21 - Espacios personales
Llegamos a mi casa y despido a mis guardias de seguridad. Dentro de esta fortaleza tengo cámaras conectadas directamente con la central de una empresa que cuida mi intimidad.
De la mano conduzco a Paloma a una de las habitaciones de huéspedes. Obviamente, no la llevo a la mía puesto que no busco abrumarla con mi ansiedad.
―Mi habitación es la de la esquina.
―Sí, lo recuerdo. Y gracias...por esto. Por respetar mi espacio personal.
―Es innegable que quiero terminar lo que comenzamos en tu apartamento ―digo, ronroneando en su oído mientras se retuerce entre mis brazos ―, pero ambos estamos un poco aturdidos por la proximidad que hemos conseguido en las últimas horas. Los dos necesitamos pensar con claridad, no apresurar las cosas.
―Exacto. ―dice y sus ojos color caramelo brillan.
―Allí tienes el baño privado y por aquí, un cómodo armario para colgar tus cosas ―Remarco lo que está claramente a la vista.
Paloma rodea la cama y como he hecho yo en la sala de su hospedaje, mira la playa.
―El agua tiene un efecto amansador, inspirador.
Me acerco por detrás y la abrazo fuerte; ella vuelca ligeramente su cuello hacia atrás, apoyando su cabeza sobre mi clavícula.
―Cuando era chica, fui varias veces a Mar del Plata con Marina, mi amiga. Sus padres tenían una gran casa y solían invitarme. Por la noche, me quedaba mirando el oleaje cuando rompía contra las rocas, antes de irme a dormir.
―Marina es una chica de dinero, ¿cierto?
―Marina nació en el seno de una buena familia, pero sus padres se divorciaron e iniciaron una batalla legal por su custodia y por los bienes en común. Como el padre de mi amiga tenía mucho poder, logró que ella quedara con él.
―¿La alejó de su propia madre?
―Sí, aunque siendo honesta y después de tomar bastante distancia de la situación, creo que a la madre le importó más el dinero que recibió por cerrar la boca y seguir con su estilo de vida, que el hecho de que Marina fuera a vivir con ella.
―No entiendo a la gente que odia a sus hijos ―la historia familiar me toca de cerca ―, comprendo que existen los embarazos no deseados, pero una vez que tienes niños, ¿por qué abandonarlos?¿Cómo no quererlos? ¡Es tu sangre!¡Llevan dentro un pedacito de tu corazón! ―protesto y para entonces, Paloma gira y se cuelga de mi cuello.
―Eso que decís es muy noble. Los hijos no eligen venir al mundo y no hay que castigarlos con destrato.
Su mirada se desploma y creo que hay algo detrás de ese suspiro desanimado. Toco su barbilla y se la elevo con dulzura.
―¿Qué pasó en tu matrimonio? ―No sé si es el momento preciso para hablar de su ex, pero muero de ganas por conocer la razón por la cual no funcionó la relación.
―Fede era un chico muy bueno y yo ya no era lo que él merecía.
―Tu eres más de lo que cualquiera merece.
―Lo decepcioné, me comporté mal y preferimos terminar las cosas.
―¿Lo engañaste? ―Pensar en Paloma siéndole infiel a su esposo, ¡a su esposo! me desesperanza. Me tenso involuntariamente.
―Me sentí atraída por un amigo suyo. Nunca pasó nada con el otro chico; en ese momento me di cuenta de que algo no estaba bien en mí ni en mi pareja. Caso contrario, no debería haber sentido eso por nadie más que por Federico.
Mis manos bajan con celo. Tengo rabia, ganas de romper algo.
―Hey, Rafe. ―Convoca mi mirada ―. Miráme, che, no seas tonto.
―No soy tonto...pero ...no sé...no me gusta saber que contrajiste matrimonio y que hubo otro hombre por el que te sentiste confundida...
―A mí no me gustó tampoco leer que te habías comprometido con la hija del entrenador italiano o que estuviste a punto de casarte con esa periodista famosa y toda bonita ―ruedo los ojos ―. Me sentía una estúpida, rara...
―¿Rara?
―El día que pasé por el puesto de diarios y vi en la tapa de la revista "Hola" que estaban veraneando en no sé dónde y hablaban de planes de boda, tuve un dolor de estómago horrible que me duró varios días. ―Hace un puchero que me llama a morderlo.
―Bueno, supongo que eso nos deja empatados ―le digo.
―Rafe, ambos hicimos de nuestras vidas lo que creímos que era correcto. Vos seguiste adelante, yo también. Quise mucho a Fede, supongo que vos también a tus parejas. Eso no significa que no haya pensado en vos, en la desesperación que sentí cuando no reaccionabas bajo mis manos.
La abrazo con fuerza, con devoción. Su perfume dulce es la fragancia con la que quiero despertar cada día de mi vida.
―Mirá...―me muestra su muñeca; lo he visto antes: un corazón alado en la muñeca izquierda ―. ¿Te acordás que te dije que me hice este tatuaje en homenaje a mi abuela? ―me señala su otra muñeca, la conocida por mí.
―Claro que sí. En ese momento, te conté que yo no tenía ninguno.
―Este me lo tatué algunos meses después de conocerte. ―Su voz suave es reflexiva y esclarecedora. ¿Es posible que esté asociado a lo que nos sucedió?
La miro, sus pestañas se baten como las alas de una mariposa y me palpita fuerte el corazón.
―Quise perpetrar lo que pasó esa noche.
Impactado con el gesto, confirmo que es momento de mostrarle cuál fue mi modo de afianzar ese maravilloso encuentro en mí. Desabotono mi camisa ante su mirada receptiva y calurosa.
―No te preocupes, solo quiero que veas algo...por ahora ―me quito la prenda y pongo de manifiesto el arte en mi cuerpo.
Paloma se lleva ambas manos a su boca, extática. Está impresionada y me enorgullece que lo esté.
―¡Rafe! ―gimotea descubriendo lo que me he tatuado en su honor.
―¿Gosta?
―Es...simplemente...¡hermoso! ―Sus ojos se enjugan.
―Lo he dibujado en un lienzo y uno de los mejores tatuadores del país se encargó de imprimirlo en mi piel. Dolió espantosamente ―Sonrío sin olvidar lo mucho que padecí las agujas.
Los dedos de Paloma merodean mi bíceps, mi hombro, pero no los toca. Muero porque lo haga y a juzgar por el fuego en su rostro, ella también lo desea.
―Es una obra de arte. ―Suspira sin abandonar sus ojos de los permanentes trazos.
De inmediato, la atraigo contra mi torso y no me importa estar semidesnudo; ella apoya su fresca mejilla en mi pectoral, allí donde está el ángel pintado que sostiene entre sus delicadas manos el músculo que ha estado muerto por unos segundos.
―Siempre confié en el hilo rojo ―repito, convencido, enredando mis dedos en su sedoso cabello. Lo tiene un poco húmedo todavía y el aroma a maracuyá es delicioso.
―Sos muy espiritual.
―La fe y la esperanza me mantuvieron vivo durante todo este tiempo ―le digo y aleja su rostro examinando el mío y, probablemente, desmenuzando mis dichos ―. Paloma, cuando me conociste, mi mundo estaba en llamas. Tenía todo lo que podía imaginar: chicas gritando por mí, una profesión por la que me pagaban fortunas y...y era un adicto.
La doctora traga y cubre mis manos con las suyas. Las besa y se acaricia la mejilla con ellas.
―El incidente en la piscina sentó un precedente de consideración y los estudios médicos posteriores indicaron que mi corazón estaba un poco deteriorado por lo que debía mejorar mi calidad de vida si no quería morir antes de los treinta ―declaro, suavizando el regaño de Levi y de las autoridades del club en el cual jugaba ―. Levi me salvó. Claro, después de ti.
―Yo solo hice lo correcto ―se resta mérito. Sus ojos son melancólicos.
―No me refiero a devolver la actividad mecánica de mi corazón, Paloma. Tu recuerdo, la posibilidad de volver a verte me mantuvieron de pie. Pagué porque alguien te encontrara, pero no lo lograron. No sabía tu nombre y había mucha gente inscriptas en la carrera de medicina ―mis labios tiran hacia arriba y ella hace lo propio ―. Fuiste el sol de mis días más tristes y la luna de mis noches más oscuras, minha beleza. Sin proponértelo, fuiste mi ángel guardián ―conduzco sus manos hacia mi pecho y rompe en llanto ―. No soy perfecto, Paloma. Estoy muy lejos de serlo y temo no serlo para ti.
―Sabés cocinar. Eso encaja en mi descripción de perfección ―sus palabras son un oasis; su broma, la confirmación de que lo que siento no es un capricho. Ella no me juzga, no se aleja, no me repele.
¿Debería aprovechar para decirle que temo morir en un quirófano y que mi salud no está pasando por el mejor momento?
―Los diarios y las revistas te mostraban como un fiestero absoluto, despreocupado y que dilapidaba su fortuna. Cuando supe que te habías comprometido con Miranda Cox, me dolieron las tripas y tuve náuseas. Estaba sola y me permití silenciar mi desilusión. Ni siquiera lo compartí con Marina, la única a la cual le he contado cómo sucedieron las cosas entre nosotros ―la piel de sus pómulos se siente tersa bajo mis pulgares ―. Cuando mi jefe me sorprendió con esta oportunidad laboral, pensé automáticamente en vos. ¿Estará Rafe invitado?¿Me lo cruzaré en alguna avenida en Río? ―hace voces graciosas hasta que descomprime su pecho con una última reflexión ―: Marina me incitó a que te buscara.
―No lo hiciste.
―No tuve tiempo; nos encontramos antes.
Mirándonos, abrazándonos, consolándonos, los minutos pasan hasta que su estómago da su veredicto: es hora de comer.
―Perdón, no conoce de modales ―explica y la beso en los labios suavemente.
Hay una cena que nos espera un piso abajo.
***
Tomamos asiento en el sofá después de comer Acarajé, una hamburguesa de frijoles que he preparado yo mismo y había frizado unos días atrás. Paloma no dejó de elogiar ni por un segundo mis capacidades culinarias y de decir cuánto lamenta no saber absolutamente nada de cocina.
―Cuando almorzamos en tu restaurante y vi que brindabas con agua, sospeché que rechazabas el alcohol no solo por una responsabilidad deportiva, sino porque tendrías algún problema con ello.
―Fueron años oscuros. Fiestas, dinero, mujeres. Levi me sacó de todas y cada una de las mierdas en las que me metí; fue cuidadoso para que mis desprolijidades no fueran descubiertas por la prensa.
―Ahora entiendo por qué es tan protector con vos ―frunzo la boca con desagrado ―. No ha sido muy amable conmigo desde que aparecí en tu vida.
―Él piensa que vas a desplumarme porque soy la gallina de los huevos de oro.
―No me conoce en absoluto, es muy prejuicioso.
―Ser prejuicioso nos ha salvado de muchas cosas.
Ella rueda los ojos entendiendo el punto, aunque sin compartirlo.
Dejamos de lado el tema y abordamos algunas anécdotas sobre sus inicios médicos y, por supuesto, algunas que involucran a su amiga Marina.
―Estuvo todo el vuelo de regreso preguntando qué había pasado entre nosotros.
―¿Y qué le dijiste?
―La verdad ―eleva un solo hombro ―que lo que sucedió fue tan natural que asustaba.
Su sonrisa me reconforta y su sencillez me doblega. Me tiene a sus pies, rendido como un puto idiota. Temo decírselo, abrumarla, comportarme torpemente.
Despacio, amigo, despacio, me repito.
No sé qué hora es y miro el reloj, las manecillas marcan las 3 de la madrugada. Ella ya ha bostezado varias veces y sus párpados le pesan, pero está disfrutando de esta charla tanto como yo y no parece querer dormirse...hasta que, cuando regreso del sanitario, la encuentro con la boca abierta despatarrada en el sofá.
Me arrodillo frente a ella, debatiendo si despertarla o llevarla por mis propios medios; finalmente, me decido por lo último y con toda la delicadeza posible – y que no me caracteriza – la levanto y la ubico entre mis brazos.
Arrullo contra su oído y se acomoda como si mi cuerpo fuera un gran colchón con patas; subo los escalones con cuidado de no tropezar mientras huelo su dulce aroma y disfruto de su calmo respirar.
Una vez que llego a su habitación la deposito sobre la cama. Debería quitarle algo de ropa para que duerma más cómoda; lo único que hago, finalmente, es sacarle el calzado, ubicarlo junto a la mesa de noche y cubrir su etéreo cuerpo de ángel con una manta liviana.
La luz de la luna viste a Paloma de azules y grises oscuros, componiendo un bella obra de arte que debería exponerse en los mejores museos del mundo.
―Que descanses, minha beleza. ―Muero por darle un beso, por cuidar su descanso, pero me aparto, llego a la puerta y me marcho a mi habitación.
***
No he podido pegar un ojo en todo la noche y todo se debe al ángel que duerme al otro lado de mi habitación; entusiasmado, con la excitación de tenerla cerca, desato mi inspiración en varios lienzos en blanco que no tuvieron destino por bastante tiempo.
Estaban esperándola...
Uso azules y blancos, dibujo nubes, alas, labios carnosos y dedos delgados.
La dibujo de perfil, su cabello cayendo como una cascada.
Muerdo mi labio, deleitándome con lo que estoy haciendo; de soslayo veo los primeros rayos de sol y sonrío satisfecho.
Sonrío gracias al amor.
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Puesto de diarios: Quisco de periódicos.
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