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DIECISIETE AÑOS

— No me gusta David — decía Lea mientras degustaba su helado con cara de pocos amigos.

Era realmente extraño escucharla decir algo semejante, ella no solía mostrar sus verdaderos sentimientos. ¿Pero por qué había decidido hacerlo con David?

Estaba celosa, eso podía verlo, pero no entendía bien por qué lo estaba. Talvez ella era de esas personas que les gusta monopolizar a sus amigos. Si era así con sus amigos, no quería imaginarme cómo sería cuando tuviera novio.

Talvez, si le dijera la verdad, ella lo vería con otros ojos. ¿Ella me apoyaría?

— Lea, yo... — quería decir "yo estoy saliendo con él. Nosotros estamos juntos", pero me detuve.

Pensé, unos segundos, en silencio, si era buena idea confesarle qué éramos novios, pero no lo hice, me acobardé, pensando que podría perderla. ¿Ella se enojaría conmigo?, ¿podría confiar que no le contaría a nadie?, ¿qué pensaría David si supiera que confesé nuestro secreto?, ¿era correcto mostrarme tal cuál era?

No, no lo era.

—No importa — respondí, cuando perdí todo el coraje ganado, el cual se escapó de mí en menos de un minuto.

Suspiré y me sentí desinflarme como un globo.

Era un cobarde. Si no podía estar seguro que no perdería su amistad al mostrarme tal cuál era, prefería vivir en una mentira... sólo no sabía cuanto más podía sostenerla, ¿y si al final esta terminaba aplastándome, destruyéndome?

— Desde que te hiciste amigo de él, casi ya no sales conmigo. Creí que yo era tu mejor amiga — dijo algo triste, sosteniendo su helado a centímetros de su nariz, tan cerca que con un pequeño movimiento podría mancharla con crema helada. Pero... sus palabras no parecieron tristes sólo por eso, había cierto tinte doloroso en la frase "mejor amiga", como si tuviera la fuerza de una puñalada al corazón, no me atreví a preguntar por qué le hacía daño, tuve miedo de su respuesta. Talvez la había lastimado de alguna manera y temía no saber cómo arreglarlo.

— Sabes que tú eres mi única mejor amiga — ella sonrió de manera algo dolorosa —. David es diferente... no te preocupes — no pude decirle más que eso, a pesar de que Lea pareció poco conforme.

Nuestro helado fue interrumpido por mi madrastra. Me sorprendí al verla buscándome, nunca había hecho algo así por mí, nunca me había dado la importancia necesaria como para preocuparse por mí. Eso sólo podía significar que algo muy malo podría estar ocurriendo.

— Vamos, niño — me dijo, eran pocas las veces que había pronunciado mi nombre —. Ve a cuidar a tu madre. ¿O acaso piensan que lo haré yo?

— ¿Qué sucede? — me levanté exaltado.

— Tu madre está en el hospital.

— ¿Qué ha sucedido?

— No lo sé — dijo con evidente desinterés con lo que le podría estar pasando a mi mamá —. Yo sólo vine a buscarte porque tu papá me lo pidió. Vuelve a casa y alístate en menos de cinco minutos. Si no estás preparado, me iré al hospital sola — dijo y caminó de vuelta a la casa sin esperar por mí.

Temblé en mi lugar. Pero no tardé en reaccionar. Agatha no mentía cuando decía que no me esperaría.

Tomé mi chaqueta y le di a Lea varios billetes que saqué de mis bolsillos, sin contarlos.

— Espera, esto es mucho — al parecer el dinero alcanzaría para pagar mi parte y la de ella y posiblemente dos helados más.

— No te preocupes, ahora tengo que irme — me giré y antes de echarme a correr, Lea me detuvo. Me rodeó en un abrazo.

Mi corazón latió con fuerza y mis ojos picaron un poco. El abrazo había hecho que me sintiera débil por un momento, pero había sido agradable, porque era su forma de decirme que estaba conmigo y que me deseaba la mejor de las suertes.

— No sé lo que esté pasando, pero todo saldrá bien. Ya lo verás.

Ella me soltó y le sonreí, deseando que realmente tuviera razón.

Era una buena amiga, la mejor de todas.

Corrí hasta mi casa, Agatha ya me estaba esperando en la calle subida en su automóvil, miró el reloj de pulsera y me dijo —. Ya te estás tardando — sin perder más tiempo, subí hasta mi habitación, me cambié a ropa más cómoda y bajé de vuelta al exterior a la velocidad de un rayo.

Me subí al auto y Agatha arrancó este antes de que yo lograra cerrar la puerta.

— Por favor, dígame que le sucedió a mi madre — Agatha me miró por el espejo retrovisor y frunció el entrecejo.

— Cállate, porque haya accedido a ser tu chofer no quiere decir que puedes tomarte tantas libertades. Tuve que cancelar la reunión con mis amigas por culpa de tu madre. Qué personas más molestas y desagradecidas con... — Agatha continuó quejándose de nosotros, pero yo ya no la escuché, estaba demasiado ocupado pensando en mi madre.

Mi cuerpo había comenzado a temblar sin control y mi mente andaba a mil. ¿Qué había sucedido? ¿Por qué estaba en el hospital? ¡¿Por qué diantres Agatha no podía comportarse como una persona normal una vez en su vida?! ¡Estábamos hablando de la salud de mi madre!, y ella se fastidiaba, nos trataba como basura cuando ella había estado lavando su ropa sucia durante el último año, había estado cocinando su comida, barriendo el suelo que pisaba, y ella la trataba como basura, como sirvienta, cuando en verdad era... era la esposa.

Las lágrimas comenzaron a caer por mis mejillas.

¿Por qué? ¿Por qué merecíamos este trato?

— Qué asco, ¿estás llorando? — dijo la mujer rubia, haciendo una mueca de disgusto con sus labios pintados — Si crees que tú y tu madre van a darme lástima actuando como víctimas, están muy equivocados. Nunca dejarán de ser lo que son, basuras, la porquería de la sociedad, eso son. Tu padre nunca debió casarse con esa negra — usó aquel apelativo con repelús, como si fuera un insulto. Y no lo era... no era mi culpa ni la de mi madre tener pieles más oscuras... no, talvez sí lo era. Talvez era nuestro castigo y todo era sólo mi culpa por no ser un buen cristiano. Por eso nos trataban así, porque era... era raro, no era normal... era asqueroso, un pecador. Y por mi culpa, debía pagar mi madre también, todo por enamorarme de quién no debía, por ser mi corazón el más asqueroso de los pecadores.

Me sequé las lágrimas e hice fuerza para que ya no salieran más. No tenía derecho a llorar, cuando era todo mi culpa.

Llegamos al hospital, yo entré corriendo, la mujer caminó detrás de mí de manera algo pastosa. Sólo me detuve cuando encontré a mi padre parado en el pasillo. Me acerqué lentamente, hasta quedar a un metro de distancia de él.

— ¿Dónde está mi madre?

El hombre me señaló una puerta con el mentón. Era una sala de internación.

— Necesita que alguien se quede con ella para cuidarla — dijo.

— Yo lo haré — dije, sabía que él me pondría a mí a cuidarla, aunque no quisiera, pero no me quejaba, por supuesto, si tendría que pasar noches completas sin dormir con tal de estar a su lado, lo haría con mucho gusto, eso era algo que él seguramente no estaría dispuesto a hacer por su esposa.

— ¿Trajiste lo necesario para pasar la noche? — me preguntó y justo en ese momento llegaba Agatha.

— Sí — mentí, sólo tenía conmigo lo que llevaba puesto, pues no sabía que me quedaría aquella noche, nadie me había avisado con anterioridad.

Cuando el doctor me dio permiso, ingresé a la sala, mi padre y Agatha también entraron. Mi madre estaba sobre una camilla, su rostro estaba pálido y demacrado. Sus ojos estaban cerrados y sus labios hechos un sello. Mi madre estaba más delgada que nunca, ¿cómo no me había dado cuenta antes de su deplorable aspecto?

Ella no estaba aquí, su mente se había perdido en la inconciencia y sólo respiraba gracias a la asistencia artificial.

— Doctor, ¿mi madre está bien?

El doctor me miró con algo de pena. Su expresión me dijo que nada estaba bien.

— Los análisis muestran una muy baja respuesta inmunológica, e incluso hay un daño muy grave a sus arterias, lo que ocasionó el accidente cerebrovascular.

— ¿Eso es todo doctor? — interrumpió mi padre.

— No. Su esposa se encuentra con muerte encefálica — informó el doctor, seguramente esperando que el hombre comenzara a llorar, se tirara al suelo para suplicarle que la salvara, pero no hizo nada de eso, se mantuvo impasible, como si hablara de la esposa de alguien más, no, incluso con menos empatía.

Yo fui el único que lloró al escuchar esa noticia, Agatha se lamentó un poco, aunque no de la manera que yo quisiera.

— Tendré que contratar una nueva sirvienta — dijo, con un suspiro cansado, la rubia.

Yo apreté los dientes para no insultarla. La que estaba allí, luchando por su vida era mi madre y aunque fuera se merecía un poco de respeto.

— Desconéctela — le indicó mi padre al doctor.

El doctor se vio algo sorprendido, seguramente estaba tanteando el terreno para sugerirlo, pero nunca se imaginó que sería mi padre el primero en proponer semejante acción. Pero el profesional se compuso de inmediato, buscando entre los papeles que tenía en su archivador.

— Bien, sólo deberá llenar esta forma antes...

— ¡NO! — lo interrumpí antes que le cediera el bloc de hojas — ¡No lo hagas, papá!

— Basta, Jeremy — me dijo y yo me aferré a él cuando vi que no había vacilado ni un momento en su decisión.

— ¡Es mi madre! ¡No la mates!

Mi padre me empujó para alejarme de él. Caí con el trasero. Fue un golpe fuerte que me sacudió toda la espina, pero ignoré el punzante dolor de espalda e intenté levantarme, pero fallé.

Me quedé sentado, mirando hacia arriba a mi padre, como tomaba las hojas y la lapicera que le extendía el doctor con algo de fastidio.

— Deme esa estúpida forma — dijo y lo vi firmar.

— No... ella es mi madre.

Y lloré con más fuerza.

— ¡Es tu esposa! ¡Estás matando a tu esposa! — dije como pude entre medio de lágrimas y gritos.

— Ella no es nada mío. Nunca quise casarme con ella — dijo y le devolvió las hojas al doctor —. Proceda de inmediato, no pienso gastar un centavo más en una mujer que seguramente no despertará nunca.

— Papá... — dije levantándome del suelo.

— Ella ya no me sirve. Si no quieres que me deshaga de ti de igual manera, será mejor que no seas un estorbo — me dijo muy cerca de mi rostro. Temblé del miedo cuando me llegó la oscuridad de sus palabras.

— Te odio — le dije cuándo comenzó a caminar en dirección al pasillo del hospital, donde lo esperaba Agatha con Amber, su nueva familia.

— Yo también — me respondió y salió sin cerrar la puerta. A través de la rendija que quedó entre el marco y la madera, pude ver como reclamaba a la niña de los brazos de su nueva mujer, para besarla en las mejillas con verdadero cariño, cariño que yo nunca pude merecer.

El doctor se acercó hacia mi madre, y yo, sabiendo lo que se proponía hacer, no pude quedarme un segundo más allí. Corrí lejos del cuerpo de mi madre, de su habitación, de mi padre, del hospital... corrí hasta ya no saber qué hacer conmigo y con las lágrimas que no podía controlar.

Me detuve sólo cuando reconocí un lugar familiar para mí. No pensé más y llamé a la puerta hasta que me abrieron.

— Jeremy, ¿qué te sucede? — dijo al verme inundado en lágrimas.

No pude explicarle en ese momento con palabras, ya que estas no saldrían. Sólo pude arrojarme sobre él y reclamar sus brazos. Necesitaba tanto que alguien me abrazara.

David me invitó a entrar a su casa y me llevó hasta su habitación. No deshicimos el abrazo en ningún momento.

Él indagó en mí cuando logré respirar hondo y calmarme un poco. Le conté todo, sobre mi padre y mi madre, la cual, para ese momento ya estaría muerta.

David volvió a abrazarme cuando terminé mi relato. Lo correspondí. Era agradable sentir un poco de amor entre tanto desprecio y odio. No me importó que mi padre me odiara, porque lo tenía a David, y estaba seguro que él me amaba.

El rostro de David se acercó a mi cuello y sus labios comenzaron a jugar con mi piel.

Me quedé inmóvil, pensando en sus acciones.

Sus manos, ya no sólo me abrazaban, comenzaron a moverse para desnudarme, cuando entendí lo que se proponía lo detuve de inmediato.

— Mi madre acaba de morir — le dije y lo miré de manera incrédula. ¿En qué diablos estaba pensando? —. No vine a esto.

— ¿Pensé que querías que te consolara?

— Sí, pero no de esta forma.

— Esta es la única forma que yo conozco — me dijo tirando de mi camisa con intenciones de reanudar lo que había comenzado.

Lo empujé suavemente al ver que él todavía no me soltaba. David cambió su expresión coqueta a una de disgusto.

— No puedo creerlo — dije colocándome la chaqueta con obvias intensiones de irme de allí.

— Yo no puedo creer que seas tan desagradecido.

— ¿Yo? ¿Desagradecido? — no podía creerlo, en serio. Antes de insultarlo, respiré hondo e intenté serenarme.

— Creo que deberías irte — lo miré fijamente —. No te encuentras bien ahora mismo. Piensa bien las cosas y hablaremos cuando te sientas más calmado.

Nunca había tenido intensiones violentas con nadie, pero en ese momento deseé darle un puñetazo. No podía ser más desconsiderado, patán y estúpido.

— Sí, sí debería irme, pero no por la razón que tú crees. Eres... eres un idiota.

— ¿Yo soy el idiota? Viniste llorando a mi casa, te recibí, te consolé ¡¿y así me lo pagas?!

— Ya no hablaré contigo más de esto — dije y comencé a caminar en dirección a la salida con David pisándome los talones mientras seguía recriminándome que era un desagradecido.

Ya en la vereda de su casa, me giré y lo encaré con lágrimas en los ojos. Estaba llorando de vuelta.

— Ya... ya no puedo más. Creí que si venía contigo me aliviaría un poco este dolor, pero no fue así... talvez... yo soy el que está mal.

David me miró con algo de pena, atenuando su expresión enfadada por mí. Me abrazó, pero esta vez yo no le correspondí el abrazo.

— No me gusta discutir contigo.

Mis lágrimas cayeron con más fuerza.

— Ya no me hagas enfadar y estaremos bien.

Asentí una vez. No sabía si tenía razón o no, ni siquiera tenía las fuerzas como para analizar lo que David acababa de decir. Sólo quería irme de allí y estar solo, no, sólo quería ver a una persona en ese momento.

— Me iré, después hablaremos — le dije y, después de besarme secamente, David me dejó ir.

No quise volver a mi casa, y sólo se me ocurrió un lugar dónde pasar la noche.

Caminé, sin poder parar de llorar hasta el parque que conocía bien. Con algo de dificultad, me recosté debajo del tobogán, allí donde había sido nuestra base secreta de niños.

Encontrándome solamente en compañía del canto de los grillos, pensé en ella. En mi madre, en que ya no volvería a verla en mi vida. La había perdido para siempre.

Comencé a recordar todo lo que pude, intentando hallar las razones que la llevaron a este momento. No había un recuerdo en mi cabeza en el que ella no sufriera o en el que fuera feliz. Siempre siendo explotada y basureada, tratada como menos.

Me lamenté allí mismo por no haberla podido sacar a tiempo, me tardé tanto que ella enfermó y murió de la tristeza, el infierno la consumió y la enfermó hasta que ya no pudo dar más de sí.

Prometí sacarla de ese infierno, pero el infierno fue más rápido y la consumió antes de que pudiera rescatarla. Y por ser quién era, un inútil, alguien de quién no pudo confiar, la había perdido.

Tiré de mi cabello con bronca mientras contenía un grito en mi garganta. Me mordí el labio tan fuerte, que este sangró con ímpetu hasta manchar de carmín mi barbilla.

Elevé los ojos sobre mis rodillas, y la luz de la luna me mostró un relieve, que ya había olvidado, sobre la superficie del tobogán. No recordaba cuántos años teníamos, pero éramos pequeños cuando habíamos grabado nuestros nombres allí con una piedra puntiaguda.

Extendí mi mano, hasta lograr acariciar con los dedos el nombre de Roma.

— Te extraño — confesé mientras recorría cada letra con las yemas de los dedos.  

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