Me paro frente a una casa de barrio. Sus paredes están pintadas de un celeste pastel, y el jardín que lo precede, a pesar de ser pequeño, no es escaso en flores y arbustos.
La casa de Roma es una casa como cualquier otra, pero por una extraña razón, a mí no me lo parece. Siento como si me fuera a internar en una casa embrujada o algo parecido, lo digo por la mujer que podría resultar siendo una bruja que quiera asesinarme, o en su defecto, convertirme en sapo.
Tardo bastante en tomar el valor necesario para llamar a la puerta. Cuando lo hago, una niña pequeña es la que me recibe.
— Hoda, ¿quién edes? — dice colgándose del picaporte, para llegar a él debe pararse de puntitas.
— Soy el abogado de tu papá — digo, sin saber muy bien cómo presentarme. ¿Debí decir que era un amigo?, no, estaba allí como su abogado, sólo eso — ¿Se encuentra en casa?
— ¡Papi! — llama la niña de repente, al girarse, ocasionando en mí un respingón de sorpresa — ¡Un abodago te busca!
Me rio de manera imperceptible al escucharla decir mi profesión de muy mala forma. No puedo culparla, esa niña no debía tener más de cuatro años. Me tomo este pequeño lapso de tiempo hasta que mi cliente atendía al llamado de su hija para mirarla. Es una niña muy pequeña y delgada, posiblemente mucho más para su edad, su cabello es lacio y negro, todo lo contrario, a Roma, quien lo tiene castaño y ondulado. Sus ojos son cafés, casi negros. Además, tiene un curioso lunar cerca de la boca. Y no puedo hallar en su rostro ni una sola expresión ni ningún rasgo que me recuerde a mi antiguo amigo.
Por la puerta aparece una mujer de cabello rojizo, lleno de tirabuzones. Sus ojos son verdes y resaltan sobre su piel blanca y moteada en pecas. Es la misma chica que salía en el retrato adjuntado al caso. Ella es Dania Mora.
Hago una mueca de extrañeza cuando una idea se forma en mi mente. No, por favor que no sea lo que estoy pensando.
— Oh, tú debes ser el abogado que contrató Roma — dice con algo de desprecio al verme parado en su vereda. Se acerca a mi oído y dice casi en un susurro, pero que logro escuchar a la perfección —. Nunca firmaré esos malditos papeles — y se incorpora de vuelta. Le da un beso rápido a la niña y sale de la casa.
— ¡Adiós, mami! — dice la pequeña y la saluda viéndola marcharse con un bolso colgado al hombro y caminando con la nariz muy alta.
Roma aparece de inmediato detrás de la niña.
— Dania... — intenta llamarla, pero esta lo ignora y sigue su camino — Siento que hayas visto eso, Jeremy — me dice con algo de pena, por la escena armada por su esposa.
— No te preocupes — niego de inmediato, lo que menos quería era ponerlo incómodo.
— Ven, Kiara — dice tomando a la niña de la mano, llevándola con él al interior de la casa de vuelta —. Pasa, Jeremy — y así hago. Me deslizo a través de la puerta y Roma la cierra detrás de mí —. Por aquí — dice guiándome por la casa —, ya que mi esposa salió, podremos hablar tranquilamente. Kiara, ve a jugar a tu habitación.
— Sí, papi — dice esta, deposita un pequeño beso en la mejilla de Roma y se retira corriendo.
— Acomódate, mientras tanto haré café.
Llevado por la curiosidad, paseo un poco por la sala. Mis ojos llegan hasta un armario con varios cuadros. Entre ellos veo a un Roma universitario, entre medio de su ahora mujer y un chico más. Este hombre tenía cabello oscuro y un lunar en el labio.
— Él era mi mejor amigo — dice de repente Roma, acercándose a mí después de depositar dos tazas de café sobre la mesa.
— Él... — no sabía bien si decirlo o no. Pero lo que mis ojos veían parecía una obviedad. Talvez, no debería adelantarme a los hechos por sólo una corazonada — ¿Ya no son amigos? — le pregunto.
Roma se sienta en la mesa y niega con la cabeza.
— Cuando me casé con Dania él dejó de acercarse a nosotros, nunca entendí muy bien por qué. Dejó de llamar, de visitarnos cada vez menos hasta que ya no lo volvimos a ver... — algo me dice, una intuición, que en verdad sospechaba de esa razón por la cual se había alejado de ellos. Yo también lo hacía.
Al lado de esa foto, hay otra, pero esta vez es de Roma con la niña. Él la tiene en su espalda, mientras Kiara intenta alcanzar la cima de un árbol de navidad para colocar la estrella.
— ¿Puedo? — pregunto, Roma asiente afirmativamente.
Tomo la fotografía, la elevo y la observo más de cerca. Sí... esa idea cada vez se hacía más fuerte en mí. ¿Debía comunicársela a Roma?, como abogado no me correspondía, pues, estaría inmiscuyéndome en asuntos personales que no me concernían, pero como amigo...
— Seguro estás pensando que no se parece a mí...
Abro la boca con sorpresa y aparto los ojos de la fotografía para clavarlos en él. Nunca me esperé un comentario como ese.
— No yo...
— No te preocupes, todos lo notan, incluso yo.
Me quedo unos segundos en silencio, mirando de vuelta a la fotografía. Roma y la niña parecen tan felices en ese recuerdo capturado.
— Debes hacer una prueba — me atrevo a decir. Levanto la vista para verlo de vuelta a él.
Roma coloca una expresión melancólica.
— Lo sé, pero no quiero.
— ¿Por qué? — le pregunto totalmente extrañado. No lo entendía, si dudaba de la paternidad de su hija, ¿por qué no había hecho la prueba ya?
Roma suspira y a mí se me hiela el corazón. Nunca había visto una expresión como esa en nadie. Era como si caminara al borde de un abismo.
— Si descubro que esa niña que amo, no es mi hija, en ese preciso momento, se terminaría mi mundo.
Paso saliva, sin saber bien qué responder.
No lo entendía.
Él no era el padre. No tenía la prueba de ADN, pero estaba seguro de eso. Esa niña es igual a su amigo de la universidad. Con una prueba como esto... tendría la seguridad del juicio ganado.
¿Por qué querría cuidar de una niña que no es suya?
Dejo la fotografía de vuelta sobre el armario, pero esta cae de costado. Yo no la levanto para acomodarla bien, no, camino rodeando la mesa, llego hasta él, me paro junto a su silla. Roma eleva su rostro y cruza su mirada con la mía.
Nos quedamos en silencio, sin decir nada, pero sin apartar la vista.
Mi corazón comienza a latir como loco, pero a pesar de eso, logro colocar mi mano sobre su hombro. Roma se ve consternado por mi repentino contacto.
— Roma, ¿sabes?... no soy sólo tu abogado — paso saliva. Roma abre los ojos con sorpresa, al mismo tiempo que parece notar mi nerviosismo —. Quiero decir... también somos amigos... digo, no sé si tú todavía lo piensas así, pero yo sí.
Roma sonríe.
Su sonrisa hace que pierda la razón por un momento, pero logro retomarla antes de enloquecer.
Dios..., mis antiguos sentimientos están resurgiendo. ¡Qué estúpido de mí!, si sigo así, sólo volverán a lastimarme.
— Gracias, Jeremy, yo también te considero mi amigo. Nunca dejamos de serlo a pesar del tiempo y la distancia — yo sonreí, aunque, reconociera que éramos amigos, y nada más, es doloroso.
— Por eso, puedes confiar en mí.
— Lo hago, Jeremy.
Aparto mi mano de él antes de que notara que comencé a temblar.
— Iré un momento al baño — me disculpo con él.
— Es la puerta blanca de la derecha — me indica y yo me dirijo allí sin perder tiempo.
Me siento en el escusado y escondo mi rostro entre mis manos.
Dios.
Estaba enloqueciendo.
Lo mejor sería terminar este caso rápido. Tener a mi primer amor como cliente era una muy mala idea.
Levanto la vista y mis ojos se fijan en un peine con motivos de princesa que está sobre un estante. En los dientes de plástico hay atrapadas varias hebras de cabello negro. No, Jeremy, no lo hagas.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro