Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

PRIMERA CITA

— ¿Por qué estás tan nervioso?, pareces una colegiala del secundario.

Me giro para mirar a Charly con el ceño fruncido.

— ¡Si tú te vieras de vuelta con el amor de tu infancia, estarías igual de emocionado que Jeremy! — sale Lea en mi defensa.

— Gracias — digo cambiando mi expresión por una de agradecimiento para mi amiga.

— Pues, la verdad que no. Mi primer novio fue un profesor del secundario.

— Eso suena algo ilegal — dice Lea con una expresión de horror en su rostro.

— Créeme que lo era — Charly se ríe como si recabara en un viejo recuerdo —, aunque es más ilegal lo que le hice después de enterarme que el maldito ya estaba casado y tenía hijos.

Lea hace con su boca una "O", para demostrar que está sumamente sorprendida. Y no era para menos, yo también lo estoy, pero tampoco es de extrañar, es decir, es de Charly de quién estamos hablando.

— Ah, eso quedó en el pasado. Ahora no cambio a nadie por mi cariñito — dice mientras mira la sortija en su dedo anular con una enorme sonrisa de cariño desmedido.

Sonrío al ser consciente que mi amigo era feliz con Mika. Nunca creí que yo podría tener algo similar con alguien y ahora heme aquí, muriendo en mis propios nervios porque iba a tener una cita con Roma.

— ¿Dónde está mi reloj? — digo cuando veo que la caja donde lo guardo está vacía.

Mi corazón late con algo de susto. No puedo concebir la posibilidad de extraviar el obsequio de Roma.

— Aquí está. Devon, suelta el reloj de tu tío — dice Lea mientras toma el reloj de las pequeñas manos de su hijito para devolvérmelo. ¿En qué momento de descuido lo había tomado del tocador?

Lo tomo de las manos de Lea como si me devolvieran un tesoro y es que así lo considero. Desde que lo recibí, se había vuelto el artículo de la casa más importante para mí.

— ¡Ya vete! ¡Llegarás tarde a tu primera cita con el amor de tu vida! — grita Charly mientras me insta a acelerar mi alistamiento.

Me prendo el reloj a la muñeca mientras soy empujado hacia la puerta de la salida.

Antes de cerrar la puerta y dejarlos solos, me dirijo una vez más a ellos.

— Gracias, si no hubieran venido, seguramente no hubiera podido tranquilizarme — les aseguro. Había mandado un audio casi llorando al grupo de WhatsApp que teníamos en común, ya que me había estresado por nuestra primera cita y, por supuesto, ellos acudieron a mí al momento.

¿Y si lo arruino? ¿Y si no quiere verme nunca más?, esas habían sido las dudas que descargué con ellos y mis buenos amigos me dijeron algo que logró tranquilizarme. "Si después de tantos años ese hombre sigue enamorado de ti, no hay nada en el mundo que puedas hacer para cambiar su corazón".

— Cuando se vayan dejen la llave en la maseta de siempre... — les recuerdo a mis amigos.

— No te preocupes, cuando vuelvas de tu cita tendrán la casa sola para compensar todos los años que estuvieron separados — me insinúa Charly con un giño de ojo. Mi rostro se trasforma en un poema rojo.

— Eso no pasará — intento bromear para aliviar mi bochorno —. No soy de esos que se entregan en la primera cita — digo en broma y lo miro, fijamente. Lea se ríe al captar el significado interior de mis palabras.

— ¿Qué insinúas? — me responde Charly entrecerrando los ojos — Yo tuve sexo en nuestra primera cita y ahora mírame. Soy una señora casada — dice luciéndome su anillo con orgullo. Luego, procede a empujarme por la espalda para que terminara de salir a la calle —. Y no te preocupes, déjamelo todo a mí.

Lo miro con desconfianza.

— ¿Qué? ¿Qué piensas hacer...?

— ¡Adiós! ¡Disfruta de tu cita!

— ¡Espera! ¿A qué te referías con que...? — y cierra la puerta de mi propia casa en mis narices.

Me sobo la frente con frustración, intentando no pensar en lo que Charly tiene planeado hacer. Ese chico no tiene cura.

Mi corazón pega un salto cuando diviso a Roma apoyado sobre la puerta de su auto, estacionado sobre la calle, a unos metros de mi casa. El chico sostiene el celular entre sus manos y parece enviar un mensaje.

Mi teléfono suena en mi pantalón y al tomarlo veo que es un mensaje de Roma, para anunciarme que ya estaba aquí.

— Oh, justo te envié un mensaje — dice Roma algo abochornado cuando me ve acercarme a él. Al parecer no se había percatado de mi presencia hasta que estuve a su lado.

— Está bien — digo, rezando internamente para que mis nervios no sean muy visibles.

Mi corazón está como loco. Roma..., Roma está frente a mí. Me ha venido a buscar en su coche y está vestido para la ocasión. Intento mirar hacia la vereda de enfrente, ya que Roma luce muy guapo y eso me descoloca el raciocinio por completo.

Pero no puedo, su figura es como un imán y no puedo evitar voltearme para apreciar su exquisita figura.

Su camisa de mezclilla contrasta artísticamente con su pantalón del mismo material, pero de un color azul oscuro y marino. Y algo me dice que ha ido a la peluquería ya que tiene el cabello prolijamente peinado.

¡Dios, padre mío, te agradezco por reservarme un novio tan guapo! Bueno, todavía no somos novios, pero es a dónde pretendo llevar esta relación. No lo dejaré ir por una segunda vez, no cuando el destino me ha sonreído por primera vez.

Al verlo tan formal y guapo, me sentí algo idiota de la ropa que había elegido para utilizar. Mis pantalones y tirantes, se me hicieron un detalle infantil y payasesco, a pesar de que los ha elegido Lea, mientras Charly la apoyaba con un "magnifiqué" y asentía con vehemencia, como si de repente se hubiera trasformado en un ícono de la pasarela francés o algo parecido.

— Eres muy lindo... — me abstraigo de mis recuerdos, con sorpresa, al escuchar su comentario —. No, eres hermoso — se corrige a sí mismo.

Para no mostrarle mi vergüenza extrema, decidí taparme el rostro con ambas manos.

Recién comenzaba la cita y Roma ya estaba acabando conmigo. Si sigue así, ¡no creo ser capaz de soportar hasta el final!

— G-gracias... — tartamudeo un poco, pero logro agradecerle correctamente —. Tú, tú también te ves muy guapo.

— Me alegro, ya que me vestí para impresionarte.

Listo.

He tocado el límite.

Mi corazón casi huye por mi boca para saltar sobre Roma. No me había dado cuenta que había contenido la respiración varios segundos, hasta que mis pulmones punzaron con dolor. Lanzo un suspiro quedo, intentando serenarme.

Me toco las mejillas y estas están ardiendo a causa de la timidez que me asalta.

— Ven, iremos en mi auto — cambia de conversación cuando ve que estoy muriendo de bochorno, allí frente a él. Y lo agradezco, ya que es imposible por mí mismo reanudar con la cita normalmente. Sus palabras me habían dejado petrificado allí mismo, como si hubiera sido atravesado por un conjuro de amor.

Lo sigo hasta su auto y entro en este cuando abre la puerta de copiloto para mí.

— ¿A dónde vamos?

— He hecho una reservación en un restorán cercano.

El viaje a dicho restorán se me hizo algo incómodo. Al principio fue algo difícil entablar una conversación, y cuando lo lograba, Roma volvía al ataque con otra de sus frases seductoras y lograba desestabilizarme el cerebro. Tartamudeaba una respuesta de pocas palabras, teñía mi rostro de rojo y mi corazón se moría por confesarle todos los sentimientos que guardaba por ese hombre.

Pero, ya en la cena, las cosas fluyeron un poco mejor. Recordamos algunas anécdotas de la infancia y nos reímos a carcajadas. También hablamos de nuestros problemas, yo le conté sobre mi exnovio abusivo y él escuchó la historia con una expresión de enfado. Dijo que si una vez se lo cruzaba le daría un golpe por mí. Yo me reí y le dije que ahora estaba todo superado. Él me contó con tristeza lo difícil que aún era entender que la niña no era su hija. Su mente lo sabía bien, pero era su corazón el que se negaba a aceptarlo. Yo le prometí que con el tiempo sería más fácil y él asentía con una sonrisa pequeña pero agradecida.

Y cuando el silencio nos asaltaba, este no era incómodo, no, era sólo un pequeño espacio para mirarnos a los ojos y decirnos sin palabras lo que no podíamos decirnos en público. Roma acercaba su copa de vino a su boca, y antes de darle un sorbo y sin apartar su mirada de la mía, me regalaba una sonrisa ladina. Una sonrisa que era para mí, de mi pertenencia. La curva de sus labios lograba encandilar mi corazón, y esa era la sensación más placentera de la noche.

Antes de llevarme de vuelta a mi casa, Roma me pidió permiso para estacionar en un lugar. Por supuesto, yo confiaba en él y asentí con seguridad.

Roma estaciona el vehículo frente a una plaza. Bajo de este cuando él también lo hace.

Conozco bien este parque. No queda muy lejos de mi casa, siempre paso por aquí cuando vuelvo del trabajo.

— ¿No te recuerda a los viejos tiempos? — pregunta el chico a mi lado, mientras sus ojos se posan sobre los juegos, que estaban a unos metros de nosotros.

Sí, sí me recuerda. Siempre que veo un tobogán o unas hamacas, las imágenes de mi infancia vuelven a mi mente en un frenesí lleno de emociones. Siempre puedo dibujar el contorno de los recuerdos de nosotros dos, debajo de nuestra base secreta, o ese beso que nos dimos sobre las hamacas. Han pasado años, pero los recuerdos que comparto con Roma siempre permanecen frescos en mi mente.

Sonrío y esa es la afirmación que Roma necesitó para saber que también lo recuerdo.

Mi corazón siente un subidón de ternura cuando sus dedos se deslizan suavemente sobre los míos, para terminar por entrelazarlos. Me dejo guiar hasta el tobogán, me siento al final de este y lo miro a Roma. Él parece estar buscando algo por el suelo.

— ¿Qué haces? — le pregunto con curiosidad.

Parece dar con eso que busca y se acerca a mí. Me sorprendo cuando veo que se inclina en mi dirección. Mi corazón late como loco y cierro los ojos. Esperando por él y por lo que sea que vaya a hacer.

Vuelvo a abrirlos con cuidado cuando con algo de excepción descubro que no era lo que yo pensaba. Me sobresalto al sentir que algo sólido rasguñaba una de las paredes del tobogán. Me inclino para mirar y descubro que Roma está escribiendo algo con una piedra.

— ¿Qué haces? — vuelvo a preguntarle.

— Escribiendo nuestros nombres para rememorar este momento — Roma suelta la piedra y esta cae a la arena. Miro hacia el costado, y veo que nuestros nombres han quedado inmortalizados sobre la superficie del tobogán.

Esa acción me recuerda de inmediato a nuestros nombres escritos sobre la vieja base secreta y no puedo evitar preguntarme si aún permanecen allí.

— ¿Qué rememoraremos? — le pregunto con algo de inocencia.

— El hecho de volver a besarnos después de muchos, muchos años...

Abro la boca para preguntarle de qué beso estaba hablando, pues, todavía no nos hemos vuelto a besar, pero ninguna palabra sale cuando lo veo erguirse sobre mí y lo miro a los ojos.

Paso saliva.

Su mano busca encontrarse con la mía, mientras nuestros ojos no dejan de verse. Mi corazón se remueve con felicidad al comprender que su cercanía se vuelve más corta a cada milisegundo que trascurre. Mis mejillas se prenden en rojo, pero, a pesar de la vergüenza, no puedo apartar mis ojos de los suyos. Cuales me miran fijos, con un deseo impreso en las pupilas negras. Ese deseo es un beso. Es un deseo compartido, porque yo también deseo besarlo. Anhelo volver a sentir aquella boca. ¿Cuántas veces he soñado con tenerlo así de cerca?, ¿con volver a verle?, ¿con tener otra oportunidad con él?, parece imposible, pero Roma está justo frente a mí, con una distancia pequeña, con nuestros rostros cada vez más cerca. Solos en un tobogán, debajo de una tenue luz de calle, que intenta contrarrestar la oscuridad de la noche.

Roma está aquí. Está conmigo.

¿Puedo...? ¿Puedo desear algo más? ¿Puedo tener esperanzas?

¿Puedo esta vez ser feliz?

Mis pensamientos se cortan cuando veo que Roma termina con la distancia que nos separa.

Su beso me arrebata los pensamientos y me roba la conciencia por completo, es como si me dijera: ya no pienses en nada, sólo céntrate en mí, en la sensación de nuestros labios al estar juntos una vez más, después de una larga espera. De una larga y dolorosa ausencia.

Su boca busca sobre la mía y yo no pienso en negarle el beso. Le correspondo como puedo, o como mis nervios me lo permiten, ya que siento mis manos temblar. Intento aferrarme a su camisa, lo logro, pero torpemente. Roma aprisiona mi mano con la suya, como si me ayudara en aquella tarea. Puedo sentir su latido veloz debajo de mi palma, la cual permanece sobre su pecho. Su corazón late por mí, por nuestro beso.

Siento mis ojos picar. Seguramente, las lágrimas están molestando con salir.

Jadeo con esfuerzo cuando se separa de mí y me deja tomar algo de oxígeno.

Mi cerebro ha sido arrancado de cuajo, o eso parece, ya que ni siquiera soy consciente de la propuesta que digo a continuación:

— Vamos... vamos a mi casa.

Roma me mira fijamente, y tarda menos de un segundo en comprender el significado de mis palabras.

Y así, los dos de la mano caminamos apresurados de vuelta al coche. Roma maneja con una mano en el volante y la otra aferrada a mis dedos. En cada semáforo aprovecha para llevarse nuestras manos entrelazadas a la boca y besar mis nudillos con vehemencia y adoración.

El viaje se hace largo hasta que logramos llegar a mi casa. Roma aparca a un costado de la calle y me acompaña hasta la puerta.

En el momento que tomo la llave de debajo de la maseta y la introduzco en la cerradura, siento como si mi cerebro volviera a mi cráneo de repente y me fuera propicio pensar una vez más.

¿Qué diablos estaba haciendo? Me coloco completamente nervioso al entenderlo. ¡Estaba loco!, Roma acababa de divorciarse, y aún estaba triste por lo de su hija... y yo le proponía semejante cosa...

Mis pensamientos son interrumpidos cuando, aún estando en la puerta, Roma se apodera de mi boca una vez más.

Y así, revueltos entre abrazos y besos incapaces de cortar, cierro la puerta con el pie y nos adentro a mi casa.

Roma deja de besarme de repente. Yo estiro los labios buscando los suyos, pero al no encontrarlos me veo en la obligación de abrir los ojos y descubrir qué es lo que está pasando.

Mi mandíbula casi toca el suelo al descubrir un camino de pétalos de rosas rojas que se dirigían hacia mi habitación.

Volteo a ver a Roma con algo de preocupación. Él me mira con una sonrisa divertida y una ceja levantada.

— ¿O sea que ya esperabas esto?

— No, no... esto es una broma de mi amigo...

— Ah, ¿sí? — me pregunta sugerentemente.

— Sí, y cuando lo vea voy a matarlo.

— No lo hagas, me parece un buen detalle — dice con una risita y luego me rodea la cintura y vuelve a acercarse a mí para besarme.

Y así, siendo llevados por una ola de pasión, que arrastraba sentimientos y anhelos guardados por años, nos dejamos llevar por nuestros deseos. Nuestros pies siguen el camino de pétalos hasta mi habitación.

Casi dejo escapar un grito cuando veo lo que hay sobre mi cama. No sólo hay rosas y velas, también hay algunos artículos vergonzosos que no pienso reproducir aquí mismo.

Me lanzo sobre la cama para agarrar dichos objetos y los escondo contra mi pecho, para que Roma no los vea. En un rápido movimiento me deshago de ellos enviándolos por el espacio debajo de la cama.

— Maldito, Charly, ya verás mañana... — mascullo para mí mismo y me giro hacia Roma más que avergonzado. Él en cambio parece divertido por la situación.

— Ese tal Charly parece alguien especial — dice escondiendo una carcajada.

— No tienes idea — le digo girando sobre la cama, para colocarme barriga arriba. Miro al techo, sin poder deshacerme de la sensación bochornosa.

Roma camina hacia mí, sentándose a un lado en el colchón. Pasa una mano sobre mi cuerpo, colocándola oblicuamente, quedando yo entre él y el colchón. Me mira fijamente.

Estamos los dos en la cama, y esa idea me vuelve loco.

Nos miramos a los ojos en silencio. No necesitamos de palabras para decir lo que vendrá a continuación, ambos somos adultos y lo entendemos a la perfección.

Acaricio lentamente la mano que ha creado una jaula sobre mi cuerpo, primero sus dedos y luego subo por su muñeca, infiltrando mis yemas por debajo del puño de su camisa.

Veo como Roma pasa saliva al sentir la sensación de mis pequeñas caricias sobre su mano, y lo hace sin apartar sus ojos de los míos, y yo de los suyos. Le sonrío ladinamente y a él se le escapa un suspiro.

— Te esperé por mucho tiempo — declaro.

— Yo te extrañé todo este tiempo — confiesa y luego procede a inclinarse sobre mí. Me busca con los labios y yo lo recibo con la boca entreabierta.

Nos besamos, pero mis nervios hacen el beso algo incómodo y vergonzoso. Pensar que lo volvemos a hacer después de tantos años, pensar que estamos juntos después de tantas penurias y dolor, pensar todo eso no me deja estar tranquilo y disfrutar el momento como se debería. No puedo dejar de pensar que algo malo puede suceder.

Estoy asustado, ya que esta era la primera vez que las cosas van tan bien para mí.

Nunca me he sentido tan bien y feliz como ahora, y eso da miedo.

Da miedo que esta felicidad sea algo temporal, como un placebo. De algo estoy seguro, y eso es que, no importa quién me ha lastimado en el pasado, David, mi padre, lo he podido superar, pero... ¿sería capaz de superar a Roma si él me lastimara?, no lo sé con certeza, pero algo me dice que nunca podría superarlo si las cosas no van bien con Roma. No, con él nunca podría, sin importar cuánta terapia haga, sin importar los amigos que estén conmigo..., no con él.

La mano de Roma se escabulle por debajo de mi ropa, y su toque me produce un temblor, pero no es un temblor de placer, no, es uno de terror. Y Roma parece interpretar que algo no anda bien en mí, porque deja de besarme, me mira fijamente y quita su mano de allí para, en cambio, acariciar mi rostro con ella.

— Tranquilo, esto será todo por hoy.

Su pulgar delinea mi pómulo y siento como este se humedece al contacto con mis lágrimas.

— ¿Quién te ha hecho tanto daño? — pregunta, pero no a mí, sino a sí mismo.

Parece enfadado, al principio pensé que conmigo por no ser capaz de continuar, pero pronto descubro que no es así, cuando una expresión de tristeza atraviesa sus ojos mientras limpia las lágrimas de mi rostro.

— Lo siento por arruinar el momento — digo con la voz algo afectada por el llanto.

Él niega con ímpetu.

— No tienes que disculparte. Tenemos todo el tiempo del mundo — dice y siento como sus dedos quitan un pétalo que se había enredado entre mi cabello y lo deja a un lado de mi rostro.

No quise, pero en este momento no pude evitar que la imagen de David viniera a mi mente. Él... nunca se había fijado en mis sentimientos y si estaba preparado o en condiciones de hacerlo. Simplemente lo hacíamos y ya. Era como si mi opinión no importara. Pero con Roma era tan diferente...

A él verdaderamente le importaba.

— Estoy feliz de haberme vuelto a encontrar contigo — declara y luego me abraza protectoramente. Me deja acomodarme sobre su pecho. Se siente tan bien estar entre sus brazos, se siente tan seguro. Estoy seguro que puede volverse mi lugar favorito en el mundo —. Sólo tengo que estar contigo para ser feliz, no necesito nada más.

— Promete que no volverás a dejarme — lo miro al rostro.

— Lo prometo. Estaremos juntos por siempre.

Los minutos pasan, yo recostado sobre su pecho, y él acariciando mi cabello con parsimonia. Sus dedos sobre mi cabeza me resultan un delicioso arrullo, que me invita a cerrar los ojos y dejarme llevar por Morfeo. Así permanecemos hasta que los dos caemos dormidos.

Esa noche tuve un sueño en el que era feliz.

Y a la mañana siguiente, cuando despierto y veo el rostro dormido de Roma junto al mío, comprendo que no había sido un sueño. Realmente soy feliz.     

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro