VEINTIUN AÑOS (Tercera parte)
Estábamos de vacaciones en la casa de la abuela de Helen, esa chica alocada. Era un lindo lugar. Una cabaña junto a un lago y un bosque. Parecía un escenario de película romántica. Pero lo que pensé que serían unas relajantes y reparadoras vacaciones, terminó siendo la peor semana de nuestras vidas.
Piensa en Jesús, piensa en Jesús, me repetí una y otra vez, mentalmente, como si pudiera apartar aquellos pensamientos pecaminosos que surgieron en mí.
Y sí, no era para menos. Los seis estábamos en el lago, yo, al principio, con la mirada concentrada en el bello paisaje, perdido, viendo alguna ave colorida, alguna flor acuática, hasta que un cuerpo se interpuso en mi campo de visión, opacando todo aquel escenario natural. Ah, Dios santo y misericordioso que creó semejante criatura hermosa. Pasé saliva dolorosamente cuando ese tal Marcus se quitó la camiseta justo frente a mis ojos, a sólo unos metros de distancia. No quise ver, lo juro, pero mis ojos no me obedecían, lo siguieron hasta la laguna, dónde se zambulló lentamente, cerca de esa chica que lo traía loco, para salpicarla a modo de broma.
Diana colocó un gesto enfadado y salió de la laguna, como si, que la mojaran en una laguna, fuera un acto sumamente molesto. Por supuesto, sólo era una excusa para insultar al chico.
Chisté la lengua con algo de molestia.
¿Acaso esa chica no veía lo que tenía detrás? ¿A semejante divinidad nórdica?, yo que ella me olvidaba de ese Nicholas, que tampoco era la gran cosa, y me quedaba, sin pensarlo dos veces, con Marcus. Además, Nicholas ya estaba apartado por mi amiga.
Suspiré en medio de un lloriqueo infantil. ¿Por qué debía ser heterosexual?, diablos.
Centré mi vista en otra cosa, pues, debía hacer mi mayor esfuerzo para no caer enamorado de un imposible. Jeremy, ¿por qué nunca te enamoras de la persona correcta?, realmente era un idiota.
Mis ojos dieron con Nicholas, quien estaba sentado a un metro de mí. Sus ojos estaban fijos, grandes y brillantes sobre mi buena amiga. Lea se reía infantilmente, al ver como Marcus molestaba a Diana.
Al parecer yo no era el único que ya estaba perdido. Bueno, por lo menos él sí tenía una oportunidad.
— Lea es la chica más hermosa que he conocido.
Me sorprendí al escuchar su voz. No supe si me lo decía a mí o se le había escapado de la mente de manera inconsciente.
— Me alegro que lo de ustedes vaya bien — le dije, y realmente me alegraba. La felicidad de Lea también era la mía.
— Gracias, yo también. Nunca creí que una chica como ella podría darme una oportunidad — me respondió, aún sin apartar sus ojos de tonto de Lea. Lo veía sonreír cuando mi amiga lo hacía, contagiándose de la forma de sus labios de inmediato, incluso sin saber por qué se reía, él lo hacía igual.
— Ah, qué par de tontos enamorados — dijo Helen, quien apareció en escena con su despampanante biquini y su piel tostada natural. Tenía una pelota inflable bajo la axila y un sombrero enorme sobre la cabeza —. Vayan al agua en vez de quedarse embobados aquí — dijo divertida.
Nicholas le respondió arrojándole un poco de arena. Ella escapó del proyectil con una carcajada y se unió a Marcus, en su tarea de molestar a Diana.
— Lo siento...
Miré a Nicholas totalmente impactado. ¿Y ahora qué bicho le había picado?
— No me porté muy bien contigo cuando nos conocimos. Sólo, estaba inseguro, fui un idiota... ¿puedes perdonarme?
Sonreí. Nicholas se refería a ese día en el bar. Si bien no había dicho nada insultante, sus miradas desafiantes y sus interrogaciones, habían sido suficientes amenazantes.
— No hay cuidado con eso. Ni siquiera me acordaba de esa vez — dije con una sonrisa, la cual él devolvió gustoso, amistándonos de inmediato, a pesar de que nunca habíamos sido enemigos. Pero esa pequeña cosa había quedado pendiente, aunque insignificante, parecía pesar aún en la conciencia de Nicholas. Eso me alegró, fue un indicio de que era un buen chico y que Lea sería feliz a su lado.
— Eres un buen amigo. Lea siempre habla de ti.
Abrí la boca con sorpresa, pero no dije nada cuando de repente él se levantó de la arena y estiró su espalda, intentando ocultar su repentino bochorno. Al parecer la disculpa le había costado una buena porción de orgullo y valentía.
— Voy al agua — dijo, y se alejó, luchando con su rostro rojo. Yo me carcajeé para mí mismo y sonreí. En ese pequeño momento, me sentí feliz. Sentía que había encontrado a las personas correctas.
Casi al terminar la semana de esas minis vacaciones, sucedió algo que me desesperó. Al principio no me percaté que algo extraño estaba pasando, pues, algo así nunca se cruzaría por mi cabeza.
Primero le envié un mensaje, pues, habíamos acordado esa tarde bajar al pueblo para tomar un helado, y como no la veía por ningún lado, supuse que estaría en la laguna con su novio o por alguna parte.
— "No te olvides de mi helado" — le escribí con un emoji divertido. Bloqué el celular y me entretuve en otra cosa. Pero volví a este al ver que mi respuesta no llegaba.
Encendí la pantalla. Nada.
No quería ser paranoico, pero Lea contestaba siempre al segundo, pues, llevaba su teléfono a todas partes.
Y no era sólo eso, algo, muy dentro de mí, gritaba peligro, como un muy mal augurio.
Sacudí mi rostro un par de veces, desembarazándome de esa sensación, cual creí infundada.
No, estaba exagerando. Posiblemente, desde la muerte de mi madre, temía que algo similar le pasara a Lea. Pero no, debía dejar de ser tan dependiente de ella.
Y con esa resolución en mi mente, guardé el celular en mi bolsillo y volví la mirada al televisor. Estaba viendo una película con Helen, quién no dejaba de comentarla y de hablar del guapo actor.
Terminó la película y aún no recibía noticia.
No, Jeremy, no pienses negativamente.
Una sensación temblorosa se agitó dentro de mí cuando vi a Nicholas ingresar a la sala, y estaba solo.
— ¿Y Lea? — le pregunté, intentando sonar lo más natural posible.
— ¿No estaba contigo? — me preguntó extrañado.
Yo negué con la cabeza, comenzando a impacientarme. Le comenté que hacía rato que le había escrito, más de dos horas, y aún no recibía respuesta.
— No te preocupes — dijo, pero él también lucía preocupado, ya que ella no había dicho nunca que saldría y que no le llegaran los mensajes, era aún más extraño.
Vi a Nicholas marcar en su celular y esperó cuando escuchó aquel tono intermitente de llamada.
— ¿Te pudiste comunicar con Lea? — le pregunté.
— No contesta el teléfono — me respondió con la voz entrecortada.
Esperamos, lo que más pudimos, todos impacientes.
Las horas pasaban, y el tic tac del reloj me parecía una melodía tortuosa, que marcaba una espera que parecía perenne.
Ya era de noche y aún no teníamos noticias de Lea. Eso representaba una muy mala noticia. La casa en la que estábamos quedándonos, quedaba muy alejada del pueblo, se ubicaba sola, bordeando un bosque, junto a aquella laguna. Pero, de día era una cosa, de noche otra. El paisaje romántico se convertía en uno de terror. Un escenario sumamente peligroso para alguien que no era de la zona.
¿Cómo haría Lea para volver sola en medio de la noche? Nadie quería decirlo en voz alta, pero era más que seguro que estuviera perdida.
Nicholas fue el primero en perder la compostura.
— Lo mejor en estas situaciones es mantener la calma — intenté amenorar las tensiones. Lo último que necesitábamos era que entráramos en alguna locura.
— ¿La calma? ¡¿LA CALMA!? ¡No puedo mantener la calma! ¡No puedo! ¿Y si algo malo le pasó? — me contestó Nicholas y yo sentí que un nudo se formaba en mi garganta.
¿A quién quería engañar?, yo también estaba perdiendo la calma, sentía que mi cuerpo temblaba por completo, que caía en algún abismo, a pesar de que a los demás intentara mostrarles una fachada calmada, seguía siendo sólo una fachada mentirosa.
Tuve que reposar mi cuerpo sobre la pared para no caerme sin conciencia allí mismo. La conversación de mis amigos apenas llegaba a mis oídos con palabras entendibles.
No...
No, Lea.
¿Dónde estás?
Cuando decidimos dejar de esperar y salir a buscarla por nuestra cuenta, ya estaba lloviendo. Era una noche fría y tétricamente oscura.
Buscamos en el pueblo, en la laguna, pero no había ni una señal de ella. Nadie la había visto. Sólo quedaba un lugar donde buscar: el bosque.
En la entrada del bosque, me detuve para sostenerme de un árbol, cuando sentí que mi visión se apagaba por completo, incluso había perdido la audición. Era como estar en una caja claustrofóbica. No veía ni oía nada. Sólo sentía el frío calar en mi cuerpo, y las gotas de la lluvia resbalar por mi rostro.
El miedo había comenzado a apoderarse de mí, y con ello me habían asaltado los peores pensamientos negativos.
No, no Lea. No podía pasarle nada a Lea. ¿Sino qué sería de mí?
¿Qué iba a suceder conmigo si le sucedió algo malo a Lea, a esa chica que es como mi única familia? No, no podía perderla.
No, no podía...
Cuando sentí que las cosas empeoraban, y que el aire comenzaba a faltarme. De repente volví a la realidad cuando una mano se posó sobre mi hombro.
Era Marcus.
— ¿Te encuentras bien? — me preguntó, al parecer se había percatado de mi descompensación.
— S-sí — respondí con algo de dificultad. Me separé del árbol y me paré recto para demostrarle que todo estaba bien.
Él no pareció muy convencido, pero no renegó de mi respuesta y ambos nos unimos a nuestros amigos para continuar con la búsqueda.
Al llegar, Marcus tomó la mano de Diana con la suya. Ella se sonrojó. Mi corazón se estrujó un poco. Sí, nunca había tenido esperanzas con ese chico, pero de igual manera dolía igual.
Casi sentí que volvía a morir cuando la encontramos.
Su pequeño cuerpo estaba frío, pálido, inmóvil, debajo de un árbol, sobre un charco que comenzaba a acumular agua de lluvia.
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