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DOCE AÑOS

Amber era el nombre de la bebé. Ella era mi media hermana, o eso creía, pero mi padre no me trataba igual que a ella. Era como si ella fuera su única hija. Talvez, lo había decepcionado otra vez y sin darme cuenta.

Mi hermanita estaba jugando sobre unos almohadones que estaban colocados sobre la alfombra. Agitaba una pelota de aquí a allá mientras reía a carcajadas. En un momento la vi ponerse de rodillas y hacer fuerza para pararse. Me acerqué a ella cuando vi que se tambaleó sobre su propio eje. Todavía era muy pequeña para mantenerse erguida por su propia cuenta.

La tomé de ambas manos y la ayudé a hacer equilibrio. Ella rio como un ángel, lo que provocó en mí una sonrisa. Ella era tan tierna, cualquiera en mi situación seguramente la odiaría por ser la hija de la amante de mi padre, pero no podía, ella era inocente de los pecados de los adultos.

La guie cuando quiso dar un paso lejos de las almohadas, le era difícil, pero con mi asistencia podía lograrlo.

— Eso es, Amber. Bien hecho — dije, pero ella se soltó de mí y cayó sentada, ella se rio, pero su madre, que vio la escena lo interpretó diferente.

Caminó hasta la niña y la alejó de mí de manera veloz, como si yo le hubiera hecho daño.

— ¿Cómo te atreves? ¡Pudiste lastimarla! — me regañó y no tuvo ningún reparo a la hora de lanzarme una cachetada.

— Yo sólo la estaba ayudando.

— No quiero que te acerques a ella, niño estúpido.

— Agatha, él sólo estaba jugando con su hermana — intervino mi madre al ver que la rubia tenía intenciones de golpearme una segunda vez.

— ¿Hermana? — preguntó con ironía y luego se carcajeó de mi madre — Es ridículo como se consideran parte de esta familia.

Mi madre frunció el cejo con enfado, esa fue la primera vez en un año que la vi hacerle frente a Agatha.

— Yo soy la esposa — dijo, volviendo a reclamar su lugar en la casa.

Agatha la miró como a poca cosa y volvió a reír después de devolver a Amber con los almohadones y sus juguetes.

— Sí, pero la que duerme con tu "esposo" soy yo. Parece que no te has dado cuenta que no eres más que la criada en esta casa.

Mi madre levantó su mano en alto, con claras intenciones de plantarle un golpe a la rubia, pero se detuvo cuando mi padre apareció en escena.

— Hazlo, y te la verás conmigo — la voz de mi padre me dio miedo.

Mi madre se contuvo, pero al final terminó bajando su mano, al igual que su mirada.

Mi padre caminó hasta ponerse a la par de las dos mujeres, pero su atención estaba centrada en mi madre.

— Eres horrible — masculló mi madre bajo, pero igual llegó a los oídos de él.

Pegué un salto en el lugar cuando mi madre cayó al suelo a causa del golpe que le propinó.

— ¡Alto!, basta por favor — dije tapando a mi madre con mi propio cuerpo. El diablo me miró con poco interés, si él quisiera podría apartarme sin dificultades para seguir golpeándola.

Mis ojos se encontraron con la rubia. Ella no dejó de sonreír en ningún momento, ni siquiera cuando golpeó a mi madre.

— ¿No es suficiente con todo lo que te doy?, gracias a mí comes, te vistes y tienes un techo dónde dormir. Si no estás de acuerdo tú y tu hijo pueden irse, la puerta está abierta.

— Lo siento — me sorprendí cuando escuché la voz de mi madre llorosa detrás de mí. Se estaba disculpando, aunque no debía hacerlo, ella no era culpable de nada.

— Espero que lo hayas entendido — dijo y salió de la habitación. Agatha dejó escapar una carcajada por lo bajo, con obvias intenciones que la escucháramos. Tomó a la bebé en brazos y siguió a mi padre fuera de la habitación.

Cuando ya estuvimos solos, abracé a mi madre con fuerza, intentando de esa manera mitigar un poco su dolor.

— Tenemos que irnos, mamá. No podemos dejar que te trate así.

— No podemos, Jeremy, no tenemos a dónde ir.

— Pero...

— No tengo dinero ni trabajo. Es imposible — lloró con más fuerza —. Lo siento por ser una madre tan inútil.

No, ella no era la inútil, lo era yo por no poder hacer nada por ella.

— Yo conseguiré trabajo, lo prometo. Te sacaré de este infierno.

Mi madre me sonrió con una boca húmeda en lágrimas y colocó sus manos en cada una de mis mejillas.

— Gracias — dijo, pero yo supe que no creía en mí.

— Lo prometo, cree en mí.

Era serio, no sabía cómo, pero conseguiría la forma de huir de esta maldita casa.

Esa misma tarde me encontré con Roma, lo había llamado a su casa rogándole para que nos veamos. Necesitaba desahogarme con alguien.

— Tengo que conseguir un trabajo — le contaba a Roma mi plan, mientras ambos estábamos sentados en las hamacas del parque de siempre.

— Es difícil, Jeremy. Nadie le daría trabajo a un menor de edad — dijo.

Cierto, no había tenido eso en cuenta. Pero debía haber un trabajo que un niño como yo pudiera hacer.

Roma se paró de su hamaca y caminó hasta pararse frente a mí.

— Yo iré a la universidad y te ayudaré. A ti y a tu madre.

— ¿Roma? — sentí algo en mi garganta al escuchar sus palabras y al tenerlo tan cerca de mí.

Mis deseos prohibidos por él florecían con su cercanía.

Intenté mirar en otra dirección, pero fue una tarea imposible, ya que sus ojos me tenían atrapado.

— Viviremos juntos, ¿qué dices?, tú, tu mamá y yo.

Él me mostró una sonrisa enorme y brillante. Sus intenciones eran buenas, pero no supo lo que esas palabras ocasionaron en mí.

No pude soportarlo más. Había perdido el dominio de mí mismo.

Hundí mis dedos en su camisa y lo empujé más cerca.

Roma se sostuvo de las cadenas de la hamaca para no caerse mientras yo le robaba un beso.

Él se vio sorprendido al principio, no nos habíamos vuelto a besar desde aquella vez.

Mi corazón latió con fuerza a pesar de que sólo teníamos los labios pegados, sin hacer nada más. Éramos niños inexpertos en esto, pero mis sentimientos eran profundos por él.

Roma se alejó cuando me di cuenta de lo que había hecho y solté su camisa.

— Lo... lo siento — dije y vi como él se llevaba una mano a los labios mientras su rostro se encendía por completo, cayendo en lo que acababa de hacer con él.

Él abrió la boca para decir algo, no supe qué porque algo sucedió de repente.

Mi espalda chocó contra la arena. Algo me había empujado fuera de la hamaca con fuerza. Lo segundo que sentí fue un dolor insoportable en mi mejilla, tanto, que por un momento creí que perdería la conciencia.

No entendí lo que sucedía, hasta que escuché la voz de Roma.

— ¡Dante, no! ¡Déjalo! — el hermano mayor de Roma me estaba golpeando en el suelo.

— ¿Qué le haces a mi hermano, maldito maricón?

Mi alma volvió a mi cuerpo cuando Roma logró alejarlo de mí. Por un momento creí que me mataría.

— Vámonos — rogó Roma, empujándolo de un brazo —. Dante, déjalo.

— No te vuelvas a acercar a él. Eres asqueroso — dijo y empujó a Roma lejos de mí.

Levanté un poco la vista y sólo pude ver como Dante se llevaba a Roma fuera del parque. Roma cruzó miradas conmigo. En sus ojos vi pena, preocupación y algo parecido a la culpa.

Nadie me ayudó. Tuve que levantarme yo mismo de la arena y caminar de vuelta a mi casa todo magullado.

Abrí la puerta principal y lo primero que encontré fue a mi padre, con la bebé en brazos mientras leía unos archivos del trabajo. Me miró al rostro, el cual lo tenía golpeado y sangrando, y su expresión no mutó ni un poco. ¿Tan poco le importaba?

— Seguramente te lo mereces – resolvió y volvió a lo suyo.

¿Nada más?, ¿no me preguntaría qué me sucedió?, ¿quién me golpeó?, ¿ni siquiera me preguntaría cómo me siento?

No, no le importaba en lo más mínimo.

Aguanté mis ganas de llorar, y fui a esconderme a mi habitación antes que mi madre me viera, porque si me encontraba con ella, seguramente no podría contener las lágrimas.

Me curé las heridas solo y estuve encerrado en mi habitación lo que restó del día. Ni siquiera bajé a cenar cuando mi madre me llamó. Utilicé por excusa un dolor de estómago que no tenía.

Quería estar solo, y tampoco quería darle más problemas.

Me acosté en mi cama con intenciones de dormir, pero no pude hacerlo por más que cerrara los ojos.

Lo sucedido se repasaba en mi mente una y otra vez. Las palabras de Roma, el beso y la paliza.

Me angustié al pensar en Roma y en lo que estaría sucediendo en su casa. ¿A él también lo habrán golpeado?, la sola idea despertaba en mí unas apremiantes ganas de llorar. Odiaría que lo golpearan cómo a mí. Si de mí dependiera, me llevaría todos los golpes, con total de que él permaneciera a salvo.

Mis pensamientos se alejaron de mi mente cuando escuché un ruido en mi ventana.

Me asusté cuando vi una sombra del otro lado. Pero me relajé cuando la luz de la luna iluminó su rostro.

Fui hasta la ventana y la abrí.

— ¿Qué haces aquí? — susurré al mismo tiempo que él entraba a mi habitación.

Inspeccioné el rostro de Roma y lo miré de arriba a abajo buscando señales de golpes, pero no encontré ninguno. Eso fue un alivio.

— No te preocupes, no me golpearon — dijo, pero su expresión fue algo dolorosa cuando acarició la venda que cubría la herida de mi mejilla —, pero a ti...

— No me importa, mientras tú estés bien — dije.

Mi corazón latió con fuerza por su abrazo sorpresivo. Me rodeó con ambos brazos y sentí cosquillas cuando sus dedos tocaron mi espalda.

Tuve miedo que nos descubrieran, lo correcto hubiera sido alejarlo y decirle que volviera a su casa, pero no pude, adoraba su cercanía, y sentía que pecaría de idiota si intentaba privarme de ella.

— No entiendo esto que siento por ti — dijo Roma cerca de mi oído y yo me estremecí al sentir su aliento cosquillearme.

Algo punzó en mi vientre, pero yo no entendí muy bien que era esa sensación. Era algo que nunca antes había sentido. Bueno, a veces me sucedía cuando pensaba en Roma, pero al tenerlo junto a mí, tan cerca, podía sentir su calor corporal mezclarse con el mío, ahora esa sensación era más intensa, tanto que sentía que podría perderme en ella si no hacía algo al respecto, pero ¿qué?

— Creo que... — Roma continuó hablando y yo sólo podía concentrarme en controlar mis extraños y nuevos impulsos — es amor — mi respiración se atoró en mi garganta al oír sus palabras —... pero no lo sé. No es posible, ¿no?, se supone que a mí debe gustarme una niña, no un amigo.

— No, no — estaba eufórico, yo no era el único que se sentía así, Roma era igual que yo —, yo también me siento igual. Te amo — dije.

Roma se alejó de mi oído para mirarme a los ojos, todavía permanecíamos abrazados.

— ¿Y ahora qué debemos hacer? — me preguntó.

— No lo sé — dije, nunca creí que ambos podríamos sentir lo mismo, así que no había pensado más allá de eso.

— ¿Qué hacen las personas cuando están enamoradas?

Lo pensé un poco.

— ¿Se besan? — pregunté con algo de temor. Estaba confundido y había comenzado a temblar.

Tenía miedo de lo que sucedería a continuación, de lo que pasaría con nosotros.

— Pero eso ya lo hemos hecho antes — dijo y se acercó un poco más a mi rostro, creí que pudiera estar haciéndolo de manera inconsciente, como si fuéramos imantados sin querer, pero yo no me quejé de ello.

— Pero ahora es diferente — dije, y estaba seguro de mis palabras. Ahora estaba consciente de que yo no era el único que deseaba hacerlo. Él había dicho que estaba enamorado de mí también.

No esperé su respuesta y me aventuré a robarle un beso. Uno pequeño y efímero. Era tanta la vergüenza que no podía permanecer mucho tocando sus labios, ya que sentía que mi corazón podría explotar.

Roma me miró fijamente y vi en sus ojos que no estaba satisfecho con ese pequeño beso. Quería más.

Esta vez fue él quien comenzó el beso, y este fue uno muy distinto a los que yo le había dado. No sólo colocó sus labios sobre los míos, sino que los movió y los rozó continuamente.

Era un beso largo que parecía no tener fin.

Cada vez que sentía que sus labios rosaban los míos, mi corazón latía más fuerte.

Al final esa punción se agravó y sentí como mis rodillas cedían al peso de mi cuerpo.

Me tapé el rostro con ambas manos por la vergüenza. Había caído de rodillas frente a él. Pero a él no pareció importarle que yo estuviera haciendo el ridículo. Se agachó junto a mí y separó mis manos de mi rostro a la fuerza, ya que yo me oponía a mirarlo.

— No te ocultes —me dijo y yo lagrimeé un poco por la vergüenza.

No quería que él me viera así, que pensara que era asqueroso.

La mirada de Roma buscó mis ojos, los cuales pretendían huir, temerosos, de los suyos.

Me sentía completamente expuesto a Roma, le había confesado el peor de mis pecados: que lo amaba. Y así, surgió el peor de mis miedos: él podría rechazarme al igual que el resto.

Intenté volver a taparme con ambas manos, pero Roma volvió a impedírmelo.

— No te ocultes — repitió nuevamente.

— Soy asqueroso — le dije llorando.

Él negó con la cabeza y luego me rodeó el cuello con ambas manos.

— No, para mí eres hermoso — dijo y yo me quedé con la boca abierta.

¿No era asqueroso? ¿No le parecía mal mi reacción por él? ¿No iba a golpearme por quererlo de aquella manera?

Roma me atrajo a él para besarme y yo me dejé llevar. Intenté seguirle el ritmo a su boca, pero él parecía algo experimentado.

¿Ya se había besado antes con alguna niña?, esa idea me puso furioso, tanto que quise besarlo más y más, para que se olvidara de cualquier otro beso que pudo dar antes. Quería que sólo pensara en mí.

Roma... él también había dicho que me amaba. La culpa surgió de repente, ¿a él también comenzarían a verlo asqueroso?, ¿a marginarlo?, ¿él también se iría al infierno por amar a un chico?, yo no quería eso, yo no quería que Roma pasara por lo mismo que yo, los golpes, los insultos, el rechazo.

Pero..., otra vez no pude hacer nada al respecto, no podía detener a Roma, quien buscaba besarme y yo, a pesar de saber que estaba mal, no podía parar de estar feliz por sentirme amado.

El chico de quien estaba enamorado, se separó de mí, luego de que termináramos aquella sesión de besos torpes, y recostó su cabeza sobre mi hombro. Mis mejillas ardieron como fuego al comprender que nos habíamos besado en mi habitación, con mis padres en la casa.

Las yemas de sus dedos descansaron sobre el pedazo de tela elástica que me envolvía la muñeca, ese brazalete que compartíamos ambos, como señal de que nuestra amistad no era pasajera ni común. No, lo nuestro ya no era sólo una amistad, era algo más, mucho más que eso.

Roma se acurrucó en mi hombro y susurró casi en un llanto.

— Mis padres se enteraron que nos besamos, y ahora quieren que nos mudemos lejos.

— ¿Qué? — no, no, no. Esto no podía estar pasando.

— No quieren que vuelva a verte. 

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