11 - La cercanía que quema
Mina se fue hace una hora y yo estoy que no puedo siquiera pestañar.
Mis valijas se mantienen cerradas junto al bello sofá color verde menta y no me he podido mover de la banqueta alta de la cocina.
¿Mañana veré a Rafe Vilanova?¿El mismo con el que he estado fantaseado por tantos años?¿El mismo por el cual me he tatuado un corazón con alas en mi muñeca?¿El mismo al que salvé la vida y nunca pude olvidar?
Muerdo mi labio y encapucho mis ojos, recordando por infinita vez el momento en que nos vimos en el boliche de su primo y al día siguiente, en la casa de Guilherme.
¿Y si Marina no hubiera aceptado ir a casa del moreno?
Si ella no hubiera roto la tarjeta personal con su dirección cuando salimos corriendo tras la tragedia de Rafe, ¿hubiera llamado al cumpleañero para preguntar por su primo?
Nunca volvió a tener noticias de Guilherme y es mejor así; lo que pasó en Río quedó en Río, según mi amiga.
Obviamente, no para mí.
Tomo impulso y bajo del asiento, deambulo por la sala mirándolo todo sin ver; quiero llorar, quiero reír, quiero llamar a mi amiga y decirle que el milagro ha ocurrido, que el destino puede que haya barajado a mi favor...
Sin embargo, necesito manejarme con cautela, con idéntica tranquilidad que cuando opero y tengo un paciente entre manos; no puedo cometer el error de parecer una fan insoportable y pegajosa.
¿Y si me rechaza?¿Si afirma que no me conoce y me hace sacar de la sala por el personal de seguridad?
Caigo desplomada en el sillón, desahuciada.
Ahora que estoy cerca de la tan ansiada posibilidad de verlo, la realidad me golpea en el pecho como un camión de seis ejes.
¿Y si yo no significo nada?
Después de practicarle RCP, de pedirle que se quedara en este mundo, Rafe abrió los ojos y recuperó sus latidos, pero rápidamente dos personas lo arrastraron a una reposera a pocos metros. Uno era su primo y el otro probablemente era ese tal "Levi", su representante.
El caos nos engulló y nunca supe qué pasó cuando él recobró la conciencia.
¿Y si efectivamente cree que quien lo salvó de la muerte fue alguno de los médicos que llegaron en la ambulancia minutos más tarde?
¿Y si acaso piensa que quien lo trajo a la vida fue cualquiera de los invitados ebrios de esa noche?
Enfrentarme con todas esas preguntas me abruma; sacudo mi cabeza, quito los malos pensamiento de mi mente y me pongo de pie. Exhalo, exorcizo fantasmas y llevo mi equipaje hacia la habitación.
Muros íntegramente pintados de blanco, un hermoso acolchado azul con grandes flores color crema, rojas y blancas sobre la cama con innumerables y coloridos almohadones, me dan la bienvenida.
A pesar de no estar en verano, la gente se congrega en la playa y soy una afortunada de tener tremenda vista en mi horizonte.
Mientras acomodo mis prendas en perchas y doblo mi ropa interior y la guardo en cajones, imagino qué vestimenta puedo ponerme mañana. ¿Y si me ausento alegando jet lag o alguna intoxicación alimentaria?
No, mi jefe no merece que me comporte como una chiquilina miedosa.
―Dale, Paloma, sos una mujer grande, adulta, has enfrentado operaciones complejas dentro de un quirófano. Encontrarte con alguien a quien no ves hace mucho tiempo es como ir a comprar una Coca-Cola al kiosco de enfrente ―me digo en voz alta.
Genial, estoy desvariando.
Reboto contra el colchón de dos plazas y miro hacia el techo, donde se ve parte de la historia de este lugar; es de ladrillo crudo, pintado de blanco y estructura de hierro en color negro.
Lo cierto es que Mina no pudo haberlo hecho mejor; el lugar no debe tener más de 50m2 pero es acogedor, luminoso y sencillo, justo lo que necesito en este momento.
Dos horas más tarde llamo a Marina; ya he hecho lo propio con mi familia.
―¡Mostráme ya mismo el resort donde te hospedás! ―Bromea mientras camina por su casa con el celular en la mano, dejando ver su cara y de a ratos, el techo con sus luces.
―¿Resort?¿Que bicho te picó? Es un departamentito cerca de una playa. Praia de Botafogo...o algo así ―Reconozco que debo mejorar la pronunciación. Apenas supe que vendría a hacer prácticas médicas y a colaborar con el equipo de cirugía del hospital de San José, aquí en Río, hice un curso intensivo de portugués.
Pero los idiomas...mmm...no son lo mío.
Giro mi teléfono y le muestro la angosta cocina, le abro la puerta del horno (como si fuera importante) , la disposición de la sala – un sillón grande para tres personas y uno más chico junto a una lámpara alta en un rincón que adoptaré como lugar de lectura -, un plasma colgado en la pared y un mueble con muchos adornitos que me recuerdan (como si no lo supiera) que estoy en Brasil.
―Mostráme la habitación, ahí donde la magia surge. ―Ruedo los ojos.
La pobrecita cree que estas sábanas tendrán algo de movimiento extra...
Hago lo que me pide y en un milisegundo estoy enfocando el cuarto con las impresionantes vistas. La he desconcertado. ¡Por fin!
―Jodéme que no es un cuadro.
―¡No!¿Viste? Es una pena que no se tenga un balcón o una terracita.
―Ahora mismo, te envidio.
―¡No mientas!¡Vivís en Puerto Madero, nena!
Un suspiro pesado se apodera de la línea telefónica y muero por decirle lo que he descubierto de boca de Mina; sin embargo, callo, reservándome ese detalle para cuando tenga escrito el próximo capítulo en esta novela.
Por unos cuantos minutos más, hasta que mi batería parpadea en rojo, hablamos, reímos y no me siento tan descolgada; será extraño verla únicamente un ratito por el celular y no ir a nuestra cafetería favorita una vez a la semana.
Luego, tomo una ducha y la tentación por abrir mi computadora personal es inquietante. Teclear el nombre de Rafe Vilanova y saber qué ha sido de su vida en estos últimos meses está a la vuelta de la esquina.
Cuando puse un nombre y apellido en su rostro todo cambió para mí; fui corriendo a mi habitación y lo busqué en ese entonces.
Lo que encontré no eran más que noticias deportivas y algunas otras ligadas a su tumultuosa vida amorosa. Rafe era un chico atractivo, con un tono de voz sensual y con una billetera que muchas matarían por disfrutar. No obstante, para mí no había resultado ser ese chico alocado que las revistas figuraban; en el boliche, me constaba que había estado presente solo unos minutos – eso salió publicado en un diario local – y que la noche en la terraza de Guilherme había estado junto a mí la mayor parte del tiempo.
Leer eso me angustió; todos lo dibujaban como un mujeriego que adoraba la farra y la noche, pero yo opté por quedarme con su esencia. Con ese lado sensible que me demostró aquella vez.
Engañada o no por mi subconsciente, avancé con esa imagen en mente y no busqué más.
Como un adicto en fase de recuperación, padecí.
Mis dedos picaron por googlearlo mil veces más.
Mis noches de insomnio pensando en sus ojos y en su boca junto a mi oreja fueron agónicas hasta que apareció Federico y pensé que solo era cuestión de enamorarme de alguien real y no de una ilusión que vestía la camiseta del Barcelona.
Intenté e intenté que su fantasma por las noches no me persiguiera...y no lo logré. Soñaba con Rafe jugando fútbol en la arena rodeado de niños que aplaudían su talento con la pelota. Soñaba con él y conmigo tomándonos de la mano, besándonos en alguna playa de aguas cristalinas.
Me negué a hacer terapia, no quise sacarlo de mi sistema.
¿A qué precio?
La esperanza fue algo que se construyó cada vez que alguien hablaba del destino, de sus vueltas y de su inexplicable accionar. ¿Por qué no confiar en que un día podía jugar en un equipo de Argentina?¿Por qué no creer en que yo volviera a vacacionar aquí y con que me lo toparía accidentalmente en la avenida?
Así como la ilusión me sumergió en un juego mental muy perverso, el cual rozaba la negación, también me llevaba a creer que con Federico era feliz, que alcanzaba con lo que él me daba y yo a él.
Todos, incluso Marina, pensaban que éramos la pareja perfecta. Ideal.
Y yo aposté a que lo éramos, hasta que sus largas horas de trabajo, sus viajes a congresos en la otra punta del mapa y mi pérdida de entusiasmo por vivir como un ente, me arrastró a la tontería que me tuvo pensando en otro simplemente por aburrimiento.
Yo, la estructurada y prolija Paloma Barreto coqueteando con un flaco cualquiera mientras estaba casada. ¿Qué clase de valores estaba ejerciendo?
En ese mar de confusiones, vi el letrero de una de las sedes de la Iglesia Universal en plena avenida Corrientes y Medrano, en la cual decía que la "esperanza es lo último que se pierde".
Y elegí creer en el destino. En que todo se acomodaba con el tiempo.
Por eso acepté el divorcio cuando Federico me envió el pedido formal a través de sus abogados y no insistí con la idea de "arreglarnos"; primero debía arreglarme yo.
Por eso acepté venir a Brasil a formarme profesionalmente.
Por eso me metí de lleno en esta aventura.
Por eso ahora mismo muero de miedo.
***
―Dormir está sobrevalorado, ¿quién necesita 6 u 8 horas diarias de descanso? ―Rebuzno como una loca cuando me visto para asistir a la inauguración de una de las salas del Centro Internacional de Neurorrehabilitación y Ciencias SARAH ―. ¡Ja! lo dice una médica cardiocirujana. Lo mío es de terror. ―Continúo en señal de protesta mientras cierro los pequeños botones de una blusa blanca con puntilla que me he puesto.
Luzco profesional, nada llamativa...o sea, pasaré completamente desapercibida entre la masa de gente ansiosa por aplaudir al ídolo.
¿Eso es lo que quiero: que no me vea?
―¡Basta! Si te ve, te ve, y si no el mismo destino que los juntó una vez, será el mismo que decidirá que no vayan más allá. ―Repito en tercera persona mientras me delineo el ojo. Debo calmarme, caso contrario voy a quedar como Krusty, el payaso de Los Simpsons.
El taxi que me llevará hacia el Centro de Neurología, ubicado al sur de la ciudad, me espera puntualmente en la puerta de mi nuevo hogar.
Mina también ha coordinado que el vehículo me pasara a buscar a estar hora porque teniendo en cuenta que el evento se hará en horario diurno, llegar a horario será un desafío con todo el tráfico citadino.
Una hora me separa del lugar y agradezco que el taxista, de pocas palabras, tome atajos y un camino que costea al mar. Entusiasmada, me entrego al paisaje: la arquitectura de Leblon e Ipanema, con sus viviendas residenciales y de buen poder adquisitivo, hasta el túnel – un poco claustrofóbico – en la zona de La Rocinha.
Cuando llegamos a destino, se me descuelga la mandíbula. Debo reconocer que no me había informado lo suficiente sobre las instalaciones de este lugar y lo que veo me deja de una pieza.
La impronta es majestuosa, vanguardista y moderna. Ni que hablar de las instalaciones. Bajo del taxi y miro mi vestuario, deseando que la humedad ambiente no haya pegado mi blusa a mis tetas. No es "¡oh, qué par de chicas!", pero no estoy aquí para hacer una sesión de body-painting.
Camino hacia la recepción sin dejar de apreciar la escala del edificio y me anuncio, haciendo gala de mi pésimo portugués. Por fortuna, parece que las chicas están entrenadas para atender a brutas idiomáticamente como yo.
Me entregan una planilla a la que completo con mis datos básicos y acto seguido, me dan una tarjeta de "visita". Hay mucha gente merodeando y supongo que es muy incómodo trabajar con tantas personas yendo y viviendo en un lugar donde debería reinar la tranquilidad.
Una de las muchachas de la entrada me orienta y me señala hacia dónde debo caminar. Le agradezco y siento que mi corazón aumenta la potencia de sus latidos a medida que me desplazo por las enormes salas.
Hay muchos que están en mi misma posición: contemplativos, un tanto perdidos y extasiados por un sitio con semejante infraestructura de salud. En Argentina, son contados con los dedos de la mano los lugares con tanto equipamiento destinado al cuidado y la investigación neurológica.
Llego al auditorio en el cual el Dr. Bento y Rafe serán los disertantes; noto que junto a la tarima con el micrófono hay una escultura – o algo así parece - cubierta con una manta oscura.
―Olá? Tadeo Peterson, neurologista infantil. ―Un hombre parecido a Dean Cain, al actor que encarnaba a Superman en "Lois & Clark: las aventuras de Superman", me ofrece su mano. Lo miro desconfiada, un comportamiento normal en mí, y trago. Sonrío con gentileza y accedo a su contacto.
Veo que pestañea algunas veces, probablemente esperando porque me presente.
―Oh, sí. Paloma Barreto. Soy cirujana. Cardiovascular. Del corazón ―señalo mi pecho ante mi torpeza con las palabras.
―¿Você é argentina?
―Sí ―limpio mi garganta y reformulo en el idioma de este país ―. Sim.
―Yo también, pero hace mucho tiempo que no hablo en "argentino" ―me toma por sorpresa su confesión y me sonrío junto a él ―. Soy de Posadas, Misiones. ¿Qué hace una argentina por acá?
―Me ofrecieron una pasantía laboral de seis meses.
―¿En este hospital?
―No, aunque sería genial. ―Señalo el techo y el entorno. Para entonces, un grupo de cuatro personas se nos acerca.
―Paloma, ellos son Francisco, Luzenda, Zara y Chris. Caras, ela é Paloma de Argentina. ―me introduce a sus conocidos cálidamente, entre risas.
―¡Todos para seus lugares, por favor! ―Una mujer pide a través del micrófono y somos invitados a tomar asiento. Dado que hay muchos sitios ocupados y el tumulto no nos deja avanzar hacia posiciones más cercanas al pequeño escenario, nos ubicamos en la anteúltima fila, próximos a la puerta de salida.
Estoy ansiosa, las manos me transpiran y siento que estoy hiperventilando. Por fortuna, tengo una chaqueta negra que disimula cualquier sudor que traspase mis axilas.
¿En serio estoy pensando en mis axilas?
Mis nuevos "compañeros de banco" están dele que te dele hablando sin parar a mi lado, mientras que los periodistas acreditados colocan sus micrófonos sobre el alto atril de acrílico y madera. El clima es de algarabía y entiendo que no solo es por la inauguración de un sector importante destinado a la rehabilitación psicomotriz, sino porque el jugador emblema del equipo local estará "bendiciendo" este piso con su paso.
Me muerdo las uñas y creo que se me ha disparado la tensión arterial.
Inspiro, inhalo y exhalo.
"¡Rafe, aparece pronto y sacáme de mis miserias!", quiero gritar a los cuatro vientos.
Sonrío sin dientes a mis colegas, respondiendo afirmativamente a todo lo que dicen. Obviamente no tengo idea qué me preguntan o de qué están hablando, porque mi mente está en otro planeta.
Me reprendo –nuevamente– por esta actitud tan pero tan informal.
Unos gritos agudos, un cuchicheo renovado y miradas en dirección a la entrada del auditorio anuncian lo que sucede a continuación: el doctor Bento y la superestrella brasileña, Rafe Vilanova, aparecen en la sala entre medio de una catarata de flashes mientras que yo siento que he regresado al verano en que lo conocí.
Siete años atrás.
―Paloma, ¿estás de acuerdo con eso? ―Tadeo me codea ignorando que estoy en otra galaxia.
―Oh, disculpáme. ¿Qué decías? ―pregunto para cuando alguien da golpecitos al micrófono y nos pide atención.
Zafé.
**********************************
RCP: Reanimación cardiopulmonar.
Acolchado: edredón.
Almohadones: cojines.
Horno: artefacto cocina.
Puerto madero: Barrio en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires con el precio/m2 más caro de la ciudad.
Billetera: generalmente, donde se colocan los billetes y tarjetas bancarias.
Misiones: provincia del noreste argentino, limítrofe de países como Paraguay y Brasil. Allí se encuentran las Cataratas de Iguazú.
Caras, ela é Paloma de Argentina: Amigos, ella es Paloma de Argentina.
Zafar: salvarse.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro