36 - Milagros inesperados
He pasado buena parte del día con Levi mirando propiedades. Dado que aún no puedo conducir y he seleccionado varias opciones, él continua siendo, incluso en Buenos Aires, el conductor designado.
Ponemos el GPS y vamos de Colegiales a Belgrano. De Belgrano a Saavedra. De Saavedra a Villa Urquiza. Y de ahí, a Olivos.
Los precios son tan absurdos como extraños; los apartamentos pequeños cuestan más que una casa con parque.
¿Quién entiende al mercado inmobiliario de Buenos Aires?
Esta es la décima propiedad que visitamos y Levi bufa, harto por mi indecisión.
Nada me parece apropiado para vivir permanentemente aquí y temo que en realidad no sea una cuestión de atributos de las construcciones sino mi negación por mudarme.
Di mi palabra a Paloma de que iría donde ella estuviera cómoda. Le di mi promesa de que no la dejaría marcharse por algo tan poco significativo como un lugar adónde vivir. Mi hogar sería donde ella lo sintiera.
Sin embargo, nada parece ajustarse a lo que deseo: parque, piscina, una gran sala, varios dormitorios, un lugar especial para mi arte y otro para mi gimnasio, un garaje amplio para- al menos- tres de mis automóviles...
Sé que podría dejar buena parte de mis coches de colección en Río, pero dado que pasaremos mayor cantidad de días aquí que allá, no me es indiferente la elección.
Levi ya me ha dado una retahíla de consejos con respecto a la futura mudanza.
Obviamente, no está contento con mi decisión.
¿Yo? Todavía tengo mis dudas aunque siendo honesto, no sería la primera vez que me alejo de mi ciudad natal.
―¿Le dirás a la doc que estás metido en esto?
―No hasta que no vea algo que me agrade ―respondo con naturalidad para cuando aparcamos frente a una casa con una amplia fachada, de impronta clásica y bien conservada.
La agente inmobiliaria está junto a un BMW plateado y nos saluda con simpatía desconociendo quién soy yo, lo cual me reconforta. Sin embargo, no es a mí a quien mira con extrema atención sino a mi amigo, el gigantón de piedra.
―Sin comentarios ―él me gruñe y elevo las manos.
Atravesamos el trabajado portón de hierro y lo que veo ya me gusta: un bello y cuidado parque delantero que precede una construcción tradicional. El frente es color crema y las ventanas están enmarcadas con una delicada moldura blanca. No soy un gran fan de la arquitectura, pero en estos días de aburrimiento me he interesado en el tema.
Sobre el lado izquierdo de la propiedad hay un guardacoches cubierto con espacio para dos autos y de acuerdo con lo que dice la vendedora, hay otro garaje subterráneo, actualmente utilizado como depósito.
Continuamos con la recorrida exterior y llegamos al patio trasero, donde se encuentra una gran piscina sin los lujos que tiene la mía, claro está.
―Tiene protección para niños ―señala la baranda acristalada ―y como ven, también cuenta con mucho lugar para que corran y se entretengan ―concluye. Mi mirada va inmediatamente a una casa de madera en pequeña escala, pintada de blanco. Sonrío, imaginando a mis hijos entrando y saliendo de ella.
Mirna, la agente, enumera las cosas buenas del lugar: un quincho cubierto con parrilla y horno de barro, un galpón donde el dueño de casa ha montado un taller y una "dependencia", o sea, una casa adicional para el servicio doméstico.
Una vez dentro de la vivienda, no me asombra la opulencia ni el buen gusto; es tal como me imaginaba: estuco blanco y molduras del mismo color, mobiliario antiguo que resiste a las nuevas tendencias, alfombras mullidas, adornos sofisticados, arañas de cristal con varios brazos y caireles, pisos de mármol...
Todo es bonito y grita hogar.
En la planta superior, cada uno de los cuatro dormitorios tiene su propio baño privado y eso es un alivio; si mi madre o Levi se quedaran por unos días, quiero que se sientan más que cómodos.
Aunque pensándolo bien, puede que Levi prefiera apoderarse de la casa de servicio.
Además de contar con un buen tamaño, las habitaciones poseen ventanas con vistas al parque trasero; los árboles son frondosos y perennes, lo cual garantiza privacidad todo el año.
Eso es muy bueno.
El cuarto principal tiene un práctico, espacioso y cómodo vestidor.
―Como verán, es la única de las habitaciones que se desarrolla tomando el ancho total de la propiedad; tiene ventilación cruzada y un baño con dos lavatorios. Fue remodelado hace muy pocos meses con grifería de primera y un toque de modernidad ―Señala los mosaicos en forma de panal de abeja en blanco y negro. Asiento, conforme, y su cháchara continúa.
Cuando finalizamos allí dentro, caminamos en dirección a las puertas francesas que se abren hacia la gran terraza.
―Gosta ―Codeo a Levi y de inmediato, me asomo. Me aferro a la baranda de hierro forjado y cierro los ojos. La brisa me acaricia el rostro y recuerdos de la noche en que hablé con Paloma por largas horas vienen a mi mente.
Cuando abro los ojos y miro hacia abajo, imagino su grácil figura acompañada de varios niños dando vueltas en el parque por las tardes; también, en traje de baño tomando sol junto a la piscina y , por qué no, siendo una gran anfitriona cuando nuestras familias y amigos vengan a visitarnos.
―La compro. ―Tengo el dinero suficiente y algo dentro de mí me dice que esta casa es la correcta.
La empleada de la inmobiliaria abre la boca, estupefacta.
―Rafe, calma. Creo que deberías conversarlo con Paloma, ¿no lo crees? ―Su portugués es cerrado, a fin de que la mujer no entienda lo que hablamos.
Me da una cachetada de realidad, no debo pasar por alto la opinión de minha beleza.
―Perdone, a veces soy un poco impulsivo. Debería conversarlo con mi novia antes de tomar una decisión. ¿Cuándo tiene agendada la próxima visita?
―Mañana antes del mediodía se mostrará otra vez. El precio es muy acomodado y está en una zona exclusiva de La Lucila ―como buena negociante que es, instala en mi cabeza el apremio por la definición.
―Le entregaré un cheque con una seña del 20%.
―Oh...bu-bueno...¿ahora? ―Se atora con sus palabras.
―Sí, y a cambio necesito que nos muestre nuevamente la propiedad mañana mismo, antes de las citas que tiene programada.
―S-sí...si...¡claro! Puedo hacer eso ―Levi le entrega una tarjeta personal y ella bate sus pestañas, demasiado seductora.
Inmediatamente tomo mi chequera y no dudo en escribir un número más que interesante. Firmo, la mujer sonríe complacida y siento que he dado un primer gran paso.
Nos despedimos de ella y para cuando entramos al automóvil rentado, lo primero que quiero es que mi amigo me dé su opinión; no ha emitido juicio y me importa su visión.
―Es bonita, pero no tiene las vistas de la casa en Río.
―Lo sé; aun así estoy dispuesto a sacrificarla en pos del parque y las otras comodidades.
―¿No quieres considerarlo? ¿No estás apresurándote?
―¿Por qué tendría que seguir pensándolo?
―Buenos Aires no es Río y Río no es Buenos Aires; Rafe, Paloma y tú se aman. Me ha costado verlo, lo he aceptado y comprendido, pero ¿hace cuánto están juntos? ¿Dos meses? ¿Tres? Creo que estás precipitando las cosas.
No es detalle menor que haya aceptado mi relación con ella y sospecho que mi operación ha tenido mucho que ver. Sin embargo, es más cauteloso de lo que necesito.
―Levi, he tenido dos novias por tiempos más prolongados que este y eso no ha garantizado mi felicidad. ¿Por qué crees que la cantidad de meses hace a la fortaleza del vínculo? Yo he sentido que Paloma era especial cuando toqué su muñeca en la discoteca de Guilherme y lo volví a percibir en su casa, un día después. Cuando la vi sentada en el auditorio del Centro de Neurología mi vida cobró sentido. ¿Por qué esperar? La vida es corta y he tenido sobradas pruebas al respecto.
Levi no responde, estudioso de mi respuesta. Traga, me mira y calla.
―La casa es hermosa. Grande, cómoda para una pareja y muchos niños. ¿Suficiente con eso? ―Sonríe de lado otorgándome las palabras justas.
―¿Lo dices desde el fondo de tu corazón? ―me burlo, llevando mis manos exageradamente a mi pecho.
―Sí, bueno para nada. ―Gruñe y me gusta que vuelva a ser el amigo de siempre.
Al subir el coche, corroboro que Paloma ha cambiado de planes: en lugar de almorzar con Marina, ha ido al salón de belleza de su madre.
Minutos más tarde y con un humor de perros, Levi aparca frente al edificio en el que estamos parando. El tráfico en la ciudad es horrendo en horario punta, o pico, como le dicen por aquí.
―¿Pedimos comida? ―lo invito a subir, pero niega con la cabeza. Ha estado un tanto ocupado con su teléfono durante los últimos semáforos en rojo.
Por sobre mi hombro, me parece leer que la señorita Mirna, de la inmobiliaria, tendrá suerte esta noche.
Nos saludamos no sin antes bromear un poco y bajo del vehículo con entusiasmo, repitiéndome que debería reducir las expectativas que la casa me ha generado, dada la posibilidad de que Paloma se niegue de plano a mudarse.
Tomo el elevador hasta el piso correcto y espero a que la vecina de la unidad B suba con su perrito antes de que se cierre la puerta. La viejita me sonríe agradecida y el caniche...mmm...no tanto.
Ingreso al apartamento y solo veo las luces de la cocina encendidas; la TV está muda, de fondo, parpadeando sobre la mesa de vidrio baja y parte del sofá.
―¿Paloma? ―me asusta ni siquiera escuchar un ruido ―. ¿Dónde estás? ― la habitación está vacía. Toco en el baño y pego la oreja en la puerta ―. ¿Paloma, estás aquí?
Un gemido ahogado se oye lejano; agudizo la audición y lo escucho otra vez. Acciono el pomo y entro, encontrando una escena más que bizarra: Paloma está de rodillas frente al retrete, abrazado a él. Su trenza cuelga de lado y se la nota agotada.
―Cariño, ¿qué pasa?
―No quiero que me veas así...vomitada ...hecha mierda ―Sincera, dispara. Me inclino y acaricio su cabeza despeinada.
―Paloma, no seas tonta. ¿Quieres un vaso de agua?
―No sé si voy a vomitarla.
―¿Es una indigestión? ¿Has comido algo raro en el salón de tu madre? ―Limpia su rostro con la toalla y la ayudo a ponerse de pie. Se enjuaga la boca y se refresca las mejillas. Se toma la barriga, con claro lamento.
Exhala, exhausta y pálida. La abrazo y le beso el nacimiento del cabello.
―Estaba preparando una ensalada.
―Una...¿ensalada? ―Hubiera preferido un trozo de carne.
―Sí, bueno. Vos sabés que no participé en Masterchef ―Celebro que aun conserve algo de buen genio a pesar de las circunstancias ―. El vinagre fue el detonante.
―¿El vinagre? ―frunzo cada músculo de mi cara ―. Es extraño, nunca tuviste problemas con eso.
―Mmm...bueno... de eso mismo te quería hablar.
―¿Del vinagre?
―No, de otra cosa ―se aleja y me da la espalda. Toma la toalla entre sus manos y la retuerce nerviosamente ― ...me enteré de algo... ―su mirada se pierde en algún lugar del piso. Hoy tenía cita médica con su ginecólogo y me asusta lo que pueda haber sucedido ―...es algo que cambiará nuestras vidas para siempre... ―su voz se quiebra y comienza a llorar.
―Paloma, cariño, lo que sea que te haya dicho el doctor lo enfrentaremos juntos. Somos un equipo, ¿vale? ―Estoy inquieto, mil ideas pasan por mi cabeza e intento no transmitirle mi intranquilidad.
―Quiero que sepas que no quise...no lo hice adrede...ya hablamos de esto...―Tropieza con sus palabras y me desconcierta.
―¿De qué hablamos?¿Qué te dijo el médico? ―pregunto, queriendo salir de dudas de una vez por todas.
―Como sabés, hoy fui a un control de rutina con el Dr. Lozano. De paso, me dio los resultados de mi biopsia. Sin embargo, estuve con unos dolores abdominales que me llamaron la atención.
―¿Tuviste dolores?¿Por qué no me has dicho nada?
―Porque no era nada grave; de hecho, pensé que se trataba de la llegada de mi ciclo menstrual.
―¿Eso no pasó hace unos días? ―Hago cuentas mentales y me ubico en los días próximo a mi operación. No he querido preguntarle al respecto.
―Bueno, no. Nunca me bajó, cosa que atribuí a mi reciente intervención. ―su discurso se desinfla y la confesión se hace interminable.
―Paloma, deja ya de dar vueltas, ¡me estás matando! ―le beso las manos un tanto aturdido.
Ella me mira con ojos tiernos, vidriosos y sufro de antemano. Los hoyuelos cuando sonríe aparecen en primer plano y la noticia que tiene que decirme no parece que fuera aterradora.
¿O la está suavizando dado mi estado?
―Andá a mi cartera, la que tengo colgada en el perchero de la entrada. Abrí la billetera y listo.
―¿Esto es una búsqueda de tesoro o algo así? Porque las odio.
―No puedo decírtelo ―Se tapa la boca y se voltea para vomitar. Ruedo los ojos, me arrodillo a su lado y le devuelvo la toalla para que se limpie cuando termine.
Voy a la cocina, le sirvo un vaso de agua y tal como me pidió, abro su bolso. Lo que sea que quiera que encuentre, es un real misterio.
Efectivamente corro la cremallera de su billetera y en las distintas divisiones veo algunas estampitas de santos, una foto con su madre y la tarjeta personal de Levi. Sin embargo, nada de eso me sorprende ni me conmueve como lo que termino hallando: la pequeña imagen, en blanco y negro, de lo que es un bebé en formación.
El nombre de Paloma está escrito en el extremo superior y hay siglas que no sé qué significan.
¿FPP? ¿FUM?
Releo en voz alta los siguientes datos: "7s 0d"
Me estoy volviendo loco para cuando la revelación cae sobre mis hombros como una torre de ladrillos.
Toco la imagen, la contorneo con la punta de mi dedo y me agito de emoción. Un nuevo ruido a vómito viene desde el baño y recuerdo dónde estoy. Con el vaso de agua en la mano y la ecografía en miniatura en la otra, me siento junto a Paloma, de espaldas contra la pared y la cabeza recostada contra el cerámico vertical.
―¿Estás...embarazada? ―pregunto, dejando el vaso en el piso, junto al váter.
Ella asiente, gimoteando y me toma la mano para reposarla en su vientre plano.
―Estamos embarazados. Vamos a ser padres, mi amor―Acaricia mi mejilla y me echo a llorar como un chiquillo de dos años al que le han quitado el chupón.
La abrazo, sin dejar de tocar su barriga.
―Me asusté mucho cuando lo supe. Tenía que procesarlo, ¿sabés? Por años busqué quedar embarazada y no lo logré ―quisiera no sentir celos de la situación, pero no puedo evitarlo. Sin embargo, nada de eso importa ahora: Paloma tendrá a mi bebé. Mío y suyo para amar y cuidar ―. Y ahora, después de un tonto descuido, aquí estamos. El "superma" de Rafe dio resultado.
―¿Superma? ―Suena ridículo.
―Una mezcla de super esperma y Superman. Lo pensó Mina.
―¿Mina? ―¿Qué tiene que ver ella en este asunto?
―Ella me aconsejó que fuera a tu casa después de nuestra pelea; estaba conmigo cuando me di cuenta de que me sobraban tres pastillas. Y bueno, tuve que contarle que no nos habíamos quedado de brazos cruzados la noche de nuestra reconciliación ―aclara, quejumbrosa ―. No quiero que Levi piense que lo hice para engancharte, para tener un rédito económico o una manutención eterna. ¡No, no, no!
―Shhh, no digas tonterías. Levi te ama aunque no lo creas ―niega con la cabeza, tiene motivos para pensarlo ―. Y de todos modos, jamás creería eso. Ha sido el destino. El mismo destino que quiso que nos encontráramos es el que decidió que traigamos una vida a este mundo. Juntos. ―Nos acariciamos los rostros en simultáneo, mirándonos como bobos enamorados que estamos.
―Encima me sentía mal porque hace unos días vi que estabas buscando un lugar para mudarte. ―Hace un puchero hermoso y rozo mi nariz con la suya.
Mis hombros se aflojan; ahora sí comprendo por qué estuvo alicaída en estas últimas noches. No era por el embarazo de su mejor amiga, sino porque sospechaba que me iría de aquí sin ella.
―Cariño, estaba buscando una casa, pero no para marcharme de este apartamento sin ti.
―Ah, ¿no? ¿Querés dedicarte a los bienes raíces? ―me provoca y adoro su veta aguerrida.
―Quiero establecerme en Buenos Aires cuando termines tu trabajo en Río. Aun tienes por delante unos cuantos meses en San José y supongo que querrás terminar lo que empezaste.
―¡Si! ¡Por supuesto! ¿En serio vas a quedarte en la Argentina?¿Y tu mamá?
―Minha beleza, te seguiré adonde quiera que vayas; con respecto a mi madre, ella sospecha que iré detrás de ti. De momento, tengo una idea que nadie conoce. ―Intuyo que muere de curiosidad porque se muerde el labio.
Toma el vaso y bebe agua fresca. Hace un grosero "agggggg" cuando traga.
―¿Consideras que mañana estarás mejor? He concertado una cita muy temprano a la que me gustaría que me acompañes. Puedo suspenderla de todos modos.
―Creo que vomité la comida del lunes pasado ―Exagera, pero en este estado no voy a criticarla ―. Siendo honesta, no me gustan las sorpresas y no sabía si prepararte una con esta noticia.
Paloma está embarazada de mi bebé.
Siento orgullo, amor y ternura.
Imagino a una niña con la boquita hermosa de su mamá y los rizos locos que he heredado de la mía.
¡Voy a ser padre!
―Te amo mucho, minha beleza, y este bebé es el milagro que nos faltaba para confirmar que debíamos estar juntos.
―Siempre mantuviste la esperanza intacta.
―Como debe ser.
Y nos besamos.
¡Vamos a ser papás!
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Barrios de la Ciudad de Buenos Aires a excepción de Olivos, ubicado en la provincia de Buenos Aires.
La Lucila: localidad del norte de la provincia de BsAs
Galpón: cobertizo donde generalmente se acomodan las herramientas.
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