VEINTE AÑOS (Tercera parte)
— Mi padre me lo da todo, ropa y juguete que quiero. Nunca me levantó la mano, incluso me repite constantemente que está muy orgulloso de mí y me felicita por mis buenas notas. Es un buen padre, pero...
Amber se detuvo un segundo y supe que sería lo siguiente que su pequeña boca de niña diría. Sí, era un buen padre con ella, por fin había obtenido la hija que siempre quiso. Con sólo ver a Amber lo entendía, sus ojos eran claros como un cielo mañanero y su cabello parecía pintado por la luz del sol. Ella era todo lo contrario a mí, que tenía ojos y piel oscura. Entendía por qué la consentía y la amaba tanto, sí, era un buen padre, pero ese diablo nunca podría ser un buen esposo. Las mujeres valían nada para él, eran sólo meros cascarones con piernas y una barriga como incubadora. Eran un banco de genes para crear la mejor descendencia, y Agatha era perfecta para eso, sólo para eso. Con ver a Amber entendía su valor. Y ya no le servía, había perdido todo valor ante los ojos de ese diablo.
— Están buenas las galletas — dijo la niña para cambiar de conversación, lo hizo para no volverse a quebrar, para no arruinar el desayuno.
— Me alegro que te gusten, las hizo Mika — le informó Charly —. A él no le gusta que las personas sepan que le gusta hacer postres, así que será un secreto entre nosotros.
— No mientas, Charly, son compradas — se defendió Mikael, avergonzado porque ahora más personas supieran su secreto.
— No entiendo por qué te avergüenza este talento. Soy yo quien debería sentir vergüenza de quemar hasta el agua — Charly continuaba molestándolo.
— Cuando termines de desayunar, te llevaré a tu casa — le dije y Amber me miró de manera inquieta.
— No quiero — dijo y se cruzó de brazos. Se plantó en su silla, seguramente se opondría a que la saque del departamento.
Charly me miró preocupado. Su mirada decía: ¿Qué piensas hacer ahora?
— Amber, ya lo hablamos. No puedes quedarte conmigo.
Mi pequeña hermana hinchó sus mejillas en un puchero y sus ojos se humedecieron.
Las gotas saladas rodaron por sus mejillas tiernas. Mi corazón se rompió al verla así, ella había huido de ese infierno, buscando un poco de alivio, pero yo la devolvía allí. Era irónico, talvez ella pensó que sería su ángel salvador, pero sólo me estaba salvando a mí mismo. Era egoísta y cobarde, me aterraba enfrentarme a todos los problemas que conllevaría rescatarla y llevarla conmigo.
Tenía mis propios problemas y me asustaba cargar con otros ajenos.
Me arrodillé frente a ella y apreté sus brazos con suavidad para llamar su atención.
— Amber, eres muy pequeña para entenderlo, pero inténtalo y mira a tu alrededor. Estoy viviendo en un departamento pequeño, no hay otra habitación para que puedas quedarte, tengo un trabajo de ayudante de barman con el cual apenas puedo pagar mis estudios y este techo para no dormir afuera en la lluvia. Ahorro cada centavo, uso la misma ropa hasta que esta se llene de agujeros y me compro nueva cuando ya no tengo para cambiarme. No me doy de lujos, hace años que no me compro una mísera barra de chocolate, y todo para que me alcance para no morir de hambre. Y eso se repite mes a mes. ¿Crees que puedo cuidar de ti en estas condiciones? ¿Crees que puedo darte los mismos lujos que te da nuestro padre?, ropa, juguetes, caramelos... tendrías que decirle adiós a todo. Y, además, ¿crees que él te dejaría vivir conmigo?, no, ambos sabemos que no. Nunca te dejaría, él mismo vendría a buscarte y te llevaría con él de vuelta, una y otra vez y a mí me dejaría atrás, porque tú eres la única que le interesa...
Detuve mis palabras cuando Amber me cubrió la cabeza con ambas manitos y me apretó con fuerza.
— Lo entiendo, hermano — me dijo pegando su mejilla a mi frente —. No volveré a insistir en vivir aquí, pero por favor ya no llores.
¿Yo llorando?
Levanté mi mano para tocar mi rostro. Mis dedos se humedecieron. Estaba llorando y no supe cuando comencé a hacerlo.
Mi cuerpo se agitó en su diminuto abrazo, pero me sentí patético por ser consolado por una niña. Igual correspondí a él, la rodeé yo también. Y de fondo escuché un quejido algo incómodo de Charly, seguramente se estaría muriendo de frustración al ver esta escena y no saber qué hacer. Sonreí, pero fue una sonrisa triste y patética, ya que mi vida había sido así siempre. Estaba cansado de luchar y no recibir nada a cambio. Ni siquiera una pequeña luz de esperanza, de que todo, a futuro, estaría mejor.
Después de llorar y de abrazarnos, y de que Charly se moviera por todo el departamento de manera nerviosa, al parecer era un desastre cuando se trataba de momentos incómodos, vestí a Amber con su campera azul floreada, y los dos de la mano, salimos del departamento, no sin antes despedirnos de mis amigos. Charly dejó escapar una lágrima y Mikael le obsequió algunas de sus galletas caseras para el camino.
— Me gustan tus amigos. Son muy simpáticos — decía mientras íbamos sentados en el bus.
— Sí, a mí también me gustan.
Miré por la ventanilla y me sorprendí al pensar en el largo viaje que había hecho una niña pequeña para encontrar a su hermano que hacía años no veía.
— ¿Tú sola hiciste este viaje? — le pregunté.
— Sí, usé mis ahorros para pagar el trasporte — me respondió y luego mordió una de las galletas.
Estuvimos un tiempo viajando, y llegamos a mi antigua casa a eso del atardecer.
Amber apretó mi mano con fuerza cuando estuvimos frente a la puerta principal.
— Puede que padre ya te haya perdonado... — habló de manera veloz, para retrasar mi llamado a la puerta un poco más —. Si es así, ¿crees que podrías volver a vivir con nosotros?
La miré, sonreí para que no se preocupara más de la cuenta. Pero yo sabía que eso nunca sucedería.
— Talvez — respondí en cambio.
— ¿Puedo volver a visitarte? — preguntó tirando de mi mano.
— Si tus padres te dan permiso...
Me hubiera gustado que existiera esa posibilidad, pero ambos, Amber y yo, sabíamos que era imposible, mi padre nunca la dejaría que me visitara.
Suspiré. Ya era hora, no podía retrasarlo más.
Golpeé a la puerta y esperé.
Unos segundos después, una mujer desecha nos abrió la entrada de la casa. Me sorprendí. No era la misma Agatha que recordaba. Su cabello ya no tenía el brillo de antes. Estaba opaco y enmarañado. Su figura no era altiva y superior como recordaba, no, tenía la espina media encorvada y los ojos clavados en el suelo. Su imagen me recordó a la de mi madre. Sumisa y miedosa, con el rostro manchado de cardenales morados.
La mujer abrió los ojos con sorpresa al ver a su hija y corrió a abrazarla.
— ¿A dónde fuiste? — la interrogó mientras la inspeccionaba con los ojos temblorosos — Estuve tan preocupada. No vuelvas a huir nunca más — y la volvió a abrazar con fuerza.
Un nudo se formó en mi garganta al ver aquella escena.
— No te preocupes, mami. Estuve con mi hermano — dijo y Agatha levantó la vista para descubrirme a mí, parado junto a ellas. Abrió los ojos cuando me reconoció. Separó los labios para decir algo, pero no pareció encontrar las palabras correctas.
— ¿Qué sucede, Agatha? — un frío aterrador me recorrió el cuerpo al escuchar esa voz de vuelta.
Un hombre salió por la puerta, al ver a la niña la retiró de los brazos de su madre para abrazarla. Amber se quedó inmóvil, y de manera incómoda se dejó cargar.
Mi padre había envejecido un poco desde la última vez que lo había visto. Unas canas habían aparecido en su cabello, y algunas arrugas comenzaban a marcar la piel de su rostro. Ya no era tan joven como antes, pero seguía dándome el mismo pavor de siempre.
El hombre levantó la vista y la cruzó con la mía. Pasé saliva al enfrentar al diablo. Había pasado tanto tiempo, pero todavía lograba congelarme la sangre en las venas y petrificarme el cuerpo entero a causa del miedo. Era tan imponente y atemorizante.
En ese momento recordé cuánto le temía, y cuánto lo odiaba.
Un sonido a latigazo cortó el aire cuando la palma de su mano dio de lleno con mi rostro. Me tambaleé hacia atrás, pero logré mantener el equilibrio antes de caer.
— No, papi. No le pegues, él me cuidó, fue bueno conmigo.
Mi padre le entregó mi hermana a Agatha y me miró con tanta ira que me asustó.
— Debí suponer que esto era tu culpa.
Me quedé en silencio y congelado. No pude contestar nada. El miedo de los recuerdos me tenía paralizado.
— Déjame — decía Amber intentado soltarse de su madre — ¡Quiero vivir con mi hermano! ¡No me importa si no tengo juguetes o no vuelvo a comer chocolate nunca! ¡No me dejes aquí sola!
— Métela en la casa — dijo mi padre y Agatha tuvo que arrastrar a mi hermana, ya que esta puso resistencia, negándose a que yo la abandonara allí.
Pero... ¡lo siento Amber!, sé lo que necesitaste ese momento de mí, pero no pude ni moverme. Estaba con los pies pegados al suelo a causa del miedo de volver a ese infierno y de ver a su diablo otra vez.
— No volverás a ver a tu hermano, nunca — dijo mi padre y me miró de la peor manera que puede mirar un padre a su hijo, con desprecio y asco.
Al final, la mujer logró llevar a la niña.
Ella lloró, diciendo que quería quedarse con su hermano, una y otra vez, pero yo no tenía la fuerza de detenerla. Pero tampoco podía hacer nada, él era mi padre, tenía derecho sobre mí y mi hermana. Y yo no tenía la fuerza para enfrentarlo.
Pensé que volvería a golpearme, pero no lo hizo, se dio media vuelta e ingresó a su casa, cerrando la puerta detrás de él. Así, quedé sólo en la calle, con las piernas temblándome y un dolor punzante en mi mejilla.
Después de eso no volví a verla, en mucho, mucho tiempo.
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