VEINTIDÓS AÑOS (Tercera parte)
Las horas extras no quedaron sólo para ese sábado, se hicieron asiduas, día tras día, pues, se había vuelto casi un vicio para mí malgastar dinero para encontrar alguna razón con la que visitar aquella librería. Iba en búsqueda de una nueva lapicera, a pesar de que a la mía todavía le quedaba más de la mitad de su tinta. Sacaba copias de cualquier trabajo o libros a pesar que no las necesitaba. La cartilla de la biblioteca quedó olvidada dentro de un cajón, pues, preferí gastar dinero en comprarlos en vez de pedirlos prestados a la bibliotecaria.
Este nuevo amor era una hipoteca. Y las horas extras estaban arruinando mi rendimiento en la universidad.
— Jeremy, despierta, ya terminó la clase — abrí los ojos cuando sentí que alguien me sacudía por el hombro. Era uno de mis compañeros.
Miré a mi alrededor, ya todos se habían ido a la siguiente clase.
Esa tarde me dirigía a aquella biblioteca con un nuevo libro que comprar en mente, al mismo tiempo que me insultaba a mí mismo por ser tan idiota en gastar mi sueldo en este chico que parecía amable, pero que podía oler a un kilómetro que era heterosexual, pero no perdía la esperanza, cuando me enamoraba me volvía un completo idiota e incluso creía en los cuentos de hada. Una película de romance podía volverse mi nueva biblia, si era lo suficiente persistente, talvez podía hacer que cruzara el charco a este lado.
Ja, sí, claro.
Entré a la librería con el corazón palpitante, este se desataba cada vez que caminaba en dirección a esta, la expectativa que generaba en mí, volver a verlo, me desarmaba por completo, me descomponía y la taquicardia era lo primero en aparecer en mi cuerpo.
Pero me quedé parado en la puerta cuando escuché la voz de una mujer que sonaba histérica.
— Dije que ya no quiero nada contigo, ¿no lo entiendes?
El chico se encontraba frente a la gritona, por su gesto, supe que estaba siendo dejado.
— Pero, cariño, no me importa que me hayas engañado, estoy demasiado enamorado de ti como para que eso me importe. De lo único que tengo miedo es de que me dejes.
— ¿Acaso no tienes dignidad?, ya no quiero saber nada de ti. Por esto te engañé.
— Cariño, por favor, hablémoslo. No me dejes así.
El chico tomó una de las manos de la chica, para impedir que escapara, pero tuvo que soltarla cuando ella le estampó una sonora cachetada en el rostro. Hice un gesto doloroso, como si me hubieran dado ese golpe a mí.
— No me toques — dijo y lo miró con bronca contenida —. Me acosté con otro hombre, ¿no lo entiendes? Él es mucho mejor que tú, mucho más hombre.
La chica dio media vuelta y salió por la puerta del negocio pisando el suelo con fuerza.
Me acerqué de manera cautelosa a la escena donde había sucedido la pelea.
El chico se encontraba sentado en el suelo, con una mano en la mejilla hinchada y los ojos rojos, conteniendo las lágrimas.
— Sé que duele, pero ella no te conviene. Hay un montón de chicas buenas allí afuera — le dije mientras le extendía una mano para ayudarlo a levantarse.
El chico alto me miró de manera sorprendida por haberlo descubierto en aquella situación incómoda. Por un momento, pensé que me insultaría por hacer un comentario a su situación, cuando no era nada más que un simple cliente, pero no fue así.
— Gracias, amigo — respondió y tomó mi mano. Tiré de él y lo ayudé a ponerse de pie.
Mi corazón latió con fuerza una vez que estuvo parado junto a mí. Me sentía algo pequeño a su lado.
— ¿Quieres mi número? — volvió a mirarme de manera extraña. Dios, por culpa de los nervios, no hacía más que meter la pata —. Quiero decir, por si necesitas hablar con alguien, yo estoy dispuesto a escucharte. Lo de recién fue algo...
— Está bien. Es buena idea.
¡No podía creerlo! ¡Había obtenido el número del chico!, no sólo eso, sino que ahora se encontraba soltero y con el corazón roto. ¿Y este golpe de suerte?
Intercambiamos números, y mientras agendaba el nuevo contacto, me surgió un problema: ¿Cómo debía anotarlo? ¿Cómo chico de la librería, chico alto o crush?, pues, no conocía su nombre y no me atrevía a preguntarlo. Era malditamente cobarde, ni siquiera entendía cómo había sido capaz de pedirle el número.
— Por cierto — dijo interrumpiendo mis pensamientos —. Me llamo Ariel.
— Yo... soy... yo — me odié a mí mismo por tartamudear — Jeremy.
Él me sonrió con esa curva que amaba.
— Bien, Jeremy, si no te molesta, cuando me entre la depresión por mi ruptura te voy a mensajear.
Abrí la boca con sorpresa.
— No, no hay problema, para eso te ofrecí mi número.
— ¿Seguro? ¿Aunque te llene el buzón de mensajes?
Me sonrojé como un tomate, pero no pude apartar la mirada de sus amables ojos.
— Incluso así.
Me quedé hipnotizado como un lelo, cuando vi que lo puse incómodo busqué una excusa para escapar.
— Eh, ya va a empezar mi clase. Espero tu mensaje.
— Gracias — me dijo y su voz tembló un poco, todavía estaba sensible por la reciente ruptura, y lo entendía, esa chica había pisoteado su corazón como si fuera cosa de poco valor.
Salí de la librería de manera algo torpe, pues, choqué con un estante y cayeron unos libros al suelo. Los levanté de manera veloz y hui del lugar como si me persiguiera una bestia salvaje.
De camino a mi facultad, miré el nuevo contacto en la lista del celular.
— Ariel — leí el nombre agendado en alto y sentí cosquillas en la barriga.
¿Estaba bien que tuviera un poco de esperanzas esta vez?
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