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DIECIOCHO AÑOS (Segunda parte)

Cuando desperté, continuaba en el mismo lugar dónde me había dejado mi padre. Estaba recostado a lado de la puerta de casa. Intenté incorporarme, pero fallé en el primer intento, todo mi cuerpo gritaba de dolor. Cada movimiento me hacía daño.

Logré incorporarme con gran esfuerzo, caminé hasta el baño, donde estaba el botiquín de primeros auxilios. Contuve el quejido de dolor cuando debí desinfectar las heridas abiertas, y después las cubrí lo mejor que pude.

Salí de mi casa cuando ya era de madrugada. En ese momento, no podía permanecer más allí dentro. No sabría cómo reaccionar si me encontraba con mi padre de frente. No podría ignorarlo, y seguramente él tampoco a mí. Todo volvería a comenzar y yo saldría perdiendo, como siempre.

Ahora mismo necesitaba verlo. David era el único que podía aliviarme un poco el dolor, sabía que habíamos peleado, pero estaba seguro, que, a pesar de eso, él encontraría la manera de animarme, después de todo, estábamos enamorados.

Cuando llegué a la casa de David, me paré frente a la puerta, posicioné mi puño sobre la madera, y antes de que llamara, la puerta se abrió sorprendiéndome.

Mi corazón casi se detiene al ver que David salió de su casa sosteniendo la cintura de una chica, mientras intercambiaban un beso.

— Me divertí mucho. Llámame más seguido... — decía la chica, pero se detuvo al percatarse de mi presencia.

Las lágrimas escocieron en mis ojos.

No.

No.

Esto no podía estar pasando, no ahora que me encontraba al borde del abismo. David era el único que me mantenía cuerdo, no podía perderlo, no ahora.

— ¿Qué significa esto? — pregunté, conteniendo las lágrimas.

David me miró fijamente y en su expresión vi cansancio. Como si ya estuviera hasta el hartazgo de mí.

— Es lo que parece — me respondió descaradamente.

— ¿Lo que parece?, pues parece que te acostaste con ella ya que yo te rechacé.

— Pues, eso mismo sucedió. Ya me cansé de este juego. Lo he dilatado demasiado porque me parecías lindo, pero eres muy problemático para ser gay.

Ah, ya entendía, esto iba por lo de ser un "mojigato". Como yo no podía satisfacerlo buscó a otra persona que sí lo hiciera.

— ¡¿Cómo pudiste hacerme esto?!, yo confié en ti... ¿Encima ahora? ¿Ni siquiera vas a preguntarme qué me sucedió? — dije señalando los moretones en mi rostro. David no se vio ni un poco interesado al respecto.

Me estaba volviendo loco. Estaba perdiendo a todas las personas importantes para mí. Todos me odiaban, me despreciaban...

— Jeremy, ¡no tiene sentido tu actitud!, por eso me cansé de ti — dijo mi nombre como si le hablara a un niño que no entiende nada del mundo —. Ambos somos hombres, no necesitamos guardar las apariencias entre nosotros, ni tampoco actuar como si estuviéramos enamorados, cuando lo único que nos interesa es una cosa...

— ¿Qué? ¿Quieres decir que hasta ahora siempre estuviste actuando? ¿No me quisiste, aunque sea un poco?

A este punto ya no podía parar las lágrimas.

— Lamento romperte el corazón — no lo lamentaba —, pero sí. Nunca podría enamorarme de un hombre. No soy un maricón como tú.

Se me nubló la conciencia momentáneamente. La revelación de sus palabras había sido tan fuerte como un mazazo al cerebro.

— Sólo te usaba para pasar el rato, ya que es difícil encontrar a una mujer que quiera acostarse en este pueblo sin compromisos. Tú fuiste más fácil, sólo debía rogarte un poco y te abrías de pier...

Mi puño interrumpió sus palabras. Ya no podía seguir escuchándolo.

Yo confié en él, le entregué mi corazón, ¿y él que hizo?, jugó con él.

— ¿Cómo te atreves, maldito gay? — intentó golpearme de vuelta, pero la mujer que estaba con él lo detuvo.

— David, no pelees — le dijo y yo no supe qué pensar ya que le hizo caso a ella, y no a mí, que había estado conmigo tanto tiempo... pero había sido todo una mentira.

— Tú también eres un maldito gay, te recuerdo que te acostaste conmigo.

Esta vez la chica no pudo detener que me golpeara. Su puño me corrió una venda del rostro, ocasionando que se volviera a abrir la herida.

— Eres asqueroso, ya no vuelvas a pasarte enfrente de mí.

Rodeó el cuello de la chica, ella me miró preocupada, pero apartó la vista cuando David le dijo algo. Ambos ingresaron a la casa, dejándome sólo en la vereda, como un idiota. 

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