que puedo y entro atropelladamente; los pitidos en las máquinas son fuertes y todos rodean a Paloma.
―¿¡Qué pasa aquí!? ―grito. Levi sale de la habitación, llevándome hacia el exterior. Cierra la puerta detrás de él dejando que todos hagan su trabajo ―. ¡Mierda, Levi! ¿Qué sucede? ―a mi alrededor la gente me mira sin disimulo no solo por mi tono sino porque hablo en portugués.
Sí, soy un tipo con toneladas de cafeína en su sangre, con una operación coronaria inferior al año, sin paciencia y con el amor de su vida sin despertar hace casi una semana.
―Tranquilo, Rafe. Te hace mal ponerte así.
―¿Cómo puedo estar tranquilo? Veo correr a esta gente y...―Se le escapa un gesto de alegría. Arrugas que nunca noté se arremolinan junto a sus ojos y se profundizan.
―Ella despertó, Rafe. ―Las palabras que estaba esperando con ansias, llegan de la boca de mi mejor amigo ―. Las máquinas dieron aviso de que estaba registrando otro tipo de actividad cerebral y ellos vinieron corriendo.
―¿¡Ella despertó!? ―la sangre bulle por mis venas, mi labio inferior tiembla y me aferro a la ilusión―. ¿La has visto despierta?
―Vi cuando giró la cabeza y quiso arrancarse todos los cables. El pitido advirtió a todo el mundo.
―¡Ella ha reaccionado!¡Paloma está bien! ―Enérgico, entro en un estado de euforia.
Camino delante de la puerta por no sé cuánto tiempo hasta que la doctora de turno sale del cuarto de mi futura esposa con el rostro de piedra.
―Rafe ―me llama y me acerco sin dudar ―. Soy la doctora Iris de Palma ―se presenta y ni siquiera me interesa cómo se llama ―: Paloma ha despertado ―confirma como si me dijera que compró dos kilos de pan ―, no obstante, debimos darle un sedante porque al reconocerse con tantas vías quiso arrancárselas y aún debe tenerlas puestas. ―advierte, ejerciendo su rol de profesional de la salud. Lo único que soy capaz de retener en mi cabeza es que ella abrió sus ojos ―. En el transcurso de la tarde despertará, no te preocupes. Estimamos que esta vez se quedará con vos ―Sonríe dulcemente y ese gesto me da la confianza que necesitaba para creer que Levi no fantaseó.
Los enfermeros salen uno a uno y nos permiten ingresar. Pido a Levi que se encargue de llamar a todo el mundo mientras la disfruto un ratito a solas.
―Minha beleza. Me asusté mucho.―A su lado, le tomo la mano. Sus dedos hinchados y el contexto no me permiten ponerle nuevamente la sortija que le obsequié segundos antes de marcharse al quirófano ―. Nuestra niña está creciendo mucho y bien ―Lloriqueo como mariquita, le beso el dorso de la mano y continúo hablándole ―. Le gusta que le cante "Menina veneno", como a su madre. ―Las lágrimas dicen presente en mis ojos ya lo largo de mi rostro.
Veo el perfil sereno de Paloma, sabiendo que estamos más cerca del momento en que despertará.
Nunca supe que podía sentir esto por alguien hasta que la conocí, un sentido de pertenencia absoluta y devoción. Este es un amor inmenso que ha atravesado el tiempo y los obstáculos, la demostración de que su fuerza es la de un huracán y que mi determinación es inalterable.
―Tu sí que has puesto a prueba la resistencia de mi corazón, mi ángel. Tu más que nadie ―río ―. Gracias por la bebé que tuvimos, por llevarla en tu vientre, por darle abrigo, por parir este hermoso milagro llamado Esperanza.
Apoyo la cabeza en el lateral de la cama y en un momento que no preciso, el cansancio me vence y sueño con que salgo de este lugar con ella y nuestra hija en brazos.
***
―Menina veneno, o mundo é pequeno demais pra nós dois. Em toda cama que eu durmo, Só dá você, só dá você, Só dá você, yeah, yeah, yeah, yeah...―Abro los ojos pesadamente a causa de un susurro desafinado que atraviesa mis oídos. Elevo la cabeza con lentitud para descubrir la sonrisa más esperada de los últimos tiempos ―. Decime que no te despertó mi voz, eso sería terrible ―habla bajito, pero la escucho y creo que sigo dormido.
Reacciono intempestivamente.
―¿Paloma?¡Paloma! ¡Mi amor, mi ángel, minha beleza! ―Me pongo de pie tan rápido como es posible y le beso la frente, luego la nariz y por último, las mejillas. Corro por la habitación rastrillando mi cabello, voy hacia la puerta y llamo a una enfermera al grito desesperado de "¡ella despertó, Paloma despertó!".
La morena bajita que ha estado por las noches sonríe desde el mostrador de atención y con toda la paciencia del mundo, se acerca.
¿No puede caminar más rápido?
―Hola, bella durmiente ―expresa al entrar y comienza con el examen de rutina: medirle la tensión arterial, mirarle las pupilas, auscultarla...―. Bienvenida.
―¿Por qué siento como si un camión me hubiera pasado por encima?
―Es normal. Decime tu nombre. ―Le exige la mujer.
―Paloma Barreto.
―¿Sabés quién es él? ―le pregunta para constatar que esté en tiempo y espacio.
―El hombre que me hizo perder la cabeza ―responde coqueta y me devuelve el alma al cuerpo.
El médico que ha tomado su caso ingresa a paso sostenido y es todo sonrisas. Continúa con el cuestionario a fin de determinar que Paloma está bien y ella le comenta lo último que recuerda.
―Recuerdo que comencé a sentirme muy cansada, que los ojos se me cerraban y...―de repente, empalidece ―...¿cómo está mi hijo?¿Qué...pasó? ―De a poco, la remembranza fluye y su angustia también. Es mi turno de intervenir.
Limpio mi garganta y le tomo la mano.
―Hemos tenido una beba maravillosa. Está fabulosa, ganando peso y se parece a ti ―su pecho se desploma, aceptando mi relato ―. Ha pasado una semana desde entonces.
―¿¡Estuve dormida una semana!? ―Abre sus ojos, incrédula.
―La semana más larga de la historia de las semanas ―afirmo acariciándole el brazo ―. La he nombrado Esperanza. Decidí que era el indicado.
Ella trata de hacer una pequeña carcajada, pero no puede, se siente débil e incómoda.
―Esperanza. Claro que es el indicado.
―Prometiste que nuestra niña se llamaría así. No sé por qué perdimos tiempo al hacer una lista con otros nombres ―protesto graciosamente recordando nuestras pequeñas peleas.
―El destino tenía que obrar por su cuenta, evidentemente. ―La enfermera la ayuda a sentarse en la cama para cuando la neonatóloga aparece en escena con la cunita de la beba.
Paloma comienza a llorar, lleva las manos a su boca y no le dan los brazos para tomar a la pequeña.
―Con cuidado, cielo. Estás débil ―le aconseja la enfermera.
―Mi amor, mi amor, mi amor―mi mujer le besa la frente a nuestra hija apenas la acuna. Le alcanzo unos cojines que le ayudarán a sostenerla Paloma le toca la naricita con la punta del dedo y le agarra la manito cuando la pequeña berrea. Al instante y por instinto, Esperanza abre sus labios y Paloma se inclina abriéndose el camisón maternal, con la intención de darle la teta.
La magia es inmediata a pesar de todas las posibilidades que han barajado los médicos: rechazo post parto, negación de parte de Paloma, depresión...
Esperanza comienza a mover sus labios en tanto su mamá dirige su pezón a su hermosa boca.
―¿Tenés hambre, bebita hermosa? ―no interrumpo su conexión, ni siquiera trato de respirar alrededor ―. No te preocupes, mamá despertó. Mamá despertó y nunca más se va a alejar de vos.
Quisiera pintar este momento, retratar el milagro de la vida en un lienzo y eternizarlo ante nuestros ojos. La enfermera se marcha junto con la neonatóloga y nos quedamos los tres aquí, solos.
―Ella nació el 4 de enero ―dice, amamantándola y lamiendo sus propias lágrimas que le caen sobre el labio superior.
―Sí. ¿Acuario? ―pregunto tontamente.
―La fiesta de Guilherme fue un 3 de enero. ―Parpadeo con la revelación manifiesta, he estado tan angustiado que no he registrado siquiera la coincidencia.
―Un 4 de enero volví a nacer...―Largo en una exhalación.
―Podemos declararlo, oficialmente, nuestro día internacional de la esperanza ―se agita un poco al hablar, pero es entendible. Nuestra hija se arroja un gas que resuena muy fuerte y el olor a caca es inmediato.
―Creo que ella acaba de hacer sonar la diana en señal de aceptación.
Y reímos, mucho.
Era hora.
***
Una semana más tarde, Esperanza supera la barrera de los 2.700kg y le dan el alta. También a Paloma, quien decidió quedarse en la clínica hasta que la beba estuviera lista para ir a casa.
Ya no hay caras largas ni desánimo en nuestra familia; cuando llegamos a nuestra gran propiedad, todo está preparado para una gran bienvenida.
Globos, carteles, confeti, osos de felpa...todo para ellas, para mis dos amores.
Paloma entrega la beba a su madre mientras caminamos hacia la habitación de Esperanza, un cuarto que no estaba terminado cuando la urgencia nos tuvo corriendo hacia el hospital.
―Marina y nuestras madres se encargaron de todo. Hay que hacerles un monumento ―automáticamente Grazia María y Leticia asienten a mis palabras, risueñas. Lo cierto es que ellas retiraron los muebles que habíamos reservado en navidad, compraron las sábanas, cortinas y edredones, en tanto que mi suegro y Hernán se ocuparon de colocar las repisas, armar la cuna y esas labores de manitas.
―Es un sueño, quedó hermosa. ¡Gracias a todos! ―toca los muebles de estilo nórdico que tanto insistió en comprar, la caja de pañales que he pintado con un pequeño angelito y las puertas del armario a tono con el resto de los muebles.
―Hija mía, es lo mínimo que se merecen ―Su madre la abraza y es el - nuevo -momento emotivo del día.
O al menos eso pienso hasta que media hora más tarde, Pablo llama a mi teléfono avisándome que Marina entró en labor de parto.
Paloma no logra relajarse sino hasta que sabe que el bebé de su amiga nació por parto natural y ambos están bien.
Tadeo nació con casi 4 kilogramos y no quiero ni imaginar en el esfuerzo que el pequeño cuerpo de Marina habrá tenido que hacer para expulsarlo; sin dudas, será material de conversación por los siglos de los siglos.
Cuando todos se marchan a sus hogares, cerca de las 9 de la noche, Paloma acuesta a la pequeña en la cuna "colecho" y la acerca a nuestra cama. Han sido inseparables desde que ella recobró la conciencia y no me resulta para nada sorpresivo.
Abrazándola por detrás, evitando moverme más de la cuenta para no hacer ruido, le doy un beso en la mejilla.
―Gracias por esta maravillosa familia, minha beleza. No puedo estar más feliz.
―Ni yo, mi amor. Estoy fascinada con cada pedacito de su cuerpo. ¿Viste sus pestañas? ¿Viste el único rulito que se le hace en la cabecita? Creo que va a tener tus bucles.
―Es perfecta.
―Por supuesto que sí, es hija nuestra, ¿qué esperabas?
Y dejando la modestia de lado, aprovechamos a dormir.
***
Medio año más tarde, mi exposición en Río es todo un éxito. Los periodistas parecen haberse acordado de que existía un jugador de fútbol que se llamaba Rafe Vilanova y que hacía muchos goles por temporada.
Personalidades del mundo del espectáculo y del ámbito deportivo se acercan a la galería de arte y Regina Ciró no cabe en su cuerpo: esta publicidad es más de la que podía haber imaginado.
Los especialistas coinciden en que soy un novato con talento y que aún me falta mucho para copar las galerías más prestigiosas del mundo; ignoran que eso no me importa en lo más mínimo, sino que uno de mis tantos sueños está haciéndose realidad.
No pretendo hacerme fama a expensas de mi arte, tampoco vendiendo mis obras a precios irrisorios; a excepción del perfil embarazado e inconcluso de Paloma, he exhibido la mayor parte de mis cuadros.
El valor de ellos es simbólico; lo recaudado se donará a hospitales infantiles y a academias para niños sin hogar que quieran practicar algún deporte.
He abierto mi propia escuela de futbol, un proyecto que tomó forma mientras daba de tomar la leche a mi pequeña; ella ha nacido con la posibilidad de tenerlo todo, pero no todos cuentan con la posibilidad al alcance de la mano. Esta es la forma en que puedo ayudar a que muchos chicos salgan de la calle e inviertan tiempo en su pasión. Será un lugar en donde el género no importará: se aceptarán chicos y chicas por igual.
Los flashes de las cámaras están enamorados de la pequeña Esperanza Vilanova, quien ya ha comenzado a comer y a babear terriblemente. Tiene comprados a todos y a cada uno de los invitados que han asistido a la inauguración de mi muestra y los entiendo, esta niña es un encanto y es preciosa.
Pasado el anochecer, cuando llegamos a nuestra casa en Río donde pasaremos el próximo mes, mi madre se encarga de dormir y bañar a Esperanza. Una vez que la beba cae rendida en la cuna de su habitación, mamá regresa a su casa para "darnos privacidad".
Me guiña el ojo y se marcha, dejándome con las mejillas sonrojadas.
Ubicado en el extremo del colchón, escudriño detenidamente a mi esposa cuando se quita el vestido de seda azul y queda con un sostén sin breteles y una pequeña braguita a juego.
Mi corazón palpita fuerte.
Inspiro profundo intentando aquietar mi sed de sexo, pero no funciona.
Las noches con Paloma han sido sistemáticamente interrumpidas por biberones, pañales sucios, cólicos y llantos sin motivos aparente hasta que pasamos a la niña a nuestra cama y santo remedio. No hemos encontrado un momento en que podamos desatar nuestro ardor de pareja.
Paloma ha estado tensa y con dudas sobre su cuerpo; nada me importa menos que "sus rollitos de más" o que ya no tiene la piel sin estrías como antes.
Me acerco por detrás de ella y beso su cuello; mi bragueta se tensa de inmediato y su piel de gallina me advierte lo que siente.
Mis manos se asientan en sus caderas y trazo el camino hacia sus pechos llenos; ella ladea el cuello y me invita a continuar.
―Esperanza cayó frita...―Jadea.
―Ajamm―respondo, excitado. Mis bóxer están adheridos a su trasero. Mi dureza presiona contra la tela y toda la sangre se agolpa en ese sitio.
―¿Vos creés que tirará ocho horitas?
―Con media hora, me basta ―Apelo a la sinceridad.
Paloma ríe, gira y nuestras bocas colisionan, la rudeza y la adrenalina se sienten como nuestra primera vez.
―Te amo, minha beleza.
―Te amo, meu homen ―afirma y para cuando su palma acuna mi miembro cubierto, un llanto voraz nos arranca del momento.
―La próxima vez iré directo al grano ―Bromeo, frustrado, mientras que Paloma se coloca su bata y va en busca de nuestra niña.
Puede que no haya podido echarme un polvo, puede que ahora no rindamos como en los primeros días de nuestra relación, pero nunca cambiaría ni una sola de las cosas que transitamos para llegar hasta aquí.
Estoy donde quiero estar y con quienes quiero estar.
Donde confiaba en que el destino me traería.
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