Amar es un pecado, o, por lo menos, lo es cuando yo lo hago.

Doy el último trazo sobre aquella hoja de papel, la doblo y la dejo sobre el acolchado de mi cama.

Miro mi habitación, esta está pulcramente limpia y ordenada. Siempre había sido un chico muy obsesivo en esos temas, creo, que mi padre me había convertido en alguien muy perfeccionista, y yo había intentado agradarle. Ah, cuanto en vano me había esforzado por años. Todo por nada.

La vida ha sido una perra conmigo, o, mejor dicho, la sociedad lo ha sido. Siempre diciendo qué está mal y qué bien. No hagas esto, no digas lo otro, compórtate así, viste esto, no ames de esta manera...

Ah, realmente soy todo lo contrario a un buen hijo para la sociedad. Había hecho todo mal.

Suspiro al darme cuenta de que soy un completo fracaso, en todos los sentidos, no había podido ser de ayuda para mi madre, mi padre nunca pudo sentirse orgulloso de mí, y mi hermana... ella apenas sabe de mí.

Camino fuera de la habitación y me dirijo a la puerta de salida. Abro esta y una ventisca algo fría me golpea el rostro.

Está anocheciendo. Puedo ver la faz del sol ocultarse entre los tejados de enfrente. Este es mi ocaso, así lo había decidido.

Quiero llorar. Pero todavía no era tiempo.

Camino por la calle, la cual se está tornando oscura a causa de la mala iluminación. Pero no tengo miedo de la oscuridad, ni tampoco le temo a la muerte, ya que estoy muerto por dentro. No le temo a nada, sólo a seguir sufriendo.

Me lleva cerca de media hora llegar a mi destino. No queda muy lejos de mi casa, pero tampoco me siento muy entusiasmado con la idea como para correr. Igual, el resultado sería el mismo unos minutos antes o después.

Levanto la vista y centro los ojos en aquel puente.

Suspiro.

Por un momento dudo.

¿Está bien esto? ¿Soy un cobarde?, posiblemente lo sea, pero me cansé.

Sin pensarlo mucho más subo las escaleras, de un paso a la vez. Con cada escalón que asciendo, siento que me acerco a mi destino, y que sólo me puede esperar el infierno del otro lado. En este momento maldije haber nacido en una familia cristiana y que me hayan inculcado el miedo al tártaro, seguramente si no creyera en ello, esto sería mucho más fácil.

Mis pies dan con el último escalón.

Había llegado el momento.

Camino hasta el medio del puente. Toco con la cadera la baranda y me inclino un poco para mirar lo que me espera debajo. Es una autopista malditamente concurrida.

— Talvez el infierno no sea tan malo, no creo que pueda ser peor que esto — dije de manera melancólica y subo por la baranda, escalando hacia el vacío.

Mis pies se quedan haciendo equilibrio sobre el metal redondo. Un pequeño descuido y caería al vacío. Pero no quiero que suceda por accidente, así que me apuro a decidir la hora y el día de mi ocaso.

Cierro los ojos y respiro hondo, completamente decidido.