17-La Cenicienta
Rafe lleva nuevamente su cabeza a mi torso y se siente muy bien este abrazo, esta fusión a pesar de la ropa puesta y del calor que hemos levantado.
Me baja de la mesada, entrelaza nuestras manos y no puedo creer que aún no nos hayamos dado un beso en la boca con todas las de la ley. Sin embargo, esta conexión es mágica.
Caminamos hacia el sofá, me invita a tomar asiento y me pide que lo espere. Acto seguido, aparece con una caja blanca, la abre y revela – al menos – dos docenas de brigadeiros.
―¡Y yo que pensé que la noche no podía ir mejor! ―le digo aceptando uno. Travieso, cuando estoy a punto de agarrarlo con mis dedos, me lo quita. Frunzo el ceño hasta que entiendo su jueguito: quiere ponérmelo en la boca.
Abro los labios y lo miro, aceptando las reglas. Muerdo, la textura es suave, cremosa, placentera. Tiene un dejo de alcohol, un toque especial que lo distingue de la receta original.
Mastico, saboreando la profundidad el cacao, la tersura de la leche condensada que se utiliza como espesante y el toque crocante que le brindan las chispas de chocolate.
Su mano se mantiene extendida hasta que ataco el último bocado; lo que no espera es que lo tome por la muñeca y sea yo quien impulse el movimiento de la trufa en mi boca.
―Sin dudas, esto es la gloria ―digo, limpiándome las comisuras y lamiendo mis labios.
Rafe se sienta junto a mí, dejando la caja entre los dos. Su codo se clava en el respaldo del sofá y apoya su cabeza de lado, sobre su mano, mientras me analiza.
―¿Puedo agarrar otro? ―Soy golosa y estas trufitas son mi perdición.
Bueno, también Rafe lo es desde ahora...
―Los que quieras, pero tendrás que ganártelo.
―¿Me los vas a cobrar?
Toma uno, le quita la base de papel plegado y se lo pone en la boca; lo señala y flexiona su dedo, desafiándome.
―¡Eso es trampa!
―Oc-oc ―Sonoriza con el fondo de su nariz.
―Solo para lo sepas, nunca me rindo. ¿Ok? ―Involucro una amenaza que no amedrentaría ni a una hormiga.
Me arrodillo en el sofá y como un felino selvático, avanzo. No sé de dónde salió esta versión de mí, pero con Rafe, todo es una excitante primera vez.
Finalmente, juego con mis propias reglas; le robo con un rápido movimiento el pedazo de trufa que no toca sus labios. No he utilizado mi boca, sino mi pulgar y mi índice.
―¡Eso sí que fue trampa! ―se muestra ofuscado.
―¡Claro que no! ―digo entre bocados, a punto de atragantarme ―. Nunca dijiste que tendría que intentarlo con mi propia boca. ―Apunto y aunque quiere seguir discutiendo, valida mis argumentos en silencio.
―Argentina embaucadora. ―murmura.
―Brasilero llorón. ―Nos acusamos divertidamente y procedemos a desnudar brigadeiro por brigadeiro hasta dejar la caja casi vacía.
Hacia las tres de la mañana, seguimos hablando de nuestras comidas preferidas, de los lugares más lindos que él ha visitado y del bello vínculo que tengo con mis padres.
―No tengo familia de sangre más que a mi mamá ―explica y entiendo por qué su relación es tan fuerte con ella ―. No conozco a mi padre y Grazia María se fue de su casa cuando quedó embarazada.
―Eso debe haber sido terrible. ―Durante mis épocas como residente en el hospital público, numerosas jovencitas relataban la misma situación: un embarazo inesperado a una corta edad, una familia que no las respaldaba y un tipo que las había dejado sin mirar atrás.
―Mi mamá me ha dado todo y más. Yo me mataría antes de defraudarla ―Exhala con pesar. Busco su mano libre y se la tomo. Entrelazo mis dedos con los suyos, dándole mi apoyo.
―Mamá y papá fueron novios desde la secundaria; se casaron cuando ella cumplió 21 y a los dos años nací yo. Esperaron otros tres para tener a mi hermano. Son laburantes, se rompieron el lomo para que fuéramos personas de bien con grandes valores.
―Mis felicitaciones para ellos. Tu eres el vivo reflejo de su esfuerzo ―me acaricia la mejilla y me froto contra su palma cálida y amplia.
Nos miramos diciéndonos mucho más que si usáramos las palabras hasta que mi vejiga decide pronunciarse en contra de mi quietud.
―Perdón, pero necesito pasar al toilette. ―se pone de pie, me ayuda a hacer lo propio y caminamos por un pasillo en la planta baja, donde – obviamente – hay un baño que me deja con la boca abierta.
Su tamaño es el doble que el de arriba, tiene una bañera, un cuarto de ducha y está decorado en colores aceros y azules. Es de lo más espectacular que he visto para un baño "de servicio".
Hago mis necesidades mirándolo todo, me higienizo y lavo mis manos. Hay dos lavabos y creo que este puede que sea parte del dormitorio vecino, a juzgar por la existencia de una puerta secundaria opuesta a la que accedí.
Cuando salgo, él está en la sala con el televisor encendido.
Bostezo groseramente y él hace puchero.
―Es muuuy tarde. ―remarco ―. Ya debería irme a casa. Mañana tengo que levantarme temprano e ir al supermercado. Mina compró lo básico pero mis alacenas están peladas. ―explico mientras agarro mi cartera y busco mi teléfono.
―Está bien, no insistiré, pero no te irás en taxi.
―¿Por qué no? ―pregunto y de inmediato, me respondo ―. Ah, entiendo. No querés que vean que una mujer salió de tu casa. ―Choco el canto de mi palma con mi frente, exagerando el punto.
―No, Paloma. En absoluto ―corrige mi presunción ―, es que no me resigno a que te marches...―Acomoda un mechón de cabello detrás de mi oreja y me abraza con intención, sentidamente.
Yo tampoco quiero irme, pero debo hacerlo.
Nos separamos a desgano, con la promesa de un "después" vigente. Toma las llaves de su auto, una billetera que pone en su bolsillo y se calza con unos náuticos azules que, como es de esperar, le entran como un guante.
Salimos al patio delantero y me quedo obnubilada con el juego de luces y el reflejo de los haces en el agua y contra los troncos de los árboles que cercan la propiedad. La vista del lago es algo de lo que jamás me aburriría.
Como ya hizo costumbre, me toma de la mano, la besa y me lleva hacia una escalera de rocas irregulares que desemboca en un estacionamiento subterráneo. El portón es levadizo e insonoro.
―¿Es tu baticueva o algo así? ―pregunto cuando el "pip-pip" de la alarma del Bentley parpadea.
― Mmm, quedaría bien "Rafecueva". ¿Qué dices tú? ―la mezcla de sus acentos es un deleite para mis oídos: portugués más un español con un "ssshhh" intenso que me pone a cien...
Cinco minutos más tarde, estamos sobre la avenida.
El Jardín Botánico, la zona en la cual se emplaza la vivienda de Rafe, es en su mayoría residencial y a medida que nos metemos en Lagoa y Humaitá, el tráfico se hace un poco más denso.
―No te hacía fanático de So Pra Contrariar ―me avergüenzo de mi pronunciación, pero ya he perdido la batalla dialéctica.
―Me gustan mucho sus letras.
Comienza a tararear las estrofas de una canción que se llama "Te Amar Sem Medo", de acuerdo con lo que se lee en su equipo de música. Su voz es rasposa, un tanto desafinada y el sentimiento con el que canta lo hace ver muy lindo, distendido.
https://youtu.be/YuV7vUtV820
Su mano se escurre entre la palanca de cambios y atrapa la mía.
―No es justo que capte unas pocas palabras ―protesto. No es lo mismo escuchar un discurso en portugués, el cual entiendo con mucha más nitidez, que una canción en la que se usan términos coloquiales y una pronunciación muy particular.
―¿Te gustaría saber de qué habla?
―Si no es insultante, claro ―Acepto sabiendo de antemano, por alguna que otra canción que escuché en la radio hace mucho tiempo, que la banda musical tiene unas letras muy lindas. Rafe limpia su garganta y comienza a traducir sobre las líneas en portugués.
―"Es difícil ocultar la pasión que siento por ti, quiero dejar que todo suceda... el amor te hace cometer locuras, cambiar de cara y de figura ―pasa unas estrofas que pronuncia en su idioma natal y prosigue ―: No quiero ser solo tu amigo, quiero que te fijes en mí...―su mirada acompaña este ruego cantado y me derrito de amor ―...trataré de seducirte; quiero amarte sin miedo, temprano en la mañana, hasta la hora de dormir... ―Roza mis nudillos con sus labios y posa un delicado beso en el centro de mi palma enviando un mensaje directo a mis terminaciones nerviosas.
Lamentablemente, el viaje llega a su fin más rápido de lo deseado. El complejo de departamentos está a oscuras y los alrededores se ven demasiado calmos. No hay un alma en la calle, lo cual le facilita pasar desapercibido.
Sin embargo, Rafe no baja. Se inclina ante mí, como una sombra nocturna y al borde de que yo accione la palanca de la puerta, ataca mi boca.
¡Por fin! Exclama mi cerebro.
¡Oh, no!, grita mi lado razonable, porque sé que esto significará un antes y un después.
No puedo contenerme, no puedo detenerlo. No quiero hacerlo de ningún modo.
Su lengua es exploratoria, flexible, su manos se aferran a mi cara y las mías a la suya. El sabor a chocolate se funde con las notas de alcohol que he ingerido y somos la pólvora y la mecha encendida.
Hambre, delirio, años de represión y preguntas sin respuestas...Rafe y yo descubrimos que nuestros besos son explosivos.
Muerde mi labio inferior con el filo de sus dientes y mi boca quiere más. A mi pesar, su frente se apoya en la mía y nuestras respiraciones se aquietan.
―Esta noche merecía terminar de una forma perfecta ―Remata certeramente.
―Por supuesto ―la punta de mi nariz se toca con la suya.
―Ahora voy a bajar contigo, esperaré por que abras la puerta y a la distancia, custodiaré tus sueños. ¿Estás de acuerdo con eso?
―¿Y si digo que no? ―lo desafío tontamente.
―Me sentiré muy triste...―Finge llorar y me echo a reír.
―Está bien, acepto ― me da un último beso tierno.
Al bajar descubro al auto con sus miembros de seguridad apostado en el mismo sitio que por la tarde. Meneo la cabeza, sabiendo que es algo a lo que tendré que acostumbrarme si pretendo que esta historia tenga continuación.
Destrabo la verja bajita y pasamos. Saco las llaves de la puerta del complejo y la pongo en la cerradura.
―Por las dudas ―le guiño el ojo a Rafe y me cuelgo de su cuello, llenando de besos su rostro. Ninguno cae en sus labios y lo dejo con ganas.
Su mirada se oscurece y me arrincona contra la puerta, sus piernas encierran las mías sin escapatoria.
―No juegues con fuego que es muy tarde para los incendios. ―Advierte y noto una dureza contra mi muslo.
Oh-oh, Rafe Vilanova maneja artillería pesada.
―Tenés razón. Es muy cruel de mi parte...―Sello un beso en sus labios cerrados y mis pies vuelven a posarse en el piso. Volteo mi cuerpo y aunque estoy dándole la espalda, presumo que está acomodándose la bragueta disimuladamente.
La llave gira y hace clic.
―Cenicienta debe volver a su carroza ―le señalo su coche.
―Es cierto. Adiós minha beleza ―con las mismas palabras con las que me despidió tanto tiempo atrás, vuelve al momento en que todo comenzó.
―Adiós, meu homen.
Nuestros dedos dejan de tocarse y con toda la aflicción del mundo, entro al edificio de departamentos con una sonrisa idiota estampada en mi cara.
Abro mi unidad y arrojo mi cartera al sofá. Son casi las 4 de la madrugada y me debato cuán desconsiderado es llamar a mi amiga a esta hora.
Prendo la luz y miro el interior de la heladera en busca del resto del vino que Mina me ha regalado; he excedido la cantidad que suelo beber por día, pero la Sociedad Cardiológica Argentina no está viendo lo que estoy haciendo.
El frío líquido empaña el cristal de la copa y apoyo la superficie en mi rostro, bajándome la temperatura exterior. Por dentro, soy lava fundida.
¡Acabo de besar a Rafe Vilanova y me dijo que quiere algo más que una cita conmigo!
Me pellizco y chillo porque lo hago más fuerte de lo que debería.
―Sí, es real lo que pasa ―Exhalo y bebo.
Toco mis labios con la yema de mis dedos; el resabio del calor de Rafe dejan su huella.
Un sonido conocido me llama la atención minutos más tarde. Agudizo mis oídos y caigo en la cuenta de que es mi celular.
¿Está sonando?¿A esta hora? Es el tono de mensajería y sería fabuloso que fuera Marina. No me sentiría tan culpable si ella es la que se despierta en busca de chisme, ¿no?
Sin embargo, la sorpresa es mayúscula cuando es un mensaje de Rafe el que aparece en el visor del teléfono.
Repaso mentalmente en qué momento puede haber cargado su contacto.
―¡Cuando fui al baño! ―Meneo mi cabeza.
Desbloqueo la pantalla y me desespero por las líneas que escribió.
Rafe: Gracias por la velada. Gracias por los besos. Gracias por ser tú misma. Mi madre me ha dado la vida pero tú me has devuelto la sonrisa. Que descanses bien, minha beleza.
Presiono el aparato contra mi pecho y de no ser porque es de madrugada y las paredes del condominio son de papel – ya he tenido el disgusto de escuchar a la pareja fogosa de al lado apenas llegué – gritaría de felicidad.
Yo: Gracias a vos por confiar en el destino y no rendirte.
Pulso enviar, con el arrepentimiento de haber querido responder algo más consistente. Los puntos que bailotean en el chat anuncian que está escribiendo. ¿Estará en su casa o textea mientras maneja?
Por Dios, que sea prudente al volante.
Rafe: Soy un hombre de fe. Descansa.
Yo: Vos también.
Muero por saber si volverá a mensajearme o a llamar. Saber para cuándo organizará una nueva cita. Quiero arrancarme los pelos ante la incertidumbre, pero en su lugar termino mi vino, me lavo los dientes y con mi pijama de estrellas me voy a la cama. Con suerte, soñaré con que el apuesto futbolista se cuela por mi ventana esta noche.
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Mesada: encimera.
Laburantes: trabajadores.
Meu homen: Mi hombre.
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