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16 - No vueles lejos de mí

Caminamos bordeando un muro blanco hasta dar con un patio con una gran pileta rodeada de árboles de todo tipo, incluso, por un par de palmeras. Hay luces a nivel del piso, otras empotradas en la piscina y una vista gloriosa del lago desde esta ubicación.

―¿Te gusta?

―¿Con qué ganas salís todos los días de esta casa? Creo que me la pasaría encerrada apreciando esto, leyendo un buen libro allí mismo ―señalo uno de los mullidos sillones dobles.

―A veces se siente un poco chica, asfixiante. No sé si me entiendes...―Filosofa y creo comprender el punto.

―La soledad es un poco opresiva, ¿no?

―Exacto. ―responde y continuamos recorriendo el resto de la casa.

Como es de esperar el interior no me defrauda; muros pintados de blanco, algunos íntegramente tapizados por piedras en tonos dorados y ocres, mobiliario moderno y lujoso. Todo grita comodidad y dinero, pero sospecho que buena parte de esto ni siquiera fue elegido por él.

Paso mi mano tocando la suavidad del sillón azul que domina el centro de este enorme espacio. Hay un televisor gigante colgado de la pared frente a él y unos joystick sobre la mesa baja.

―Supongo que no jugás como vos mismo ―le digo y se ríe.

―Culpable de los cargos ―sus manos en alto me causan gracia.

Durante los siguientes minutos soy sumergida a una realidad paralela: siete habitaciones, cinco baños y medio, ventanas y balcones que miran hacia el lago y sus alrededores, una cocina abierta perfecta...

Sin embargo, lo que capta mi atención, son los cuadros que decoran la planta superior; son del mismo estilo de los que vi en casa de Guilherme, siete años atrás. Los colores, la intensidad de las pinceladas y la intrínseca firma al pie.

―Me encanta la expresividad que transmiten ―Sé poco y nada de arte, pero soy receptiva a lo que veo.

―Es de un artista local. Poco reconocido.

―Me gusta eso. ―digo para cuando me jala de la mano y me atrae a su pecho.

Su cuerpo es un imán hacia el que se dirige mi mano; poso mi palma en su corazón, ese viejo conocido para mí.

Late fuerte, impacientemente, tan o más potente que el mío.

Nuestras miradas generan rayos eléctricos, una corriente magnética indescifrable.

―Paloma, quiero una oportunidad contigo. No me importa cuánto tenga que luchar por ti, cuánto camino deba recorrer y cuántos viajes deba hacer para que esto funcione ―su aliento cálido se enreda con el mío.

Mis piernas flaquean, mi cerebro se sobre estimula.

―Rafe...―suspiro para cuando su nariz acaricia la vena de mi cuello. Encapucho mis ojos, entreabro los labios e inclino mi rostro de lado, aceptando ese toque delicioso y febril.

Los labios del dueño de casa dejan besos de bienvenida en mi piel, su mano derecha acaricia mi nuca y la izquierda pasea por mi espalda baja.

Un tenue gemido escapa de mi boca en un intento por admitir lo ardiente que me siento.

―Paloma, quédate conmigo, no despliegues tus alas tan pronto. No vueles lejos de mí. ―Apela a un juego de palabras cursi y romántico ―. Por favor.

No tengo idea cómo responder a eso como tampoco a la furiosa necesidad que se acumula en mi ropa interior.

Rafe aplasta mi mano entre nuestros pechos mientras acaricia mi cabello suelto y susurra a mi oído la que reconozco, es la canción "Menina veneno" un clásico de los 80'.

https://youtu.be/KGNrNnRRHrw

Menina veneno você tem um jeito sereno de ser
E toda noite no meu quarto vem me entorpecer
Me entorpecer, me entorpecer

Menina veneno o mundo é pequeno demais pra nós dois
Em toda cama que eu durmo só dá você
Só da você, só dá você

Meia noite no meu quarto ela vai surgir
Eu ouço passos na escada, eu vejo a porta abrir
Você vem não sei de onde, eu sei, vem me amar
Eu não sei qual o seu nome, mas nem preciso chamar

―Fuiste mi niña veneno durante estos años. No sabía tu nombre, pero soñaba con que entrabas a mi cuarto cada noches para hacer toda clase de cosas escandalosas.

A punto de responderle, un pitido retumba en la casa. Espero de todo corazón que no se haya activado la alarma de incendios a causa del calor que amenaza con quemar mi entrepierna.

El contacto entre nosotros se desdibuja, provocando que nuestros cuerpos se enfríen; Rafe pasa el dedo pulgar por mi labio inferior, degustando con su huella lo que no puede con su boca.

―La cena está lista. ―avisa y agradezco en silencio no tener que salir corriendo al grito de "fuego, fuego".

―Quisiera pasar por el toilette. A lavarme las manos ―Miento descaradamente. Lo que necesito con urgencia es abanicarme lejos de él y echarme un buen chorro de agua fría en la cara.

―Está allí ―señala una puerta próxima a nosotros ―. Te espero abajo, en cinco minutos ―Cepilla mis nudillos con su boca prohibida y se marcha, dejándome en la planta superior de su casa, apabullada y caliente como una hoguera.

Qué Dios se apiade de mí.

Como era de esperar, el baño de visitas no tiene nada de humilde tampoco. Desde el espejo que ocupa casi toda la pared frontal hasta la grifería, es opulento. Las paredes son de mármol veteado en gris y la mesada de íntegro negro; la bacha, de losa blanca inmaculada, es de líneas redondeadas.

Abro la canilla y me mojo las manos. No quiero despintarme, pero necesito refrescarme para lo cual doy suaves toques sobre mi piel. Resoplo mi flequillo de lado y me seco con unas toallitas desechables de papel que hay en un dispensador montado en la pared.

¿Quién tiene uno de esos aparatitos en su propio baño? Solo lo vi en lugares públicos como shoppings o aeropuertos.

Antes de salir, meto la mano en mi cartera y detecto que tengo tres llamadas perdidas de Marina; veo la hora y estimo que fue en mitad de mi discurso a Levi.

―¿Hola? ―susurro dentro del baño.

―¡Al fin! Me dijiste que no me preocupara, pero apenas te llamo desaparecés ―me reprocha ―. Decime ya mismo qué pasó. ¿Tengo que volar de urgencia o qué?

―Amiga, es muy, muy largo y tengo poco tiempo. ―Bajo la tapa del inodoro y me siento.

―¿Me vas a dejar en ascuas?

―No, pero te prometo que apenas pueda te voy a contar todo con lujo de detalles. Ahora, lo único que amerita saber, es que estoy en la mansión mega fantástica de Rafe.

El silencio es elocuente; debe estar procesando cómo es que lo hallé y cómo carajos llegué a su casa.

―Lo encontraste ―su voz aparenta serenidad. La conozco y sé que enmascara un fuerte chillido.

―Nos encontramos.

―¿Cómo pasó? Resumímelo ahora mismo si no querés que esté llamándote cada minuto. ¡Como que no me digas nada te voy a cortar el polvo, te lo juro!

―¡No seas guacha! No va a haber ningún polvo esta noche. ―Muero por uno, pero eso es capítulo aparte.

―No me spoilees el final de la historia ―Bromea y corto esa línea de diálogo antes de que se todo se desvirtúe por completo.

―Mari, ¿viste que tenía que ir a un evento al que me mandó mi jefe?

―Ajam...

―Bueno, resulta que Rafe era el homenajeado. Me encontró en la sala y la atravesó de punta a punta antes de que me raje.

―¿Lo viste y te ibas a ir así como así?

―Sí. No. No sé ―reconozco en simultáneo, sintiéndome una tonta ―. Para el caso, me invitó a almorzar a su restaurante y a cenar en su casa. Heme aquí.

Nuevamente el mutismo, para nada característico de ella, me ensordece.

―Mari, ¿estás ahí?

―Esto...es...―balbucea ―, es el hilo rojo. La conexión de ustedes.

―Él dijo lo mismo.

―Paloma, es increíble lo que acaba de pasar: te negaste a buscarlo por siete años y la vida te está dando un mensaje con este encuentro. ¿Lo ves?

―Loco, ¿no? ―Cuestiono, cayendo en la cuenta de que, de habérmelo propuesto, podría haber aparecido en su vida mucho antes. Pero ¿a qué precio? Él estaba en pareja, en otro país lejos del mío y ni siquiera yo sabía si se acordaba de mí.

―Paloma, esto significa algo. ¿Él te dijo qué es lo que quiere?

―Creo que lo quiere todo.

―Todo ―afirma.

―Me dijo que no lo aleje. Que está dispuesto a hacer que esto funcione a como dé lugar.

―Waw, ese chico quedó mal por vos. Hoy en día, nadie te dice eso. Prefieren ir a los bifes que pensar en una frase para engancharte.

―¿Y si lo único que quiere es llevarme a la cama y sus palabras no son más que el medio para llegar a su objetivo final?

―Pensá: ¿vos creés que una mega estrella como él se tomaría la molestia de llevarte a su casa y armar esa perorata solo para ponerla? No me parece que sea de los que necesita mentir para eso. Tiene un puñado de mujeres que se la mamar...

―Bueno, bueno, entiendo tu punto. ―La interrumpo porque escucharlo me provoca celos. Un toc-toc en la puerta seguido de un "¿necesitas algo?" me indica que debo cortar ―. Nena, tengo que dejarte.

―Está bien. Disfrutá. Después me contás si es como su primo.

Quiero lanzar una carcajada grosera, pero me contengo. En cambio, meto mi teléfono en la cartera y salgo del baño intempestivamente, casi chocándome con el pecho fornido de Rafe.

―Justo me llamó mi amiga. ―abre la boca sin decir una palabra ―.No te preocupes, no le di las coordenadas de tu casa. Solo le conté que nos habíamos reencontrado por casualidad.

―¿Y qué opinó al respecto? ―Curiosea mientras bajamos por la imponente escalera.

―¡No seas chusma! Es cosa de chicas. ―Coqueta, respondo ante su denostado escrutinio a mis labios.

Una vez que llegamos a la cocina, tomamos asiento en la escandalosamente amplia isla cuya mesada de mármol negro baja hasta el piso en forma de cascada. Un metro cuadrado de este material debe equivaler a todo mi salario anual.

―¿Por qué te mudaste vos solo un lugar tan grande? ―es mi turno de preguntar mientras miro a mi alrededor el lujo de las alacenas, los artefactos que penden del techo y las superficies acristaladas que permiten ver el reflejo de las luces en el patio.

―Me compré esta casa cuando volví de Europa como reemplazo de mi apartamento anterior. Supongo que pensé en que era un bonito lugar para hacer fiestas. ―explica mientras sirve lo que luce como una apetitosa lasaña de carne y verdura con queso gratinado; llena una copa con vino blanco y otra – supongo que la suya - de agua fresca.

―¿Sos de hacer muchas fiestas?

―No desde que me separé ―no duda en darme esa cuota de información.

―¿Hace mucho que estás...solo...o sin pareja estable? ―No pretendo que haya estado célibe desde entonces, pero es útil saber si está navegando otras aguas en este momento.

―Seis meses. Pero hace mucho más que no intimo con alguien, no estaba buscando compañía...―Es directo.

Bueno, supongo que puedo lidiar con eso. Un tipo como él, seis meses virgen, es algo remarcable.

Ni siquiera hago la cuenta de cuánto tiempo llevo yo sin que mi vagina vea la luz o algo que no sea el interior de mis bombachas.

―Ahora, brindemos. Ya tendremos tiempo de hablar de nuestras vidas amorosas ―Estoy de acuerdo y elevo mi copa en respuesta. No se me pasa por alto que él no bebe alcohol.

―¿Por qué brindamos?

―Porque estás aquí, conmigo ―es categórico y espontáneo.

―Me gusta eso. ―Hacemos chin-chin y bebemos todo el contenido de nuestras copas sin retirarnos la mirada.

Dejamos las copas de lado y lo ayudo a poner la mesa contra su voluntad; sirve dos porciones abundantes y me relamo con la explosión de sabores en mi boca.

―Esto está delicioso. ¿Cocinaste vos?

―Soy bueno, pero no tanto. Mi mamá es la verdadera artista culinaria de la familia. De todos modos, como sigo una dieta bastante estricta dado mi entrenamiento, son los chef de mi restaurante quienes suelen prepararme la comida.

―¡Eso es fantástico! La mayoría de las veces que volvía de las guardias no comía solo porque me daba fiaca cocinar.

―¿Fiaca?

―Molestia. Desgano. ―traduzco ―. ¡Esto es fabuloso! Decí que en los aviones no se puede trasladar comida, sino le pediría que me preparen unas cuantas porciones para cuando regrese a Buenos Aires ―menciono mi viaje de vuelta y su mirada se clava en la mía. Deja de comer inesperadamente y limpia su boca.

―¿Más vino? ―ve mi copa vacía. Respondo negativamente con la cabeza.

Minutos más tarde, terminamos la cena. Él se pone de pie y camina a su sala en busca del control remoto que gradúa el volumen de la música que nos ha acompañado durante la velada.

Yo, por mi parte, levanto los platos, los pongo en la pileta y arremango mi sweater.

Comienzo a lavarlos y siento que dos manos grandes ajustan mi cintura.

Doy un saltito de asombro, pero no reniego de su contacto.

―¿Qué estás haciendo? Kate vendrá mañana a por ello. ―su voz sedosa acaricia mi oreja.

―No me gusta dejar los platos sucios en la pileta. Enseñanzas de mi madre. Ella cocinaba, mi hermano levantaba la mesa y yo lavaba los platos. Papá los secaba y los guardaba. Éramos un gran equipo.

―Siguen siendo muy unidos, ¿cierto?

―Sí. No me acompañaron al aeropuerto porque iban a inundar Ezeiza con sus lágrimas ―me río. Rafe cierra el grifo de agua, impidiendo que siga con los quehaceres ―. ¡Hey! ―protesto.

―Eres mi invitada, Paloma. Hoy no quiero que te preocupes por eso.

¿Hoy?¿Significa que habrá un mañana?

Me alcanza un repasador, me seco las manos y giro sin pensar que él me enjaularía con sus brazos, apoyándolos en la mesada contra la que me presiona.

―¿Pensaste en mi propuesta? ―no me saca sus ojos de encima. Mi corazón late errante, mi piel arde y las yemas de mis dedos pican por delinear su atractivo rostro.

―Acepté la cena ―Esquivo la bala tan solo por un instante.

―¿Alguna vez te han dicho que eres muy lista? ―su modo de hablar es sensual; su cabello desordenado toca mi flequillo y cosquillea mi frente.

―Mmm, puede que sí ―Miro mis uñas prolijamente recortadas.

―Paloma, mírame. ―Su orden provoca un remolino de sensaciones en mi pecho. Suena como el rugido de un león en la mitad de la selva reclamando pertenencia.

Obedezco, perdiéndome en la luz de esos ojos color chocolate, en la nuez de su cuello subiendo y bajando con impaciencia.

―No hemos llegado hasta aquí por nada. Sé que acabas de divorciarte y yo hace seis meses que no estoy en una relación estable.

―Dijiste que no estabas buscando una compañera ―Exhalo, sin perder de vista su boca.

―Lo dije antes de que llegaras a mi vida y pusieras mis pensamientos en jaque ―su mano abandona la fría superficie de mármol para perfilar mi brazo, poniendo mi piel como la de un pollo ―. Durante noches, tu rostro era lo único que me alentaba a respirar. He pasado por etapas difíciles, fases oscuras. Tú me salvaste, en todo sentido.

Por instinto, mis nudillos acarician su quijada. Caminan por la carne de sus labios y su lengua sale para lamer mis dedos. La temperatura sube mil grados, el aire se vicia de deseo y romance.

―Háblame, Paloma. Dime que no has podido olvidarme. ―Implora con los ojos entreabiertos, con un tinte de necesidad que los vela.

―Nunca logré hacerlo, Rafe. Aun estando casada eras un sueño recurrente que me asediaba en cualquier momento del día. No hacía falta que llegara la noche; entraste en mi cabeza para nunca salir. ―abro las compuertas que me llevan a lo más profundo de mi ser, exponiéndole mi infidelidad mental―. No supe tu nombre sino por accidente, muchos meses después, cuando vi a mi hermano leyendo un diario deportivo.

―¿Por qué no me buscaste?

―Porque no era el momento y , además, no sabía a lo que me enfrentaría. ―Confieso crudamente.

Para entonces, no hay más palabras, toques sensibles ni respiraciones cercanas. Rafe ajusta sus manos en mis glúteos y me sube a la mesada como si yo fuera una pluma. Se ubica entre mis piernas y me contempla como a una bella escultura mientras despeino su cabellera rebelde.

―Nunca, nunca, nunca, he deseado a alguien tanto como a ti. ―Su tono es ronco, denso.

―Nunca, nunca, nunca, he deseado a alguien tanto como a vos ―le respondo en sintonía y comienzo a besar su frente afiebrada; mis labios trazan un camino débil, casi pidiendo permiso. Por su parte, él acaricia mi espalda frotando sus pulgares por la parte baja de mis omóplatos ―. No sé si pueda con esto, Rafe. Con esto que siento, con esto que quiero.

―¿Qué sentís?

Enmarco su bonito y dorado rostro entre mis manos y mi respuesta es letal:

―Siento miedo de no estar a la altura de tus expectativas, miedo de no conseguir que esto resulte.

―¿Y qué es lo que quieres?

―A vos. Al Rafe completo. No solo al popular y carismático. No solo al millonario que se compra una casa enorme y difícil de limpiar ―sonríe y me encanta cuando lo hace ―. No solo a la estrella de fútbol, líder de un equipo o el ídolo de niños y adultos. No solo al atractivo jugador al que las mujeres buscan cazar ―las palabras de Levi, más temprano, aparecen en este instante de sinceridad ―. Quiero quitar las capas de ese Rafe para llegar al hombre sensible, romántico, al luchador incansable que se aferró a la vida. Al que no le importa el lujo, sino tan solo la comodidad. Al que no se siente a gusto con la soledad. Al que se preocupa por su madre, la mujer más importante de su vida ―sus ojos se humedecen y sé que he llegado muy profundo.

―¿Qué pasó en tu interior cuando me viste muerto?

―Lo único que pensaba es que era imposible que algo así estuviera pasando; no era justo. Me negaba a pensar que era tu hora.

―¿Y si lo era y desafiaste al futuro?

―No podría haberlo hecho sola. No quise que te fueras ni vos no quisiste irte.

Rafe apoya su cabeza en mitad de mi pecho y aprovecho a besarle el nacimiento del cabello. Huele a chocolate.

Sus brazos me encorsetan, se aferra a mí como a un ancla.

―Te necesito, Paloma. ―expresa, dejándome con un extraño sinsabor a cuestas.

―No, Rafe. Vos podés solo. Yo solo puedo acompañarte.

―Entonces, acompáñame en esta travesía. Ayúdame a ser mejor. ―sus palabras esconden un sentimiento que me cuesta descubrir. Algo profundo, muy fuerte, algo que no llega a controlar por completo y lo perturba.

―Solo si vos me ayudas a mí. ¿Hacemos un trato?

―¿Aunque a veces desee llevarte a lugares tenebrosos? ―me contenta que afloje su cuerpo y redoblo la apuesta.

―Aunque a veces me quieras llevar a lugares tenebrosos.

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Guacha: mala.

Raje: fuera, vaya, marche.

Ir a los bifes: ir al grano.

Perorata: discurso.

Ponerla: tener sexo.

Bombachas: bragas.

Repasador: trapo de cocina.

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