27 - Las dos palabras
A la mañana siguiente, después de "nuestra primera pelea de novios", hacemos el amor. No hay trocito de piel que Rafe no me haya besado ni postura rara que mis piernas no hayan hecho.
Sin embargo, hubo un momento en que no todo fue gloria y pasión; aunque trató de ocultarlo, al terminar con el acto sexual, él estaba más agitado que de costumbre y pálido como nunca.
No quise atosigarlo con preguntas ni admitir que reconocía su malestar, sino que esperé por su reacción.
Al acabar, tomó asiento en el extremo de la cama y solo dijo que "se había mareado". Lógicamente, no le creí, pero aguardé un poco más hasta que él decidió ponerse de pie y darse una ducha de inmediato, algo que yo no hubiera recomendado ante una posible descompensación en la bañera.
¿Qué hice entonces? Con la excusa de querer acompañarlo, me metí junto a Rafe y jugueteamos un rato, sin riesgos, lo cual me permitió observarlo con detenimiento. Su rostro ceniciento recuperó el color y su buen ánimo salió a flote; no obstante, no me quedé tranquila y me prometí continuar con el seguimiento visual en secreto.
Durante la semana, mis horarios complicados y sus entrenamientos impidieron que conectáramos; le dije que necesitaba descansar y aunque protestó, entendió que era mi deber profesional estar con todas las luces prendidas.
La noche del jueves hablamos por videollamada: el viernes viajaría con su equipo a la ciudad de Curitiba, cuestión que lo tendría concentrado y atento a su nuevo match. Tampoco sería de la partida, algo que los programas de deportes lo remarcaron con saña.
¿Lesión oculta?¿Problemas con sus compañeros?¿Discusiones con las autoridades del club?¿Otro nuevo equipo con la vista puesta en él? ¿Sustancias ilícitas?¿Mujeres?
―No te dejes llevar por lo que dicen los cronistas, ya no saben qué inventar ―afirmó, convencido de que las habladurías en torno a su figura no tenían asidero.
―Mucha suerte y ojalá hoy el técnico cambie de opinión y te ponga un ratito ―le tiré de la lengua. Pero él, como buen gambeteador que es, esquivó bien el obstáculo.
―Nos vemos el domingo, minha beleza.
Esa conversación fue breve.
Hoy temprano desperté con un mensajito con muchos besos y corazones. Suspiré como una colegiala de quince ante su primer amorcito. Remoloneé un poco aprovechando que era sábado y hablé con Marina, deshaciéndome en elogios hacia Rafe.
Elogios en todos los aspectos.
―Se ve que es de familia eso de estar bien dotado. ―Largó ella y tal como supuse, Pablo - su futuro marido - no estaba alrededor.
Por la noche, preparada para disfrutar del partido del Flamengo contra el Club Atlético Paranaense, espero porque el delivery me traiga la pizza antes de que empiece el juego. He descorchado un vino y aunque no combine mucho con el menú, no me interesa.
Cuando el timbre suena, preparo los billetes y salgo sin siquiera preguntar quién es, dando por sentado que es el chico de la casa de comidas. Menuda sorpresa me llevo al ver a Levi de pie, afuera, con su típico rostro de pocos amigos.
―Levi, hola. ¿Cómo estás? Pedí pizza para comer durante el partido...vos ¿qué haces acá? ―le pregunto, dándole información irrelevante.
―¿Puedo pasar? ―Su voz no admite un no.
―Sí, claro. ―Abro la reja bajita, la cierro cuando ingresa y pasamos por el pasillo hasta llegar a mi unidad ―. Acabo de abrir un vino. ¿Querés una copa? ―Señalo la mesa con mi individual de corazones y la botella empañada.
―No gracias. Y disculpe por mi inesperada visita.
―No puedo negar que me asombra que estés acá sin Rafe ―me cruzo de brazos en tanto que él rodea el sofá sin tomar asiento. Se mueve de un lado al otro, inquieto, hasta que apoya una carpeta sobre la barra de la cocina, junto a mi copa ―. Necesito que analice esto. Es...personal...―me señala las tapas de cartón con lo que, estimo, son estudios médicos.
―¿Es urgente? ―Me acerco a la mesa.
―Sí. ―Afirma con vehemencia. Viniendo de Levi, era casi obvia su respuesta. No es un tipo que pida favores y menos aún, un sábado a las 8 de la noche y a una mujer a la que no le tiene mucha simpatía.
―Bueno...―Exhalo y abro la carpeta, confirmando mi presunción: son análisis de sangre de todo tipo y de larga data, placas radiográficas y unos cuantos eco-doppler cardíacos. Pruebas de esfuerzo, electrocardiogramas...
Busco el nombre del paciente y ninguna de los originales lo tiene.
Esto es muy sospechoso.
―Levi, ¿esto es tuyo? Entiendo que vengas con el cuento de "esto es de un amigo", pero podés confiar en mi silencio profesional.
―No, doctora. No es mío, se lo aseguro. Pertenecen a alguien a quien estimo mucho. ―Evalúo sus gestos y le creo.
¿Algún pariente?¿Una novia? Muero de curiosidad.
Enfocándome en mi rol médico, analizo toda la documentación; los informes y estudios han sido realizado en reconocidos centros médicos y clínicas deportivas de renombre.
Todo está ordenando cronológicamente, lo cual me permite saber que el último control está fechado de hace tres semanas.
Me tardo unos segundos en hacerme la idea de lo que estoy viendo. Inspiro profundo, no es un buen panorama.
―¿Este paciente sabe que padece una estenosis aórtica? ―pregunto.
―Sí, aunque no creo que pueda siquiera pronunciarlo. ―Sonríe. Yo no.
―¿Conoce la gravedad del caso? ¿Sabe que para mejorar su calidad de vida debería reemplazar la válvula aórtica? ―Apuesto que esa es la solución. Estoy frente a un corazón joven y deteriorado que necesita de una pronta intervención.
―Sí, sus médicos se lo han hecho saber.
―Y viniste a mí por una segunda opinión ―afirmo cerrando la carpeta con el diagnóstico más que elocuente ―. ¿El paciente está al tanto de que vos querés una "segunda opinión"? ―Entrecomillo con los dedos; a menudo, las personas no confían en la dureza del presunto diagnóstico y buscan otras opiniones, pero el hecho de que un familiar lo haga a sus espaldas, no me es cómodo.
―No, no lo sabe ―Sus mejillas se enrojecen levemente, demostrando el único atisbo de humanidad hasta entonces.
―Levi, no sé de quién se trata, pero no está bueno que te tomes atribuciones que no te corresponden. Entiendo que esta persona te importe, pero estás invadiendo su privacidad con estas actitudes.
―Claro que lo entiendo, doctora, pero...mmm... es imperioso que usted esté al tanto de esto.
―¿Yo?¿Para qué? No conozco a nadie con una patología semejante. Menos aún, a alguien que vos también lo conozcas ―expreso para cuando sus ojos azules se vuelven negros y me miran fijamente, intimidándome.
―Como le he dicho, doctora Barreto, estos estudios son de una persona a la que aprecio enormemente. Esta persona se niega a entrar a quirófano y creo que usted es la persona indicada para convencerla de lo contrario.
El peso de sus palabras, la profundidad de sus ojos y el tenor de sus dichos esconden un mensaje subliminal. Frunzo el ceño sacando mis propias deducciones, hilvanando hipótesis y devanándome los sesos.
Mi corazón comienza a latir con enojo; este rodeo no me agrada.
―¿Por qué esta persona no querría operarse? ¿Le han informado tanto de los riesgos y como de los beneficios en caso de hacerlo?
―Créame que ya no saben en qué idioma hablarle.
―¿Le tiene miedo a la anestesia, a las agujas? ―Mi voz se quiebra y me niego a seguir ejercitando mi paciencia.
―No, él tiene miedo al rechazo. ―¡Bang! Levi dispara certeramente.
El representante de Rafe me sostiene la mirada; ya no es perturbadora sino contemplativa. Mi respiración se agita y mi garganta se comprime.
Supuesta contractura muscular, enojo con el técnico, suplente eterno, molestia en el pecho, mareos, palidez, agitación después de tener sexo...
Enumero mentalmente todos los síntomas que advertí en estos días; recapitulo los pequeños detalles que noté y no pude darle forma.
Hasta ahora
―Rafe...―digo, casi al borde del desmayo, aferrándome al respaldo de una silla. Levi es rápido y me sujeta por los antebrazos, con la angustia apostada en su rostro.
―Rafe. ―Confirma.
―¡Dios santo!¡¿Y por qué carajos no me lo dijo?! ―Mi llanto no tarda en brotar de mis ojos en una mezcla de decepción y dolor.
―Teme que lo rechaces. Sospecha que lo harás. ―Sostien, otra vez, y sé que el prejuicio de Rafe probablemente fue instalado por su representante.
No puedo negar que esta noticia me causa un gran shock: Rafe es un deportista de elite, competitivo y que esté transitando el final de su carrera a causa de esta afección, es siniestro.
No puedo hablar, procesando lo que está sucediendo. La mentira, el secreto, lo no dicho...
―Rafe debe operarse. ¡Tiene que hacerlo! ―Grito descontrolada. El partido ha comenzado, el relator habla por detrás de nosotros.
―Debe convencerlo.
―Ignora que estás acá, ¿no?
―Por supuesto. Me prohibió que se lo dijera, teme que huyas despavorida.
―¿Cómo es capaz de pensar en eso? ―Mis manos se mueven de un lado al otro en tanto que mis pies están petrificados en mitad de la pequeña sala.
―Paloma, seamos honestos: usted ha venido a trabajar a Río por un semestre. Solo medio año. Ya han pasado dos meses y él está en las nubes; ¿imagina qué puede suceder si lo suyo avanza? En mi experiencia, no serías la primera mujer que lo abandona como un objeto sin valor. ―Ya no me trata de usted. Ahora mismo, habla el amigo de Rafe y no su representante.
Mis oídos zumban, mis manos tiemblan y mi cabeza es un cúmulo de pensamientos absurdos que van y vienen en todas las direcciones; desmenuzo sus dichos con un poco de frialdad: ambos dieron por sentado que me iré sin mirar atrás y que me comportaré como su exnovia.
Mi cabeza da vueltas; Levi debe estar desesperado para pedirme que convenza a Rafe.
No puedo pensar con claridad, el diagnóstico de Rafe pesa demasiado.
―Necesito estar sola, por favor, andáte. ―Mi pedido carece de fuerza.
―Convéncelo para que suba a la mesa de operaciones. Él hará lo que tú le digas; a la única que escuchará será a ti.
―Sin embargo, seguís creyendo que una vez que consiga el objetivo, lo abandonaré.
―¿Está segura de lo contrario?
Lo cierto es que tengo menos de cuatro meses por delante antes de volver a Buenos Aires, donde está mi vida. Exactamente, el mismo tiempo en el cual cargaré con la responsabilidad de decirle a Rafe que esta intervención mejorará su vida.
Y luego, ¿qué?
¿Estaré aquí evaluando de cerca su recuperación?
¿Y si el recambio de válvula no sale según lo previsto y necesita de una segunda intervención? ¿Estoy preparada para asumir su seguimiento?
¿Podré apoyarlo como una pareja real?
Su lugar es en Río, junto a su madre, a sus colegas. A Levi.
El mío está lejos, con mis padres y sus discusiones matrimoniales, con Hernán y sus rupturas amorosas, con Marina y su futuro casamiento, conmigo misma, desplegando mi profesión en un hospital público repleto de problemas estructurales y lidiando con la idiosincrasia argentina.
―Por favor, dejáme sola. Quiero espacio, distancia. ―Limpio con la lengua las lágrimas que se han depositado sobre mis labios. Ya ni siquiera las atajo con mis manos.
―Paloma, he sido claro contigo desde que te conocí: eras la única persona capaz de revivirlo, como así también, de destruirlo. Elige de qué lado estarás ahora: si el de la profesional que lo alentará para que tome la decisión correcta y lo acompañará pase lo que pase o la de quien conoce la verdad y no hará nada con ella.
―¡No es justo endilgarme esa responsabilidad!
―El destino mismo te la ha conferido cuando te hizo regresar a su vida en este contexto, Paloma. Yo nunca te busqué a pesar de sus pedidos; él lo hizo a mis espaldas, sin éxito. Tu tampoco lo hiciste a pesar de saber quién era y dónde podrías encontrarlo...y sin embargo, un evento azaroso los reúne siete años más tarde.
―¿Con qué derecho te metés en su vida?¿Con qué derecho te metés en la mía?
―¡Rafe es como un hijo para mí y no quiero que se muera!
Escupe sus palabras en un gruñido y sus ojos titilan. Toma el picaporte con rabia, saliendo de mi casa con un portazo estruendoso.
Miro mis manos inquietas, las llevo a mi pecho, conmocionada.
Al minuto, el timbre suena y salto del susto: es el chico de la pizza. Salgo al pasillo con el paso arrastrado y con las esquirlas de la bomba que acaba de arrojar Levi clavadas en mi cuerpo.
―Quedátela, se me fue el apetito ―le respondo como si estuviera en Argentina, le doy un manojo de reales que ni siquiera he contado y le cierro en la cara.
Acaba de iniciar, oficialmente, una noche de mierda.
***
Mis ojos están irritados, mi corazón me duele y las almohadas está húmedas a causa de mi llanto. No he atendido ninguna de las mil llamadas de Rafe, tampoco contesté sus mensajes.
Él prefirió callar aun cuando le di la posibilidad de decirme qué le sucedía.
Rafe tiene una afección cardíaca de consideración, una enfermedad que puede matarlo en cualquier momento de no tratarse adecuadamente y eso, incluye un recambio de válvula aórtica.
No es ponerse una bandita, tampoco un pompón de algodón bajo una cinta adhesiva.
No, es una operación frecuente en el mundo de las intervenciones cardíacas, pero desde luego, a nadie le gusta que le abran el pecho con un bisturí.
Imagino su reticencia a pesar de no comprender cómo fue capaz de soportar las numerosas sesiones para terminar su tatuaje siendo que siente aversión por los pinchazos.
Me toco el pecho, afligida, intuyendo el dolor físico que ha padecido durante este tiempo.
Me siento en la cama de golpe, insomne.
El recuerdo de su cuerpo inerte junto a la piscina en casa de Guilherme me inquieta: ¿esa fue la primera señal de alarma que nadie vio?¿Cómo es que estuvo jugando al fútbol durante todo este tiempo sin morir en el campo?
Me toco las mejillas húmedas, afiebradas.
¿Cómo voy a hacer para decirle que sé ese gran secreto que ha estado ocultando adrede?¿Cómo haré para irme de aquí sin romperle el corazón?
¿Me iré de aquí siquiera?
Pensar en una vida en Río de Janeiro, ahora mismo, es imprudente.
Me acuesto nuevamente, giro y giro, hasta que el sueño me vence y dejo de pensar.
Por un rato.
***
No sé qué hora es ni cuánto he dormido, pero los golpes en la puerta de mi unidad me despiertan.
―Paloma, ¡Paloma! Abre la puerta por Dios querido ―El grito de Rafe me hace levantar como resorte. Esta exposición no es buena y, de seguro, no faltará el vecino que divulgará el chisme en alguna red social.
Corro el acolchado y las sabanas de lado, introduzco los pies en las pantuflas y camino hacia la entrada. Le abro la puerta lo más rápido que puedo y prácticamente lo empujo hacia adentro.
―¿Estás loco?¿Cómo se te ocurre venir hasta acá? ―Mi voz sale gangosa, sonando como "¿etás oco?¿Cómo je te ourre enir hata acá?"
―Me abrió un vecino apurado por irse, ni siquiera me vio, no te preocupes. ―Deja sus anteojos de sol sobre la mesa y su bolso de viaje en el sofá. No tarda ni un minuto en abalanzarse sobre mí y darme un beso. No le respondo con entusiasmo, lo cual le llama la atención ―. ¡Hey!¿Estuviste llorando?¿Por qué?¡Ganamos! ¿Viste el encuentro?―Sujeta mi rostro con sus manos y examina mi falta de reacción.
―¿Por qué me mentiste, Rafe? ¿Por qué? ―No puedo dilatar la cuestión, no puedo fingir que nada ha pasado en las últimas horas. Lo miro, perdiéndome en esos ojos que me han enamorado profundamente.
―Paloma...yo...
―No busques excusas: ¡me mentiste! Cuando pregunté qué te pasaba, qué tipo de lesión tenías, me mentiste. ¡Me mentiste! ―mis gritos salen entre dientes para no alertar a nadie. El reloj de pared marca las tres de la tarde.
¡Waw! Dormí un montón.
Traga, se aleja y toma siento en el taburete. Rastrilla su cabello húmedo hacia atrás y se muerde el labio con insistencia.
― No improvises. Lo sé. Todo. ―Anuncio con mis cuerdas vocales ardidas.
―Supongo que Levi te ha venido a ver.
―Levi vino hasta aquí con un tonto juego mental.
―¿Qué?
―Me dijo que alguien a quien apreciaba mucho estaba pasando por una mala situación de salud; me pidió que viera los estudios y diera mi parecer. Nunca supe que eran tuyos dado que no aparece el nombre del paciente, pero me dio "pistas" para que adivinara ―detallo con sorna ―. ¿Por qué no me dijiste que tu corazón estuvo fallándote, Rafe?¡A mí! Soy cirujana cardiovascular, entiendo del tema, ¡maldito seas! ―exijo a lo lejos.
―No quiero perderte...―su voz se corta y sé que la confesión pesa más que las palabras por sí mismas.
―¿Y ocultándomelo pretendías retenerme acá, con vos?¿Por cuánto tiempo?¿Hasta que tuviera que sacarte de otro paro? ¿Hasta que despertaras muerto a mi lado? ―mi tono es injusto y cruel, pero necesito que espabile ―. ¡Podrías haberte muerto mientras teníamos sexo el otro día, Rafe!
―Los médicos no me dijeron que no podía tener sexo―se sonroja y esquiva mi mirada.
―No estoy diciendo eso, ¡Dios! Pero los esfuerzos, los grandes esfuerzos, pueden traerte consecuencias nefastas. Y no hemos estado muy quitecitos últimamente ―lo reprendo y va en doble camino. ¡Cuánto riesgo podríamos haber evitado! ―. Fue muy inmaduro de tu parte no ponerme al tanto de tu estado de salud.
―¿Para qué? ¿Para perderme la oportunidad de vivir esto contigo? Si te lo decía te irías o lo que es peor, me tendrías lástima, me tratarías como a un paciente cualquiera y ya ―Prejuzga, lo cual me genera mayor indignación.
―En primer lugar, jamás tendría lástima de un paciente, imbécil ―gruño, fuera de quicio ―, y menos aún, de alguien que me importa. De alguien a quien...a quien amo...―largo, sin pudor, sin medias tintas.
Rafe abre los ojos como si le acabara de decir que gané la lotería.
―Lo que lograste con esta actitud chiquilina y embustera, es que no solo esté enojada porque tus ocultamiento, sino porque pensás que voy a irme, como si nada de esto me afectara a mi también.
―¿Y acaso no te vas a ir? ―me lleva al límite.
―No lo sé...
―Entonces estaba en lo cierto: te marcharías de todos modos.
―¡Sí! Quizás hubiera vuelto a Buenos Aires, pero no para siempre y no por esto ―Mi garganta escuece y mis ojos están ciegos por las lágrimas.
Rafe se mantiene como una estatua, de pie, junto a la barra de la cocina. Yo, en cambio, estoy arrancándome los pelos, llorando como una loca desquiciada y con el corazón a punto de salírseme del pecho.
―No quería que te sintieras traicionada, no se trataba de eso ―mira el piso, abochornado, mostrándome una pizca de aquel Rafe que conocí en casa de su primo ―. Se trataba de mis miedos: miedo a perderte después de tanto soñarte, miedo a dejar lo que sé hacer, que es jugar profesionalmente al futbol, miedo al que vendrá. Miedo a morir en un quirófano sin haber descubierto todo lo que quiero de la vida. ―Su temperamento lo traiciona, lo escucho.
La dureza de sus palabras me conmueve, pero mi enojo sigue vibrando en mis venas.
―Quería ser el hombre perfecto para ti, quien te hiciera masajes en los pies después de un largo día, quien pudiera hacerte el amor a toda hora y sin riesgos. Quería ser el hombre junto al que te imaginaras eternamente. No quería resultar una carga, un tipo con un pasado depresivo y agobiado por la incertidumbre de no saber qué hacer.
―Rafe...―Gimoteo, queriendo tocarlo. Se aleja.
―¿Sabes? ―Su cambio de postura me pone en alerta ―: Levi estaba en lo cierto, no tendría que haberme rendido a tus pies. Tendría que haber ido con cautela. Tendría que haber evaluado los riesgos de amarte y poner mi corazón nuevamente en tus manos ―Toma su bolso intempestivamente, se lo cuelga en el hombro y se calza las gafas oscuras, ocultando el dolor que emanan sus ojos ―. No te culparé por regresar a Buenos Aires sin decirme si te volveré a ver. Es tu vida. Ya supiste una vez quién era y no viniste a mí. Ahora...ahora no tendría por qué ser distinto ―Resopla por la nariz, desilusionado. Sus palabras son dagas, hirientes y desanimadas.
Rafe abre y cierra la puerta en un movimiento brusco, dejándome con la boca abierta y muda.
¿Le dije que lo amo?¿Me dijo que me ama?
***************************
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro