VEINTITRÉS AÑOS
Pasaron los meses, ya no era un chico universitario. Ahora era un adulto en todas las normas. Había logrado que un bufete de abogados me contratara. Era uno pequeño, pero que, para alguien como yo, que recién comenzaba en el mundo laboral, era más que suficiente.
Dejé de trabajar de noche en el bar de Javi, pero cada tanto lo ayudaba cuando le hacía falta personal. Lo hacía más cómo un favor de amistad, que por necesidad económica.
Ser un adulto, con un trabajo estable y un título universitario, fue un gran alivio para mí. Literalmente, el dinero me sobraba y ya no sabía qué hacer con él. Me comparaba la ropa que nunca me había podido comprar, lo gastaba en cosas inútiles, iba a viajes, a cines, a bares, y siempre me sobraba el dinero. Pues, no tenía más gastos que yo mismo y una muy baja renta.
Pensé en varias oportunidades en mudarme a un mejor lugar, pero pensar, que me iría a vivir sólo..., me deprimía y me quedaba allí, en esa pequeña casa rentada con Charly. Nunca lo admitiría en voz alta, pero Charly era un gran pilar en mi vida, era lo más parecido a familia o un hermano que alguna vez tuve.
¿Y con respecto al amor?, todavía seguía igual, siempre con el corazón roto, pero esta vez... había sido diferente. Si bien, las cosas nunca habían ni siquiera empezado con Ariel, nuestra despedida, sus palabras, hicieron que el duelo fuera distinto. ¿Dolía? ¡Por supuesto qué dolía!, tenía el corazón adolorido, pero no estaba destrozado. Él me había rechazado de forma tan amable, que mi corazón estaba sanando de forma lenta y poco dolorosa, como una herida bien curada. Era extraño, pero cuando lo recordaba, lo hacía con una sonrisa en el rostro. Ah, Ariel. Nunca me arrepentiré de haberte amado alguna vez.
Por supuesto, el sentimiento era totalmente diferente a esos tiempos cuando pensaba en David después de la ruptura. Era tan diferente, no... ellos eran los diferentes, por eso, se sentía distinto y sanaba de manera desigual.
No tenía comparación.
Pero... no siempre pensaba así. A veces, me atacaba cierto miedo atroz, al pensar que ninguna de mis relaciones había funcionado. Me sentía embrujado, como si algún diablo hubiera dejado una maldición sobre mí, una maldición que me prohíba ser amado. Todas las veces mi corazón había amado de forma unilateral, se encandilaba solo, sin recibir ni una mísera migaja de cariño a cambio. Nadie me quería ni me querría nunca.
Intentaba constantemente en no pensar en eso, en enfocarme en el trabajo, para no dejarme llenar por la melancolía y esos pensamientos negativos, pero no siempre funcionaba. Cuando volvía a mi casa, y me acostaba en mi cama, solo, esos pensamientos volvían sobre mí, agravados por la presión y el cansancio.
Por parte de Lea, los últimos meses habían sido muy difíciles para ella, apenas había tenido tiempo para ella misma y sus amigos. Había nacido su primer hijo, Devon, el cual consumía todo su tiempo y atención. Diana también tenía una hija ahora, y los demás estaban ocupados y sumergidos en sus trabajos.
Ser un adulto, era bastante solitario.
Era Charly, de cierta forma, el único que permanecía a mi lado, pues, él era algo ermitaño y salía sólo de noche o con su novio. Así que me hacía compañía constantemente. Por suerte siempre opacaba mis pensamientos negativos con alguno de sus comentarios idiotas y terminaba por sacarme una carcajada. A él, sobre todo, le debía que me mantuviera aún cuerdo.
Pero las cosas cambiaron una mañana.
— Tengo algo importante qué decirte... posiblemente te sorprenda, pues, ni yo mismo me imaginé en una situación similar — Charly había comenzado a desvariar en medio del desayuno. Eso quería decir que tenía algo importante qué decir, pero no sabía cómo explicarlo.
— ¿Qué sucede?, desembucha — le dije, dándole un sorbo a mi café, mientras miraba el reloj en mi muñeca. No quería llegar tarde a mi trabajo.
Charly se rio de manera tonta. Estaba muy emocionado por la noticia que tenía para mí.
Extendió su mano izquierda sobre la mesa, acercándola a mis ojos. Yo la miré, sin ver nada extraño en ella, al principio, pero, con el pasar de los segundos, vi algo nuevo en uno de sus dedos esmaltados de negro.
— ¿Un anillo? — pregunté de manera confundida — ¡¿Un anillo?! — grité cuando entendí lo que trataba de decirme — ¿Es lo que creo que es? — no podía creerlo. Nunca lo imaginé de Charly.
— Sí... Mika se me propuso — y se tapó el rostro con vergüenza, incluso así, podía ver que sus mejillas brillaban en rojo como dos faroles.
— ¿Tú?, ¿vas a casarte? — era realmente increíble — ¿Dónde quedó el Charly anti-compromiso que conozco?
— Ja, ja — se rio de sí mismo —. Sí, sé que siempre me opuse a ello, pero cuando Mika me lo propuso... realmente me hizo muy feliz.
— Créeme que no lo entiendo — todavía no podía salir del estupor.
—Siempre supe que querría estar junto a él, todos los días y todos los años que nos resten. Desde que estamos juntos, siempre he tenido este sentimiento y nunca ha decaído, ni un poco. Si fuera cualquier otro, me hubiera burlado en su rostro, pero como es Mika — dijo con ensoñación, mientras contemplaba la alianza en su dedo anular —, me pregunté: ¿por qué no?
Lo miré en silencio, durante varios segundos, sonreír todo alunado. Esta decisión le hacía verdaderamente feliz, así que yo también sería feliz por él.
— Realmente, me sorprende, pero si es lo que quieren, estaré apoyándolos y deseándoles mucha felicidad.
Charly me sonrió y luego recostó el pecho sobre la mesa hasta alcanzarme del otro lado, en el proceso tiró el plato de galletas al suelo. Iba a regañarlo, pero no lo hice cuando mi amigo me rodeó en un abrazo, algo incómodo, ya que se interponía la mesa entre nosotros.
— Gracias — me dijo y luego me soltó para terminarse su taza de café.
Yo también volví a mi café.
— Estamos pensando en vivir juntos, ya que mi cariñito se ha graduado — siguió hablando Charly.
Tosí al escuchar sus palabras. Charly aún no había terminado con las nuevas noticias.
— ¿Vas a mudarte? — le pregunté con algo de temor.
— Sí, hemos estado buscando nuevas casas, seguramente lo haremos el mes que viene.
— Oh, qué bien — dije, a pesar que no estaba nada bien.
Lo entendía, Charly y Mikael ahora serían un matrimonio, se mudarían juntos porque eso es lo que hacen los matrimonios. Yo sería un estorbo entre ellos dos, así que me quedaría solo.
Me quedaría... solo.
Tuve que dejar la taza sobre la mesa, ya que mis manos habían comenzado a temblar y pude volcar su contenido. Charly estaba muy entusiasmado con su nueva sortija, así que no se dio cuenta de mi reacción a su noticia.
Intenté serenarme, buscando apartar aquellos malos pensamientos de mi mente, cosa que fue en vano.
Terminado el desayuno, me despedí de mi amigo, y me dirigí a mi trabajo, con la cabeza llena de preguntas y miedos.
Llegué a mi trabajo, tuvimos una reunión ya que teníamos un juicio al qué asistir. Mi mente estuvo toda esa hora por las nubes, así que apenas pude entender de qué se trataba, al parecer una mujer denunciaba a otra por estafa. Ya que nuestra clienta había sido persuadida por medio de engaños para vender en su tienda productos de procedencia dudosa.
Obviamente, no fui elegido para el caso, ya que no me encontraba atento a todos los hechos y pruebas que se expusieron.
— Eres nuevo, si quieres avanzar, deberías tomarte este trabajo más en serio — me regañó un anciano.
— Sí, lo siento — me disculpé, el anciano siguió con su reprimenda, pero yo no pude seguirle el hilo, no podía, mi mente sólo pensaba en que me quedaría solo... solo... solo.
Fallar en mi trabajo, fue otro duro golpe.
Era un inútil. Ni siquiera podía prestar un poco de atención... era un idiota, merecía que me regañaran. Incluso si me despedían, lo tenía bien merecido por inútil.
Mi padre siempre tuvo razón de avergonzarse de mí.
Mis ojos se aguaron de camino a mi casa. Pero me contuve de llorar, quería ser fuerte, al menos en eso.
Abrí la puerta de mi casa, sintiendo que me faltaba el aire.
Me senté sobre la mesa y apoyé mi frente contra la madera de esta hasta que logré calmarme.
Estaba teniendo un ataque de nervios, ya no podía controlarme ni a mí mismo.
Cuando, pude respirar mejor, me levanté de mi asiento y fui hasta la habitación de Charly, necesitaba hablar con alguien, o sino explotaría.
Golpeé la puerta de su cuarto, pero nadie atendió.
— ¿Charly? — tampoco respondió al llamado de su nombre.
A continuación, hice algo que nunca había hecho. Abrí la puerta de su cuarto sin ser invitado.
— ¿Charly? — pregunté, pero la habitación estaba vacía.
Caminé hasta la cocina y me preparé algo de comer. Talvez si tenía el estómago lleno, me sentiría un poco mejor.
Era la primera vez que comía solo.
Me senté en la mesa solo, en una habitación sola... coloqué plato y vaso para uno solo.
Di un trago a mi vaso de agua.
Dios, qué sensación más horrible. ¿Así sería siempre a partir de ahora?
Mi corazón latió con fuerza y mis pulmones se cerraron, impidiendo que el oxígeno ingresara normalmente.
Comería solo. Dormiría solo. Viviría solo. No habría nadie a mi lado más que yo mismo.
Charly se iría, me dejaría solo, porque yo no era nadie en su vida... no era nadie en la vida de nadie. ¡A nadie le importaba!
No, no pienses en esas cosas.
Me llevé mis manos a mis oídos, como si así pudiera aislar esos pensamientos, pero no podía, estaban en mi cabeza y seguía oyéndolos.
Tomé mi celular e intenté llamar a Lea... la necesitaba para que su voz tapara esos pensamientos negativos.
— Hola, ¿Jeremy? — respondió después de varios tonos, su voz se oía cansada. Seguramente el bebé no la dejaba dormir las ocho horas que se necesitan por día — ¿Qué sucede? — insistió cuando yo no respondí a su saludo.
— Lea, háblame, por favor.
Lea se mantuvo en silencio unos segundos, seguramente mi actitud la extrañó. Yo nunca me comportaba así, siempre intentaba mantener la cordura, pero cuando llegas al abismo... ya no puedes disimular más que estás roto.
— ¿De qué quieres hablar? — me dijo, y yo no supe qué responderle.
¿De qué quería hablar? ¡Cualquier cosa estaba bien!, sólo con escuchar la voz de alguien me conformaba.
— Lea, yo... — estaba por decirle la verdad, que ya no podía más, que me hundía en el infierno, pero un llanto de bebé me interrumpió.
— ¿Devon? — escuché a Lea llamar a su bebé — Lo siento, Jeremy, tengo que irme. Devon se despertó.
— Está bien — le dije, pero nada estaba bien.
Lea cortó la llamada.
Miré el celular, ahora bloqueado.
Había silencio de vuelta a mi alrededor.
Lea... ella tampoco podía darme mucha importancia cuando ahora tenía a una personita mucho más importante e indispensable en su vida. Así, de a poco, nos iríamos alejando. Ya nada volvería a ser lo mismo.
Todos seguían avanzando menos yo, estaba estancado en mi infierno.
No podía amar a nadie porque me lastimaban, y nadie me quería.
Yo necesitaba de todos, pero nadie necesitaba de mí.
Era un inútil.
No era indispensable para nadie.
Seguramente si me muriera ahora a nadie le importaría.
En ese momento toqué fondo.
¿Qué sentido tenía que siguiera aquí si nadie me necesitaba?
Caminé hasta mi habitación, busqué por los cajones hasta que di con lo necesario.
Tomé una lapicera y escribí en el papel con pulso inestable. Mis dedos temblaban y las letras eran dejadas como si estuvieran electrificadas.
Una lágrima manchó la hoja, haciendo que la tinta de mi firma se desparramara por el papel.
Doblé la carta y la dejé sobre la cama.
No podía más, me había cansado de sufrir. Y tampoco tenía razones para seguir...
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro