03
Leah.
Me despertó un rayito de sol que se colaba por una cortina mal cerrada de la habitación. ¡Maldita cortina!
Palpé la superficie a mi lado... vacía.
Me giré rápidamente, encontrando sobre la mesita de noche una charola con una campana y una nota a su lado.
Vaya, el chico de las notas.
"No sé si sea muy buen chef, pero al menos no está quemado".
Destapé la campana y un delicioso aroma junto con un humito me golpeó los sentidos. Wow, sí, era el mejor desayuno que había visto desde hace mucho, pero mucho tiempo: pan tostado, omelette con jamón y queso, fruta picada y zumo de granada...
¿Cómo supo que era mi favorito?
Comí con ganas, disfrutando el sabor de cada bocado que pasaba por mi boca, sintiendo el crujir del pan y el dulce de las frutas invadir mis papilas gustativas.
Ah, pero Keo no es tan perfecto... también comete errores. Incluso ya me estaba asustando un poquito por como tenía la habilidad de tener todo tan bien bajo control. Pero no, la punta de una tostada... estaba más tostada... a ver, digo, ¿a quién miento? Estaba quemada.
Sonreí como niña pequeña ante mis pensamientos. Después de todo, a pesar de que descubrí que más tostadas estaban quemadas —como si no lo dijera el nombre— , sí estaba delicioso.
Nunca nadie me había llevado el desayuno a la cama, ni me había dejado una nota de buenos días. Y me terminé mi zumo con esa linda idea en mi cabecita: alguien se preocupaba por mí. Ahora tenía que descubrir... ¿por qué?
Me levanté del mullido colchón y caminé hacia el baño. Ya no me escocía tanto la espalda, de hecho, se sentía bien el caminar.
Sobre la meceta del lavabo encontré otra muda de ropa, junto a otra nota encima:
"Ayer la ropa te quedaba de maravilla (mi polera te quedaba de maravilla), espero que esta también lo haga.
Pensé en algo para que no te moleste la herida en la espalda.
Pd: Te veo en el garage de la casa. Sigue tu instinto y encuéntrame ;-)
Puse mis ojos en blanco al terminar de leer el papelito. Volví a mirar la ropa y pude distinguir fácilmente una enorme polera gris oscuro... de Keo...
Confirmo, señoras y señores, niños y niñas, perros y perras: Keo Crossman tiene un inquebrantable y jodido ego de ocho metros de altura.
Seguí revisando la ropa: unos shorts de mezclilla oscura y unas bragas y un brasier a juego. Cogí el último sorprendida, observándolo mejor: el broche de este no está en la espalda, sino en medio de los pechos.
Me sonrojé furiosamente al recordar sus palabras: "... pensé en algo para que no te moleste la herida en la espalda..."
¿¡Cómo es que compra así sin más este tipo de lencería!? ¡Hasta escoge el modelo!
Tengo tantas ganas de liberar todas estas raras emociones que burbujean dentro de mí...
Salí de la habitación indecisa, mirando a cada lado antes de poner un pie fuera del corredor.
Pero no llegué a cruzar el umbral de la puerta y ya estaba cayéndome en el suelo.
—¡Auch! —exclamé volteando atrás —¿Y esto?
Resulta ser que con lo que tropecé fue con un par de sandalias. Y ¿cómo no? Estas tenían otro folio del "Chico de las Notas":
"Presiento que las necesitarás, aunque ya eres hermosa con pantuflas pero creo que estarás más cómoda así. Cómo no sabía que tipo de calzado te gustaba más, te traje un poco de todo.
Pd: Quiero pensar que viste los zapatos y que no llegaste al piso con solo dar un paso fuera de la recámara... sería muy gracioso de ver..."
—¡AH! —grité hirviendo en la frustración —¡¿Cómo es que puede saberlo todo!?
Respira... uno... dos... tres... cuatro...
Bajé la vista nuevamente, observando con detenimiento cada par de calzado en el corredor: tacones, zapatillas, sandalias, botas, y unas ballerinas con lazito. Una difícil decisión:
Pantuflas... tú no me gustas.
Tacones... ni muerta.
Sandalias... muchos colorines.
Botas... uf, ¡qué calor!
Ballerinas con lazito... ay que asco.
Zapatillas negras, bajas, de un color mate tan tentadoras... me gritan ¡úsame!
Me senté en el mismo suelo del corredor —total, si ya había estado ahí mismo hace unos minutos y no por voluntad propia como ahora— y me puse las zapatillas, las abroché bien y volví a mi posición inicial.
Avancé en la misma dirección en la que la "exposición de calzados" estaba, buscando una entrada al garage. Estuve caminando por los pasillos llenos de puertas, hasta quedar frente a un gran espejo, tan grande que cubría esa pared entera.
Me miré en él: las ojeras habían desaparecido considerablemente y mi piel ya no estaba tan opaca como antes. Pude escoger el calzado que usaría, y por primera vez desde no sé hace cuánto tiempo, no tuve que curar yo sola de mis heridas.
Sonreí levemente, negando con suavidad. Sin duda el tiempo que me queda aquí antes de que me encuentre Suko lo aprovecharía al máximo, aunque fuera egoísta por mi parte poner a Keo en peligro por más tiempo. Esto está tan bien y tan mal...
Si me voy será el fin del mundo para mí... pero si me quedo...
Sería el fin de la buena y cómoda vida de Keo Crossman, un gaijin que me ayudó sin pedir nada a cambio...
Volví a repasar mi físico y me encontré un poco... cuadrada. Esta camisa es MUY grande. Parece que me quiere esconder de algo.
Tomé el borde de la polera por un lado y le hice un nudo, quedando ahora considerablemente más ceñida a mi cuerpo, pero no tanto como para que me marcara alguna de mis —pocas, casi ningunas— curvas. No hace falta decir que ya no me queda a medio muslo.
¡Ahora sí parezco una persona civilizada!
Me devolví por dónde vine, ya que ese corredor no tenía salida. Volví a dar con la fila de zapatos, y por supuesto, con la puerta de la habitación de Keo cerrada... ¡y con un papel pegado en la puerta!
¡¿Ya estaba ahí cuando me fuí?!
Corrí hasta arrancar del tiro la hoja y mirarla con atención: un raro laberinto con una polera dibujada y un auto casi del otro lado de la cuartilla.
¿Que ser esta cosa?
"Ojalá y hayas encontrado esto antes de irte por otro lado... aunque cuando lo pegué a la puerta pensé demasiadas veces que no te ibas a fijar en él.
Tu eres la polera ;) "
—¡Grandísimo idiota! —chillé enfurecida —Si sabías que no lo vería ¿por qué lo pusiste allí atrás?
TE VOY A MATAR...
Cogí el papel y empecé a caminar según indicaba en camino.
—Vengo buscando un cabrón, para partirle la cara —tarareé bajito —, estuve mirando el reloj, ya se me está haciendo tarde; el suelo que pisa hoy, se manchará con su sangre...
Poco después sentí el sonido de llaves y herramientas de metal ser manipuladas. Y precisamente, justo al lado mío, bajando tres escalones, estaba el tan esperado —odiado— garaje que estuve buscando desde hace dos horas.
Keo se encontraba de espaldas, apoyado en un brazo al capó abierto de su coche mientras que con la diestra toqueteaba algo en el motor.
Me acerqué despacio, sin hacer ruido, divisando en el proceso una mesa con un montón de llaves inglesas, destornilladores y un montón de cosas que no conozco por todas partes.
Cogí la llave más grande que ví y la levanté con esfuerzo. Pero grande fue mi sorpresa —y mi fracaso— al dejarla caer al piso de lo pesada que estaba.
La cosa esa hizo un ruido tan agudo que me encogí en mi lugar y Keo dió un respingo, pegándose fuertemente contra el capó del coche.
—¡Ah! —se quejó por el porrazo —¿Pero estás tonta? —me reclamó volteando y dirigiéndose hacia mí.
Keo vestía unos pantalones oscuros, casi negros y una camisa sin mangas algo —bastante— abierta a los costados, no dejando mucho a la imaginación.
Mi vista se perdió por algún lado de su torso, observando a través de los cortes de la tela el abdomen marcado del contrario.
El rubio se agachó delante mío, recogiendo la pesada herramienta, y yo viendo como las venas de sus trabajados brazos se marcaban levemente en su blanquecina piel.
¡Uf! Alguien que traiga una ambulancia, no, mejor... a los bomberos.
Salí de mi trance cuando sentí algo suave sobre mis labios, viendo como el contrario mismo cortaba el casto beso y se devolvía a la mesa para dejar la herramienta.
—Cuándo te vuelvas a ir espiritualmente al País de las Maravillas otra vez, te voy a besar de nuevo.
Nota mental: Irme al País de las Maravillas más seguido.
—Te ves genial con eso puesto —me halagó con un trapo entre sus dedos, limpiándose los residuos de grasa de las manos.
—Supongo que gracias —dije algo ruborizada, tanto por el piquito, como por recordar que llevaba ropa interior especialmente escogida por él.
—Tardaste mucho, ¿aún dormías?
Claro que no.
—Sí —respondí secamente, media nerviosa.
—Leah... —insistió usando ese tono de: "sé que mientes".
—Quizás estaba despierta desde hace un tiempo... —balbuceé tratando de inventar una mentira decente, pero no salió nada.
—No viste el mapa —concluyó burlón —. Sabía que esto pasaría.
—Me dibujaste como una polera en el mapa —le reclamé —¿en serio? ¿una polera?
—Sí —sonrió ladino —, porque tanto tú, como esa polera... me pertenecen.
Espera... ¿¡Qué?!
—Ahora no sé si por suerte o por desgracia mi "prometido" —hice incapié en la palabra —te va a arrancar la cabeza —comenté fingiendo duda.
—Tu prometido aún no te ha encontrado, y cuando te encuentre dudo que nos alcance mientras yo manejo esta belleza —fanfarroneó señalando al coche detrás suyo.
Vaya creído... pero... esta vez tenía que reconocerlo...
Era ese coche verde neón que me había recogido un día atrás en la pista y me había salvado de ir presa. Sencillamente hermoso. Además de que se notaba que el ojiverde lo había lavado hace unos momentos, ya que el auto rebosaba lo brillante. Ni un solo rayón y arañazo, de hecho, para correrlo en la clandestinidad, dónde no hay reglas ni se juega limpio, no le falta ni una escamita de pintura.
—Es muy bonito —concordé, ahora en coz alta.
Crossman se giró para cerrar el capó del auto y después caminó hacia mí, tomándome de la cintura con firmeza y algo de ¿posesión? Tiró mi cuerpo levemente sobre el suyo y así, me dirigió hasta la máquina que tenía en frente:
—¿Quieres manejarla? —me preguntó con una sonrisa.
—Sí —respondí sin pensarlo.
—Espérame aquí un momento —pidió más que entusiasmado.
Pasé la yema de mis dedos por la superficie metálica del auto. Es irónico, desde que empecé a ir a las carreras con Suko le huía a este tipo de carros, y más si eran de Nakamura. Pero ahora... me iba a subir en uno por voluntad propia, e incluso lo iba a conducir.
Un ruido sordo de una puerta me hizo pegar un respingo. Mire en aquella dirección: la puerta del garaje. Por debajo de esta, que estaba a medio abrir, pasó una chica, una japonesa.
Tenía la mirada afilada, tez blanca, y rondaba los veinticuatro años cuando mucho. Su cabello era perfectamente liso, negro con mechas verdes y violetas. Era delgada, bastante, pero tenía curvas casi más pronunciadas que las de las pistas de las carreras. Aunque era extraño, no parecía del todo japonesa, tenía rasgos algo ¿occidentales?
Y en cuanto entré en su campo de visión se acercó con pasos apresurados.
—Y ¿quién eres tú? —interrogó a la defensiva.
Uy, esto se va a poner interesante...
—Mejor debería preguntar yo ¿quién eres tú y como entraste sin permiso? —salí a la defensiva.
Esto se está calentando más de lo que debería... contrólate.
—Tengo llaves, gaijin —sonrió altanera alzando el control remoto de la puerta.
Y dale con el "gaijin". Salgo de uno y me cae otra con lo mismo.
—Oh, espera... —pareció darse cuenta de algo —tú eres la prometida de Suko Nakamura... —concluyó soltando un jadeo.
No entiendo... ¿ven un anillo en mi dedo? No ¿verdad? Entonces ¿¡por qué dicen eso?!
—¿Qué haces aquí? ¿Quieres vernos en una cuneta sin cabeza mañana en las noticias? —cuestionó algo irritada.
Upa, aquí no se va a morir nadie.
—Tranquila, aún falta para esa parte Sukie —intervino Keo, recostado en el umbral de la puerta.
El ojiverde caminó hacia mí y me tomó de la cintura con una sonrisa torcida:
—Sakura, te presento a Leah Rake, Leah, esta es Sakura... mi hermanita.
¡¿Hermanita?!
Hola de nuevo Racers¡!
Espero que estén bien y que les haya gustado este capítulo.
Se que dije que iba a ser una historia corta, y que este es apenas el tercer capítulo, pero se me han ocurrido nuevas ideas y cambié un poquito la trama. Por eso no se con exactitud cuántos capítulos serían.
Pero bueno... espero que se queden hasta el final.
Besos <3
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