Capítulo 19: La promesa
El tren arribó en la ciudad 318 y los dos adolescentes salieron del interior con las caras alargadas por el cansancio, pues luego del ataque, no volvieron a pegar ojo, por lo que, estaban paranoicos y cansados.
Pese al agotamiento, se encaminaron al lugar donde antes habían ocultado a Kane: se trataba de un desagüe de aguas negras a las afueras de la ciudad y allí, caminaron por la orilla del maloliente río negro. Anastasia hacía muecas cada tanto por el penetrante hedor.
Por otro lado, en esa ciudad hacía mucho frío y sus ropas no les transmitían suficiente calor. Todo eso en conjunto le provocó urticaria a la sílfide, quien no sólo lo estaba pasando mal por las condiciones del momento sino por el inmenso temor que le generaba pensar que no fueran a encontrar a Kane, pues sí ella no estaba, no sabía que fuera a suceder con Darién...
Darién por su parte, no demostraba perturbación alguna y caminaba tranquilamente junto al río, simplemente enfocándose en lo que tenía por hacer.
Llegaron al lugar o dónde Darién aseguraba que era el punto correcto, pues aquello había sucedido hace tanto tiempo que Anastasia ya no recordaba con claridad cómo había sido.
«Darién tiene la memoria más fresca, ya que se durmió todos estos años sin darse cuenta —pensó».
Darién se quitó los botines y los calcetines, mientras que Anastasia se aguantaba una arqueada al verlo. Estaban al borde de las aguas negras, pero aún así le asqueaba pensar que Darién pisaba esas tierras con los pies al descubierto. No obstante, dejó de pensar en ello cuando fue testigo de su extraordinaria magia.
El cabello del muchacho destelló y deslizó los pies suavemente sobre el suelo, provocando que todo se estremeciera. Anastasia se sostuvo de él por la espalda y observó cómo el muro frente a ellos se partía en dos, al ritmo del suave desliz de los pies de Darién.
La pared se abrió como dos puertas corredizas y la luz del sol iluminó su endemoniada cara, por lo que, Darién sonrió maravillado al verla.
—¡Mamá! —exclamó felizmente, abalanzándose sobre ella para rodearla con sus brazos.
Anastasia se mantuvo al margen, simplemente contemplando con una sonrisa como el chico abrazaba a su petrificada madre.
—¿Me extrañaste? —preguntó Darién, levantando los ojos hacia el rostro de su madre— ¿Puedes creer que pasaron dos años? ¡Yo no lo puedo creer!
Anastasia sonrió con ternura al ver que Darién le hablaba como si ella pudiese escucharlo y entenderlo.
«Tal vez puede —pensó—, es muy difícil saberlo».
—Yo estuve dormido todo este tiempo —prosiguió Darién—, Anastasia me encontró y yo no podía creer que había pasado tanto. Ah, sí, es verdad, que estoy saliendo con Anastasia. —Darién sonrió—. Me aseguraré de cuidarla y hacerla muy feliz.
Anastasia se limpió una lágrima escurridiza y contuvo las ganas de llorar para no arruinarle el momento a Darién, pues mientras lo veía charlar con su mamá, tuvo muchos sentimientos encontrados, entre la pena que le generaba la situación familiar de esos dos y sus recuerdos, ya que, recordó a Des y lo anheló más que nunca.
Darién dejó de hablar y sostuvo el rostro de su madre entre sus manos con una sonrisa. Anastasia, quien se hallaba detrás suyo, se preguntó en qué estaría pensando, pero luego, vio cómo el muchacho se llevaba el dorso de su mano desnuda a la cara y frotó sobre ésta.
«Él no puede llorar —recordó lastimosa».
—Siento tener que dejarte aquí encerrada. —Darién volvió a hablar—. Pero es el único lugar donde puedo mantenerte a salvo, al menos hasta que encuentre la manera de devolverte a la normalidad y de liberarte de tu posesión.
Volvieron a ocultarla y caminaron en silencio de regreso a la ciudad. Anastasia sostuvo la mano de Darién mientras tanto y se sintió tan mal de no encontrar las palabras adecuadas para animarlo.
—Le habrías caído bien —dijo Darién de pronto. Anastasia lo miró y él sonrió—, sé que a mi madre le habría agradado cualquiera que me hiciera feliz y tú me haces muy feliz.
Darién estrechó la mano de Anastasia y ella se sonrojó, pensando que, por el contrario, a sus padres o a Des, él no le habría agradado en lo más mínimo.
«Pero me hace muy feliz —pensó—, y con eso es suficiente».
Siguieron andando, esta vez con dirección a la antigua casa de Anastasia y a ella le abordaban un montón de sentimientos diversos, desde la emoción por volver, el miedo a que Des estuviera molesto y la pena por la situación de Kane.
Frenó el rumbo de sus pensamientos y se detuvo a observar estupefacta el moño negro en la casa de la señora Clemente. A Darién también se le cortó la respiración cuando lo vio y luego ahí estaba Carlos, dándole indicaciones a unos hombres que sacaban algunos muebles del interior. Carlos estaba vestido de luto y resultó demasiado amargo para ambos jóvenes contemplar aquella escena.
Anastasia se acercó a Carlos y Darién le siguió por detrás. El hombre Carlos estaba redactando un cheque cuando ellos se colocaron al frente y levantó la mirada con extrañeza cuando ellos llegaron.
—Disculpa... —Anastasia titubeó— ¿Puedo preguntar cómo sucedió?
—¿Qué? —preguntó Carlos extrañado.
Anastasia estaba pálida y no parecía muy estable en aquel momento, por lo que, Darién tomó la palabra.
—Era cercana a la señora Clemente —explicó el joven—, acabamos de regresar de un largo viaje...
—Se cayó —respondió Carlos con pesadez.
—¿Se... Cayó? —preguntó Anastasia con la voz entrecortada por el llanto próximo.
—Dicen las vecinas que quería alcanzar algo de la alacena, se subió a una caja inestable y se cayó.
—¡Eso le pasó porque estaba sola! —exclamó Darién furioso, señalando a Carlos de manera acusatoria—. ¿Dónde estabas cuando tu madre necesitaba bajar algo de la alacena?
Carlos bajó la mirada atormentado y se le llenaron los ojos de lágrimas que corrieron sobre sus carnosas mejillas.
—Estaba trabajando... Para que nunca le faltara nada en su alacena.
Darién bajó la mano acusadora con arrepentimiento y se entristeció al escuchar eso, por lo que, pasó de sentir ira hacia Carlos a sentir mucha pena por él. Anastasia puso su mano sobre el hombro de Carlos y cuando éste la miró, ella sonrió con ternura.
—Gracias por esforzarte tanto por ella y recibe mi más sincero pésame.
—Gracias.
Anastasia se dio la vuelta, se secó las lágrimas y Darién fue con ella, dedicándole una última mirada al entristecido Carlos que dejaron atrás.
—Siempre has sido muy buena, Anastasia —comentó Darién.
—No lo soy para nada —replicó Anastasia—, no estuve para prepararle su té de cada mañana...
—No fue tu culpa...
—Tal vez no, pero quisiera haber estado ahí...
—Yo igual.
Volvieron a quedarse en silencio y con las caras más largas, caminaron hacia la tienda de herbolaria. Anastasia ya ni siquiera idealizaba su reencuentro con Des, sólo pensaba que quería estar junto a él cuanto antes y que toda esa pesadilla diera fin.
Sin embargo, las cosas se tornaron más amargas, pues al llegar, la tienda pareció abandonada y ella, con el corazón galopando, corrió hacia la puerta. Puso la mano cerca de la perilla, inhaló profundo y al exhalar, un poderoso viento impulsó la perilla, permitiendo que la puerta se abriera de par en par.
Los dos ingresaron al vacío, oscuro y polvoriento lugar en donde ya no encontraron las repisas. Caminaron hacia la cocina y Darién siguió muy de cerca a Anastasia, quien pareciera que se fuera a desvanecer en cualquier momento.
La cocina también estaba vacía, no había estufa ni encimeras, sólo era un salón vacío y polvoriento.
—Des... —Anastasia sollozó y corrió desesperada hacia el interior.
Abrió cada habitación a su paso, levantando el polvo y descubriendo que todo estaba completamente vacío.
—¡Des! —gritó abalanzándose sobre la puerta de su habitación.
Darién la alcanzó a tiempo para ver cómo ella se echaba de rodillas y rompía en llanto. El joven se acercó y encontró otra habitación vacía, salvo por un único objeto que yacía en el centro del lugar: una hermosa espada enterrada en la madera del piso, iluminada por algunos rayos solares que se filtraron por la ventana.
—¡Deees! —gritó Anastasia, llevándose las manos a la cabeza.
Darién se situó de cuclillas y tomó a Anastasia de los hombros con desesperación, pues ella se veía tan devastada que él no sabía cómo ayudarla.
—Darién... —gimoteó Anastasia—. Déjame sola un momento, por favor.
La voz de la sílfide sonaba muy débil y ella temblaba tanto que, Darién no se sintió seguro de dejarla sola. Por su parte, Anastasia no quería que se preocupara y le provocara un posible colapso con todo lo que ambos estaban pasando, pues sí Darién se estresaba de más podría volver a dormirse o peor... ¿Qué tal sí lloraba también?
«No puedo hacerle esto a Darién, debo ser fuerte».
Anastasia de verdad lo intentó, pero se sentía tan mal que al final, decidió que lo mejor era apartarlo de ella y sus emociones por un momento.
—Por favor... —imploró Anastasia—. Déjame sola un momento y te prometo que me pondré mejor... Sólo necesito un momento.
—De acuerdo —cedió Darién resignado y la besó en la frente con delicadeza—. Estaré afuera, así que, búscame cuando te sientas mejor o sientas que necesitas algo más.
Anastasia asintió y Darién se fue, dejándola ahí.
Tan pronto se encontró sola, Anastasia se tiró sobre el suelo y lloró con ganas, sin importarle que se llenara de polvo. Lamentó haberle pedido a Darién que se fuera, pues en realidad, le resultó muy doloroso encontrarse sola, pues sintió que se desarmaba y la invadió esa horrible necesidad de que alguien la abrazara con fuerza antes de que todos los pedazos de su alma se fueran a caer.
«Pero es mejor así... ¿Verdad?».
Darién se expuso al gélido viento del exterior y escondió las manos entre los bolsillos, expulsando una gran bocanada de vapor. Contempló la punta de sus botas con tristeza y maldijo que ese desuellamentes se hubiera marchado aquella noche; a su vez, lamentó haberse marchado a la mañana siguiente cuando éste todavía no había regresado...
«Des, peleamos tanto entre nosotros que al final, la persona que más queríamos proteger salió más lastimada que nadie —pensó, levantando los ojos al cielo para contener el llanto—, por favor aparece, Des».
—Oye, delincuente.
Una voz femenina atrajo su atención y Darién se volvió a mirar a la casa de al lado; ahí una mujer lo examinó con desprecio.
—¿Entraste a desmantelar? —inquirió la mujer.
—No. —Darién frunció el ceño—. Sólo vine a inspeccionar, pero está tan abandonado que mejor lo dejé...
—Ah —La mujer asintió, creyendo en la mentira y se encaminó a su buzón para recoger el correo.
Darién se acercó a ella, era una mujer de mediana edad y que parecía ser ama de casa, pues no usaba maquillaje, llevaba puesto un mandil y el cabello enmarañado, como esas mujeres que se dedican tanto a los hijos y al hogar que no tienen tiempo de nada.
—Puedo preguntarle... —Darién recuperó su atención—. ¿Qué le sucedió al hombre que vivía ahí?
—Te refieres a Des —respondió la mujer, escudriñando los hermosos ojos de Darién y luego sonrió, una sonrisa que se desvaneció apenas empezaba a contarle—. Hace un año que se fue...
—¿Se fue?, ¿por qué?
—Una trágica historia. Verás, él recogió a una niña hace varios años y era su adoración. Des la quería más que a nadie en este mundo, era como su hija... La niña creció y se convirtió en una adorable jovencita. Una niña amable y a la que todos queríamos mucho.
—Puedo imaginar que así era.
—Ella desapareció sin dejar rastro alguno —prosiguió la mujer—, Des la buscó hasta debajo de las piedras, pero, finalmente, las autoridades le dijeron que dejara de buscar, creo que lo amenazaron o algo así, pero él no dejó de creer que ella regresaría, por lo que la esperó, marchitándose lentamente con el tiempo. Se aisló y dejó de abrir la tienda, él tenía una tienda de medicina.
»Ya casi no se le veía y cuando se le veía, estaba como ido, caminaba para ir al mandado y dicen que se le veía llorar mientras lo hacía. La pena lo estaba consumiendo y un día, simplemente tomó sus cosas y se marchó sin dar aviso a nadie. Él se marchó y la niña nunca volvió.
«Pero ella ha vuelto —pensó Darién angustiado».
—No me imagino soportando la pena de que uno de mis hijos desapareciera. —La mujer suspiró—. Des era un hombre muy fuerte, pero esa pequeña niña lo ablandó y su inexplicable desaparición lo rompió. En fin, suerte con tu inspección, me retiro porque dejé los frijoles en la estufa.
La mujer corrió de regreso a su casa y Darién le agradeció, luego giró sobre sus pasos y se sentó en el porche, soplando sobre sus manos para calentarse.
Ya más calmada, Anastasia se puso de pie y puso su mano sobre la empuñadura de la espada, descubriendo que ésta había sido tallada con abeto. No estaba hecha de hierro a diferencia de la hoja afilada, por lo que, se le vino un nostálgico recuerdo a la cabeza.
«¿Qué pasó con tu espada?
—Se rompió. Caí sobre los trozos cuando la rompieron y eso fue lo que me hirió.
—Puedo forjarte otra igual que la anterior, me aseguraré de hacer una empuñadura que no te queme».
Anastasia sonrió con ternura frente a ese recuerdo y se llevó la mano a la cicatriz de la espalda, la cual sintió cosquillear en aquel momento.
Des siempre había sido estricto con ella y a veces era demasiado directo para decir las cosas, sin importar que sus palabras resultaran tan afiladas; a pesar de ello, siempre la cuidó y veló por su bienestar. El hecho de que esa espada estuviera ahí clavada, sólo podía significar que él esperó por su regreso y jamás perdió la esperanza de que ella aparecería...
Que la espada estuviera ahí, sólo podía significar que él velará por su bienestar sin importar que estuvieran separados y sin importar que él no aprobará que ella saliera por las noches a pelear.
—Tenía tantas ganas de verte, Des —habló en voz alta—, lamento mucho nuestra última pelea... Y una vez más, lamento no ser capaz de hacer tu mayor deseo realidad...
«Si en verdad me lo agradeces, dime que esta locura termina hoy y que no volverás a luchar. Que te quedarás en casa, cuidarás de la tienda y leerás tus libros raros... Eso es lo que quiero escuchar, Anastasia, no un "gracias"».
Anastasia cerró los ojos atormentada cuando recordó sus palabras e inhaló profundo, buscando con ello la posibilidad de canalizar mejor sus emociones, antes de que fueran a nublar su juicio otra vez.
—Lo siento mucho, Des, pero pelear es parte de mi naturaleza, es mi esencia y me ha definido como persona durante mucho tiempo... Pero sé que tú en realidad lo sabes y lo entiendes. —Anastasia tiró de la empuñadura y la desenterró del suelo—. Por eso forjaste y dejaste esto aquí.
Levantó la espada ante sus ojos, admirando la belleza de la hoja afilada que reflejó los rayos del sol. Recogió la funda que descansaba junto a la susodicha, la puso alrededor de su cintura y enfundó su arma.
—Pelearé —juró Anastasia con determinación.
Salió de regreso a dónde antes fue la tienda y desde ahí vio la espalda de Darién, sentado en el exterior. Luego se dio la vuelta al escucharla caminar y sus ojos grises mostraron sorpresa al verla. El joven se incorporó y se puso frente a ella, pasando los ojos a la espada y de regreso a los ojos de Anastasia.
—Anastasia... —Darién la llamó preocupado.
—Darién, decidí que voy a regresar a mi dimensión —dijo Anastasia, sorprendiéndolo—, y sé que sí lo hago veré a mis padres...
» No me importa, pues considero que ya es tiempo de pelear mi peor batalla. Debo enfrentar a mi familia y buscar la forma de salvar nuestros mundos. Eso es justo lo que deseo hacer. —Ella lo miró suplicante—. ¿Me acompañas?
Darién rompió la distancia que los separaba y sostuvo el rostro de Anastasia entre sus manos, limpiando sus lágrimas con la yema de sus dedos.
—Mi Anastasia —Darién suspiró—. Iré contigo a dónde sea...
—Podría ser peligroso y puede que nos enfrentemos a muchas situaciones difíciles. —Anastasia habló apresuradamente, pero una sóla sonrisa de Darién la hizo callar.
—Eres la razón por la que amo la vida. Eres la vida que más amo sobre el universo... Ir junto a ti, sin importar las adversidades, se siente como si estuviera en mi hogar. Por eso, yo voy contigo, mi ráfaga guerrera.
Anastasia sonrió, fue directo a sus brazos y agradeció a la vida por haberlo puesto en su camino; y en el lugar donde ella lo vio por primera vez, juró que lo amaría hasta el final.
—Te amo, Darién Lesedi.
Fin.
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