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TRES MESES DESPUÉS (Tercera parte)

Camino hasta la cafetería, bien conocida para mí. Busco con la vista hasta la mesa que me habían indicado.

— La tercera junto a la ventana. De derecha a izquierda — la encuentro de inmediato. Es una mesa algo alejada de las otras. Perfecta para tratar temas de trabajo. En ella se halla ya un hombre tomando un café. Es el cliente, no cabe duda.

Camino hasta la mesa y me paro frente a ella. Extiendo mi mano con intenciones de efectuar un saludo formal, propio de todo profesional bien llevado.

— Buenas tardes, es un gusto conocerlo. Me enviaron a cubrir su caso — me extraño al no sentir que me devuelvan el apretón de manos. Es entonces cuando levanto la mirada.

Mis ojos se abren al ver a la persona que se halla frente a mí. Esta se encuentra tan impactada como yo. Mirándome fijamente, con el reconocimiento en los ojos, sin moverse un centímetro.

Esos ojos, azules, tan oscuros que, si no los veías a la luz, parecían negros. Su cabello castaño permanecía igual, y sus pecas en su mismo lugar, sólo, que esta vez, se veían más claras, casi imperceptibles, camufladas con la blancura de su piel. Su nariz, sus labios... todo en él es igual a cómo lo recordaba, a pesar de los años, sólo se veía más adulto.

Abro la carpeta con los papeles que traía para este caso. No sé por qué diablos no leí las formas antes de mi encuentro.

Tengo que leer su nombre plasmado en papel para asegurarme y no decir una estupidez a continuación. La tinta impresa sobre blanco me lo confirmó. Es su nombre... es él.

— Roma... — leo su nombre de pila y me trabo antes de decir su apellido. Es él... Roma, mi Roma. Levanto los ojos de la carpeta para centrarlos en mi cliente, que resulta ser alguien que ya conozco.

— ¿Jeremy? — él pregunta mi nombre para asegurarse. Yo asiento, sin poder formular ni una palabra. Roma exhala y se ríe de manera nerviosa — Increíble. Nunca imaginé que volvería a verte.

— Yo tampoco. El mundo es un pañuelo, ¿eh? — intento bromear para aligerar el ambiente.

— Vaya que lo es — Roma está de acuerdo —. Es un gusto encontrarte de nuevo. ¿Cómo has estado todos estos años?

— Bien... — miento. Fueron pocos los momentos que me sentí feliz desde que tengo memoria, pero no necesito arruinar el ambiente contándole eso.

Cuando veo que estoy haciendo el ridículo al permanecer parado. Decido sentarme en la silla sobrante, frente a mi cliente.

Suspiro e intento volver a mi papel de abogado.

Sí, es Roma. El chico del que estuve enamorado mis primeros años en los que descubrí lo que era amar... ¡Cuánto lo extrañé! ¡Hubo tantos momentos que lo necesité! Y ahora... está frente a mis ojos, luciendo como el mismo Roma de siempre, sólo ya sin ese aire de niño. Ahora es todo un adulto... ambos lo somos. Por eso debía actuar como tal. Ya no somos los mismos de antes, ya no hay nada que me una a Roma, muy a mi pesar, es mi cliente y nada más.

— Bien — digo abriendo los folios sobre la mesa —. A lo que vinimos. Tu esposa, Dania Mora, se ha negado a firmar los papeles del divorcio — leo los datos del caso en la carpeta. Hay una foto de primera plana de la tal Dania. Es hermosa, no puedo entender por qué quisiera divorciarse de ella. Mis manos tiemblan un poco, respiro un par de veces para calmarme. Intento mentalizarme de que esto es trabajo. Debo ser profesional y no poner mis sentimientos de por medio — ¿Cuál es la causa por la que quieres el divorcio?

— Ella... — se ve algo afectado por confesar el origen del rompimiento de su matrimonio — me fue infiel.

Miro a Roma fijamente. Algo me dice que eso no es todo. Hay algo más, pero Roma no quiere decirlo.

— ¿Eso es todo? — insisto.

— Sí — responde escuetamente. Talvez no puede confesarlo por el hecho de que nos conocemos de antes, debe pensar que voy a juzgarlo o algo.

— ¿Estás seguro?, lo mejor es que me digas todo. Cuando más sepa de tu relación, más podré ayudarte, ¿de acuerdo?

Roma asiente y yo hago una mueca disimulada.

Bueno, supongo que Roma se abrirá a mí con el tiempo y dirá todo lo que tenga que decir.

— Bien — comienzo a recapitular lo que tenemos hasta el momento —, entonces estaríamos solicitando una intervención judicial para un Divorcio Necesario a un juez de lo familiar... ¿Estás consciente que el adulterio debe ser debidamente probado en el juicio?

— Sí, tengo pruebas y testigos.

— Genial, eso facilitará las cosas — digo mientras hago unas anotaciones al margen de los folios.

Mi pulso tiembla un poco al escribir adulterio, pero logro controlar mis dedos antes de fallar.

Dios, es increíble que esté encabezando el divorcio de mi primer novio. ¿Esperen? Roma fue mi novio, ¿verdad?

— Es sorprendente que tú seas mi abogado en mi juicio — dice Roma de manera casi imperceptible, al parecer, estaba pensando exactamente lo mismo que yo.

No pude evitar sonreír por su comentario.

— Porque fuimos amigos, te prometo que te ayudaré a que todo se efectúe correctamente. Obtendremos ese divorcio. No dejaré que Dania se salga con la suya — me siento avergonzado luego de decir esas palabras, talvez estoy sobrepasando la franja que separa lo profesional de lo personal, pero es difícil mantenerse a raya cuando lo quise tanto en el pasado, incluso ahora, verlo frente a mis ojos, el fuego en mi corazón, aviva mis sentimientos por él. Recuerdo cuánto lo amé y pareciera que pudiera amarlo una vez más.

¡Dios!, ¿por qué esto es tan difícil?

Él está casado con una mujer... eso quiere decir que no es como yo. Talvez, estuvo confundido cuando estuvo conmigo, y al alejarse, logró enderezarse, volver a su camino.

— Amigos... — dice en un suspiro y noto que se pone nervioso. Al parecer no quiso decir esa palabra. Es como si se hubiera escapado de su subconsciente — Sí, fuimos buenos amigos, ¿verdad? — pregunta, no sé si intenta arreglar lo que había dicho, o sólo está probándome.

— Sí, fue un gran choque cuando te mudaste — admito.

Roma abre los ojos con sorpresa y mira en dirección a la mesa, huyendo de mi mirada.

— Para mí también fue difícil — confiesa.

Paso saliva. ¿Qué quería decirme con eso?, ¿él había sufrido tanto como yo por nuestra separación?

— Pero pasó hace tanto — caigo en cuanta al escuchar sus siguientes palabras —, éramos sólo dos niños.

Siento que algo se rompe en mi corazón.

Sí, éramos sólo dos niños. Para él significó eso. Un juego de niños, nada de importancia, algo que puede olvidar con facilidad y enterrar en el pasado. Sí, definitivamente, sólo yo me martiricé por su partida, lo deseé, lloré y extrañé tanto. Sólo yo deseé cada noche que el destino volviera a encontrarnos, y cuando lo hace, es sólo para descubrir que yo sólo significo un recuerdo de su pasado. Nada más.

Duele entenderlo. Pero lo necesito para avanzar.

Roma mira la hora en su teléfono.

— ¿Ya es tan tarde? — se ve preocupado — Es mi hora para entrar a trabajar. ¿Crees que podemos volver a vernos en mi casa?, tenemos que terminar de organizar todo lo referido al juicio.

Me quedo de piedra. ¿Roma me acaba de invitar a su casa?, puede que para él no signifique nada, pero para mí, significa todo.

Al final, termino aceptando. ¿Qué hay de malo en visitar la casa de un antiguo amigo de la infancia? 

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