02
Leah.
No sé que está pasando, ni que estoy haciendo aquí: debajo de la regadera de una habitación que no conozco, inundada con un aroma maderable con toques de licor, el mismo aroma de Keo.
Dejé que el agua me recorriera entera, desde el cabello hasta mis pies, enjabonando lentamente cada parte de mi cuerpo, siendo casi imposible con los músculos adoloridos de mis manos y piernas.
Cuando terminé, salí del baño envuelta en una toalla, encontrándome encima de la cama de la estancia, antes vacía; cuatro piezas de ropa perfectamente dobladas con una nota encima.
Primero me vestí, mirándome al espejo para ver el conjunto: unos shorts color gris con bordes verdes neón, que aún dejaban ver la estela de moretones que tenía en mi cuerpo; siendo estos tapados totalmente por una polera color marfil que me quedaba a medio muslo. Sin duda esta última prenda era del ojiverde, pues se notaba su escencia en ella, así como que era tres tallas más grande que la que debería mientras que toda la demás ropa era de mi medida.
Incluso llegué a sonrojarme al recordar que las bragas y el brasier que llevo puestos, están justamente escogidos: ni sueltos ni ajustados...
Cogí el folio con la nota y admiré la caligrafía: no era la mejor, pero no estaba nada mal:
"Estoy seguro que la ropa interior te queda genial. Y la camisa... no hay problema con que uses una mía... ¿o sí?
Te espero en el salón de antes, gaijin ;) "
Idiota. Es un idiota engreído y ególatra.
Ahora sí no tengo ni la menor idea de que será de mí en las próximas doce horas, dado a que Suko no se ha aparecido aún, tengo claro que me queda poco tiempo en esta dimensión.
Salí de la habitación, volviendo exitosamente sobre mis pasos, sin perderme por aquella bonita casa.
Ojalá viviera en ella...
Frente al ventanal de aquel salón, se encontraba una persona que poco después identifiqué como Keo.
Estaba dándome la espalda, siendo las únicas partes visibles de su cuerpo sus cabellos brillantes y el fornido brazo que de vez en cuando se estiraba para tomar el vaso con licor de la mesita ratona a su lado.
—Ya estoy —avisé parada en el umbral de la puerta, viendo como el sol casi se ponía, y evitando el contacto visual con el chico.
—Genial, te sienta bien la ropa —me dijo con gracia —. ¿No me equivoqué con alguna medida?
Rodé los ojos. Maldito Adonis arrogante.
—No, todo me queda bastante cómodo —respondí desde mi lugar.
No se en que momento de nuestra plática, Keo había avanzado hasta mi lado. Sus ojos otra vez me analizaban, queriendo encontrar una falla, incomodidad o molestia. Pero yo no estaba incómoda o molesta, no del todo, de hecho, estoy más que feliz en donde estoy.
—Necesito que vengas conmigo a un sitio —informó tratando de guiarme con su mano en mi espalda.
En cuanto sus dedos rozaron la tela de la polera y esta rozó mi espalda, no pude evitar soltar gemido lastimero, sintiendo ardor y dolor al tocar ese lugar en específico.
Crossman, tienes una puntería para lo que no debes tocar...
—¿Qué pasó? —cuestionó separando rápidamente su mano.
—N-nada —traté de negar.
—Ven conmigo.
El ojiverde empezó a caminar, mas yo me quedé plantada en el mismo sitio, perpleja y con una pizca de temor ante el cambio tan repentino en la actitud del chico.
—Te dije que vengas Leah —se volteó a verme, dedicándome una mirada fría e inexpresiva.
Mis pies se movieron por sí solos, mi cuerpo doblegandosé ante aquel recio comando de voz.
Nos detuvimos en otra sala, llena de ventanas por dónde se colaba la luz del ocaso. Habían servidas cerca de aquel sofá, en tazones, palomitas de maíz y chips de patatas, junto con dos vasos enormes de soda. Al frente de estos, una enorme televisión: de como cincuenta y dos pulgadas.
Esto me confundió aún más:
—¿Quieres ver una película? —pregunté casi riéndome, por los nervios.
—Eso puede esperar —me cortó enseguida, buscando algo en los muebles de la habitación.
Se acercó a mí con lo que identifiqué como un botiquín de primeros auxilios. Keo se sentó de lado en el sofá, abriendo la cajita esa y palmeando el sitio frente a él para que yo me sentara.
Hice caso a lo que me dijo, pero cuando estaba a punto de poner el trasero en aquella superficie mullida, el contrario me paró:
—De espaldas a mí —mandó sin mirarme.
Obedecí, me senté en pose de indio en lo que quedaba del amplio sofá:
—¿Qué me harás? —pregunté bajito —¿Por qué eres tan... así?
—No me gusta que me mientan Leah —respondió con voz grave cerca de mi oído.
Una corriente eléctrica recorrió mi espalda y casi me hizo temblar en mi lugar.
Esa voz.
Sentí como sus dedos palpaban parte de mi polera, buscando el borde de esta. Cuando lo encontró, la levantó con cuidado y acarició la piel alrededor de la demacrada y enrojecida área que me arde con cada roce que se hace sobre ella. Su toque es gentil, y las yemas de sus dedos están tibias.
—¿Qué es esto? —inquirió, su tono de voz era frío, fue una pregunta entre dientes, como tratando de contenerse.
¿Por qué ir más profundo en esto?
Solo es una pérdida de tiempo.
—Nada —negué neutral.
—¿Esto es nada? —volvió a cuestionar, rozando levemente la herida en mi espalda.
—Mgh —traté de contener todo el dolor que quería recorrer mi sistema, mordiéndome el labio en el proceso —, n-no.
—¿Con qué te pegó? —interrogó con voz neutral y calmada.
Agaché mi cabeza y pude ver una de las manos de Keo al nivel de mis muslos, hecha en un puño, con unas cuantas venas marcadas en la parte del antebrazo que alcanzaba a ver. Él no estaba calmado, se estaba conteniendo. Pero... ¿de qué?
—Una fusta —respondí despacio y bajito, sintiendo vergüenza en vez de dolor.
Sentí como la mayoría de la polera reposó en mi cuello. Las manos de Keo hicieron mi pelo a un lado y bajaron por mi espalda delicadamente, ofreciendo un tacto dulce y suave.
—Se está infectando —informó esta vez más sereno, tomando algo del botiquín —¿cuántas veces te azotó?
—Quince.
—¿Por qué?
—Por no querer ir con él —confesé.
Quise chillar cuando Keo puso un algodón con alcohol justo en la piel expuesta, provocando más ardor y dolor que antes. Mi cuerpo se tensó y mi mandíbula se apretó fuertemente. Eso dolía horrores.
Con su mano libre, el ojiverde trató de tranquilizarme, pasando esta con parsimonia sobre mi muslo.
—Tranquila, tienes que relajar el cuerpo.
Sentí algo esponjoso en mi espalda, era cómodo y la molestia allá atrás se me alivió un poco.
—Ya está, te puse un parche, así estarás mas cómoda —avisó y me giré en mi lugar hasta dar con una suave sonrisa ladina —. Cuando te la vayas a cambiar, me llamas para ayudarte, tus manos no llegan allí atrás.
Tonto.
—¿Qué peli veremos? —pregunté tratando de desviar el tema de conversación.
—No lo sé, escógela tu —sugirió temdiéndome el control remoto de la televisión.
Me recosté en el sofá y busqué en Netflix algo adecuado para ver con el casi rubio.
Cuando el filme empezó, el chico me tendió un tazón con palomitas, de las que él cogía de vez en cuando en el transcurso de la película.
Poco a poco me fui rodando —o eso quiero creer yo—, y para cuando los créditos se reproducían el el enorme televisor plasma, mi cabeza reposaba en el hueco entre el cuello y el hombro de Keo, inhalando ese aroma tan embriagador que se carga.
—Leah —me llamó suavemente —, ¿qué más te hizo ese maldito? —preguntó, casi suplicando que le dijera.
Su voz no exigía la verdad inmediata, o siquiera contarle, era, más bien, una opción. Podía escoger si quería contarle o no contarle.
A estas alturas, no hay nada qie ocultar ya...
—Cuando llegué, me resistí, incluso lo mordí en dos ocasiones... eso solo me salió más caro —empecé a relatar con una sonrisa cínica —. Recuerdo en una ocasión que me drogó, fue algún tipo de afrodisíaco, no recuerdo bien. Esa vez le arrojé licor en los ojos después de que se me pasaron los efectos de esa cosa. Cada vez que "desobedecía" o "me portaba mal" venía un castigo: un día sin comer, algunos azotes o algo por el estilo —continué, esta vez jugando en el borde de la polera del contrario —. Un día me dejó con unos amigos, para que los ayudara con sus cochinadas, y eso se repitió más de una vez —terminé con un hilo de voz, y una lágrima escapando de mis ojos, escurriendo por mi mejilla y terminado sobre la polera contraria —. Estoy tan sucia, tan usada.
Keo al sentir la humedad en su ropa se incorporó poco a poco y me vió al rostro. Su mirada era distinta, sus ojos reflejaban tanta calma y tranquilidad que podría perderme por ellos. Su vista bajó a algún punto de mi cara que no pude distinguir y se quedó allí.
Sus labios se estamparon contra los míos suavemente, sin moverse, apenas un leve contacto, un delicado contacto. Un beso suave y lento, distinto, un beso que me permití disfrutar, cerrar mis ojos y sentir el acelerado golpeteo de mi corazón.
—Estaría más que dispuesto a limpiar toda esa suciedad que dices tener, a borrar todas las marcas en tu piel y hacer unas nuevas, unas de las que te podrás sentir orgullosa y que mostrarías como un trofeo a todos —se separó de mí, susurrando en mi oído —. Te dejaría hacer algunas también en mi cuello, para que vean que soy tuyo y que tú eres mía.
Shock se quedaría corto para describir lo que siento. Todo mi sistema tembló por su voz, sus palabras y el impacto que estas tuvieron estás en mí. Es pronto, muy pronto, y supongo que me estoy lanzando al vacío. Porque la última vez que confíe en alguien, mira como quedé: en manos de un maldito líder de la mafia.
—¿Sabes? te meterás en muchos problemas por esto —señalé, regulando mi respiración.
—Eso no me importa ahora —le restó importancia.
Keo se levantó de su sitio, alzándome al estilo nupcial en el proceso. Pegué un pequeño gritito por la impresión, sintiendo las venas de los brazos del casi rubio marcarse ligeramente bajo mi menudo cuerpo.
Reconocí dónde habíamos llegado como la recámara de Keo. El contrario me dejó con sutileza sobre el colchón de la cama y se posicionó del otro lado de esta.
Nos quedamos así un rato, en la misma posición, ambos mirando al techo:
—¿Si sabes que esto pronto acabará? —pregunté insegura, algo dentro de mí removiéndose al hacerlo —No se que fue eso que pasó allá atrás, pero pronto acabará.
—Prefiero aprovechar todos los momentos que tengamos —ignoró mis palabras, arropándose más contra mí.
Nuestras cabezas en la misma almohada, un mismo colchón bajo nosotros, el mismo edredón tapándonos, nuestras piernas entrelazadas, nuestros cabellos revueltos, ambas respiraciones pausadas, mi aliento chochando contra su cara, el suyo contra la mía...
Ese sentimiento de protección estaba presente en ambos, sus brazos alrededor de mi cintura me decían que nunca me iba a soltar, que me cuidaría de lo que sea, como hoy curó mis heridas. Mi corazón se sentía cálido.
Nunca jamás dormí tan bien...
¡Buenaaaas Racers!
¿Cómo están? Espero que les gustando como va esto. Con cada cada capítulo que pasa, faltan menos para que acabe, pues como dije antes, esto es una historia corta :'(
Una preguntita...
¿Qué piensan de la portada? La dibujé yo y quisiera su opinión. Se las dejó aquí ↓
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