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DIEZ AÑOS

Ya no entrábamos los dos en nuestra base secreta. Ya estábamos dejando la niñez atrás, y de a poco comenzábamos a acercarnos a la adolescencia, todavía nos restaban algunos años por alcanzar, pero los cambios comenzaban a ser evidentes en nuestros cuerpos y mentes.

Eso no fue lo único que cambió, tuve que cambiar mi placard de arriba a abajo, mis remeras, camisas, pantalones, ya nada me iba. Se imaginan cómo se lo tomó mi padre, sí, se disgustó mucho por tener que desembolsar dinero en mí. Aunque, en verdad, él no hizo nada. Fue mi madre la que consiguió un trabajo limpiando una casa, de una vecina, para ganarse unas monedas, monedas con las que compró nueva ropa que pudiera usar. Todo yo se lo debía a ella. Todo lo que hoy soy y el niño que fui.

Por eso odiaba cuando mi padre usaba mi nueva ropa como excusa para denigrarme.

— Yo te doy la comida que comes y te compré con mi dinero las ropas que usas. Así que ten más respeto conmigo.

La discusión había surgido cuando hice algo que nunca había hecho hasta el momento: una petición. Sólo quería que me compren un juego para la consola. Se acercaba el cumpleaños de Roma y quería darle un buen regalo. Roma había estado obsesionado con ese nuevo juego desde que salió, pero su madre no había accedido a comprárselo, ya que según ella "ya tenía muchos", entonces yo quería obsequiárselo en su lugar. Obviamente, un niño de diez años no tiene dinero, así que pensé en pedírselo a mi padre, nunca le había pedido nada, había sido un buen hijo durante estos diez años, no metiéndome en problemas, intentando no ser el inútil que él decía que yo era. El dinero que le pedía ni siquiera era para mí mismo, pero eso no importó, me dijo que era un desagradecido por pedir semejante cosa, por pedirle siquiera algo por primera vez... no me lo merecía.

Pero nunca creí que las cosas se tornarían así. Tenía pensado sólo hacer el intento, preguntaría y me retiraría antes de que las cosas se salieran de control... pero... cuando escuché sus palabas, el que se salió de control fui yo.

— ¡Tú no me compraste nada! ¡Mentiroso! — sí, estaba contestándole a mi padre, era mi primera vez haciéndolo, pero me había sobrepasado — ¡Mi mamá va a lavar baños ajenos para comprarme ropa!... puedo aceptar que gracias a ti como, pero ¡No te adjudiques su crédito...!

No supe en qué momento, pero mi padre me detuvo con una bofetada. Mi pómulo ardió, y mi trasero dolió al caer al suelo. Me llevé la mano a la zona golpeada y quise llorar, pero no lo hice, porque sabía que se burlaría de mí de poco hombre por hacerlo.

— Mira la clase de hijo que criaste. Los dos son decepcionantes — dijo. Mi padre caminó hasta mi madre, ella se cubrió el rostro con ambas manos, antecediéndose a cualquier golpe, pero él siguió de largo y se fue a otra habitación. Mi madre bajó los brazos y se acercó de inmediato para ayudarme a ponerme de pie.

— Hijo, prometo que hablaré con la vecina para que me adelante una paga, talvez tenga que trabajar más días, pero así podrás comprarle el regalo a tu amigo...

— No, mamá, está bien. Fui muy egoísta al pedir dinero.

— No, hijo... yo...

— Mamá, no necesitas trabajar más de la cuenta. Yo tengo ahorrado unos pesos, los usaré para comprarle un regalo.

Mi madre me miró no muy convencida, pero yo no iba a permitir que trabajara el doble sólo por un capricho.

Fui hasta mi habitación para revisar el dinero que tenía guardado. Era muy poco, no me alcanzaría ni para comprar la caja que guardaba el juego.

En ese momento comprendí que no podría darle a Roma lo que deseaba, me perdería su sonrisa y su mirada agradecida. No podría hacer que él sintiera que podía confiar en mí, que podía pedirme lo que quisiera, yo se lo daría. Todavía era muy niño para impresionarlo por mi propia cuenta.

Tomé el poco dinero que me quedaba y salí a buscar algo que pudiera comprar con él.

No muy conforme con mi compra, con el paquete en mano me dirigí a la casa de mi amigo. Cuando toqué la puerta él me recibió con un abrazo, pero se apartó al percatarse de algo en mí.

— ¿Qué te pasó en el rostro?

Había intentado ocultar la magulladura de mi pómulo detrás de una curita, pero era imposible que Roma no preguntara por ello.

— Nada, sólo me caí.

Roma me miró fijamente unos segundos, diciéndome con la mirada que no me creía nada.

— Fue tu padre, ¿verdad?

Bajé la mirada, no podía mentirle a los ojos, sobre todo cuando era tan evidente.

En vez de contestar preferí entregarle mi regalo. Se lo extendí y esperé a que él lo tomara.

— Oh, gracias, no te hubieras molestado...

— Deja eso. Ábrelo — Roma me sonrió y lo abrió frente a mis ojos. Sonreí con él cuando me mostró una expresión emocionada sincera — ¡Es una muñequera!

Sí, era un regalo muy lejos de lo que había pensado en un principio. Incluso no era la muñequera más cara, pero había gastado todos mis ahorros en este regalo.

— Hace juego con la mía — le dije y le mostré mi muñeca. Sí, había comprado dos, quería sentir que estábamos conectados de alguna manera, aunque fuera infantil y absurda.

— ¡Genial! — Roma se vio entusiasmado por la idea de tener muñequeras gemelas — ¡Me la pondré ahora mismo!

Mi corazón latió cuando vi como admiraba la muñequera ya colocada en su brazo. Tenía una pequeña sonrisa dibujada en los labios y brillo en los ojos.

— Jeremy, recién llegas — me saludó el hermano mayor de Roma, Dante —. Vengan, mamá te llama, dice que es hora de abrir los regalos.

Seguimos a Dante hasta la mesa donde estaban apiladas todas las cajas y bolsas con regalos. En el camino algunos niños que reconocí de la escuela o de la Iglesia me saludaron. Me paré a un costado de Roma, y él se quedó en el centro, rodeado por regalos y sus comensales.

Todos los niños se peleaban para que abriera su regalo primero. Roma siempre había sido muy querido. Todos siempre querían su atención o ser sus amigos. Pero yo, vergonzosamente, me sentía superior a todos ellos, "Jeremy, tú eres mi único verdadero amigo", eso me había asegurado y no podía más que sentirme especial por eso.

Roma fue abriendo regalo por regalo, todos eran mejores que el mío, podía verse a kilómetros que eran mucho más caros. Cosas que yo nunca podría regalarle.

Lo peor fue cuando llegó el turno de abrir el regalo de la madre.

— Ahora abre el mío — Roma lo abrió, no muy entusiasmado, ya que no conseguiría el regalo que había pedido. Pero su expresión cambió cuando descubrió su contenido.

— ¡Es el juego que te pedí! — Roma se levantó de su silla para abrazarse a su madre — ¡Gracias!, es lo que más quería para mi cumpleaños.

Tuve que mirar hacia otro lado... yo, yo pude ser quien le regalara ese juego.

Pero todavía era un niño. Había comenzado a odiar estos sentimientos de impotencia.

— No puedo esperar para probarlo con Jeremy — levanté de vuelta la mirada al escucharlo decir aquello.

Él había pensado en mí, incluso cuando recibió un regalo tan costoso, un regalo que había estado deseando desde hacía mucho tiempo. Él me había hecho parte de algo tan importante.

Volví a mirar al suelo, pero esta vez por un sentimiento diferente. Quería ocultar mis mejillas rojas de la vergüenza. Puede que para Roma aquello no haya significado nada, pero para mí fue un vuelco al corazón.  

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