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CUATRO MESES DESPUÉS (Cuarta parte)

Me mantengo en silencio hasta llegar a una fotocopiadora que está en la sala principal. Conecto el celular al bluetooth y le doy a imprimir.

— ¿Qué haces? — Roma es el primero que decide romper el silencio. Yo estaba demasiado estupefacto como para hacerlo.

— Imprimiendo las pruebas.

— Un poco tarde para eso, ¿no? — dice entre sorprendido y bromista.

— Estas... son nuevas pruebas.

— ¿De qué hablas?

Lo miro y pienso en qué hacer. ¿Debo decírselo?, ya estaban aquí, ya no hay vuelta atrás.

— Míralas por ti mismo.

Roma toma las copias de mis manos y las mira. Su expresión se muda a una consternada al comprender de lo que tratan. Se tambalea hacia atrás, hasta que logra sostener su cuerpo apoyándolo en la pared más cercana.

Me siento culpable inmediatamente, al verlo refregarse el rostro intentando borrar el rastro de unas lágrimas.

— Lo siento...

— Lo hiciste sin mi permiso.

— Lo siento, Roma. Pero era necesario. Con esto podemos ganar el juicio.

— ¿Ganar el juicio? ¡¿Eso es lo único que te importa?!

— Sí, y a ti también, por eso estamos aquí...

— No, Jeremy, no se trata de eso... Esto — dice y me señala las copias —, esto es algo que no quería saber.

Lo miro sorprendido. Realmente no entendía su pensamiento.

— No podías permanecer en la ignorancia por siempre.

— ¡Pues hubiera preferido permanecer allí!, yo... no tienes idea de lo que siento ahora... — su voz se quiebra y por un momento creo que va a sufrir un ataque de pánico. ¿Tanto le afectó la nueva prueba? —. Todo lo que tenía sentido para mí, mi vida completa... ya no lo tiene.

— Roma, no seas tan dramático. ¡Es perfecto! ¡Justo el salvavidas que necesitábamos! No sólo que tu esposa deberá firmar ese acuerdo, sino que no podrá quitarte nada, tu casa, tu auto, todo... y luego y pediremos tramitar una impugnación por paternidad.

— ¡No!, basta...

— ¿No lo entiendes? Todos tus bienes los adquiriste antes de casarte con ella, y, Dania, pierde sus derechos hereditarios al divorciarse, por eso no quiere firmar los malditos papeles voluntariamente. Pero con esto — le señalo las pruebas — no importa qué tantos amantes hayas tenido, si fueron hombres o mujeres, esta es la prueba infalible de su infidelidad. Ella nunca fue una víctima, es tan culpable como todos en esto. Pero, si te mantienes callado, si dejas que ella le haga creer al juzgado que fuiste infiel, que la verdadera causa del divorcio eres tú, te quitará todo lo que tienes. Todo.

— No. Esta es la prueba de que lo he perdido todo — dice y me arruga la copia contra el pecho de manera brusca. Su gesto me toma por sorpresa. Así que tomo la prueba de vuelta.

Roma se queda en silencio, y lo único que escucho es su llanto. Lo veo apoyarse contra la pared, como si le faltaran fuerzas para mantenerse en pie, por sí mismo. Su espalda se curvea, y se cubre el rostro con ambas manos, en un signo desesperado, como si perdiera algo muy importante, como si la razón de su vida le fuera arrebatada para siempre. Sus lágrimas me revuelven el corazón con culpa. Talvez... no debí hacerlo. Lo he lastimado, pero todo lo hice por su bien, no podía dejar que siguiera viviendo una mentira.

— No es así, esto es lo que necesitas para comenzar de nuevo. Serías un idiota si no la tomas.

— No lo entiendes, y nunca lo harás porque no estás en mis zapatos.

— Roma, despierta, ¡ella no es tu hija!, tienes la prueba en este papel — le digo mientras vuelvo a mostrarle la prueba de paternidad.

Lo había hecho. Semanas atrás había solicitado un examen de ADN para comprobar la paternidad de Roma. Había utilizado los cabellos que estaban en sus peines esa vez que fui a su casa. Fue difícil tomar aquella decisión, pero si Roma no podía hacerlo, yo lo haría por él.

Roma apoya su espalda sobre la pared y me mira con melancolía. Sus ojos están enrojecidos y húmedos. No entiendo cómo puede lastimarle tanto alguien que ni siquiera es su hija. Mi padre, aún siendo de mi misma sangre, nunca me quiso... y, sin embargo, ahora lo veo a Roma, llorando por una niña que no es nada de él, que nunca lo fue ni será.

— Pasé años queriéndola, criándola, pensando que sí lo es — le escucho en silencio —, no puedo deshacerme de este sentimiento que he cultivado por ella sólo porque lo dice un papel, nunca.

No entiendo, no entiendo por qué la quiere tanto si ni siquiera es de él. No entiendo cómo un padre de sangre puede odiar tanto a un hijo, y al mismo tiempo, uno, que no comparte la sangre, pero si el corazón, ama a la pequeña como si fuera la luz de sus ojos.

— Usaremos esto como prueba...

— No — me impresiona su negativa.

— ¿Qué?

— No la usaremos.

— ¿Cómo dices?

— Accederé a sus términos.

— ¿Te has vuelto loco? ¡Ella se quedará con todo!, no te dejará nada.

— Si debo hacer esto para asegurarme que a mi hija no le faltará nada, le daré mi casa y más aún. Le daré todo de mí.

— ¿Es en serio?

— Muy en serio. Decido no demandarla. Quiero terminar con esto, ahora.

No podía creerlo. De repente se daba por vencido, y no sólo eso. ¡Estaba dispuesto a darlo todo por esa niña!, pero yo no podía permitirlo.

— Dime, Roma, ¿lo que dijo ese tal Jacob era cierto?

Roma se mantiene en silencio. Mi pregunta lo ha incomodado. Incluso veo como sus labios tiemblan con nerviosismo.

— ¿Es tu amante? — insisto.

— No soy gay.

Me rio con ironía.

— Tú y yo sabemos que eso no es cierto — digo acercándome a él. Mi cercanía lo pone nervioso e intenta ignorar mi rostro mirando en otra dirección, pero yo no desisto en provocarlo, tomo su brazo con fuerza y tiro de él en mi dirección —. ¿Recuerdas nuestros días de niños, de adolescentes?

— Es suficiente, Jeremy — dice, pero no hace ningún esfuerzo en apartarme.

— No fuimos simples amigos, ¿lo recuerdas? — es allí cuando me mira. Paso saliva con dificultad, tener su rostro tan cerca del mío me tensiona por completo. Su cuerpo, de repente, me sabe a fuego y siento que me quema. Me siento tentado a soltarlo y a alejarme de él, pero me mantengo fuerte, sosteniendo esa distancia casi inexistente.

— Era todavía un niño y estaba confundido.

— ¿A quién te recordaba Jacob? ¿Por qué lo mantuviste como amante? — los ojos de Roma vacilan con miedo al escuchar mis preguntas, pero se mantiene cobardemente en silencio — ¿Quién era ese exnovio del que hablaba?

— No hubo ninguno. Es todo mentira.

— ¿Sabes que debes decirle todo a tu abogado, incluso las cosas malas, que te avergüenzan? ¿Cómo pretendes que te ayude si no me dices nada? Soy tu abogado.

— Entonces actúa como tal — me recrimina.

— Es lo que intento, pero tú no ayudas. Yo quiero que ganes este juicio — digo y lo suelto. Roma da un paso hacia atrás algo aliviado y me mira de manera profunda y enfadada.

— Bien, sí, me acosté con él. ¿Contento?

Dios. Su repentina confesión duele, a pesar que yo lo orillé a decirlo. No quería escucharlo, pero debía hacerlo. Tampoco quería escuchar a mi corazón, diciéndome que talvez era real lo de ellos, de que hubo otro hombre, además de mí, en su vida. No quería saberlo, pero debía por mi trabajo.

Intento reprimir los sentimientos que se arremolinan en mi interior y pretendo actuar lo más profesional posible.

— Presentaré esta prueba — sigo hablando antes que Roma vuelva a negarse —. Me aseguraré que esa niña y tu esposa queden bien paradas, y tú también. Todos salen ganando. ¿Qué dices?

Roma suspira derrotado.

— Prométeme que harás lo mejor por Kiara.

Pienso antes de dar una respuesta. Daría lo mejor por él, él es el único que me interesa aquí, pero... a él sólo le interesa esa niña. Ella es su felicidad.

Suspiro.

— Lo haré.   

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