32 - "Conociendo a Los Locos Addams"
La confirmación de mi viaje a Buenos Aires se esparció como reguero de pólvora; de repente, nos encontramos rodeados de un mar de gente en el aeropuerto de Río, de fanáticos y periodistas que no dejaron de fotografiarnos y pedirme una firma.
En el avión de bandera argentina, la cosa no fue menos extraña; antes de bajar en el aeropuerto de Ezeiza, el piloto pidió un aplauso para el gran jugador brasilero, Rafe Vilanova.
Tímidamente sonreí, deseando ser un completo desconocido por un par de días.
Por fortuna, las cosas no se pusieron tan locas como imaginé. No tuve un séquito de cronistas esperando por mí ni un cúmulo de aficionados desesperados por mi presencia en el país.
Después de todo, no soy Messi y mi paso por la selección brasileña no fue como la de Ronaldo o Neymar.
Tomamos un taxi y es increíble cuánto tardamos en llegar al apartamento de Marina. Por lo que me ha contado Paloma, se lo está rentando a su amiga a un precio módico.
Desde que se ha separado, esa fue su guarida y dado que Marina vivía con su novio en otro lugar, resultó ser un negocio para ambas.
Miro con embelesamiento la ciudad, nunca he venido a Buenos Aires y lo primero que me han dicho los argentinos que conocí, es que fue llamada "la París de Sudamérica".
Es notable el paso desde las afueras al centro de la ciudad; ya he visto enormes hectáreas de campo, luego bloques edificios y posteriormente, carreteras entreveradas, y densificación urbana. Casas, casas y más casas en espacios diminutos y en altura.
―Es acá. ―Señala Paloma con el dedo al conductor. Quito la mirada de la ventana del automóvil y exhalo con pesadez.
Ella no ha dejado de hablar con el chofer sobre el clima frío de junio, la humedad que se pega a los huesos, la nieve que jamás llegará como en aquel extraño 2007 y la cantidad de gente que viaja en auto por las calles a esta hora.
Sonrío al conductor que me mira analíticamente cuando bajo; un paso por detrás de Paloma, arrastro mis dos valijas sin darle tiempo al reconocimiento.
El itinerario será intenso: visita a sus padres por la noche, visita médica mañana por la mañana, visita a un instituto privado en el cual me haré los estudios previos a la intervención, pasear por Buenos Aires y, finalmente, visitar el quirófano.
Sinceramente, lo último es lo que querría borrar de mis planes.
De la mano y acomodándonos entre las valijas, subimos al estrecho elevador. Paloma me cuenta que es un edificio viejo al que tuvieron que adaptar a las normativas del Gobierno de la Ciudad en cuanto a accesibilidad y seguridad.
Ella está hablando más de la cuenta y creo saber el motivo: está nerviosa porque aquí está su familia, sus amigos, su mundo entero, y quiere que yo encaje en él para sentirse emocionalmente segura.
Cuando llegamos a la tercera planta, o como se dice aquí, al segundo piso, salimos de la minúscula cabina y a punto de introducir la llave en la cerradura, la detengo.
―¿Qué pasa? ¿Te sentís bien? ―me pregunta con asombro.
―Gracias. Por todo.
Ella sonríe con ternura y me da un beso suave en los labios.
―¿Listo para entrar al circo?
Y es para entonces que la puerta se abre de golpe sin siquiera accionarla desde afuera. Una marea de cabello espeso y rubio se abalanza sobre nosotros.
―¡Paloma, Palometa!
―¡Marina del Mar! ―sus apodos son locos y raros.
―Amiga, ¡cómo te extrañé estos meses!
―No exageres, hablábamos seguido. ―Responde mi doc.
―Eso no tiene nada que ver. No es lo mismo hablar por teléfono que en vivo y en directo ―Marina la abraza y la suelta para cuando me mira, apreciativa y estudiosamente ―. Así que, finalmente, te encontró. Y hete aquí.
―Técnicamente, nos encontramos sin pensarlo. ―enuncio.
―Técnicamente y, como dice Freddy Mercury ,"It's a kind of magic" ―Graciosa y movediza como un cascabel, Marina nos permite pasar y le dice, casi sin respirar, que "Juana estuvo limpiando todo, que cambió el rollo de papel higiénico y que hay toallas limpias en el placard de siempre; que compró algunas viandas de comida para que no pensemos en tener que cocinar..."
Me duele la cabeza de escucharla y solo llevo cinco minutos junto a ella.
―Gracias amiga, pero no hacía falta que te ocuparas de eso. No es un hotel y me estás dejando a cambio de un pago ridículo así que es más de lo necesario.
―Por mi amiga, cualquier cosa. Y con respecto a vos...―me señala con altivez, caminando en mi dirección. Estoy de pie en la mitad de la sala admirando el gran parque a un par de calles de aquí ―: Mejor que la trates bien. Ahora que se "encontraron" ―entrecomillan ―no se dejen ir nunca más.
―Excepto que ella así lo desee, eso no está en mis planes. ―Paloma se acurruca bajo mi brazo y le beso la cima de la cabeza. Marina vomita corazones y agradezco que regrese a su casa y nos deje un ratito a solas.
***
―El tamaño no es ni la décima parte de tu mansión, pero para una mujer soltera y sin pretensiones como yo, esto está más que bien ―Grita por sobre el ruidoso secador de cabello.
Me acerco por detrás de ella y beso su hombro desnudo. Está en ropa interior frente al espejo del baño, ¿cómo pretende que mantenga mis manos en mis bolsillos si ese conjuntito de encaje negro le queda precioso?
―A mi tampoco me importa el tamaño ―la provoco. Mis palmas van a su pubis apenas cubierto por el trocito de tela de sus bragas. Mordisqueo su oreja y le provoco piel de pollo.
―Mentiroso, a todos los hombres les interesa competir por el tamaño. ―Se burla de mí sin dejar de mirar hacia el espejo, donde nuestros reflejos se ensamblan perfectamente.
Por un instante, el sueño que he tenido semanas atrás se materializa en mi mente: la veo barrigona, tan sexi como ahora, con los pechos llenos y sus caderas más carnosas. Se me hace agua la boca.
¿Es posible que se haya producido el milagro de la creación en su cuerpo?
Sin dudas, la llegada de un bebé sería un huracán, una revolución ante la cual ninguno estaba preparado. Sin embargo, en el fondo de mi ser, quiero ser el único y el último para Paloma. Su hombre, el padre de sus hijos, su compañero de vida.
No sé hasta cuando deberíamos esperar para saber si está o no embarazada, pero no saco a la luz el tema. Aunque no lo demuestre, intuyo que ella debe estar nerviosa y no pretendo sumar mi propia ansiedad.
―Rafe, vamos a llegar tarde. ―Se contornea, frotando su bello culo contra mi notoria erección y hago puchero.
―Bueno, pero cuando volvamos no vas a tener escapatoria ―Advierto, con gracia. A causa de uno de mis últimos episodios de fuerte taquicardia, no hemos vuelto a tener relaciones sexuales intensas. Por lo general, ella se encarga de todo y yo protesto un poquito...solo por costumbre.
La dejo en el baño terminando de arreglar su cabello.
Me calzo unos pantalones de jean cuando mi miembro se deshincha un poco y abrocho una de mis tradicionales camisas negras. Aparto un sweater de cachemira por recomendación de Paloma, ya que en Río no suelo abrigarme demasiado.
Cuando sale del pequeño cuarto, se viste con unos vaqueros ceñidos, unas botas que le lleguen casi hasta la rodilla y un abrigo de cuello alto y muy abultado. También, con un tapado grueso.
―Es junio y estamos pisando el invierno. No subestimes la humedad de Buenos Aires.
Ayyy, Buenos Aires y su bendita humedad...
"Que se te pega el frío a los huesos, que el calor se siente peor, que el pelo se me eriza todo el tiempo, que transpiro como condenada aun con frío, que tengo que ponerme muchas capas de ropa e ir sacándomelas de acuerdo con el lugar donde estoy..."
Adoro a la Paloma protestona y cariñosa con su Buenos Aires querido.
Bajamos por el ascensor y caminamos por la estrechísima escalera que nos conduce a la cochera subterránea del edificio. Su automóvil no es un último modelo, ni tiene a Levi de chofer. Es un Honda Civic bastante rudimentario, que según asegura su dueña, nos llevará a casa de sus padres sin inconvenientes.
Me río porque lo primero que hace al entrar en el vehículo es juntar unos papelitos de dulces desperdigados por ambos asientos delanteros.
―A veces me agarra antojo de golosinas. ―se excusa y quiero besarla por lo bonita que es.
Nos acomodamos, nos colocamos el cinturón casi al mismo tiempo y al arrancar, sintoniza el equipo de audio. Dua Lipa con una versión más sentimental de "Love me again" inunda el interior al igual que la voz disonante de Paloma.
―Soy muy desafinada, no te rías. ―me mira de reojo ante su falta de oído musical.
―Mientras no seas así de mala para operar, está todo bien ―me permito bromear al respecto. Que Paloma que sea mi cirujana me da un poco más de calma.
Se sonroja y niega con la cabeza; sigue sin entender cómo es que le he dado la responsabilidad de mantenerme con vida.
¿Cómo duda del poder espiritual que tiene sobre mí? Desde que la he visto en Río, de regreso, es el centro de mi mundo y me siento invencible a su lado.
Después de atravesar una ruidosa y tumultuosa avenida llamada Rivadavia, Paloma dobla y estaciona calles abajo. El vecindario se tranquiliza automáticamente y el vecindario es agradable de ver.
Bajamos frente a una cuidada casa de dos pisos, con frente de ladrillo oscuro y contraventanas blancas. Es notable que el 99,9% de las casas de la ciudad esté enrejada. Esta no es la excepción y también cuenta con un cartelito que pregona "seguridad vigila" adherido al cristal de la ventana.
―Acá abajo está el taller de mi papá. ―señala apenas bajamos ―. Ahora lo lleva adelante mi hermano y él le da una mano cada tanto. ―Paloma abre la reja con su juego de llaves y una vez que estamos dentro, le sujeto la muñeca.
―No estés nerviosa. Me comportaré. ―me regala una sonrisa enorme.
―No sos vos el que me pone nerviosa sino ellos―siempre tiene una respuesta mordaz que me dan ganas de robarle un beso ―. Son un poco confianzudos, hablan fuerte y sus chistes a veces no son del todo graciosos. Pero el corazón de mi familia es infinitamente valioso.
―Por supuesto que sí, de otro modo, ¿cómo podría ser así el tuyo? ― Paloma se hamaca frente a mí y se cuelga de mis hombros. Me da un beso que respondo fervorosamente hasta que una tos inoportuna nos obliga a tomar distancia.
―Ojito que es mi nena, ¿eh? ― El padre de Paloma es un oso que mide dos metros, con la cima de su cabeza calva y sus manos grandes y poderosas. Incluso Levi se mearía en sus pantalones si no supiera quién es.
―Buenas noches, señor Barreto― me adelanto y le estrecho la mano ―. Soy Rafe Vilanova, el novio de su hija.
El hombre me mira, sin la iniciativa de tomarme la mano o responder de palabra. Tras unos segundos de incomprensión de mi parte, el tipo me agarra y me abraza con fuerza como si fuera un viejo conocido.
―¡Rafe, querido! Acá no somos tan formales― creo que el color regresó a mi rostro ―. Soy Eduardo y esta es nuestra humilde casa. Adelante por favor ―Indica y le cedo el lugar a Paloma, quien festeja su regreso temporal en los brazos de su padre.
Tal como imaginé, en la casa se respira aroma a hogar: la sala es grande, repleta de estantes y armarios con adornos y retratos. Los cuadros familiares están a la orden del día así como también el título honorífico de Paloma.
―Ella es nuestro mayor orgullo ― menciona él con el pecho inflado.
―¡Hey! ¿Y yo qué soy?― por detrás de nosotros, otra voz masculina intercede. Es la de un muchacho alto, delgado, aunque físicamente imponente. A juzgar por el parecido con Eduardo, supongo que es el hermano de Paloma ―. Conque acá tenemos a Rafe Vilanova en persona.
―¡No lo molestes, che! Y sí, él es Rafe. Rafe, este es mi hermanito menor , el pesado de Hernán.―se burla y comienzan las morisquetas entre ambos.
―Un placer Rafe, soy Hernán. No me tomes muy en serio, soy el payaso de la familia.
―El placer es mío. ― A diferencia de Eduardo Barreto él me toma la mano y me da una palmada en el omóplato.
Para lo último ha quedado Leticia, la madre de Paloma y de quien ha heredado buena parte de su genética: su contextura es delgada, su boca es suntuosa y compartir una sonrisa perfecta.
―¡Mamá!
―¡Hijita mía! ―madre e hija se abrazan con fuerza. Paloma es muy parecida a su madre a excepción de los ojos verdes y el color de cabello de su progenitora. Leticia tiene un coqueto corte bob color dorado.
―Mamá, él es Rafe. ―La mujer me mira, sonríe a medias, y tal como hizo Grazia María con Paloma, ahora mismo su actitud es comparable con la de un agente del FBI.
―Señora, buenas noches. ―La saludo recogiéndole la mano y besándola. Leticia abre sus ojos y mira a su hija, asombrada.
―Buenas noches, Rafe. Ahora entiendo por qué mi hija te eligió: sos todo un caballero. ―Bate sus pestañas y puedo apreciar lo coqueta que es.
Mi suegra me lleva hasta la mesa y señala mi lugar. Junto a mí toma asiento Paloma y frente a nosotros, su madre y hermano. En la cabecera, como es tradición, el jefe de familia.
La cena es amena; Leticia ha preparado empanadas de carne picada y de jamón y queso, un plato bastante típico en las casas argentinas. La masa es crocante, suave y se desarma en mi paladar junto al generoso relleno.
―Lo bueno de dejar el fútbol es que podré comer muchas de estas sin culpa ―expreso. La madre de Paloma se sonríe y Eduardo la codea con gracia, aceptando mis dichos.
Al tema de la comida casera le continúan las anécdotas sobre Paloma: lo aplicada que era en el colegio, lo colaboradora que era en la casa y lo estudiosa que resultó ser en la universidad.
―No creas que estoy vendiéndotela para que se casen, pero bueno, una como ella no vas a encontrar en otro lado. ―Leticia exuda orgullo y Paloma se cubre la cara con una servilleta.
―Estoy seguro de que nunca encontraré a alguien como su hija; su buen corazón, la pasión que entrega en lo que hace y lo excelente persona que es, son atributos que valoro mucho. ―Estoy enamorado, no caben dudas. Mis elogios llegan a Paloma, quien se sonroja y me acaricia la barbilla con nudillos.
―Gracias, mi amor
―De nada.
Leticia y Eduardo nos miran con atención y creo estar obteniendo su aprobación en este mismo instante; Hernán ha demostrado tener un carácter un tanto más acido y no es tan romántico como el resto de la familia.
Para la hora del postre hablamos de los brigadeiros y el padre de Paloma defiende el budín de pan a muerte. Nunca lo he probado, pero su hija jura que el de su madre es el mejor del mundo.
―No te vas a arrepentir. Y con un copete de dulce de leche, es un manjar de dioses ― un minuto más tarde la dueña de casa me acerca un plato con un trozo de este budín. Su textura es suave, su exterior es de caramelo blando y sabe cremoso gracias al remojo del pan en leche. No me pasa inadvertido la nota cítrica de la ralladura del limón.
―Esto es riquísimo. ―Y realmente lo es.
―Ponéle dulce, yo sé lo que te digo. ―Paloma agita la cuchara.
Efectivamente, en mi paladar estallan sabores regionales, hogareños y exquisitos. No es más que la miga embebida en leche caliente, con ralladura de limón y toques de canela puestos en un molde acaramelado y llevados a cocinar a baño de María.
Para cuando termino, Leticia me ofrecen un café.
―No, mamá, Rafe no puede tomar café. ―Paloma me mira con ojos de doctora.
―Se lo agradezco de todos modos.
―Ay, nene, tuteáme. ―exige simpáticamente ―. Me hacés sentir muy vieja si no lo hacés.
―Está bien, Leticia, lo tendré en cuenta.
―Escucháme pibe, hablando en serio. ¿Cuáles son tus intenciones con nuestra hija? ¿Te vas a casar con ella?
Paloma prácticamente escupe su té de limón, en tanto que Leticia le da un golpe en el brazo a su esposo.
―¡Eduardo, no seas ordinario! Ay, perdónalo, nene ―me dice― todavía cree que Paloma tiene dieciocho años. ―Rueda los ojos.
Yo sonrío de lado y acerco a Paloma una servilleta.
―Rafe, no le hagas caso. Es una joda. Dale, papá, decile que es una joda. ¿No que lo es? ―Molesta y entre dientes, exige a su padre con los ojos bien abiertos y sin pestañear.
―Paloma, sos mi hija y quiero protegerte. Solo le estoy preguntando cuáles son sus planes para con vos; los tipos como él, tapados de guita y con mucha fama usan a las mujeres. Y él necesita saber que no sos una cualquiera, que detrás tuyo hay una familia que te apoya y que no va a permitir que te maltrate.
―¡Papá! ―ella chilla mientras Hernán contiene una carcajada.
―Paloma ―la interrumpo, mi tono es calmo y reconfortante ―. Tu papá está en lo cierto: los tipos como yo nos hemos hecho de una reputación un tanto...desventajosa ―elijo las palabras con cuidado ―. Sin embargo, lo que tu padre ignora y es bueno que sepa de antemano, es que soy un hombre de 32 años, terrenal, seguro de lo que quiere y con intenciones de formar una familia. Y todo eso, lo quiero contigo.
Eduardo asiente con la cabeza, absorbiendo mi declaración de amor. Toma la botella de vino, se sirve una copa y la alza. Todos lo miramos expectantes, parece que está a punto de hacer un anuncio.
―Bienvenido a la familia, Rafe. A partir de hoy, serás un hijo más para nosotros ―emocionado, brinda. Leticia choca su copa contra la de su esposo, lo mismo hace el hermano de Paloma y nosotros dos nos unimos a sus sentidas palabras.
―Gracias, Eduardo. Espero no defraudarlos.
Lo deseo con toda mi alma.
***
En el apartamento de Paloma, nos besamos hasta la saciedad.
Probablemente, esta sea una de las últimas noches antes de una larga sequía sexual y ambos queremos aprovecharla. Con cuidado, entro en ella, empujo y someto su cuerpo al mío.
Lo tiño con mi amor, con mis ansias por ser todo lo que necesita y más.
Entrelazo mis dedos con los suyos al lado de su cabeza y penetro más y más hondo. Tengo prohibido exigirme más de la cuenta, así que estoy atento a las señalas de alerta.
―Te amo, minha beleza ―al borde de la explosión, exhalo en sus labios.
―Te amo, Rafe. No lo olvides ni lo cuestiones nunca.
Pibe: coloquialmente, muchacho/chico.
Joda: broma.
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