Capítulo 17: El mandato de los Dioses
Anastasia percibió en sus labios un sabor salado y el calor de su cuerpo se sintió más cálido que el calor corporal de cualquier mortal, sin mencionar aquel agradable aroma que la envolvió por completo. Darién correspondió el beso, tomándola por la nuca y acercándola más a él. La besó con urgencia, como si hubiese estado deseando aquello por mucho tiempo.
Anastasia jamás había besado, pero se sintió capaz de fluir y corresponder debidamente con las ganas que tenía. Luego se separaron, bastantes necesitados de oxígeno y se miraron. El cabello de Darién destellaba plateado y sus ojos brillaban con amor y ternura.
—Tú... ¡¿Me amas?! —exclamó Darién sorprendido.
—¿En serio?, ¿después de besarme así? —preguntó Anastasia, sin dar crédito a la incredulidad del muchacho.
—Es que yo... No pensé... ¿Qué pasó con todo eso de casarte con un silfo y lo del prometido?
—Al diablo con mi prometido —respondió Anastasia—, tuve que perderte durante dos años para entender lo equivocada que estaba... —Enseguida, rompió a llorar—. Te extrañé...
Darién la atrajo a sus brazos y la estrechó con fuerza.
Envuelta en su calor, Anastasia se sintió de verdad segura y confortada.
—Quédate conmigo —imploró la sílfide.
—No hay otra cosa que desee más —respondió Darién.
Y por ese precioso momento, todo pareció estar bien, pero luego Darién se tambaleó, haciendo preocupar a Anastasia.
—Lo siento —se disculpó el muchacho al ver su cara de preocupación—. Parece que no he comido en dos años...
—Tienes hambre. —Entendió la sílfide—. No te preocupes, buscaré algo de comer, pero, primero, busquemos un lugar dónde descansar.
Se sentaron debajo de un árbol y Anastasia buscó por todo el lugar, mientras Darién reponía fuerzas. Regresó volando y le trajo diversas nueces y frutas.
—¿Ya puedes volar? —preguntó Darién sorprendido cuando la vio aterrizar.
—Así es. —Anastasia sonrió orgullosa mientras depositaba el alimento en el césped—. Es una de esas cosas que ocurrieron en la prisión y por lo que, no cambiaría lo qué pasó.
Mientras ella depositaba con cuidado cada fruta, Darién la tomó de las manos y observó con una sombría expresión las cicatrices de los grilletes en torno a sus muñecas.
—Tranquilo, ya sanaron. —Anastasia trató de sonar despreocupada, pero la expresión de Darién no cambió, parecía muy molesto y era difícil saber con quién.
A pesar de la reacción del joven, éste no dijo nada y la ayudó a pelar una fruta de la que Anastasia le explicó se llamaba "guanábana".
—Crecen en tierras cálidas y tropicales, por lo visto, este deslumbrante sol les permite crecer en este lugar, están ricos. —Anastasia mordió el interior blanco y jugoso, disfrutándolo a cada bocado.
Darién sonrió por lo lindo y comió también de aquella fruta, mientras el sol caía caluroso sobre la pradera. Apenas la probó, comenzó a comer con urgencia, demostrando que en verdad, había pasado mucho tiempo sin comer.
—Darién, ¿cómo es que sobreviviste a dos años de letargo sin comer nada? —preguntó Anastasia, recordando que en su habitación no vio ninguna máquina de uso médico, por lo que, asumió que no se habían encargado de alimentarlo de ninguna forma alternativa.
—Supongo que no puedo morir de hambre. —Darién se encogió de hombros—. Aunque sí la siento y me debilito, pero he pasado tanto tiempo sin comer, que una persona normal ya habría muerto o enfermado... Yo jamás me enfermé...
—¿Y no te intriga saber de dónde vienen tus poderes?
—Bueno, sí alguna vez lo quise saber, en sus condiciones, mamá jamás fue capaz de pronunciar una explicación...
Darién levantó los ojos al cielo, simplemente meditando y Anastasia cayó en cuenta de lo que ya había intuido: la OCI jamás le dijo nada.
—Antes mencionaste que pasaste por mucho estrés cuando conociste a tu mamá... —comentó Anastasia con cautela y atrayendo de vuelta la atención de Darién—. Entonces, ¿no estuviste con ella desde siempre?
—Siempre estuve en ese cuarto —explicó Darién—, sabía que tenía una madre porque Ellery me lo decía todo el tiempo, pero también me decía que no podía convivir con ella porque estaba enferma y ellos la curarían.
» No tenía permitido salir de esa habitación, pero cuando aprendí a usar mi ilusión a los 7 años, salí de ahí y entonces, por mí mismo, la encontré... —Darién bajó la mirada con amargura, completamente absorto en los recuerdos—. Ella estaba atrapada en una celda y se arrastraba como si fuera un animal, pero cuando me vio, me reconoció...
» Dijo que era mi madre y que yo era su hijo. Estaba muy feliz y a la vez triste porque al fin me había conocido. Mamá me contó que desde que nací no había podido verme, pero luego, perdió la razón y quiso atacarme, aunque la celda la contuvo.
» Desde entonces, comencé a escaparme de vez en cuando para ir a verla... Algunas veces tenía momentos de lucidez y otras, enloquecía, pero me confortaba saber que yo tenía una familia y que ella estaba ahí. Lo demás ya lo sabes, cumplí 10 años, la saqué de su prisión y escapamos. Lo hice porque me enteré de que la OCI iba a sacrificarla, ya que, ellos se rindieron.
Se quedaron en silencio luego del relato y Darién siguió comiendo de la fruta, sólo recordando su tiempo en la OCI. Anastasia se imaginó lo duro que debió ser para un niño de 7 años descubrir que su mamá se lo quería comer y se portaba como un animal, por otro lado, no entendía por qué la OCI había sido tan cruel y lo habían encerrado como si él también fuera una amenaza.
«Probablemente, ellos pensaban que lo era —pensó Anastasia».
—Después de que recuperemos fuerzas, tenemos que ir a buscar a tu mamá —dijo Anastasia y Darién la miró confundido—, hablé con Ellery y él me dijo toda la verdad. Tu mamá no está en la OCI, ya que ellos jamás la encontraron, así que, debe seguir en el lugar donde la ocultamos.
—Maldito Ellery. —Suspiró Darién con molestia, luego volvió a mirar a Anastasia—. ¿Qué más te dijo Ellery?
«Él merece saberlo —pensó Anastasia—, ya se lo han ocultado demasiado tiempo».
—Ahora sé de dónde provienen tus poderes.
—¿En serio?
Anastasia no sabía cómo decírselo, pero cuando vio el plateado de sus inquisitivos ojos, entendió que la verdad siempre estuvo ahí. La luna había dejado huella sobre sus preciosos ojos de plata.
—Tus poderes provienen de la luna.
Anastasia le contó todo lo que Ellery le dijo sobre el padre de Darién y cómo Darién había heredado su poder, convirtiéndose en un semi-espíritu.
—¿Qué es un semi-espíritu? —preguntó Darién, haciendo un esfuerzo por entender aquella extraordinaria información.
—No eres un espíritu, pero tampoco eres un mortal, más bien, te encuentras en una línea intermedia —explicó Anastasia—, y esto sólo puede ser posible cuando un espíritu le brinda su bendición a un mortal. Es raro que eso suceda, pero por lo general, los mortales benditos son poderosos aliados de los espíritus luminosos, cuyo propósito es ayudar a los espíritus a contener y combatir la corrupción. Tu padre debió ser alguien extraordinario si la mismísima luna lo eligió.
—Uhmm... —Darién lo meditó—. Supongo que lo que sea que él haya tenido de especial para ser elegido no tiene nada que ver conmigo. Heredé sus poderes porque soy su hijo, pero no porque la luna me haya elegido a mí.
—Aún así, sigues siendo un ser sagrado —replicó Anastasia—, los descendientes de cualquier mortal bendito lo son...
—No me siento especial —respondió Darién, volviendo su atención al puño de nueces que estaba comiendo en aquel momento—. Jamás conocí al hombre por quien se supone que tengo estos extraños poderes y en cuanto a mi madre, apenas pude mantener una conversación de dos minutos con ella. En realidad, si no fuera por esa herencia, yo no sería nadie excepcional.
—Si vuelves a decir algo como eso, te voy a pegar —comentó Anastasia, sobresaltando a Darién y cuando éste se volvió a mirarla, ella tenía los ojos brillantes de lágrimas próximas. También, llenó sus mejillas de aire y formó un puchero con ellas—, sé que la soledad suele distorsionar la visión sobre uno mismo, pero... ¡No te ayudas en nada diciendo esas cosas!
—Lo-lo siento... —respondió Darién con timidez.
—Yo mejor que nadie sé que, lo que sea que sean nuestros padres no nos define, se supone que yo soy una especie de princesa por lo que son mis padres, pero aún así, fui desterrada, exiliada y humillada. Al final, lo que nos hace excepcionales es nuestra propia voluntad por querer hacer algo importante.
—¿Eres una princesa? —preguntó Darién sorprendido.
—Ese no es el punto —respondió Anastasia malhumorada—, tú eres un semi-espíritu, pero, ¿acaso te importa?
—¿Por qué estás tan molesta?
—¡Porque insultaste a la persona que más quiero!
Las lágrimas salieron y Darién se arrepintió profundamente de haberla hecho llorar, por lo que, se acercó a ella y la envolvió suavemente entre sus brazos, donde Anastasia se permitió estar.
—Lo siento, soy un tonto y estoy muy confundido, pero lo que menos quiero, es que tú te sientas mal por la bruma que yo esté sintiendo. Quiero verte sonreír.
Anastasia puso sus manos sobre la espalda de Darién y se acurrucó en su cuello.
—Siento lo mismo —respondió ella—, quiero verte feliz, que sonrías y vivas tranquilo, ¿podemos ser felices juntos?
—Yo lo he sido desde que te conocí. —Darién sonrió, estrechándola con más fuerza—. Te amo, Anastasia.
Se quedaron dormidos bajo el árbol y Anastasia se despertó de un sobresalto cuando escuchó los gruñidos. Ella se irguió, apartándose de Darién quien la abrazaba por la espalda y contempló alarmada a su alrededor, descubriendo que había caído la noche.
Darién se sentó sobre el césped y se frotó los ojos, tratando de entender el porqué del sobresalto de la sílfide. Ella miró a su alrededor con una expresión de paranoia y terror, pues, por un momento, se sintió de regreso en su mundo.
Ellos rugían a su alrededor, susurraban y reían, pero Anastasia no era capaz de verlos. En un instinto de supervivencia, levantó la mirada al cielo y vio la luna menguante.
«Hay muy poca luz —pensó—, nos comerán sí no salimos de aquí... ».
Sus cavilaciones frenaron en seco cuando la luz plateada de Darién le alumbró la cara y ella se volvió a mirarlo, admirándose —como cada vez que lo veía—, de su resplandeciente luz plateada.
—Tranquila, mientras estés conmigo, no te atacarán —dijo Darién, sonriendo y tomando su mano de forma tranquilizadora—. Yo te protegeré.
Su luz y su tacto, de verdad la hicieron sentir mejor, por lo que, Anastasia suspiró y se acurrucó en sus brazos, dónde él la recibió.
Anastasia no lo sabía, pero Darién podía verlos y él sabía que habían demasiados de ellos muy pendientes de sus movimientos, sólo esperando que Darién se apartara para ir sobre la sílfide.
«Cada vez son más —pensó Darién—, pero no importa cuántos más de los suyos vengan, no les entregaré a mi sílfide jamás».
Los seres de la segunda dimensión tenían formas amorfas, lo cual hacía difícil la labor de distinguir dónde terminaba uno y empezaba el otro. Ellos se mezclaban entre sí, algunos tenían formas de serpientes, gusanos y otros de algo semejante a un embrión. Eran repugnantes y de niño, Darién les había tenido mucho miedo, en especial porque hablaban, susurraban y se reían, simulando voces de gente conocida, pero aprendió a vivir con ello.
Los seres de la segunda dimensión solían usar la manipulación psicológica para debilitar a sus presas y aunque lo habían intentado con Darién, siempre lo hacían manteniendo su distancia, porque le temían a la luz del muchacho, gracias a esto, la débil influencia de los corruptos sobre Darién jamás dio resultado y Darién sabía que, nunca tendrían de él lo que querían.
—Tengo miedo. —Anastasia se acurrucó más entre los brazos del muchacho—. Hacía mucho tiempo que no me sentía tan expuesta a ellos.
—Tranquila —susurró Darién, frotando sus hombros y transmitiendo calma con el calor de su aliento—, yo te cuido. Ssssh.
Anastasia se durmió.
A la mañana siguiente, emprendieron la caminata, en busca de un pueblo o medio de transporte que les sirviera para regresar a la ciudad de dónde venían.
En la dimensión 21, las ciudades y los pueblos no tenían nombres, sólo números. La ciudad que estaban buscando la conocían como: 318 y esa era toda la información de la que podían valerse para tratar de llegar.
Les tomó varias horas dar con un pueblo por fin, pero cuando lo hicieron, Anastasia se quedó oculta en la pradera, mientras Darién usaba la ilusión para conseguir algo con qué esconder sus alas.
Así pues, Anastasia se quedó sola en la parsimonia y la serenidad de la naturaleza, no obstante, se sentía demasiado nerviosa luego de la noche anterior...
«Ellos están ahí —pensó, abrazándose a sí misma y sentándose sobre el césped—. Tengo tanto miedo y se siente frío... Qué emoción más fría».
Se sentó en posición de yoga, cerró los ojos, inhaló profundo y luego exhaló.
—Miedo —pronunció tal como Brigitte le había enseñado a hacerlo y meditó sobre su temor.
«No hay nada que temer, mientras sea de día y mi corazón esté tranquilo. Ellos no podrán corromperme. Debes decretarlo».
El viento sopló a su alrededor, las copas de los árboles se estremecieron a causa de éste y una encantadora melodía de la naturaleza se meció alrededor de la sílfide.
Anastasia abrió los ojos al sentirse observada y cuando lo hizo, él estaba sentado frente a ella, en la misma postura y con los ojos cerrados. La joven se quedó estupefacta cuando lo vio y emitió un ligero gemido de sorpresa que lo hizo despertar de su meditación.
Sus ojos se abrieron con pasividad y el celeste de los mismos se fijaron en Anastasia con tranquilidad, luego, con la misma serenidad, esbozó una sonrisa.
—Tú eres... —Anastasia tartamudeó de los nervios—. Eolo...
—Cuánto tiempo, Anastasia Fayrel.
—Me recuerdas...
—Y tú a mí. —Eolo pronunció más su sonrisa
—Jamás podría olvidarte —replicó Anastasia, frunciendo el ceño—, gracias a ti estoy viva.
—Bueno, no fue del todo gracias a mí, tú volaste hacia tu libertad y del resto te encargaste tú misma.
—¿Por qué me ayudaste? —preguntó Anastasia, sintiendo curiosidad luego de su reciente respuesta.
—Eres especial —explicó Eolo—, por tu conexión con el cosmos.
—¿Mi qué?
—El cosmos te reverencia, princesa Fayrel y lo ha hecho desde el día en qué naciste, pero no hay nada que habrías podido hacer con él siendo sólo una mortal. Conducirte por el camino de la sabiduría era mi deber.
—¿Qué? No, tú dijiste que el primer gobernante te encomendó purgar nuestra dimensión...
—Una pequeña mentirilla —confesó Eolo con una sonrisa—, hace siglos que el primer gobernante se ausentó de su trono y no hemos tenido contacto con él desde entonces. Él no ordenó nada y en todo caso, si lo hubiese hecho, cuando se ordena la purga de una dimensión, no acude sólo un espíritu, sino un ejército entero de espíritus.
Anastasia estaba estupefacta y no podía creerlo, pues no daba crédito alguno a todo lo que Eolo le estaba diciendo.
—Si el primer gobernante no te ordenó intervenir ese día...
—Fue más bien una petición a la que yo accedí por voluntad propia. —Eolo se encogió de hombros.
—¿Quién te lo pidió?
—Fui yo.
Una mujer se acercó a Anastasia por detrás y la sílfide se sobresaltó al escucharla. La mujer era un espíritu de largo cabello negro y piel morena, quien se sentó frente a Anastasia y junto a Eolo.
—¿Y tú quién eres? —preguntó Anastasia con desdén.
—Me llamo Inés y soy una semi-espíritu de agua —respondió ella con seriedad—, al igual que tú, poseo una conexión con el cosmos a la que todavía no soy capaz de acceder, pero estoy tratando de reunir a los otros espíritus que poseen esa conexión.
—¿Qué dices? —preguntó Anastasia sorprendida—, yo no soy un espíritu, ¿cómo es que tengo esa supuesta conexión?
—En tus tantas vidas pasadas lo fuiste —respondió Inés—, pero la Diosa se encargó de sabotear todo haciendo que renaciéramos en este universo como mortales, por eso le pedí a Eolo que te otorgará su bendición y te convirtiera en una semi-espíritu. No sé sí ello vaya a funcionar, pero confío en que nuestro Dios será capaz de sacarnos provecho.
—¡Basta! —exclamó Anastasia, levantando las manos alarmada—. Yo no soy ningún semi-espíritu...
—Lo eres —intervino Eolo—, desde el día en que te liberé, Anastasia, tú has sido mi mortal bendita.
—No puede ser... ¡No puede ser! Jamás me sentí especial, luché contra los corruptos, sangré tantas veces y me hirieron. —Ella levantó las manos para exponer sus cicatrices—. ¡Si fuera un semi-espíritu, ¿dónde quedó ese supuesto poder?!
—El viento es el elemento más ligero, pero también el más difícil de usar —dijo Eolo—, jamás pudiste conectar correctamente con él, hasta ahora, por eso, jamás te sentiste diferente a los mortales comunes, pero en realidad, siempre lo fuiste, sino, ¿cómo soportaste ese metal sobre tu piel? —Eolo señaló las cicatrices en sus muñecas—. Los grilletes te quemaron, pero no te consumieron. Ninguna sílfide normal habría sobrevivido a eso.
Anastasia miró sus cicatrices y luego volvió la mirada entristecida a Eolo.
—Y tú... ¿dónde estabas mientras yo sufría?
—Esperando —respondió Eolo con tristeza—, aunque quisiera intervenir, habría sido contraproducente, porque necesitabas razones para ser capaz de conectar con tu elemento. Querida, es el dolor, el fracaso y los errores los que nos conceden sabiduría...
—Váyanse —rezongó Anastasia iracunda—, no quiero tener nada que ver con personas que sólo observan y no intervienen. ¡No necesito personas así en mi vida!
—El universo te necesita a ti, Anastasia Fayrel —replicó Inés con frialdad.
Inés era diferente a Eolo, pues mientras Eolo mostraba pena y angustia, Inés se mantenía inquebrantable.
—Ahora mismo no lo entiendes, pero, tú y yo volveremos a vernos, te guste o no —prosiguió Inés—, y cuando ese momento llegue, tú deberás tomar una sabia decisión.
—¿Y qué se supone que deberé decidir? —preguntó Anastasia molesta.
—Si le prestas tu fuerza al Dios de la restauración o no.
—La respuesta es no —respondió Anastasia de inmediato—. Antes conocí a un espíritu que servía a una supuesta Diosa y estaba loco, tan loco como ustedes. Ahora veo que, los que sirven a los Dioses estos, sólo hacen locuras carentes de sentido que hieren a los otros sin piedad. ¡No necesito servir a ningún Dios sí me hará una persona despiadada!
Anastasia pensó que eso bastaría para que ellos entendieran su punto, pero, para su extrañeza, Inés esbozó una orgullosa sonrisa.
—Esa es una sabia decisión.
El viento se manifestó, Eolo también sonrió con orgullo y los dos, se desvanecieron como ondas de agua.
Luego de eso, Anastasia abrió los ojos y se encontró sentada en el mismo lugar.
«¿Una ilusión? —pensó sorprendida—. Claro, ella era un espíritu de agua... Se metió en mi mente».
Se suponía que Anastasia era una semi-espíritu, pero no había sido capaz de percatarse de que yacía inmersa en una ilusión espiritual, lo cual, significaba que seguía siendo débil.
«No importa lo que hagan para tratar de convencerme —pensó—, no me doblegaré frente a ningún idiota que se haga llamar Dios y haga la vista gorda frente a las injusticias. ¡Jamás!».
Miró al cielo, sintiendo que las lágrimas punzaban y apretó los puños, intentando contener la rabia, pero decidió que debía dejarlo salir, pues no quería regresar a ser la Anastasia iracunda que no podía volar.
—¡No me importa quién seas Dios! —gritó—. No te reverenciaré mientras seas un ser indiferente y egoísta. ¡No te daré mi fuerza!
Las lágrimas la traicionaron y Anastasia no fue capaz de comprender por qué decir todo eso le causaba tanto dolor. Ella ni siquiera conocía a ese tal Dios.
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