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01

Leah.

—Púdrete —le solté junto con una escupida, justo en su rostro.

Sabía que eso traía consecuencias, claro que lo sabía.

Pero ya hace rato me había acostumbrado al dolor y a sus perversiones, o que me preste a alguno de sus amigos idiotas, me da igual. Siempre que puedo le hago saber que es una escoria, y no me arrepiento.

—Escúchame bien, cariño —avanzó sin paciencia, cogiéndome del cuello con fuerza —, no te doy unos buenos golpes porque hoy tengo una carrera importante y no puedo demorar. No creo que quieras que te recuerde por qué estás tomando analgésicos hoy.

Me soltó de un empujón y se fue de la habitación de un portazo.

Con mucho pesar me estiré hacia mi chaqueta negra de cuero, esa que escondería mis moretones, vestigios de otra de mis "desobediencias".

Me miré al espejo, solo veía reflejada en él a una muchacha de veinte años, forzada a limpiar el desastre de otros, con notables ojeras bajo capas de maquillaje y zonas violáceas escondidas bajo una chaqueta y pantalones ajustados.

—¡¿A qué esperas inútil!? —gritó desde afuera —¡Muévete que llego tarde!

Salí de la casona esa donde vivo, que por cierto, bien fea está y me subí al coche de Suko: uno de no se qué modelo rojo metálico con dibujos de llamas brillantes debajo, con un alerón negro detrás. Brillante sin duda.

—Deberías ponerte el cinturón de seguridad hermosa, no quiero que te pase algo —recomendó el pelinegro subiéndose al asiento del piloto y encendiendo el motor de este trasto infernal.

Puse los ojos en blanco y me puse a mirar por la ventana del coche, casi dándole la espalda y suspirando pesadamente.

—Ojalá y me pase algo, así no tengo que aguantarte —respondí seca y sarcástica.

—Te quejas demasiado, mientras que yo lo único que hago es darte una vida llena de lujos y...

—Trabajos como si fuera una de tus criaditas —le corté.

—Okey, puede ser —admitió haciendo rugir con fuera el motor del auto —, pero ni se te ocurra pasarte de lista allá afuera, porque te juro que no te voy a matar a tí, mataré a tu hermano en frente tuyo —amenazó rabioso.

—Mátalo —le resté importancia —, es algo que llevo queriendo hacer desde que me entregó a un asco de persona como tú.

Y era verdad, después de casi un mes de pensarlo, me di cuenta de que personas como él no debían estar a mi lado. Si yo no era importante en su vida, él tampoco lo sería en la mía.

Perdí la cuenta, pero creo que... luego de casi seis meses de tortura, tanto física como psicóloga, no se hacen pagar tan fácil, así que aprendí del mismo Suko, que una muerte lenta y dolorosa es el mejor castigo...

La noche de Tokio nos envolvió completamente, los autos transitando de un lado a otro y multitudes de transeúntes pasaban por delante de nosotros.

Nos de tuvimos en un terreno algo alejado, pero nada abandonado. En cuanto el lujoso coche se abrió paso entre la multitud esta misma empezó a chillar emocionada, a hacer porras al azabache y a tirarme miradas nada amigables a mí.

Si claro, porque yo soy la envidia de cualquier chica, cualquiera quisiera estar en mi lugar. Y casualmente yo, no quiero estar aquí. En fin... la hipotenusa.

Bajé del carro y me dirigí a un pequeño bar improvisado que había por allí, bajo la sombra de los guardias, no, corrijo, gorilas de Suko.

El chirrido de las llantas en el fondo me hizo entender que una ronda de apuestas ya había comenzado. El sonido fue algo fuerte, pero cuando llevas un rato frecuentando estos lugares, te acostumbras.

—¡Viene la policía! —avisó uno que tenía intervenida la radio de la ley.

Nunca había vivido esta situación, pero por el desorden de gente y carros huyendo de lo que parecía el comienzo de una redada, me desorientó por completo.

Los gorilas de Suko se perdieron en algún momento que no percibí, pero los ví alejarse en sus coches, siguiendo a su jefecito.

¡Genial! Ahora es cuando me cogen presa, aunque será mejor que donde me estaba quedando. Creo que de todo esto puedo sacar ventaja.

—Sube, ¿a qué esperas? —frenó un auto enfrente mío.

El vehículo era verde neón, brillante, al igual que el alerón que llevaba en la parte trasera, y en la parte baja llevaba un listón de cuadros blancos y negros. Asombroso.

Me asomé por la ventana ligeramente, y ví directo al conductor: un chico de tez blanca, ojos verdes, cabello castaño, casi rubio y unos semi delgados labios sonrosados. Para mi sorpresa, el —sexy— conductor tenía rasgos occidentales, era otro gaijin.

Nada mal...

Analicemos: o es esto y que me den una buena paliza después, y yo echarle en cara a Suko que me dejó a mi suerte; o es que me cojan presa y que me den una paliza cuando me saquen por "inútil".

Y yo me quedo con al primera opción...

Abrí la puerta del copiloto y me metí dentro rápidamente, abrochándome el arnés de seguridad que llevaba el asiento.

El joven a mi lado —del cual por cierto no sé su nombre—, me sonrió y pisó a fondo el acelerador, abandonando el lugar con las sirenas de las patrullas de fondo.

—Y... ¿cómo te llamas gaijin? —pregunté dándole una repasada a su perfil.

Mi vista recayó en la pulsera que lucía en mi muñeca: oro blanco si mal no recuerdo, con algo que Suko pensaba que ignoraba: un rastreador. Me quité la joya sin que el extraño se diera cuenta y la tiré por la ventanilla del coche... mucho mejor.

—Primero que nada recuerda que estás en mi auto y que te acabo de salvar el trasero, así que nada de gaijin, gaijin —remarcó lo último con un tono que gritaba: "no te hagas la turista conmigo que también eres gaijin, una que está en mi auto y que le puedo hacer lo que yo quiera y nadie se entera" —, Keo, gaijin, Keo Crossman.

—Interesante nombre... —halagué algo cohibida, negando rápidamente— y nada de gaijin, usa mi nombre.

El castaño soltó una risa nasal y me miró de una manera que no supe descifrar. Percibía su mirada clavarse en mí como una daga, me sentía pequeña a su lado, protegida y desprotegida al mismo tiempo... todo tan raro y tan confuso. Debe ser porque sabe lo que es ser un gaijin, porque debió haber pasado por una situación parecida cuando llegó a Japón. Debe ser eso...

—Aún no me dices tu nombre y ya quieres que lo use —replicó burlón, suavizando su rostro.

Maldije internamente, este chico si que sabe jugar sus cartas y sacarme de quicio.

—Leah Rake —respondí sin más.

—Bonito nombre gaijin.

¡Aish! ¡Qué no me llames así diablos!

Algo me picó cuando observé con el ceño fruncido al piloto y este sólo me respondió con una sonrisa altanera y una expresión victoriosa. Estoy segura de que mide dos metros y su ego ocho.

—No debiste traerme aquí —le dije contemplando la linda casa —casi mansión— en la que me encontraba.

—¿Y donde te iba a dejar? —preguntó sentándose en una de las butacas individuales frente a mí —No puedo dejar a lindas damiselas en apuros en manos de la policía.

—Sucede que no soy una linda damisela —rodé los ojos —, y en todo caso, el que estará en apuros serás tú si me tienes mucho tiempo aquí —respondí haciendo un intento por que la comisura de mis labios no se curvara hacia arriba por el último comentario —. No sabes con quién ando ni que pueden hacerte.

—Sorpréndeme.

Hice una pausa, debatiéndome si realmente le debería contar...

Pero da igual, si no le cuento seguramente lo maten, y si lo hago no cabe duda de que me pondrá de paticas en la calle. No me importa... no me importa, mucho...

—Novia de Suko Nakamura, líder del clan Vhin del norte —dije bajito.

Esta vez mi orgullo se había esfumado, porque esa posición que tenía la encontraba repulsiva, la odiaba. Ser como la "intocable" de todas las carreras, esa a la que había que darle la bebida que quisiera y que si la mirabas mucho ya estabas firmando tu sentencia de muerte.

El ojiverde se quedó callado, mas se levantó bruscamente del asiento y caminó por toda la estancia y se detuvo frente a mí:

—¡¿Suko Nakamura!? —preguntó casi gritando, pasándose una mano por los cabellos con frustración.

Por inercia me eché hacia atrás y me hice una bolita, con mis piernas sobre mi pecho y mis manos en mi cara. Me va a golpear, estoy segura...

Pero el golpe nunca llegó...

Todo se mantuvo en silencio, ni una voz, un ruido, nada. Quité despacio las manos de mi cara y la expresión de Keo no daba abasto: parecía confundido, pero luego de unos minutos, al parecer comprendió y  frunció el ceño inconforme, abriendo y cerrando la boca muchas veces, como queriendo decir algo.

—¿Pensaste que te iba a golpear? —inquirió preocupado.

Me quedé muda, no supe que responder. La verdad es que sí pensaba que me abofetearía o haría algo mucho peor conmigo. Pero a la misma vez sentía que estaba resguardada de cualquier cosa junto a él, que no me haría daño.

—¿Quieres volver con él? —preguntó, mirándome de nuevo a los ojos.

Keo Crossman era del tipo de personas que tenían esa mirada que te obligaba a ceder, a no mentir, a doblegarte, a obedecer...

He conocido a muchos hombres así, y ese tipo de mirada solo me ha cohibido cuando viene de él, como un interruptor que solo él ha encontrado y ha accionado.

Y creo que es porque nunca me ha importado, no me importaba si me daban una golpiza o si me mataban directamente; pero no sé por qué ahora sí me importa, creo que es porque tengo esperanzas de que sea diferente... de que por ser un gaijin, sea diferente.

—¿Por qué le tienes tanto miedo? —dió un paso más cerca y yo me encogí más en el sofá —¿Por qué me tienes miedo?

Seguí en mi misma posición, inmóvil sobre aquel sofá, siendo escaneada con los esos ojos verdes de mirada escalofriante que tenía el contrario.

Me estaba analizando...

Y yo tenía miedo, miedo de lo que haría conmigo...

—Quítate la chaqueta —ordenó recio.

—¿¡Q-qué?! —jadeé sorprendida en mi lugar.

—No lo repetiré dos veces Leah.

Esa mirada de nuevo, esa que me hizo removerme y envió un escalofrío a través de mi columna vertebral.

Me quité la prenda con lentitud y dejé al descubierto mis brazos, y junto con ellos las marcas violáceas que adornaban mi lechosa piel.

El casi rubio tensó la mandíbula e hizo sus manos puños.

—Te trataba como mercancía —afirmó —. Te golpeaba y ¿que más Leah? ¿Abusaba de tí? ¿Te tocaba sin tu permiso? ¿Eras su esclava?

Calla...

Y ahí estaba yo, quebrándome de nuevo, cuando pensaba que ya no podía romperme en más pedazos. Hace mucho ya que yo no era un jarrón, era un mosaico: muchas piezas rotas y sin posibilidades de siquiera volver a encajar. Sacando a flote todo lo que me encargué de hundir y reprimir en lo más profundo de mi ser.

Un nudo se formó en mi garganta, pero me negué a llorar, a mostrar algún tipo de debilidad ante este chico que, aunque me salvó, sigue siendo un desconocido.

Por que pensé que era alguien distinto, pero con recordarme esto, de esta manera... quién soy, como viví y como vivo... lo hace igual a Suko... cruel.

Soplé con disimulo hacia mis ojos, reteniendo con éxito las lágrimas que querían abandonarlos y miré directo a sus ojos.

—Sí, era su mercancía, su trofeo —respondí firme —supongo que, hasta que Suko me encuentre, ahora eres mi dueño —continué con pesar, cada palabra siendo más complicada de pronunciar que la anterior —. Haré lo que me pidas entonces.

El chico sonrió ladino y alzó una ceja, pareciendo debatirse algo.

Él era igual a los otros, seguro ordenaba lo mismo de siempre... mi cuerpo...

—¿Lo que yo quiera? —me volvió a escanear con la mirada, pendiente de mi decisión.

Tragué duro... si iba a pedirlo...

Antes quería otro dueño, ahora quiero ser mi propia dueña.

Muy tarde...

—Lo que quieras.

Hola Racers!

Al fin damos inicio a esta historia. Si les gusta la acción, las carreras y las cosas ilegales, sean más que bienvenidxs.

Espero que les esté gustando y dejen por ahí sus opiniones →

Nos leemos ;)

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