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CRAZY NIGHT


Ji Sung se acurrucaba en su cama, envuelto en capas de sábanas y mantas, tratando de contrarrestar el intenso frío de la noche. Aunque amaba las festividades de Navidad, con sus luces brillantes, los recuerdos familiares y el aroma acogedor de las comidas tradicionales, el clima invernal siempre le había costado un poco más de lo que deseaba admitir.

El aire helado parecía colarse por las rendijas de las ventanas, y la frialdad calaba en sus huesos, haciendo aún más difícil conciliar el sueño.

Con cada respiración, el aire frío formaba pequeñas nubes en la oscuridad de la habitación, recordándole lo gélida que estaba la noche. El calefactor de su habitación se había descompuesto días atrás, y para su frustración, había recibido la noticia de que no lo arreglarían hasta después de Año Nuevo.

El pensamiento de pasar las frías noches navideñas sin el calor reconfortante de la calefacción lo había dejado resignado, sin muchas opciones más que intentar encontrar algo de consuelo en el abrigo de las mantas.

Se movió un poco, buscando una posición más cómoda, pero la sensación de frío persistía, y su mente comenzó a divagar. Recordó cómo, cuando era niño, su madre solía calentarlo con una botella de agua caliente antes de dormir. Ese pequeño gesto de cariño siempre había sido suficiente para calmar su inquietud.

Pero ahora, como adulto, se sentía más solo, más distante de aquellos pequeños momentos de cuidado.

Quizás se debía a que las fiestas ya no eran lo mismo para él. Ya no era el niño que se emocionaba con las decoraciones, las canciones navideñas, ni con las promesas de regalos. Ahora todo eso parecía haberse desvanecido en medio de las responsabilidades, las expectativas familiares y el creciente vacío que a veces sentía dentro de sí.

Para Ji Sung, la Navidad siempre había sido una época de risas y alegría, especialmente cuando toda la familia se reunía bajo el mismo techo. A pesar de que su casa era pequeña en comparación con las de otros familiares, lograban crear un ambiente cálido y acogedor, lleno de decoraciones festivas y el bullicio de voces mezclándose en charlas y carcajadas.

Cada año, no importaba cuánto espacio hubiese, siempre había lugar para todos y para las historias que compartían juntos.

Una de esas historias la traía, cómo no, su primo político, Hwang Hyunjin, un alfa muy atrevido y quisquilloso. Con su personalidad extrovertida y su risa contagiosa, Hyunjin tenía una habilidad única para capturar la atención de todos en la sala. Y, últimamente, parecía haberse obsesionado con molestar a Ji Sung sobre un tema en particular: el chico que Ji Sung había conocido recientemente en un café.

Desde que Hyunjin se enteró del encuentro, no había pasado una oportunidad sin hacer comentarios pícaros o lanzar indirectas sobre lo "interesado" que parecía Ji Sung en ese desconocido.

—Entonces, ¿cómo va el misterio del café? —le soltaba Hyunjin cada vez que podía, con una sonrisa burlona mientras sus ojos brillaban de diversión.

—Es solo un chico que conocí una vez —respondía Ji Sung, intentando ocultar el rubor en sus mejillas.

—¿Solo una vez? Seguro que te quedaste observándolo más de lo que admites. Vamos, primo, esa mirada no engaña a nadie.

Ji Sung siempre terminaba tratando de desviar el tema o riéndose incómodamente, aunque, en el fondo, una parte de él se sentía intrigada. Aquella sonrisa de su primo y la forma en que lo molestaba sobre ese encuentro despertaban en él una mezcla de timidez y curiosidad. Porque, aunque intentaba ignorarlo, la imagen de aquel chico aún rondaba en su cabeza.

Quizá, solo quizá, Hyunjin tenía razón.

Ji Sung intentaba convencerse de que todo era una tontería. Nunca antes le había gustado alguien, y no creía que aquel encuentro casual en el café con aquel chico de mirada seria y un aire misterioso fuese algo más que un momento pasajero.

Se repetía que era solo una coincidencia, que no tenía sentido darle vueltas en su cabeza a una simple conversación con un desconocido. Pero, por mucho que lo intentara, había algo en él que no podía ignorar.

Era extraño para él, alguien que siempre se había mantenido al margen de esas emociones, que nunca había experimentado el nerviosismo o las mariposas en el estómago al ver a alguien. Hasta ahora, había pensado que esas sensaciones eran solo exageraciones de las películas románticas que su madre adoraba.

Y, sin embargo, recordaba claramente cómo se sintió en aquel momento: la inesperada calidez en su pecho cuando el desconocido le había dirigido la palabra, la torpeza de sus propias respuestas, y cómo su mente volvía una y otra vez a esa escena, a pesar de lo mucho que se esforzaba en ignorarlo.

Suspiró, resignado. Quizás, después de todo, no era solo una tontería. Tal vez, por primera vez en su vida, se encontraba atrapado en una emoción que no podía definir ni controlar, algo tan simple como una sonrisa de aquel chico serio, tan contrario a él.

Y mientras miraba la nieve caer suavemente desde la ventana de su habitación, no pudo evitar preguntarse si algún día volvería a verlo, y si acaso esa chispa de curiosidad se convertiría en algo más.

—Solo fue un café— se dijo a sí mismo. Pero el eco de aquella mirada seguía rondando en su memoria, recordándole que, quizás, su corazón había decidido algo diferente.

Sentado junto a la ventana y observando la nieve caer, Ji Sung no pudo evitar sentirse un poco nostálgico. Pensar en todos esos años que había compartido con su mejor amigo, Yang Jeongin, le sacó una sonrisa. Doce años juntos, desde la secundaria hasta ahora, a sus veinticuatro.

Habían crecido, cambiado, y, aun así, siempre habían encontrado el camino de vuelta al uno al otro. No importaba cuánto tiempo pasará o qué tan ocupadas estuvieran sus vidas, Jeongin era de esas personas con las que podía contar en cualquier momento.

En medio de ese impulso de recuerdos y aburrimiento, Ji Sung decidió llamarlo. Sabía que, si alguien podía arrancarlo de la monotonía y traerle una dosis de emoción, era Jeongin, con su afición por las motos y su inagotable energía. Jeongin, el amigo que siempre había estado ahí, el que se había convertido casi en familia.

Marcó su número y esperó mientras el tono de llamada sonaba. No pasó mucho tiempo antes de que escuchara la familiar y despreocupada voz de su amigo al otro lado de la línea.

—¿Qué pasa, Ji? —preguntó Jeongin, con ese tono juguetón que siempre usaba.

—Nada, estoy muriendo de aburrimiento en casa. Pensé en llamarte a ver si tienes algún plan interesante —respondió Ji Sung, intentando sonar casual.

—¿Aburrido, eh? Entonces, ¿qué dices de venir a una de esas carreras que tanto te cuento? Hoy es una noche perfecta para la velocidad y el frío.

Ji Sung rió, dudando un poco. Las carreras clandestinas de Jeongin eran tan emocionantes como riesgosas, pero la idea de hacer algo distinto y salir de su casa helada le pareció tentadora.

—¿Carreras ilegales? Qué cliché eres, Jeongin. Pero... está bien, paso por ti en un rato.

Jeongin lanzó una carcajada al otro lado de la línea.

—Sabía que dirías que sí. Vístete bien, porque esta noche va a ser inolvidable.

Ji Sung se levantó de la cama con una energía renovada. Rápidamente, revisó su armario y eligió un atuendo casual, pero que tuviera un toque de estilo.

Se puso unos jeans oscuros ajustados, una chaqueta de cuero y una camiseta blanca sencilla, pero complementó el conjunto con un par de botas y algunos accesorios que le daban un aire un poco más atrevido y desenfadado. Sabía que iba a una carrera ilegal, y aunque no le importaba particularmente destacar, tampoco quería verse completamente fuera de lugar.

Salió de su cuarto, bajando las escaleras en silencio para no despertar a sus padres. La casa estaba envuelta en un silencio profundo, y la nieve seguía cayendo con una calma invernal que contrastaba con la emoción que sentía. Al llegar a la calle, vio el auto de Jeongin esperándolo, sus luces brillando en la oscuridad de la noche.

Jeongin, con su sonrisa confiada y sus gafas de sol que usaba incluso en la noche, bajó la ventanilla y le lanzó una mirada divertida.

—Vaya, Ji, parece que te vestiste para impresionar. ¿Acaso tienes alguna cita secreta? —se burló Jeongin, dándole una mirada de arriba a abajo.

Ji Sung sonrió y rodó los ojos, subiendo al auto.

—Cállate y maneja, ¿quieres? —respondió, acomodándose en el asiento—. Vamos a ver si esas carreras son tan emocionantes como dices.

Con una última sonrisa cómplice, Jeongin aceleró su coche, mientras la carretera se deslizaba rápidamente bajo sus neumáticos. La ciudad parecía estar dormida, pero Ji Sung sabía que, al llegar al lugar de la carrera, la atmósfera cambiaría por completo. Podía sentir la vibrante energía de las carreras clandestinas en el aire, la emoción de lo prohibido, de la velocidad y la adrenalina.

—No te pongas tan serio, Ji. Relájate. —Jeongin lo miró con una sonrisa traviesa—. Te dije que esto iba a ser divertido.

Ji Sung solo sonrió levemente, aunque por dentro, sentía una mezcla de emociones. Estaba acostumbrado a su vida cómoda, a las tradiciones y a las fiestas familiares de navidad, pero en noches como esta, se preguntaba si todo eso le estaba limitando de algo más. Algo más impredecible, algo que realmente lo sacara de su rutina.

El coche giró por una esquina, y pronto llegaron al lugar de la carrera: un espacio oculto, casi industrial, lleno de coches roncando a la espera de empezar. Luces de neón iluminaban la zona, pero no podían ocultar la crudeza del ambiente. Rápidamente, Jeongin estacionó y ambos salieron del coche, mezclándose con la multitud de personas que ya estaban ahí.

—No puedo creer que estoy aquí, —murmuró Ji Sung, más para sí mismo que para Jeongin—. Esto es... intenso.

Jeongin le dio un golpecito en el hombro.

—Bienvenido a mi mundo, amigo. Relájate, disfruta, y deja que la noche haga su magia.

A lo lejos, se escuchaban los rugidos de los motores, y Ji Sung sintió cómo el pulso de la noche comenzaba a latir con fuerza.

Entre los motociclistas, vio a un chico en especial, que tenía el cabello de color verde. Era tan brillante que parecía casi resplandecer bajo las luces de neón de la carrera clandestina. El chico no solo destacaba por su cabello, sino por la forma en que se movía, como si todo a su alrededor se desvaneciera cuando se subía a su moto.

La seguridad con la que ajustó su casco, el modo en que se sentó en la moto, todo en él parecía calcular cada uno de sus movimientos. Su presencia era como una tormenta a punto de desatarse, y Ji Sung, por alguna razón que no entendía del todo, no podía apartar la mirada de él.

—¿Lo ves?---, preguntó Jeongin, notando la dirección de su mirada. —Ese es Minho. Es uno de los más rápidos de aquí.

Ji Sung asintió, pero no dijo nada.

Entonces, en un abrir y cerrar de ojos, comenzó la carrera. Todos los motociclistas aceleraron, y el chico de cabello verde tomó la delantera, como si ya estuviera predestinado a ser el primero en cruzar la línea de meta. La moto rugió con fuerza, el sonido del motor era tan potente que hizo vibrar el suelo bajo los pies de Ji Sung, mientras observaba cómo Minho deslizaba la moto con una destreza increíble, adelantándose a los demás corredores con facilidad.

—Nunca ha perdido una carrera —añadió Jeongin, observando con admiración el control que Minho tenía sobre la moto. Sus ojos brillaban de emoción, y Ji Sung no pudo evitar notar lo genuino de su entusiasmo. —Ojalá algún día pudiera compartir una carrera con él.

Ji Sung asintió distraídamente, pero su mirada seguía fija en Minho.

Ji Sung miró a su alrededor, notando el caos y la tensión que llenaban el ambiente. El rugido de las motocicletas y las luces rojas y azules de las patrullas lo hicieron estremecerse.

No entendía por qué había aceptado la invitación de Jeongin a una carrera ilegal; esto no era su estilo, ni tampoco solía rodearse de situaciones tan peligrosas. ¿Desde cuándo le interesaban los corredores de carreras ilegales?

Intentó convencerse de que estaba ahí solo para pasar el rato, para salir de su rutina. Sin embargo, al ver la escena frente a él, sintió una mezcla de adrenalina y miedo recorrerle el cuerpo.

Dos motociclistas, al notar la presencia de la policía, habían acelerado sin precaución, tomando una curva a toda velocidad. El resultado fue fatal: uno de ellos perdió el control y terminó chocando, el estruendo del impacto resonó en todo el lugar.

—Creo que deberíamos irnos —dijo Ji Sung, intentando ocultar el temblor en su voz.

La sensación de peligro era más que evidente, y el instinto de supervivencia comenzaba a hacerle efecto.

Jeongin, quien parecía más tranquilo, le dio una palmadita en el hombro, tratando de transmitirle calma.

—Tranquilo, ya ha pasado esto otras veces, no pasará nada. —dijo con una leve sonrisa. Sus palabras no lograron calmar a Ji Sung; por el contrario, la indiferencia de su amigo ante la gravedad del accidente lo hizo sentir aún más fuera de lugar.

Ji Sung lanzó una última mirada hacia el tumulto antes de seguir a Jeongin hacia una zona más apartada, lejos del alcance de las patrullas. Aún tenía grabado en su mente el sonido del choque, el cual resonaba como un eco en su cabeza. Las luces y el bullicio quedaban atrás, pero el impacto de lo que había presenciado no se desvanecía.

—¿Por qué siempre tienes que meterte en estas cosas? —le preguntó finalmente a Jeongin, mientras se dirigían a una zona segura.

Jeongin solo se encogió de hombros y sonrió de forma despreocupada, como si todo lo que acababan de presenciar no fuera más que un entretenimiento trivial. Para él, estas carreras eran solo una manera más de romper con la monotonía, sin pensar demasiado en las consecuencias.

A medida que se alejaban, Ji Sung trataba de recomponerse, de calmar el torrente de emociones que lo envolvía. La imagen del chico de cabello verde se repetía en su mente. Había algo magnético en la forma en que había liderado la carrera, deslizándose entre sus rivales con una confianza casi desafiante.

La intensidad de su mirada, fija en la pista, y la soltura de sus movimientos lo distinguían de todos los demás.

—¿Por qué me estás mirando así? —preguntó Jeongin, al notarlo sumido en sus pensamientos.

—No... no es nada —respondió Ji Sung, tratando de disimular y restarle importancia al hecho de que no podía dejar de pensar en alguien a quien ni siquiera conocía.

Jeongin lo miró con una mezcla de sospecha y diversión.

—Mmh... parece que alguien quedó impresionado por nuestro líder de pista. —Jeongin dejó escapar una risa—. Lo entiendo, Han Jisung, todos quedamos así la primera vez.

Ji Sung frunció el ceño, tratando de no mostrarse afectado.

—¿Y cómo sabes que es el líder? —preguntó, intentando cambiar de tema.

—Bueno, para empezar, es el mejor en esto. Ese chico se llama Lee Minho, pero entre los corredores todos lo llaman "El Fantasma". Tiene fama de ser inalcanzable en la pista y de desaparecer justo cuando termina cada carrera.

Ji Sung sintió un escalofrío al escuchar el apodo. El Fantasma. Había algo misterioso y peligroso en ese nombre, algo que hacía que un cosquilleo nervioso recorriera su espalda.

—Ah, no sabía que lo conocías tan bien —murmuró Ji Sung, intentando sonar casual, aunque la curiosidad empezaba a consumirlo.

—Bueno, no es que seamos amigos o algo, solo lo he visto en varias carreras. Casi nunca habla con nadie; se mantiene en su propio mundo. —Jeongin se encogió de hombros—. Pero tú, con esa cara de interés, parece que quieres conocerlo más de cerca.

Ji Sung rodó los ojos y desvió la mirada, pero sabía que había algo de verdad en las palabras de Jeongin. No podía negar la intriga que sentía hacia Minho. Quizá era la emoción que había sentido en la pista, o quizá el hecho de que alguien pudiera vivir de una manera tan arriesgada y solitaria, alejada de la seguridad de la que él estaba acostumbrado.

A medida que avanzaban por las calles casi desiertas, Jeongin de repente se detuvo y lo miró con una sonrisa cómplice.

—Oye, ¿quieres conocerlo de verdad? Porque hay una forma de hacerlo —sugirió con tono travieso.

—¿A qué te refieres? —preguntó Ji Sung, cruzando los brazos con escepticismo.

—Hay un lugar donde él siempre va después de las carreras. Es un viejo taller mecánico al otro lado de la ciudad. Si quieres, puedo llevarte, pero te advierto: Minho no es de los que se dejan impresionar fácilmente.

Ji Sung dudó por un momento. Todo esto era muy ajeno a él, y nunca antes se había sentido tan impulsado a seguir algo tan incierto y caótico. Sin embargo, algo en su interior lo empujaba a aceptar.

—Llévame —dijo finalmente, y Jeongin asintió con una sonrisa satisfecha.

***

Una hora más tarde, llegaron al taller mecánico. Era un lugar oscuro y solitario, con luces parpadeantes y el olor a aceite impregnando el aire. A Ji Sung le pareció un lugar sombrío, casi intimidante, pero no podía retroceder ahora. Jeongin lo guió hacia el interior del lugar y, desde la penumbra, apareció una figura.

Era Minho, el mismo chico de cabello verde que había visto en la pista. Estaba sentado sobre una motocicleta, limpiando sus guantes de cuero y sin prestar atención a nadie más. Ji Sung notó que tenía una expresión concentrada, como si todo a su alrededor no existiera.

—Minho —dijo Jeongin, rompiendo el silencio—Este...

—¿Quién eres y porque interrumpes mi silencio? —cuestionó Minho, claramente molesto.

Ji Sung tragó saliva, sintiéndose un poco incómodo bajo la mirada fija de Minho. Nunca había estado en una situación como esta y, mucho menos, había imaginado que se sentiría tan nervioso solo por estar delante de alguien que había conocido hacía apenas un par de horas.

—Soy... bueno, soy amigo de Jeongin. —Empezó, con la voz un poco temblorosa, antes de recuperar algo de seguridad—. Vi la carrera de esta noche, y él me habló de ti. Dijo que eras... bueno, que eras el mejor.

Minho levantó una ceja, claramente poco impresionado.

—Eso ya lo sé —respondió, con un tono indiferente—. Pero eso no responde a mi pregunta. ¿Por qué estás aquí? No suelo tener visitantes y mucho menos desconocidos.

Ji Sung dudó por un instante, sin estar muy seguro de cómo responder. Pero, finalmente, decidió ser sincero.

—La verdad, tampoco estoy muy seguro —admitió, rascándose la nuca—. Supongo que me dio curiosidad. Quería saber quién es el tipo que causa tanto alboroto en las carreras y, bueno... —se encogió de hombros— ...ese eres tú.

Minho lo miró en silencio, como evaluándolo, y una sonrisa burlona apareció en su rostro.

—¿Curiosidad, eh? —dijo, cruzándose de brazos—. ¿Y qué esperas encontrar? Porque te advierto que no soy nada especial fuera de la pista.

Ji Sung sintió que algo dentro de él se retorcía. Había algo en la actitud desafiante y misteriosa de Minho que lo intrigaba más de lo que estaba dispuesto a admitir.

—No lo sé —replicó Ji Sung, levantando la barbilla, tratando de igualar el tono desafiante de Minho—. Tal vez esperaba ver algo que no muestres en la pista, algo que te haga... no sé, más humano.

Minho soltó una breve carcajada, sin apartar la mirada de él.

—Humano, ¿eh? —repitió, con un toque de ironía—. Deberías saber que el mundo de las carreras no tiene nada de humano. Aquí, o eres el más rápido, o terminas en el suelo. No hay mucho espacio para ser "humano" en eso.

Por un momento, el taller quedó en silencio. Ji Sung no sabía qué más decir, pero tampoco quería retroceder. Había algo en Minho que lo hacía querer quedarse, querer descubrir qué había detrás de esa frialdad y ese aire de superioridad.

Finalmente, Minho suspiró y se dio la vuelta, volviendo a concentrarse en su moto.

—Si ya has visto lo que querías, puedes irte. No necesito admiradores ni gente "curiosa" aquí.

Esas palabras de Minho hicieron que Ji Sung se sintiera pequeño, como si toda su confianza se hubiera evaporado en un instante. Sin decir nada más, giró sobre sus talones y salió corriendo, intentando escapar de esa horrible sensación que lo oprimía. Su corazón latía con fuerza, no por la emoción que minutos antes lo llenaba, sino por la decepción que ahora le retumbaba en el pecho.

A medida que se alejaba, el frío de la noche parecía calar más hondo, como si reflejara su estado de ánimo. Apenas alcanzaba a entender por qué le había afectado tanto el rechazo de un desconocido. Había algo en la indiferencia de Minho que lo había herido más de lo que estaba dispuesto a admitir.

"¿Qué estoy haciendo?", pensó Ji Sung, deteniéndose un momento para recuperar el aliento. Se recargó contra una pared, apoyando la frente en el frío ladrillo mientras trataba de calmarse. Por alguna razón, las palabras y la actitud de Minho lo habían dejado vulnerable, recordando lo insignificante que podía sentirse cuando alguien lo trataba de ese modo.

Tras unos minutos, se limpió la cara y respiró profundamente, como si ese simple gesto pudiera disipar lo ocurrido. "No debería importarme tanto", se dijo, tratando de convencerse. Pero en el fondo, algo le decía que aquel encuentro había dejado una marca, y aunque quisiera, no podría olvidar la sensación tan fácilmente.

Sin saber bien cómo continuar, Ji Sung decidió regresar a casa, pero con cada paso, las palabras de Minho resonaban en su mente.

***

Ji Sung estaba frente a la puerta de su casa, sumido en el silencio de la noche. Todo estaba apagado; las luces navideñas que adornaban la entrada estaban ahora en penumbra, y el único sonido era el crujir de la nieve bajo sus pies.

Sus padres seguramente ya estarían durmiendo, ajenos a su escapada nocturna con Jeongin. Nadie podía enterarse de lo que había hecho esa noche; era un secreto que debía guardar para él mismo.

Con cuidado, giró la llave en la cerradura y abrió la puerta despacio, intentando que no hiciera ruido. Entró de puntillas, cerrando tras de sí con el mismo sigilo. La casa se sentía más fría de lo habitual, o quizá era él quien todavía sentía el eco de los eventos de esa noche: la adrenalina de la carrera, el susto al ver a la policía, el extraño y cortante encuentro con Minho.

Subió las escaleras despacio, cada paso haciéndose más pesado, como si llevara un peso invisible en el pecho. Cuando llegó a su habitación, soltó un suspiro de alivio, dejando que la tensión se desvaneciera al menos por un momento.

Al cerrar la puerta tras de sí, se dejó caer en la cama y se tapó con las cobijas, intentando encontrar algo de calor en el nido que había formado.

Aún podía ver el rostro inexpresivo de Minho en su mente.

—¿Por qué sigo pensando en eso? —se preguntó, frustrado.

Sabía que no debería importarle; no conocía al chico de nada, y aún así, las palabras de Minho habían dejado una huella profunda en él, como si lo hubiera despojado de algo que no sabía que le pertenecía.

Ji Sung cerró los ojos, esperando que el sueño lo ayudara a olvidar esa sensación que lo mantenía inquieto, pero su mente no dejaba de revivir los momentos en la pista. Los rugidos de las motos, el frío que le calaba hasta los huesos y, sobre todo, la mirada distante de Minho, que lo había dejado con un extraño vacío en el pecho.

***

A las tres de la madrugada, Ji Sung se despertó abruptamente, con el sudor frío empapando su frente. Su respiración agitada, entrecortada, era el único sonido que llenaba la habitación oscura. Había tenido otra pesadilla, una que lo había dejado con una sensación de inquietud que no lograba deshacerse.

En la pesadilla, todo parecía nublarse, y él corría, pero no avanzaba, como si algo invisible lo retuviera. Oía voces, risas, gritos. Todo a su alrededor se desmoronaba y él no podía hacer nada. Su familia, su mundo, todo se desintegraba lentamente y él solo podía mirarlo, impotente, sin poder actuar. Despertó justo antes de caer en el abismo, pero esa sensación de vacío y confusión seguía persiguiéndolo.

Se sentó en la cama, mirando la oscuridad a su alrededor. Sabía que no podía quedarse allí, atrapado por esos pensamientos. Necesitaba despejar su mente. Necesitaba salir de esa habitación, de esa pesadilla. Así que, sin pensarlo demasiado, se levantó, se puso una chaqueta y salió de la casa sin hacer ruido, sin despertar a nadie.

El aire frío de la noche lo recibió como un golpe suave. Respiró hondo, tratando de llenar sus pulmones con el aire fresco, con la esperanza de que eso lo calmara. El barrio estaba tranquilo, la nieve caía lentamente, cubriendo las calles de blanco. Todo estaba silencioso, casi como si el mundo entero estuviera dormido.

Caminó sin rumbo fijo, sus pasos resonando en la acera vacía. Las luces de la calle parpadeaban a lo lejos, y el sonido de sus botas era lo único que interrumpía el silencio. Se sentó en una banca del parque cercano, donde la luz de la farola iluminaba débilmente el lugar. Era un parque pequeño, tranquilo, donde solía venir cuando quería pensar o escapar de todo.

Se quedó allí, observando la nieve caer, perdiéndose en sus pensamientos. ¿Por qué tenía esa pesadilla? ¿Por qué sentía que algo se estaba derrumbando en su vida y no sabía qué? Las voces de su familia, las expectativas que siempre había sentido sobre sus hombros... ¿todo eso lo estaba afectando más de lo que pensaba?

Lo peor era que no sabía cómo salir de este círculo. Había querido cambiar, hacer algo diferente, pero todo lo que había logrado era sentirse aún más perdido. Había conocido a Jeongin, había ido a esas carreras ilegales, había experimentado algo fuera de lo común... y aún así, no lograba encontrar lo que realmente quería.

"¿Qué quiero?" se preguntó en voz baja, mirando sus manos entrelazadas. "¿Qué estoy buscando?"

La respuesta no vino de inmediato. A veces, las preguntas más difíciles no tienen una respuesta sencilla, y él lo sabía. Pero algo en su interior le decía que debía seguir buscando, que debía dejar de esconderse detrás de las expectativas de los demás. Tal vez, si encontraba lo que realmente quería, las pesadillas cesarían. O tal vez solo desaparecería el peso que sentía sobre sus hombros.

Se levantó lentamente, decidido a caminar más. La noche estaba fría, pero había algo reconfortante en la quietud del momento. Como si el mundo, aunque en calma, le ofreciera la oportunidad de encontrar su propio camino.

A medida que avanzaba, vio las luces titilar de una tienda abierta. No la había notado antes, pero la pequeña cafetería parecía acogedora, con luces suaves que invitaban a entrar. Sin pensarlo, cruzó la calle y empujó la puerta. Un leve campanilleo sonó al abrirse, y el aroma a café fresco llenó el aire.

El lugar estaba casi vacío, salvo por una o dos personas en las mesas del fondo. Se acercó a la barra, donde una joven sonrió amablemente al verlo.

—¿Algo caliente para el frío? —preguntó la barista, mientras comenzaba a prepararle un café.

Ji Sung asintió, aún sintiéndose un poco perdido, pero algo en ese ambiente tranquilo lo reconfortaba. Se sentó en una mesa junto a la ventana, mirando el exterior, observando cómo la nieve cubría lentamente el mundo a su alrededor. El sonido suave de la máquina de café y el murmullo lejano de las conversaciones lo envolvían en una sensación de calma que hacía mucho no experimentaba.

Tal vez, pensó, tal vez la respuesta no estaba en las grandes decisiones o en los cambios radicales. Quizá lo único que necesitaba era un momento de tranquilidad para pensar, para respirar, para realmente estar en el presente sin la presión de la expectativa de los demás.

Su café llegó y lo bebió despacio, dejando que el calor lo envolviera. Mientras lo hacía, sus pensamientos empezaron a aclararse un poco. No tenía todas las respuestas, y no todo estaba resuelto, pero por primera vez en mucho tiempo, se sintió en paz consigo mismo.

Con la mente libre de expectativas y el corazón calmado, Ji Sung cerró los ojos, permitiéndose respirar en armonía con la serenidad que lo rodeaba. La quietud del momento lo llenaba de una paz que rara vez experimentaba; era como si la noche y el frío lo cobijaran en un manto de tranquilidad que no había pensado que pudiera necesitar tanto.

De pie en ese rincón de la ciudad cubierto de nieve, se dio cuenta de que cada tanto era necesario parar, mirarse al espejo y recordar lo que uno realmente quiere o necesita, sin el ruido de las opiniones externas. Era un instante de silencio, y en ese silencio, escuchó sus propios pensamientos con una claridad que no había sentido antes.

Poco a poco, las tensiones en sus hombros comenzaron a ceder. El peso de sus preocupaciones, esos miedos que llevaba tan guardados, se deslizaban como la nieve fundiéndose en el calor del aire. Por una vez, no se presionaba a sí mismo para llegar a una conclusión, ni se juzgaba por lo que debía hacer mañana o por lo que podría pasar en el futuro.

Simplemente era Ji Sung, en el aquí y el ahora, un ser humano en busca de su propio lugar en el mundo.

Mientras el viento acariciaba su rostro, le pareció que cada respiración se volvía más profunda, más llena. Con cada exhalación, dejaba ir un poco de las dudas, de las expectativas y del peso de las cosas que le habían inquietado durante tanto tiempo.

Entendió que, aunque la vida siempre presentaría desafíos, también ofrecía momentos así, donde uno podía encontrar paz y reposo en lo inesperado.

Se dio cuenta de que, a veces, lo único que necesitaba era estar presente, permitiéndose sentir cada emoción, sin apurarse a entenderla o solucionarla. La paz, pensó, era un estado al que uno podía acceder cuando se dejaba de luchar tanto contra el flujo natural de la vida y aceptaba que no siempre tendría todas las respuestas.

La nieve a su alrededor, en su caída constante y tranquila, le enseñaba a dejarse ir, a fluir sin resistencia.

Ji Sung dejó que sus pensamientos se silenciaran, que sus músculos se relajaran y que su espíritu hallará un respiro genuino en esa noche. Se permitió descansar, de verdad, sin remordimientos ni cargas, y en ese pequeño instante de claridad, comprendió que, tal vez, el descanso era lo que su alma había estado buscando todo este tiempo.

Con un último suspiro, aceptó la idea de que el amor, el verdadero amor, empezaba con uno mismo, con darse tiempo y espacio, con dejarse ser y simplemente... descansar.



***


-Aly

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