DIECINUEVE AÑOS (Primera parte)
Había pasado un par de meses en la casa de Lea, pero no podía seguir aprovechándome de la amabilidad de ella y de la de su padre. Así que decidí buscar un lugar en el que vivir por mi cuenta.
Habían pasado algunas semanas desde que había sido nuestra graduación del secundario, del cual no me llevaba nada bueno a excepción de la amistad de Lea. Y faltaban otras pocas para mi cumpleaños. Cumpliría diecinueve años... y aunque Lea decía lo contrario, yo no tenía ningún motivo ya para festejar.
Lo había perdido todo... a mi madre, la única persona que pude llamar familia una vez, y el corazón, ya que David había hecho de él un escombro.
Pero, talvez podría aprovechar la oportunidad para incursionarme en un mundo en el que me sintiera parte. La idea había surgido de Lea, al principio me pareció una locura, pero después de que insistiera con la idea una milésima de veces, ya no me parecía tan descabellado.
— ¿Tengo la dirección de un bar... gay...? — dijo la palabra gay, bajo, como si fuera un secreto prohibido de contar, a pesar de que en su habitación sólo éramos nosotros dos — No queda muy lejos, pero tendrías que tomar el tren hasta la ciudad.
— ¿Qué? — me reí — ¿Te has vuelto loca?
— A mí no me parece una mala idea, creo que es una buena forma de aprender más de tu... mundo — no supo muy bien como llamarlo.
— Mi mundo — repetí lo que ella dijo —. Me haces sentir como si fuera un extraterrestre — reí.
— No, no quise decir eso... yo... — Lea no sabía muy bien cómo explicarlo — Sabes a lo que me refiero.
— Sí, lo sé — dije y me levanté de la alfombra donde estaba sentado —Puede que tengas razón, talvez podría, no sé...
— ¿Conocer un nuevo amor? — agregó Lea con una sonrisa emocionada.
— Iba a decir a alguien que me instruya un poco sobre la salida del closet — la corregí y la miré como si la regañara, pero ella rio —. En cómo afrontarlo, y todo eso.
— Pero, ya saliste del closet...
— Yo diría que me sacaron a la fuerza — dije a modo de chiste, pero Lea no se rio.
— No sólo la escuela, todo el pueblo lo sabe, Jeremy — me recordó Lea.
— Lo sé, lo sé.
— ¿Qué harás?
— Eso sí que no lo sé. Prácticamente no puedo ir a la esquina a comprar pan sin que me miren raro. Es como si ya no fuera bienvenido en este pueblo pequeño. Como si ellos no tuvieran ningún pecado... — dije, lo último entre dientes. Todos me despreciaban, cuando ellos no eran cristianos ejemplares, había desde ladrones, violentos, infieles, estafadores, mentirosos y yo era el único que era juzgado. El único que estaba en boca de todos.
— ¡Ya sé lo que necesitas! ¡Huyamos lejos de este pueblo careta! — dijo y me mostró un panfleto, el cual estaba arrugado. Eso me dijo que lo tuvo guardado un tiempo, hasta que encontró el momento para mostrármelo.
— La universidad... — leí la información.
— ¡Sí, y queda en la capital!, a varios quilómetros lejos de todos los que nos conocen. Allí podrás hacer una nueva vida desde cero.
Sonreí, Lea era tan buena, pero también era inocente. Vivíamos vidas distintas.
— Sería fantástico, pero yo no puedo pagarla. Además, si fuera a pedirle a mi padre apoyo con algo así, me sacaría de su casa a escopetazos.
— No tienes que pedirle nada a ese hombre — dijo arrebatándome el panfleto de vuelta —. Mi padre pagará la matrícula de ambos.
— No, no puedo...
— Ya lo hablé con él y estuvo de acuerdo.
Negué con la cabeza. Me enfadó un poco que planeara todo esto a mis espaldas. Entendí sus buenas intenciones, pero ella no me entendía a mí. Odiaba sentirme un inútil.
— Lea, no puedo aceptarlo — dije de manera seria y tajante. Lea me vio con los ojos vidriosos, estaba a punto de llorar, yo odiaba hacerle eso, pero no podía ceder a esto —. Tú y tu padre son muy buenas personas y no puedo seguir aprovechándome de su amabilidad... me siento un parásito.
— ¡Jeremy! — me regañó — ¡No eres ningún parásito!, para mí... — su voz se quebró — eres como un hermano y mi padre te aprecia mucho. Lo hacemos porque en verdad queremos.
— Lo siento — dije y miré en otra dirección, no importaba cuánto insistiera, yo no cambiaría de opinión —. Quiero demostrarle a mi padre... que no soy ningún inútil.
Lea miró hacía sus pies y estuvo varios segundos en silencio, pensé que ya no diría nada más, pero su voz volvió a cortar el silencio.
— ¿Por lo menos... puedes pensar en lo del bar?, si no quieres ir solo, yo puedo acompañarte.
— Bien, iré al bar gay — dije remarcando aquella palabra que me distinguía y reí levemente, Lea nunca se rendiría — y también te acompañaré a la universidad — Lea me miró con emoción y la boca abierta de par en par. Prácticamente le vi todas las muelas. Ninguna carie, a pesar que se la pasaba comiendo cosas dulces —, pero... lo haré a mi modo — Lea me miró de manera confundida —, hallaré la manera de pagarme mis propios estudios.
Lea corrió por la alfombra y me estrechó con fuerza.
— ¡Iremos a la universidad! — gritó con emoción.
— Sí — reí — y a un bar gay — agregué al final.
Ambos reímos a carcajadas. La sonrisa victoriosa de Lea fue muy grande.
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